Pentecostés: Un siglo de nacimiento de la iglesia (30-130 dC)

     Hubo “calentones” de anochecer y madrugada (Jn 20, Lc 23, Hech 2), pero Pentecostés fue un siglo de nacimiento de la iglesia (30-130 dC),  el siglo que tardaron  los cristianos en explorar las consecuencias de la pascua (30 d.C) con presencia y acción de Cristo  en las comunidades, fijando su identidad en el  NT, en vinculación con la historia y Escritura del AT, en un proceso fuerte de mutación divina de la vida humana, en apertura a todos los pueblos, distinguiéndose así de un judaísmo que quiso seguir englobando y definiendo el evangelio en el interior de su tradición y  ley nacional.

  Este siglo de pentecostés (30-130 d.C)  ha tenido momentos y ritmos distintos, según las iglesias, pero hacia el 130 d.C., la suerte se hallaba lya echada. Los judíos de Jesús  con los “gentiles” unidos, en proceso de fermentación imparable, con fuertes dolores e inmensas  alegría empezaban rápidamente a vincularse entre sí,  en forma de Gran Iglesia, con supervisores/obispos, Escrituras a (NT) y vida propia, hasta hoy (2025).

The Pentecost Painting by Domenikos Theotokopoulos dit El Greco (1541 ...

INTRODUCCIÓN

 Lo que podía haber terminado diluyéndose en forma de grupitos inarticulados de Jesús vino a ser comunión  unificada y abierto, gran Iglesia de Jesús,  Katholiké Ekklesia, comunidad de comunidades, animadas por el Espíritu de Cristo, no por un tipo de Ley propia de la nación israelita, mientras los judíos nacionales, superada la segunda y durísima gran guerra y derrota contra Roma/Adriano (122-125 d.C., echando por la borda el lastre del helenismo universal recreaban su identidad rabínica (sinagogal, misnaica),  que ha perdurado hasta el día de hoy (año 2025).

La Iglesia  formada por aquellos que conocieron directamente a Jesús  y/o participaron de la primera experiencia pascual, interpretada en forma de acción  (expresión y expansión) del Espíritu Santo. En ella introducimos a los primeros cristianos de Galilea (de los que sabemos muy poco),  a los Doce discípulos fundantes, reunidos en la comunidad de Jerusalén con las mujeres y parientes de Jesús (cf. Hech 1, 13-14), y a los "helenistas" de Jerusalén con los apóstoles y Pablo que entendieron la pascua de Jesús como principio de la efusión universal del Espíritu santo, es decir, de una misión abierta a todos los humanos (Hech 6 ss).

            Estrictamente, sólo hay una primera comunidad cristiana, la de Galilea y Jerusalén, la de Magdalena y las mujeres, con Pedro y los Doce, con los Zebedeos, y especialmente con los helenistas y Pablo y Santiago, el Pequeño,  el hermano de Jesús, De esta primera comunidad, de los cuarenta primeros años, de la muerte de Jesús a la caída del Templo (30-70 d.C.), trata lo que sigue. Éste es el tiempo del Gran Pentecostés, En este tiempo surgió y comenzó a brotar todo lo que ha sido obra del espíritu Santo, hasta el día de hoy.

Sólo después evocaremos la figura y acción de algunos grupos de la segunda, y tercera generación cristiana, las tres generaciones posteriores de consolidación bíblica de manifestación y fijación del Espíritu, que podrían condensarse  70-100 (primera generación post-paulina, con Marcos y Mateo) y 100-130 (segunda generación t en la que quiero destacar las figuras de Lucas y del Discípulo Amado.).   principio y fuente del Espíritu Santo)[1].

