Dublín 21-26 de Agosto. Iglesia: Encuentro de familias o "estado" clerical

Posiblemente, la antítesis está mal planteada, pues la Iglesia es ambas cosas, y también otras distintas. Pero se celebra estos días el Encuentro Mundial de las Familias como reza el icono conmemorativo (imagen 1), que pone como signo de la iglesia una trinidad angélica (tipo Rublev) y muy histórica, con José-María-Jesús como piadosa y “divina” familia, con fondo eucarístico (una mesa común) y con escenas del mensaje de familia de Jesús a los lados del tríptico.

El letrero de base del icono recoge el título del Documento Postsinodal (2015-2016) del Sínodo sobre la Familia, convocado por Papa Francisco y titulado la Alegría de Amor (Amoris Laeticia), la buena nueva del amor/familia como fuente y signo de alegría cristiana. Todo ello en un entorno de fuerte devoción, de intensa piedad.

Ciertamente, la piedad es importante, y también la devoción, y la religiosidad en las familias, pero mucho me temo que este nuevo encuentro de Dublín, a pesar de la pasión del Papa Francisco por el tema, no va a tener un verdadero impacto en la visión y práctica del cristianismo en el nivel de las familias.

Posiblemente, el encuentro discurrirá sobre temas marginaless, cuando este tiempo exige un cambio radical en la visión de la familia. Así supo entenderlo ya el evangelio de Jesús (siglo I d.C.), pero después de XX siglos (año 2018) seguimos estando muy perplejos ante el tema, a pesar de la buena intención de millones de creyentes. Han pasado muchísimas cosas en los últimos decenios, desde que San Juanpablo II fundó estos encuentros el año 1994… y los problemas de fondo no parecen haberse enderezado.


‒ Muchos pensamos que el “estilo” de Encuentros sobre la Familia de Juan Pablo II no logró cuajar, ni tampoco el de Benedicto XVI… (a pensar de las misas y celebraciones de familia que se habían prodigado en aquellos tiempo, especialmente en España). El Papa Francisco ha querido introducir nueva savia de evangelio en el “árbol” de la familia, pero tengo la impresión de que su intento no se ha concretado todavía, empalmando de un modo fuerte con la realidad, ni con la raíz del evangelio, a pesar de sus esfuerzos expresados en el famoso Sínodo Doble de las familias (2015-2016), con el documento Postsinodal Amoris Laetitia.

‒ Estamos perplejos (he dicho), pues el tema no es sólo de las familias por aislado, sino de la misma constitución “familiar” y/o clerical del cristianismo. Da la impresión de que este Encuentro 2018 (al que asiste, entre otros, “mi” obispo de Bilbao, Mons. M. Iceta y su vicario y amigo J. Agustín Maíz) sigue siendo demasiado “clerical”, en un momento “delicadísimo” en el que un Jurado de Pensilvania ha destapado un tipo de “olla podrida” de prácticas muy poco “familiares” de algunos círculos eclesiásticos.

No estamos ahora para dar grandes lecciones (ni en Dublín, ni en Philadelphia PENN), sino para aprender humildemente, volviendo al principio del evangelio, desde nuestra realidad concreta, empezando de nuevo, en la línea de Jesús, si es que queremos llamarnos cristianos.


Quizá algunas “repercusiones” del Jurado de Pensilvania han sido mayores por un tipo de anti-cristianismo,pues la “pederastia” no es un tema exclusivo (ni dominante) de la familia eclesial, sino que está presente en (casi) todos los estamentos de la vida escolar, social, familiar etc. Pero en la Iglesia más duele, porque ella ha querido ser "maestra de buena familia", dando lecciones a otros, sin tener limpia nuestra casa.

Vengo estudiando desde hace más de 25 años sobre el tema (antes que el Juan Pablo II convocara el primer Encuentro de Familias), como he puesto de relieve en muchos escritos, y en especial en La Familia en la Biblia. Pues bien, en estos días que siguen, quiero insistir en algunos motivos del tema, empezando por experiencia esencial:



Más que experiencia de buena-familia, fundada en un buen-padre, el cristianismo es experiencia de familia-comunidad, donde la función del “padre de familia” (¡para bien y para mal!) ha sido en gran parte sustituida por el Padre-Dios y por el Padre-Clérigo.

Desde ese fondo se entiende, con sorpresa enorme, la diferencia entre el judaísmo (que sí ha sido y es religión de familias, centradas en el padre) y el cristianismo (que se ha convertido en religión de comunidades clericales, donde el padre de familia no tiene prácticamente ninguna función). Para situar el tema quiero empezar citando las funciones principales del padre de familia en el judaísmo.

