W. Benjamin Capitalismo, única religión. Mammón, único Dios (falso)

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No lo digo yo, lo dijo hace casi cien años W. Benjamin (1892-1940), judío alemán, uno de los pensadores más clarividentes del siglo XX, que vivió y murió en la encrucijada entre nazismo, marxismo y capitalismo (en Port-Bou, a las puertas de la España Nacional, que no le dejó entró, que no salvó su vida de la barbarie nazi).

(Imagen: W. Benjamin; con monumento en Por-Bou, lugar de su muerte)

No lo digo yo, lo dijo con palabras muy parecidas a las de Benjamin otro judío, aún más clarividente, Jesús de Nazaret, veinte siglo antes, cuando opuso a la Mammona (Dios de la religión del Capital) frente al verdadero Dios de la gracia y comunión entre los hombres.

El texto de W. Benjamin es del año 1921, y ha sido publicado entre sus obras póstumas (Gesammelte Schriften Band VI 100-103); y ha sido muy bien presentado y comentado por J. I. González Faus en  Iglesia Viva Nº 249, enero-marzo 2012, pp.109-115.

Yo lo quiero presentar de nuevo, con ocasión del libro que he publicado sobre Dios o el Dinero (Sal Terrae, Santander 2019). Presentaré primero el texto del W. Benjamin, luego unas páginas centrales de mi comentario al dicho de Jesús: "No podéis servir a Dios y a Mammón..." (Mt 6, 24). Para entender lo que sigue quiero añadir sólo tres cosas:

  1. Jesús interpreta el "servicio a Mammón" como la gran idolatría, la religión del mundo. Mammón significa, como diré, "aquello en lo que uno cree-confía", de la misma raíz que "fe". No es el dinero "material". Es el dinero "en el que se cree" (el dinero como crédito, de creer; el dinero como centro y sentido "fiducial" de la vida....).
  2. Según Jesús, la religión del mundo es la "fe en el dinero". En ese sentido, él sabía que en este mundo, no hay más "religión" que el dinero. Pero no quiero decir ya más, que diga W. Benjamín... Quien quiera seguir, lea después lo que yo digo. 

W. BENJAMÍN, EL CAPITALISMO ES UNA RELIGIÓN

[Im Kapitalismus ist eine Religion zu erblicken...En el Capitalismo hay que ver una religión. Esto significa que el Capitalismo sirve esencialmente para satisfacer las mismas necesidades, tormentos o inquietudes a las que antaño daban respuesta las llamadas religiones.

Esa estructura religiosa del Capitalismo no es sólo similar a “una imagen de estilo religioso” (así pensaba Max Weber), sino “un fenómeno esencialmente religioso”. Pero si hoy intentáramos dar la prueba de esa estructura religiosa del Capitalismo, acabaríamos en el callejón sin salida de una polémica universal y desmesurada. No podemos abarcar la red en la que estamos; pero más tarde nos daremos cuenta. No obstante, hoy ya es posible reconocer tres rasgos de esa estructura religiosa del Capitalismo:

a) En primer lugar el Capitalismo es una religión puramente de culto, quizá la más cúltica que ha existido nunca. No tiene una teología dogmática específica: en él todo cobra significado sólo a través de una referencia inmediata al culto. Desde esta óptica adquiere el utilitarismo toda su coloración religiosa.

b) Un segundo rasgo del Capitalismo relacionado también con esa concreción cultual, es la duración permanente del culto: el capitalismo es como la celebración de un culto “sans trêve et sans merci” (sin tregua y sin piedad). No hay en él “días laborables”, no hay un solo día que no sea “día de fiesta”, en el sentido terrible de una ceremonia sacra superdesarrollada: es como el despliegue máximo de aquello que se venera.

c) En tercer lugar, se trata de un culto culpabilizador. El Capitalismo es quizás el primer caso de un culto que no es expiatorio sino culpabilizador. A partir de aquí, este sistema religioso se ubica en la explosión de un movimiento monstruoso: una terrible conciencia de culpa/deuda (Schulden alemán significa a la vez culpa y deuda) que no sabe liberarse, echa mano del culto no para expiar la culpa sino para hacerla universal, para grabarse en nuestra conciencia y, por último y ante todo, inmiscuir al mismo Dios en esa culpa para acabar interesándole en la expiación. 