PRIMERA GENERACIÓN (3-70 d.C).   COMIENDO DEL CRISTIANISMO

Este domingo 9 de junio la iglesia celebra la Solemnidad de Pentecostés

Los comienzos suelen ser enigmáticos.  Los  beneficiarios  de un acontecimiento salvador apenas son conscientes de aquello que les sucede: viven antes de reflexionar sobre sus vivencias, crean antes de teorizar sobre sus creaciones. Así sucede con estos primeros cristianos,  seguidores  del movimiento de Jesús.  Le han bajado de la cruz, le han enterrado [2]. 

¿Escondieron el cadáver? ¿lo llevaron a otro lugar? ¿Pudieron llevarlo unos soldados deseosos de borrar sus huellas? ¿O resucitó corporalmente, dejando en la tumba el vacío de unos lienzos ya innecesarios para el cuerpo glorioso? Todas estas preguntas siguen planeando ante los ojos del lector inteligente de Mc 16, 1-8; Mt 28, 1-15; Lc 24, 1-43; Jn 20. Pero los evangelios no han querido situarse a ese nivel, sino que plantean el tema en perspectiva de fe y surgimiento cristiano, que comparten Hech 1-2 y 1 Cor 15. Desde aquí podemos ofrecer un esquema introductorio:

 –  Jerusalén. Allí se han reunido los seguidores "oficiales" de Jesús (los Doce). Quizá esperaban la venida gloriosa del crucificado, el fin del mundo, pero han tenido "visiones" especiales: se les ha revelado (aparecido) Jesús, mostrándoles que está resucitado y vendrá pronto; por eso, para esperarle y reunir su comunidad en el lugar de las tradiciones de Israel, ellos retornan a Jerusalén, donde se establecen, para culminar la historia de Jesús, que allí fue condenado a muerte, que ha de mostrarse allí como Señor glorioso.

Es posible que estos entusiastas de Jesús en Jerusalén conozcan y visiten también una tumba vacía, donde proclaman las palabras del joven pascual que dice a las mujeres: ¡Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde le habían colocado!  (Mc 16, 6). Esa tumba sería para ellos signo de la muerte de Jesús y garantía de su próxima venida triunfal. Pero nos resulta difícil precisar mejor el sentido primero de esa tumba, vinculada al testimonio de las mujeres según Mc 16,18.  Sea como fuera, es claro que los Doce y Pedro se han reestablecido en Jerusalén, como testigos y adelantados del triunfo final de Jesús.

 – Galilea.  Parece que una mayoría de  seguidores y/o simpatizantes de Jesús han quedado en  Galilea, donde le siguen recordando.  Posiblemente han tenido una experiencia de Jesús resucitado, es decir, del triunfo de su obra, del valor de su persona. Pero no se reunen en Jerusalén, sino que quedan en Galilea, realizando allí los gestos de Jesús, continuando su camino. Quizá más que aquel que ha resucitado ya, Jesús es para ellos aquel que ha de venir (resucitar) del todo en el tercer día de su parusía. 

Pablo no sabe nada de los cristianos galileos: los ignora o silencia (quizá porque no entran en relación con su misión). Es muy posible que Pedro, al salir de Jerusalén hacia el 43 d. de. C.,  les haya visitado, pues Mc 16, 7 par le recuerda en Galilea. Más aún, Mt 28, 16-20 relanza la misión universal cristiana a partir de Galilea y no de Jerusalén (en contra de lo que supone Pablo y afirma Luc/Hech). 

 Lógicamente, debería comenzar presentando la iglesia de Jerusalén, pues ella parece haber sido "heredera oficial" de Jesús, pero he querido cambiar el orden, presentando primero a los cristianos galileos.

Comunidad de Galilea. Espíritu y liberación

Uno de los mayores enigmas del NT está formado por la existencia y  formas de organización de los seguidores y/o simpatizantes de Jesús en Galilea.  Hech 9, 31 supone que existen allí iglesias, pero no dice cómo han surgido, ni el modo de vida que llevan.  Por su parte, Pablo  aparece como verdadero jerosolimitano: no cita ni siquiera de pasada a Galilea. Su relación con los orígenes cristianos pasa por Jerusalén, donde se dirige al principio por dos veces (cf. Gal 1, 18; 2, 1) y donde se dirige al fin, culminar su misión en oriente, antes de iniciar su camino hacia Roma y occidente (Rom  15, 25-26.31; cf. Hech 9,15; 21-25). 