Introducción

Israel ha concedido importancia especial al padre de familia. También otros pueblos lo han hecho, no sólo en el contexto oriental y mediterráneo (Roma), sino en el más lejano oriente (China). Pero Israel lo ha hecho de un modo especial. Posiblemente, en principio, su religión ha estado vinculada al pueblo (clan) más que a la pequeña familia. Pero, en un momento dado, quizá a partir de la reforma deuteronomista, la familia ha venido a ocupar un lugar central en la estructura religiosa del pueblo.

Ciertamente, muchas veces, los padres emplean su tiempo en el trabajo fuera de casa, y en la administración y vida social, dejando el cuidado de los niños pequeños y del conjunto de la familia a las mujeres. Pues bien, a pesar de ello, el judaísmo ha venido a convertirse en religión de familia y dentro de ella ha dado un lugar y función esencial al padre. Ciertamente, los rabinos han sido y son importantes, y también las sinagogas, pero los verdaderos “ministros” (“sacerdotes”) del judaísmo son los padres de familia.

Sin duda, el judaísmo es una federación de sinagogas en las que se mantiene la tradición israelita… Pero, en un sentido más hondo, el judaísmo es una federación de familias judías, donde la vida más honda se transmite por las “madres”, pero donde los oficiantes de la religión son los padres, como muestran unos rasgos que escojo a vuelapluma:

El “sacerdote” del judaísmo post-templo (tras el 70 d.C.) es el padre de familia


a. Circuncisión a los ocho días. Ciertamente, la madre da a luz, pero el padre debe ocuparse de circuncidar al varón, introduciéndolo así en la alianza de Dios (que es alianza de circuncidados varones, bien encargados de engendrar buenos hijos). En los pueblos del entorno, el padre tenía el derecho de acoger o no acoger al niño en la familia, pudiendo exponerlo a la muerte. Por el contrario, como han recordado Filón y Flavio Josefo (y todos los grandes estudiosos del judaísmo antiguo), los padres israelitas se comprometían a acoger y educar al niño, introduciéndole en la alianza de Dios. De esa forma avalaban su paternidad, apareciendo como responsables de los hijos ante Dios.

b. Rescate del primogénito. El padre tenía la obligación especial de acoger y rescatar al hijo varón primogénito (¡otra vez religión de primogénitos, transmisores de la ley de buenas familias), dedicado a Dios. Muchos pueblos sacrificaban al primogénito, como supone Gen 22. Los israelitas han superado esa exigencia, pero han hecho que el padre rescate al hijo primogénito, para iniciarle en culto sagrado. De esa forma, el padre actúa como representante de Dios para su hijo.

c. El padre preside las fiestas fundamentales, que son ritos de familia. Ciertamente, en ciertos contexto, en el tiempo antiguo, la función principal correspondía a los sacerdotes. Pero luego, ellos han quedado en un segundo plano, de manera que son los padres quienes presiden la vida religiosa de la familia. Así aparece como auténticos celebrantes de la pascua y de la fiesta de los tabernáculos, siendo iniciadores religiosos para sus hijos, signo de Dios sobre la tierra.

d. El padre ha de enseñar a los hijos la Ley. Ya en las fiestas, donde el padre tiene ser capaz de responder y enseñar a los hijos, cuando le pregunten por las diversas tradiciones y fiestas de Israel. Siguiendo en esa línea, Dt. 5-6 destaca la obligación religiosa del padre: tiene que enseñar a sus hijos el sentido de la Ley, de la elección y alianza del pueblo. Así aparece como signo de Dios, garante de la continuidad religiosa israelita.

Esto significa que el padre israelita no es alguien que engendra a los hijos y se desentiende, dejándolos en manos de mujeres o extraños, sino que tiene la obligación de estar presente en su educación, dirigiéndola de un modo consecuente, en nombre de Dios. Es claro que, al actuar de esa manera, el padre israelita aparece como signo de Dios para su familia. Podemos afirmar que la religión de Israel ha estado centrada en el culto y enseñanza (fidelidad) familiar, al menos desde el exilio. Cayó el Templo, se mantuvo la religión, porque estaba arraigada en la vida familiar, presidida por el padre.

e. El Dios de Israel se desvela como Padre a través de la ley de los padres o antepasados. De esa forma, la familia israelita, regida por los ancianos (=Presbíteros, Padres) viene a presentarse como signo especial de Dios, lugar de su presencia. Gran parte de la polémica de Jesús sobre Dios y las tradiciones de Israel se sitúa en esta línea: transcendiendo el nivel de unos padres-patriarcas de este mundo, Jesús ha querido enraizar su mensaje en el Padre/Madre que va más allá de un tipo de familia patriarcal, abriéndose a un tipo de comunidad donde los más importantes son los excluidos y rechazados de las buenas familia. Por el contrario, los maestros judíos posteriores han vinculado la revelación de Dios a la tradición de los antepasados, como muestra el tratado Abbot (=Los Padres) de la Misná.