La expiación, por tanto, no hay que esperarla ni del mismo culto, ni de la reforma de esa religión (que siempre debe apoyarse en algo más seguro que ella) ni en la apostasía de ella. Más bien pertenece a la esencia de ese movimiento religioso que es el Capitalismo el aguantar hasta el final: hasta la completa culpabilización final de Dios, hasta la situación mundial de desesperación que ya hemos conseguido y en la cual todavía seguimos esperando.  Ahí reside lo históricamente inaudito del Capitalismo: que la religión ya no significa la reforma de la vida sino su destrucción, la desesperación se transforma así en el estado religioso del mundo, del cual hay que esperar la salvación.

La trascendencia de Dios ha desaparecido, pero Dios no ha muerto sino que se ha incrustado en el destino humano. Todo este cruzar el planeta-hombre por la morada de la desesperación, con la soledad más absoluta en su camino, es una actitud que deriva de Nietzsche: ese hombre es el superhombre, el primero que conoce la religión capitalista y comienza a practicarla. Un cuarto rasgo es que el Dios (del capitalismo) debe quedar escondido. Sólo puede ser invocado en el zenit de su culpabilización. El culto es celebrado por una divinidad inexperta; y cada pensamiento o cada representación de ella, destroza el misterio de su madurez.

 También la teoría de Freud tiene que ver con el señorío clerical de ese culto. Lo reprimido, la representación pecaminosa y condenada es con mucho la analogía más luminosa del Capital que cobra intereses del infierno del inconsciente. La forma del pensamiento religioso capitalista se encuentra (también) magníficamente expresada en la filosofía de Nietzsche. La idea del superhombre empuja el salto apocalíptico no hacia la conversión, la expiación, purificación o penitencia, sino hacia un crecimiento constante que en sus últimos tramos se vuelve explosivo y discontinuo. Por eso, crecimiento y desarrollo resultan inconciliables (en el sentido del adagio “Natura non facit saltus”): el superhombre es el hombre histórico, construido sin arrepentimiento y que atraviesa el cielo.

Esa destrucción del cielo por el crecimiento de la capacidad dominadora del hombre, ya fue juzgada por Nietzsche como una culpabilización (deuda) religiosa; y sigue siendo eso. Y algo parecido en Marx: ese capitalismo incapaz de convertirse, se transforma en socialismo a través de los intereses simples y compuestos, que son una función de la deuda/culpa (¡atención a la ambigüedad demoníaca de este concepto!)2 El capitalismo es una religión del mero culto, sin dogma. El capitalismo se ha desarrollado en Occidente –como se puede demostrar no sólo en elcalvinismo, sino en el resto de las orientaciones cristianas ortodoxas- parasitariamente respecto del cristianismo de modo tal que, al final, su historia es en lo esencial la de su parásito, el capitalismo. -Comparación entre las imágenes de los santos de las distintas religiones, por un lado, y los billetes de los distintos Estados, por otro- El espíritu que se expresa en la ornamentación de los billetes.8 Las preocupaciones: una enfermedad del espíritu que es propia de la época capitalista. Situación espiritual (no material) sin salida que (deviene) en pobreza, vagabundeo, mendicidad, monacato de la vagancia. Una situación así, que carece de salida, es culpabilizante.

Las “preocupaciones” son el índice de la consciencia de culpabilidad de la situación sin salida. Las "preocupaciones" nacen por el miedo de que no haya salida, no material e individual, sino, comunitaria. En tiempos de la Reforma el cristianismo no favoreció el advenimiento del capitalismo, sino que se transformó en él. Metódicamente habría que investigar, en primer lugar, qué vinculos estableció en cada momento eldinero con el mito, hasta que pudo atraerse hacia sí, tantos elementos míticos del cristianismo para constituir ya, el propio mito.  El precio de la sangre. Thesaurus de las buenas obras. El salario que se le debe al sacerdote. Pluto como dios de la riqueza. Vínculo del dogma de la naturaleza resolutoria del saber y el capitalismo -propiedad para nosotros que lo hace, a la vez, redentor y verdugo-: el balance como saber redentor y destructor.

Contribuye al conocimiento del capitalismo como una religión el hacer presente que, originalmente, el paganismo originario concebía la religión, no como un “elevado interés moral” "superior", sino, como el más inmediatamente práctico. En otras palabras, el paganismo fue tan poco consciente, como el capitalismo actual, de su naturaleza “ideal”, “trascendente”, y la comunidad pagana consideraban a los individuos irreligiosos o heterodoxos de su comunidad como incapaces, igual que laburguesía actual considera a sus miembros no productivos.