Es muy posible que estos cristianos galileos hayan elaborado tradiciones sobre su encuentro con el Jesús glorioso, utilizando para ello narraciones de tipo milagroso o eclesial que ahora se encuentran incluidas en  la misma historia evangélica (curaciones, multiplicación de los panes, paso por el lago en la tormenta: cf. Mc 5-8). Eso significa que Jesús sigue vivo en sus palabras, se muestra resucitado en los mismos gestos de su acción liberadora.

Parece que estos cristianos galileos no han transmitido narraciones separadas sobre Cristo resucitado, sino que han incluido su fe pascual en las mismas narraciones sobre la vida, mensaje y milagros de Jesús. Así lo vendría a reflejar, en un nuevo contexto redaccional (que vincula ya a las mujeres de Jerusalén con Pedro y los discípulos) el final antiguo de Mc 16, 1-8: allá, en la misión de Galilea ha de venir Jesús triunfante a culminar su  obra[3]. Desde este fondo reciben densidad y pueden revalorizarse algunas interpretaciones significativas de la pascua que se han propuesto en los últimos decenios, todas de carácter pneumatológico:

 – Resucitado en el Mensaje, Jesús está vivo en su Espíritu. En esta línea se sitúa la interpretación de R gran parte de la teología kerigmática, centrada en la identiad y sentido del kerigma de Jesús. Más que una afirmación sobre Jesús en sí, más que un hecho que pueda probarse con apariciones, la pascua cristiana transmite la certeza de que Dios ha ratificado el mensaje de Jesús al acogerle en su muerte.  Según esto, los cristianos galileos podrían afirmar que Jesús se encuentra  vivo en su Mensaje:  Jesús resucita (o, mejor dicho, está vivo, como Espíritu de vida en el kerigma o Palabra de la iglesia  y en la vida de aquellos que se dejan transformar al aceptarlo. La pascua es según eso el triunfo del Espíritu (Mensaje) de Jesús sobre la muerte[4].

 – Resucitado en la acción liberadora, el Espíritu de Jesús continúa realizando su obra a través de los creyentes. Algunos exegetas como W.  Marxsen, más atentos a la implicación social del evangelio, han centrado la experiencia pascual en la continuidad de la obra de Jesús, que puede y debe interpretarse en clave pneumatológica. Ciertamente, los cristianos galileos deben suponer que Jesús se encuentra de alguna forma vivo (en Dios).  Pero la novedad cristiana no se encuentra en esa representación,  sino en el hecho de que su acción liberadora  se sigue extendiendo y realizando a través de sus seguidores; ellos son portadores del Espíritu mesiánico de Jesús [5].

– Resucitado en la nueva humanidad, el "espíritu humano", un hombre para los demás.   Muchos pensadores cristianos, entre los que destaca, H. Braun interpreta a Jesús como el "hombre para los demás", el testigo de la gracia y  tarea creadora de la vida: ha sabido que el humano se encuentra perdido sobre el mundo,  pero, al mismo tiempo, sabe y  proclama la llegada de la nueva humanidad espiritual y realizada en plenitud. Sus discípulos han sentido que su mensaje sigue siendo verdadero tras su muerte y así lo han expresado, diciendo que él mismo se halla vivo, como Hijo del humano, Hijo de Dios, Señor o Cristo, es decir, como sentido y  fuerte de la nueva humanidad, es decir, como humanidad plenificada por el Espíritu divino [6].