Judaísmo/cristianismo. Una disputa de familia

El judaísmo es ante todo una religión de “elegidos”, con un Dios propio de las familias bien establecidas (línea más rabínicas). Por eso es ante todo, como he dicho, una religión de varones, y en especial de padres de familia, buenos engendradores (en esa línea, el celibato resulta para ellos algo inconcebible). Por el contrario, desde la perspectiva de Jesús, el reino de Dios no pertenece a unos elegidos (de buenas familias, con padres cumplidores…), sino que es una religión más propia de los excluidos y de sin familia, de los impuros y de los niños abandonados, y en general de los gentiles.

(a) Padre y Dios. Judaísmo.
Lógicamente, en línea más judía, los padres son signo del Dios Padre, en gesto que tiende a ratificar la verdad establecida, el orden genealógico del pueblo. Si Dios es Padre, él ha de mostrarse y revelar su paternidad a través de los padres del pueblo, que han dicho y siguen diciendo su palabra por medio de las tradiciones y leyes antiguas. Por eso, la fidelidad al Padre Dios se encuentra vinculada a la fidelidad a las tradiciones nacionales de los padres. Ciertamente, el Dios de Israel era Padre en tiempo de Jesús; pero tendía a ser Padre por Ley; vinculado a las tradiciones de los padres, que destacan la fidelidad del pueblo en de un contexto histórico donde el pasado (las genealogías familiares) es determinante.


(b) De un modo sorprendente, el Dios de Jesús aparece como Padre especial de los excluidos del pueblo
(de los que no tienen “buen padre”). El Dios de Jesús es un Padre materno, que sostiene la vida de los hombres que corrían el riesgo de enfrentarse y matarse sobre el mundo. Es el Abba de los enfermos y pobres, de los rechazados y hambrientos, que no tienen en el mundo ningún “padre-señor” que pueda liberarles y acogerles.

El Dios de Jesús no es el Señor de la ley social dominante, que se expresa en los “grandes” padres varones del mundo, sacerdotes y rabinos, presbíteros y sanedritas, muy patriarcalistas, sino el padre/madre de todos los hombres, especialmente de aquellos que no tienen quien les proteja en el mundo. Interpretado así, el proyecto de Jesús resulta revolucionario. No es un mensaje de pura intimidad (que nos encierra en Dios, separándonos del mundo), ni un mensaje de sacralidad social (que avala el orden establecido, ratificando la realidad de aquello que ahora existe), sino una experiencia y exigencia de trasformación radical: el padre/madre Dios es aquel que pone en pie a los derrotados y abatidos de la vida para iniciar con ellos el camino de la justicia.

Del Dios de la buena familia al Dios de los marginados. Valor y riesgo cristiano.

1) A pesar del esfuerzo de escritos como las Cartas Pastorales de una tradición paulina (1-2 Timoteo, Tito…), el cristianismo ha dejado de ser religión de familias, donde el padre de familia es signo de Dios (como en el judaísmo), pasando a ser religión de comunidades que, en principio, se encuentran más abiertas a todos, en especial a los excluidos… Esas cartas sólo admitían como dirigentes de la Iglesia a buenos padres de familia, bien casados. Conforme a esas cartas, un Encuentro sobre las Familias, como este de Dublín 2018 dirigido por clérigos célibes sería un sin-sentido.

2) De los “padres de familia” a los “clérigos institucionales”… El signo del “celibato”: Renunciar a una familia “propia” para ser signo de la familia comunitaria, con sus grandes valores (y con sus posibles riesgos). El representante básico del Dios cristianos y de la comunidad no es ya el padre de cada familia…, sino el “clérigo”, entendido como “padre de la comunidad”, que renuncia para ello a su familia propia, para dirigir la vida de todas las familias y acoger en la comunidad de un modo especial a los sin-familia, huérfanos y viudas, extranjeros, impedidos etc. etc. Este signo del clérigo célibe como signo de familia evangélica ha tenido y tiene un gran valor, pero ha tenido y tiene también el riesgo de olvidar la función de los padres/madres de familia como portadores de la experiencia más honda de Dios.

3) Todo eso debería concretarse, e intentaré hacerlo en los días que siguen, retomando elementos de mi libro sobre la Familia en la Iglesia
y de mi Diccionario de la Biblia, en este tiempo nuevo, año 2018… Este encuentro de familias de Dublín se sitúa (nos sitúa) en el centro del conflicto original que he destacado. ¿Es encuentro verdadero de familias? ¿De qué tipo de familias? ¿O es un encuentro de clérigos sobre las familias?

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