(Nota: Uno de los mejores comentarios que conozco de este texto es el que ofrece Thomas Ruster, El Dios falsificado, Sígueme, Salamanca 2011--- El tema de fondo es que hemos "falsificado" a Dios. Pero lea el libro de Ruster, quien quiera precisar el tema. 

X. Pikaza, Dios o el dinero. Economía y Teología, Sal Terra, Santander 2018, 260-270

Revelación central, dos señores: Dios y Mammón (Mt 6, 24)

            En ese contexto, allí donde el deseo (ojo malo) tiende a dominarlo todo, fabrica un anti-dios que es el dinero absolutizado, que es Mammón, la nada de un ser sin consistencia, que sin embargo mata, esto es, lleva a la muerte. Éste es el pecado diabólico, la serpiente de Gen 2-3, Señor falso, creador de una “iglesia” que vive de matar, parásito de Dios, como sabe nuestro texto:

Nadie puede servir a dos señores

 – Pues odiará a uno y amará al otro. – O se apegará a uno y despreciará a otro

  ¡No podéis servir a Dios y a Mammón! (Mt 6, 24; cf. Lc 16, 13)[1].

 La verdadera Realidad o Señor que fundamenta y potencia la vida del hombre es Dios, de manera que “servirle” es dejarse crear y amar por él, en comunión y gratuidad, amando así a los demás seres humanos. Pero los hombres han “formado” frente al Dios que les hace ser en gratuidad un anti-Dios, la mayor y más perversa de sus creaturas, a la que Jesús llama Mammón, advirtiendo a sus discípulos (su Iglesia) que no pueden servirle al lado de Dios, ni sobre Dios, pues si lo hacen quedarán en manos de la muerte.

 Como sabe la tradición judía, Dios es Uno y sólo a él podemos servir con todo el corazón, con toda el alma, alcanzando así nuestra verdad (cf. Dt 6, 4-6). Pues bien, lo opuesto a Dios, aquello que destruye y mata al hombre porque es “nada” (teniendo la apariencia de ser todo) es el dinero absolutizado, Mammón, principio y compendio de aquellos poderes que el hombre ha creado, para ser al fin pueden esclavizado por ellos, pues son lo opuesto al Dios creador.

1] Mammón es un término arameo popular del tiempo de Jesús, significa riqueza y, más en concreto, el Dios de la Riqueza divinizada, y expresa de un modo visual, imaginativo, que lo contrario a Dios, en sentido radical, no es el Poder en sentido militar o político, ni una Entidad filosófica (el Dios malo, en contra del Dios bueno, de las tradiciones dualistas), ni un Demonio mítico, sino el Dinero absolutizado que domina a los hombres que a él se entregan. La etimología de esta palabra (con doble mem en algunos textos extrabíblicos: ממּן), no es clara, pero todo parece indicar ella que proviene del ámbito cananeo/fenicio, del que he tratado al principio de este libro, y que Jesús la emplea para referirse al Deseo objetivado y absoluto de poseer, un deseo con fundamento externo (el dinero) pero que en su sentido más profundo es producción del mal ojo humano, que quiere apoderarse de todo, frente a la Gratuidad en Sí (Dios como tal, el Padre de Jesús).

 Posiblemente se relaciona con ‘mn/amén, אמן, que es confiar o “creer”, de forma que Mammón sería aquello/aquel en quien creemos de un modo absoluto. Esta contraposición entre Dios y Mammón nos sitúa en el centro de la experiencia y teología de la “fe”, que Pablo ha desarrollado de un modo ejemplar, en Gal y Rom, trazando la identidad radical del evangelio. Una primera aproximación al tema, con bibliografía básica en P. W. Van der Horst, Mammón, en Dictionary of Deities and Demons in the Bible, Brill, Leiden 1995, 1012-1013. Exposición de conjunto en A. von Jüchen, Jesus zwischen Reich und Arm. Mammonworte und Mammon-geschichten im Neuen Testament, Alektor, Stuttgart 1985 J. J. Bartolomé, Jesús ante el dinero. ‘Nadie puede servir a dos señores’”, Sal Terrae78 (1990) 449-459.