Desde aquí podemos suponer  que los cristianos galileos han desarrollado una cristología que no se encuentra centrada en el relato pascual de las apariciones del resucitado, sino en la presencia viviente del Jesús, que sigue  expresándose como Espíritu de liberación. Más que hablar de un Espíritu que vendrá, ellos son testigos del Espíritu que ya ha actuado por medio de Jesús y que se sigue expresando, de forma liberadora, a través de su acción (de la acción de los cristianos) en favor de los posesos y marginados de la sociedad. Esta visión incluye tres momentos:

–   En su pasado está Jesús, cuyo mensaje y acción actualizan sus discípulos.  Sin duda alguna, estos "cristianos galileos" se mantienen dentro del judaísmo; pero ellos destacan la figura de Jesús y por eso podemos llamarles judíos jesuánicos, carismáticos y profetas como Jesús, deseosos de mantener su recuerdo y enseñanza.

–  En el futuro ellos esperan a Jesús como a Hijo del Hombre.  Es muy posible que piensen que Dios le ha "elevado" (raptado) de forma que se encuentra ya en su gloria, pero no insisten en ello. La base de su fe está en la certeza de que ese mismo Jesús  ha de venir como Hijo del Humano, para ratificar su obra en el mundo.

En el hueco entre pasado y futuro emerge para ellos la historia cristiana, centrada en el Espíritu. El recuerdo de Jesús les mantiene desde el pasado; su  esperanza les enriquece desde el futuro. En medio quedan ellos, llenos del Espíritu de Jesús, realizando su misma tarea.

 Estos cristianos galileos entienden su historia como un tiempo intermedio entre aquello que Jesús hizo/dijo (=fue) y  lo que hará en venida inminente venida, para culminar así su obra. En ese intermedio están ellos, queriendo ser fieles a Jesús en su ausencia, poseyendo su Esp 

  Primera comunidad de Jerusalén. Espíritu y experiencia carismática

 Los primeros miembros de la iglesia de Jerusalén fueron sin duda galileos, que "subieron" con Jesús a la ciudad del templo, quedándose allí tras su muerte o, quizá mejor, retornando allí tras (por) la experiencia de la pascua.  Ellos afirman que han visto a Jesús resucitado, tal como declara taxativamente Pablo (1 Cor 15). Estos cristianos jerosolimitanos acentúan el aspecto de ruptura y culminación de la pascua de Jesús. Ciertamente, les importa su acción y mensaje (como a los galileos), pero tienden a dar más importancia a la persona de Jesús, a su ruptura mesiánica y pneumatológica, viniendo a convertirse en  germen de una "aventura" creadora que ha de abrirse de un modo sorprendente a todos los humanos. Estos son sus elementos característicos, resumidos (reinterpretados) partiendo de Hech 1ss :

 Estos cristianos interpretan la experiencia pascual como signo del fin de los tiempos. No se les ha mostrado Jesús sólo para decirles que está vivo y que sigan realizando para siempre (en largo tiempo) su tarea antigua, sino que les arranca de Galilea (de los exorcismos y las curaciones, de la convivencia con el pueblo del entorno), para juntarlos en Jerusalén, aguardando allí su vuelta. Hech 1, 6 supone que esperan la restauración escatológica de Israel.  Su iglesia es una comunidad de esperanza mesiánica judía.

 Jerusalén forma parte de su propia teología. Ciertamente, es la capital sanguinaria, que ha matado a los profetas y a Jesús, pero ellos  están seguros de que Jesús ha de venir ya de inmediato como mesías. Por eso dejan en Galilea lo que tienen y se juntan en Jerusalén, no para esperar la venida del Espíritu  de la misión universal y salir luego hacia todos los caminos del mundo (como dirá Lucas en Hechos), sino para esperar allí, en Jerusalén, el fin del mundo viejo. El mesías y Jerusalén forman parte de la misma esperanza escatológica.