  1. Mammón, estructura objetiva que esclaviza. Es un deseo interior de tener, pero un deseo objetivado, que se expresa y encarna en un anti-mundo de dominio y muerte, en línea ideológica (mentira) y político/económica (lucha mutua, opresión). Como sabe Gen 1, el mundo en sí mismo es bueno, y lo misma la materia, el cuerpo, y especialmente el ser humano (cf. Jn 1, 14), pero el hombre ha formado un anti-mundo malo, por obra de ese mal ojo objetivado, como acaba de decir Mt 6, 23, un deseo colectivo (contagioso) de tenerlo todo en clave de dinero, a fin de asegurar así la vida en algo que pensamos tener (pero que en realidad nos tiene).

Ese mal (Mammón) no es creación de Dios, sino producto del mal ojo (deseo) y del miedo de los hombres que quieren asegurar su vida en lo que hacen y construyen, y poseen, pero de tal forma que al fin, aquello que ellos quieren tener para asegurar su vida, les tiene, deshace y destruye (cf. Sab 13-15, en la línea de la Torre de Babel: Gen 11, 1-9). No es creación positiva de Dios, pero tampoco es pura ficción, sino una realidad invertida que nosotros mismos, los hombres, fabricamos, para dominar el mundo (y ser de esa manera dioses), pero dioses que se enfrentan y confunden, destruyéndose a sí mismos.

El dinero en cuando medio de comunicación, al servicio de todos, es bueno, pero hemos a convertirlo en una especie de deseo absoluto, torre de Babel, de forma que deja de ser medio transparente al servicio de la relación humana, del diálogo entre los hombres y mujeres, las familias y los pueblos, para convertirlo en una especie de inmenso agujero negro, que lleva en sí el riesgo de tragar (destruir) todo lo que existe. Así lo vio Jesús en su tiempo, así podemos verlo de manera más urgente y clara en el nuestro. Hemos dado tanto poder al dinero, construido de forma colectiva, que al querer tenerlo (comerlo), en la línea del “pecado” de Gen 2-3, hemos terminado cayendo en sus fauces, de manera que nos mata)[2].

[2] Mammón es aquel/aquello en quien confiamos o creemos plenamente, después de haberlo creado, como si fuera garante de nuestra identidad, de manera que nos inclinamos ante su poder diciendo “amen, así sea”. Nosotros mismos lo hemos creado, pero de tal forma que, al descubrir su poder, lo hemos convertido en Dios (Mammón), corriendo así el riesgo de quedar dominadas por su mismo poder y destruidos. Mammón no es un “ídolo” individual, sino colectivo, la expresión de un deseo “común” de posesión, que nos une y nos enfrenta, de tal forma que pudiéramos hablar de una “anti-iglesia” “mamónica”, la gran sociedad dividida y enfrentada, siempre en lucha, de los adoradores del dinero, como indicará de forma ejemplar y definitiva el Apocalipsis (cf. cap. 10).

  1. Ídolo universal, monolatría. Jesús no expone su declaración (no podéis servir…) como resultado de un análisis económico-social aislado, sino como expresión y compendio de una experiencia radical que ratifica y engloba la tradición del Antiguo Testamento, de Gen 11 a Sab 13-15, reinterpretada desde su experiencia de Dios y de la vida de los hombres (cf. también tentaciones de Mt 4 y Lc 4). Los diversos elementos del poder y la opresión que él ha ido encontrando en su camino le han llevado a descubrir que los males en los que ha venido a caer la humanidad, quedando al fin atrapada por ellos, se condensan en Mammón, que no es signo de ateísmo, sino de idolatría, como en la Torre-Ciudad de Babel (Gen 11) y Becerro de Oro (Ex 32).

 En esa línea, al identificar al anti-dios con Mammón y al condensarlo de algún modo en el dinero absolutizado, Jesús realiza una opción hermenéutica radical: lo que en plano de pecado une a los hombres no es una razón teórica perversa, una pasión sexual, ni un tipo de ateísmo irreligioso, sino el Capital/Mammón, deseo objetivado en forma de dinero, como “aquel/aquello” en lo que creemos (confiamos) de un modo absoluto, en un mundo convertido en objeto de compra-venta, mercado de dinero. Este Mammón es el ídolo total, no uno entre otros, sino el ídolo absoluto, objeto de una religión invertida, un tipo de poder/deseo objetivado, que puede camuflarse en ropajes de piedad o libertad, pero que acaba uniendo a unos hombres en el mal, oprimiendo de esa forma a todos, para así encerrarles en la muerte.

Los hombres que antaño se unieron “para fabricar” la torre de Babel o adorar el Becerro, se vinculan ahora (según Jesús) para fabricar a Mammón y adorarle, entregándose a sus cultos de tipo económico, social o seudo-religioso, pensando que en ellos se expresa la raíz de su existencia, para quedar al fin dominados por la muerte. En la línea de ese Mammón se entiende incluso, como muestran textos del Nuevo Testamento, el templo de Jerusalén, «hecho por manos humanas» (kheitopoiêton: Mc 14, 58), vinculado por tanto al dinero (cf. Mc 11, 15-19; Hch 7, 47-53), como una construcción que ocupa el lugar de Dios, de manera que sus fieles ya no creen en su gratuidad original y creadora, sino en el mismo templo objetivado (con un fondo económico), pues «allí donde está tu tesoro está tu corazón» (cf. Mt 6, 21)[3].

[3] Griegos y romanos, con otros pueblos antiguos, objetivaron sus deseos parciales en dioses. Filósofos y sabios han podido absolutizar sus ideas y deseos en formas ontológicas. Pues bien, al fondo de esos deseos aparece ahora Mammón, entronizado como ídolo absoluto (que puede camuflarse en el mismo templo de Jerusalén), un poder que une a los hombres en el mal, llevándoles a la muerte Cf. F. Hauck, «Mamona»: TWNT IV, 390-392; K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento III: Moral, Barcelona 1975, 433-446; W. Schrage, Ética del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1987, 127-137; R. Schnackenburg, Mensaje moral del Nuevo Testamento, Herder, Barcelona 1989, 160-169. Este mensaje radical de Jesús ha tenido poco eco en el cristianismo primitivo. Ev Tom 47a lo cita, pero de un modo formal (sin asumir su contenido económico); sólo 2 Clem 6, 1 parece hacerlo.

  1. Revelación invertida. El ídolo Mammón no es un desorden cósmico, ni un mal razonamiento conceptual, sino un deseo pervertido del hombre, objetivado en un tipo de riqueza divinizada, que podría liberarle de todos los problemas y peligros, incluso de la muerte. Ese deseo, que en Gen 2-3 aparecía dirigido hacia el conocimiento del bien y del mal, se concretiza ahora en un dinero que aparece como poder de dominio total sobre el mundo, un dinero con el que se puede comprar, vender y tener todo, un dinero que se diviniza y objetiva en forma de “gran tesoro”, objeto y condensación de todos los deseos ya cumplidos (que pueden cumplirse), como ha mostrado Pablo en Rom 13, 9, cuando proclama, en forma lapidaria, “no desearás”[4].

No es un deseo sexual expresado en la relación con otro ser humano (aunque el deseo sexual puede vincularse de manera muy intensa también con el dinero), sino un deseo de posesión total, que se expresa de forma económico-política, en línea de tener y de poder (como pondrá de relieve de manera clara el Apocalipsis). En ese contexto, Mammón aparece como signo y objeto (la expresión más honda) del deseo de tener y dominar, que se objetiva en forma de poder y dinero, entendido como aquello por lo cual se compra y vende todo (pensando que con él y por él nos volvemos omnipotentes e inmortales, siempre con engaño). En ese sentido se le puede presentar como revelación invertida de Dios, pues Dios es la gracia creadora y comunión de vida, mientras que Mammón es aquello que se consigue por imposición y dinero, en un mundo de lucha de unos contra otros, donde nada es gracia, sino todo compra-venta.

Así lo ha comprendido Jesús al presentar a Dios como gracia creadora y al comprender de un modo vital que lo contrario a Dios es, de hecho, el anti-dios Mammón, un tipo de poder económico-vital, que nosotros mismos hemos creado y en el que creemos, de manera falsa, entregándole nuestra existencia, sin advertir que se trata de un poder imaginario que nos entrega al fin en manos de la muerte. Frente a la revelación del Padre, en quien podemos confiar plenamente (shema: Dt 6, 5-6), como Jesús ha ratificado con su vida, emerge (se revela) el anti-Dios Mammón, a quien creemos, amamos y servimos, pensando que nos puede salvar, sin advertir (no queriendo advertir) que nos enfrenta a unos con otros y al fin nos destruye a todos. En esa línea, lo más peligroso de Mammón no es que sea perverso en sí mismo, sino que lo pervierte todo (incluso las relaciones sexuales y afectivas, familiares y culturales), a partir del mismo dinero[5].