– Jesús ha de venir como triunfador y la comunidad reunida en su nombre, en el entorno del templo de Jerusalén, espera anhelante su llegada triunfal. Para los cristianos galileos importaba más el cumplimiento de las obras y palabras de Jesús. Por el contrario, los cristianos de Jerusalén  parecen menos empeñados en seguir la obra de Jesús, pues piensan que ella se encuentra de algún modo culminada. Por eso dan más importancia a su venida final, como mesías transcendente (le identifican ya con el Hijo del hombre).

– La comunidad se reúne en torno a los Doce. Parece que el mismo Jesús había instituido el grupo que fracasó  con su muerte (uno le traicionó, otro le negó...).  Pues bien, en dato de gran significado teológico, Hech 1 afirma que, al comienzo de la experiencia pascual, Pedro instituyó de nuevo el grupo. Ellos no son "apóstoles" (enviados al mundo), sino testigos y compañeros del mesías al que esperan, para compartir su triunfo y realizar su juicio sobre el Israel definitivo (cf. Mt  19, 28; Lc 22, 30). Así forman el vínculo de unión entre el pasado de Jesús y su venida futura.

Esperando el fin se  han reunido, constituyéndose en Jerusalén como grupo visible, entre los otros grupos de judíos de aquel tiempo, para simbolizar y anunciar la culminación israelita. Ciertamente, más que las enseñanzas concretas de Jesús acentúan su triunfo (el cambio de los tiempos) y la certeza de su inminente venida.  Esta certeza de que llega el fin va reuniendo a los diversos grupos que aparecen evocados en Hech 1, 13-14 [8].  

Pues bien, parece evidente que la iglesia cristiana de Jerusalén se ha creído "poseída" por el Espíritu, que el mismo Jesús resucitado ofrece a sus discípulos, reunidos en comunidad escatológica. Todo nos permite suponer que esta ha sido la novedad más grande de esta iglesia: los creyentes se han sabido y sentido llenos del Espíritu, internamente penetrados por la fuerza de Dios, capaces de vivir y hablar de forma nueva, conforme a una experiencia carismática (extática) que hallamos reflejada al fondo de Hech 2ss.

– Espíritu y  "estado naciente".  Estos primeros son testigos de la irrupción poderosa del Espíritu de Dios, descubriendo la fuerza de su gracia creadora, interpretando su experiencia como signo del triunfo de Cristo y como anticipo (arras) de venida mesiánica final. Por eso,  al lado de los Doce (signo más oficial de culminación), destaca en ellos la presencia de profetas y/o carismáticos.  Más tarde, Lucas ha interpretado la efusión del Espíritu como fuente de apertura misionera (en Hech 2); pero es evidente que, en principio, la certeza de la actuación del Espíritu  aparece vinculada a la misma experiencia carismática (judía) de la comunidad.

– Los primeros cristianos de Jerusalén formaron  una comunidad de extáticos. En esto se han distinguido de Jesús, que fue vidente pero no visionario, carismático pero no extático. Es normal que hayan sido extáticos, grupo de personas emocionalmente transformadas por la experiencia de Jesús (inversión de la muerte, esperanza de la inminente parusía). Desde ese fondo se entenderán los momentos posteriores de su apertura misionera  (misión en Samaria, conversión de Cornelio: Hech 8.10).

– Comunidad de bienes. En la misma línea carismática y de anticipo de la plenitud final ha de entenderse la comunidad de bienes, destacada en Hech 2, 42-47; 4, 32-5, 1.  La angustia ante la muerte, la preocupación por el futuro, divide normalmente a los humanos, pues cada uno de ellos quiere asegurar su propia vida, asegurarse ante los otros. Pues bien, allí donde esa angustia desaparece, como efecto de la experiecia carismática, los creyentes pueden vincularse en gozo compartido, en acción de gracias, en comunidad económica.

Estos primeros cristianos de Jerusalén han constituido, según eso, una comunidad para el fin de la historia. No han tenido planes de futuro, no han querido construir ninguna forma nueva de sociedad, no han planeado conquistas misioneras. Simplemente han querido vivir en fidelidad a Jesús, desde la confianza total en su próxima venida salvadora.