  1. La gran contradicción. Mammón y Dios se oponen de tal forma que donde está uno no puede estar el otros, pues Dios es aquel que entrega/regala su propio ser para que vivan otros, mientras Mammón es aquel que vive de la muerte de otros, pues no vive en sí, no tiene ser, y por eso tiene que devorar a los otros, como parásito perverso (cf. Dragón de Ap 12).

Dios es libertad, y así nos hace libres, para que vivamos de manera autónoma, dándonos la vida y convirtiendo así el dinero en signo de comunicación de vida y de liberación de otros. Mammón, en cambio, es la anti-vida, la gran contradicción, aquello que deseamos de tal forma que nos acaba devorando, pues, en vez de vivir en/con él, nos hacemos servidores suyos, en un mercado sin humanidad, donde todos queremos tener, de tal forma que al fin acabamos siendo esclavos unos de los otros, y todos del dinero. Dios nos ama de manera personal y de esa forma “nos sirve” (es nuestro servidor, en el sentido radical de la palabra). Por el contrario, el dinero hecho Mammón parece servirnos, pero lo hace de tal forma que al fin somos nosotros los que debemos servirle, haciéndonos esclavos y esclavizando a los pobres, en una “iglesia” o mercado de muerte[6].

  1. Del monoteísmo que da vida al antiteísmo que mata. Frente al “Dios Uno” del Shema (Dt 6) se eleva el Capital Uno, Mammón, que se impone a través del único mercado mundial, entendido como iglesia donde nada se comparte, sino que todo se compra y vende. Dios es creador (da la vida y la recrea por la resurrección: Rom 4, 19.24). Mammón, en cambio, no crea, sino que destruye lo creado, convirtiéndolo en mercancía, de manera que los hombres ya no valen por aquello que son, ni por el amor que comparten unos con otros, sino por lo que tienen esclavizando a los demás.

 En peligro no ya un politeísmo con muchos dioses, sino un antiteísmo (monoteísmo pervertido), que se centra en el único invertido que es Mammón. Al único Dios de verdad y gracia no se oponen muchos dioses, sino el Mammón único y universal del “interés y deseo” egoísta divinizado como Dinero, ante quien cesa el valor de las personas. En la línea de una tradición unánime del AT (reflejada por ejemplo en Jer 13, 22-26), el Dios verdadero se revela en la justicia creadora, que los pobres e indefensos vivan. En contra de eso, el Dios falso es el poder de un dinero que se absolutiza y que vende y destruye (mata) todo por dinero. De esa forma se contraponen el monoteísmo de Mammón que lleva a la muerte y el de Dios que es Vida[7].

6 Iglesia invertida, comunidad de Mamón. Surge así por Mammón un tipo de sociedad donde hombres y mujeres se juntan y esclavizan por dinero, donde sólo importa el tener para poder, en forma económica, política y/o religiosa. Esa “iglesia” es la ciudad diabólica, contraria a la del Creador, como había mostrado San Agustín, desde su perspectiva, en La Ciudad de Dios, obra que ahora puede y debe interpretarse desde la oposición entre las dos ciudades, una centrada en la gracia de la vida (en el amor mutuo entre los hombres) y la otra en el poder del dinero, entendido como principio de opresión y destrucción para los hombres. En esa línea, como seguiré mostrando, la Iglesia verdadera es la comunidad de los que adoran al Dios de la Gracia, de manera que ellos mismos se convierten en portadores de gracia, compartiendo los bienes, a partir de los excluidos y los pobres, poniendo así todos sus medios (incluido el dinero) al servicio de la vida.

Ésta Iglesia de la comunión se viene revelando desde el principio de los tiempos, pero ha sido convocada y reunida de un modo especial por Jesús, el crucificado, amigo de los pobres y excluidos, que ha querido y sigue queriendo reunirles en un Reino de Gratuidad, abierto a todos los hombres y mujeres de la tierra. Ésta Iglesia entendida como Ciudad de Dios se expresa de un modo privilegiado (pero no único) en la comunidad concreta de los seguidores de Jesús, que asumen su movimiento de búsqueda de Reino, confesándole como aquel a quien Dios ha resucitado de la muerte y que dirige a sus seguidores por el camino del Reino. Ciertamente, esa Iglesia de la gratuidad puede y debe expresarse en la comunidad histórica de los seguidores de Jesús, según el evangelio, pero ella supera los límites puramente confesionales de las iglesias establecidas, no para negarlas, sino para potenciarlas.

Según eso, como opuesto a Mammón, Dios es gracia, de tal forma que el hombre, amado por Dios, puede volverse también gracia, un ser llamado a vivir y crear vida: Los hombre nacen por regalo de amor (no por negocio) y sólo regalando y compartiendo amor, que es vida, puede realizarse humanamente, como Iglesia. Frente a todo idealismo más o menos religioso, propio de seres ociosos y ricos, alimentados por siervos o esclavos, Jesús entiende al hombre desde su verdad real, como ser de amor, diciendo que no es posible una armonía entre Dios y Mammón, entre la gratuidad de la vida que crea comunión y el poder de un dinero absolutizado que lleva a la violencia y mata[8].

[4] El riesgo no está por tanto en el dinero objetivo, entendido como “medio” de intercambio, al servicio de la vida y de la relación entre los hombres, sino en aquel que se ha hecho Mammón, dinero virtual, sin realidad en sí, ilusión financiera, ídolo absoluto, que nos hace esclavos, exigiendo que le sirvamos como esclavos con douleuin (douleu,ein, cf. Mt 6, 24). En contra de eso, hay un dinero que se puede convertir en diakonia, poniéndose al servicio de la vida: dar de comer, dar de beber, acoger… (cf. Mt 25, 31-46), como seguiremos viendo.

[5] En ese sentido se puede y debe insistir en la relación (oposición) entre la fidelidad buena de/a Dios (con emuna/amén) y fidelidad invertida de/a Mammón (que es de la misma raíz de emuna/amén). Mammón sólo nos permite comprar y vender si llevamos su marca (cf. Ap 13, 17), de manera que al fin acaba convirtiéndonos también a nosotros en pura mercancía (cf. Ap 18, 11-13). En esa línea, convertidos en poder supremo, los mismos anti-bienes de Mammón pueden destruir toda vida en el mundo (peligro ecológico) y nuestra propia realidad humana, como vivientes personales. En esa línea, lo contrario a Dios no es la riqueza como abundancia, ni el dinero como símbolo de cambio y medio para realizar operaciones económicas al servicio de la vida (y en especial de los pobres), sino el dinero convertido en capital Absoluto de mercado, donde todo se compra y vende.

[6] Según Pablo, el equivalente de Mammón es una Ley que nos domina y al fin nos destruye, a diferencia de la fe, que es la confianza radical en Dios (y en los otros). En esa línea podemos afirmar que Dios es aquello (aquel) que se opone como gracia creadora y principio de vida al egoísmo del dinero hecho Mammón, una ley universal de muerte.

[7] He desarrollado el tema en Dios es palabra. Teodicea cristiana, Sal Terrae, Santander 2004. Entre los que han estudiado con más precisión el riesgo del Dinero convertido en Mammón está F. Hinkelammert, Crítica de la razón utópica, Desclée, Bilbao 2002; La vida o el capital, alternativas a la dictadura global de la propiedad, DEI, San José 2003; Asalto al Poder Mundial y la Violencia Sagrada del Imperio, DE, San José 2003; Cultura de la esperanza y sociedad sin exclusión, DEI, San José 1995. Cf. también J. Mo Sung, Deseo, mercado y religión, Sal Terrae, Santander 1999.

[8] Este enfrentamiento entre Dios y Mammón explica la vida de Jesús, y, de un modo especial, su muerte, condenado por los poderes del templo de Jerusalén, hecho por manos humanas (Mc 14, 58) y vinculado por tanto al dinero (cf. Mc 11, 15-19), en la línea de la torre de Babel y del becerro de oro (Ex 32),  como pondrá de relieve Esteban, el primer cristiano radical, según Hch 7. También forma parte de Mammón un imperio como Roma, donde todo se conquista con violencia y se compra-vende por dinero, incluidos cuerpos y almas de hombres (Ap 18, 13).

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