Externamente hablando, ellos han estado equivocados: esperaban la venida inminente de Jesús, pero Jesús no ha llegado; se reunieron en Jerusalén, llenos del Espíritu de Dios, para recibir a Jesús y acompañarle en su triunfo mesiánico, pero su esperanza quedó fallida. Sin embargo, en el sentido más profundo, ellos fueron y siguen siendo el testimonio fundante de la historia mesiánica. No llegó Jesús como esperaban, pero vino de hecho y su comunidad, reunida en esperanza, fue de hecho un germen fuerte de humanidad.

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Espíritu y carismas.  La confesión pascual se tradujo para los cristianos de Jerusalén en forma de experiencia carismática: ellos, los seguidores del Jesús crucificado (como abandonado de Dios) se sintieron poseídos por el poder de Dios, como encendidos por un fuego interior, animados por un viento poderoso y creador. Ciertamente, ellos sabían que Jesús había resucitado, pero más que la pura afirmación pascual del Señorío de Jesús les importaba su propio cambio personal y social.

 Pasaron los tiempos, se apagó aquel incendio carismático, cesaron en gran parte los carismas, se institucionalizó la iglesia, de manera que el Espíritu vino a quedar vinculado, en gran medida, a la propia jerarquía. A veces se ha podido pensar, con evidente exageración,  que los beneficiarios y portadores del Espíritu son los obispos y restantes miembros del equipo magisterial, muy centrado en torno a Roma. Pues bien, en contra de eso, es conveniente que volvamos hoy de nuevo a los principios carismáticos de la iglesia en su conjunto. Somos herederos de aquella primitiva comunidad fraterna de Jerusalén donde la comunidad de bienes resultaba una expresión y garantía de la más intensa comunión en los dones del Espíritu (como sabe bien san Pablo: cf. 1 Cor 12-14).

Nueva comunidad de Jerusalén.  Espíritu y apertura misionera

La verdadera historia cristiana (la iglesia duradera) ha comenzado sólo en el momento en que algunos creyentes de Jerusalén, rompiendo el modelo anterior de espera escatológica y actualidad carismática, decidieron ofrecer el mensaje y vida de Jesús (la experiencia pascual) a los gentiles. Jerusalén dejó de ser ciudad de espera mesiánica pasiva para convertirse en principio de una salida misionera, abierta en el tiempo de este mundo a lo pueblos de la tierra.   Así lo han realizado los nuevos cristianos helenistas (cf. Hech 6ss).

Los Doce se habían reunido en Jerusalén para quedarse, esperando el fin. Los helenistas inician desde Jerusalén un camino de salida que les irá llevando hacia todos los pueblos de la tierra. De esa forma han transformado la experiencia carismática del Espíritu (más quietista, cerrada en sí misma) en experiencia del Espíritu misionero. Ciertamente, siguieron pensando que la parusía era inminente: Jesús vendrá y se manifestará en esta misma generación.  Pero en el centro de la fe y la espera ya no está Jerusalén ni el templo, sino una misión que se va abriendo a los gentiles.

– Los helenistas. Parece que habían venido a Jerusalén por "celo religioso", apoyándose en las tradiciones mesiánicas de Israel, encarnadas en la ciudad santa. Pues bien,  en un momento dado ellos se integran en la comunidad de seguidores de Jesús, porque encuentran en ella algo algo que, sin duda, estaban buscando.  Hech 6 sabe que ellos han entrado pronto en conflicto con los Doce por cuestión de "las mesas y las viudas", es decir, por problemas de organización económica y social de la comunidad.  Es evidente que el conflicto ha tenido un origen religioso, es decir, mesiánico: los helenistas interpretan de un modo distinto la pascua de Jesús, la experiencia del Espíritu.

Crítica del templo.  Estos helenistas son también "carismáticos" (acentúan la esperanza escatológica, son profetas, ponen de relieve la comunidad de bienes), pero no están vinculados a la imagen sacral de Jerusalén, ni conciben su templo como lugar de reunión para todos los pueblos.  El centro de su esperanza es Jesús (no el templo ni Jerusalén), de tal forma que pueden y deben abrir su mensaje a los gentiles, superando la estructura sacral del judaísmo. Ciertamente, ellos son judíos, pero judíos "heterodoxos", si vale esa palabra. El mensaje de Jesús, centrado en su opción por los pobres, y de un modo especial en la experiencia de su muerte (rechazado por las autoridades de Israel), les permite radicalizar su mensaje, en línea de apertura a todas las naciones.  Por eso se abren en forma misionera hacia los prosélitos y samaritanos, para terminar ofreciendo el evangelio a los gentiles, a partir de Antioquía de Siria (Hech 11). 

Jesús, nueva creación.  Los helenistas han identificado la pascua con la efusión universal del Espíritu, es decir, con la misión dirigida a todos los pueblos (cf. Hech 2).  Ya no ven a Jesús simplemente como como Mesías judío de Jerusalén, sino como el que ha sido elevado a la gloria de Dios, como Hijo suyo (manifestación de su más hondo misterio paterno) y Señor de todo el cosmos (con poder divino).  Por eso, la pascua ya no es para ellos un puro anticipo o promesa de la parusía, sino expresión del triunfo y señorío actual de Jesús, que está elevado a Dios, ofreciendo desde allí su evangelio a todos los humanos.  De manera consecuente, ellos interpretan la presencia del Espíritu de Cristo como fuente de oferta misionera a los gentiles.

Más allá de la ley, el Espíritu cristiano. La misma exigencia misionera les lleva a destacar los aspectos  específicos del evangelio: el sentido del mesías crucificado (asesinado por la ley del judaísmo), el valor de Jesús como Hijo de Dios y Señor, el carácter universal de su salvación...  Quizá ni ellos mismos empezaron comprendiendo la novedad que esto implica en la visión el judaísmo. Pero hay alguien que lo ha visto, primero desde fuera, luego desde dentro de la iglesia: es Saulo (Pablo), celoso fariseo oriundo de Tarso, que ha empezado persiguiendo a los cristianos porque ponen en riesgo la unidad e identidad del judaísmo (cf. Hech 9, Gal 1; Flp 2).  

COMPAÑEROS Y AMIGOS DE JESÚS | Xabier Pikaza | Editorial SAL TERRAE ...

Los helenistas asumen y destacan algo que hasta entonces se hallaba velado, destacando así la ruptura y nuevo nacimiento del evangelio cristiano. Pues bien, de un modo o de otro, todos los restantes grupos de cristianos han asumido de algún modo la novedad helenista, su más honda visión de la identidad. Con ellos ha empezado y se instituye en su verdad la iglesia [9].

El milagro o clave de la identidad cristiana no es que existan varios modos de entender la herencia de Jesús, sino que todos se hayan vinculado, manteniendo (recreando) la unidad y aceptando, en algún sentido, la línea creadora de estos helenistas. La primera (y segunda) generación de cristianos ha sido multiforme.  Pero, en el fondo de sus múltiples caminos, ella ha mantenido una fuerte unidad, fundada en el carácter novedoso y universal del mensaje de Jesús. Pedro mismo ha terminado aceptando (aunque con ciertas variantes) el modelo eclesial de los helenistas, lo mismo que harán en gran parte las comunidades galileas.  Los diversos grupos de cristianos, después de un momento dispersión, han vuelto (o han empezado) a vincularse desde la misma experiencia pascual y pentecostal de Jesús.

 De esa forma ha ido emergiendo una especie de  coincidencia básica, reflejada por 1 Cor 15: la confesión de fe cristiana se funda en la experiencia pascual. Todos los cristianos conciben y presentan a Jesús como resucitado: no es sólo aquel que ha de venir, sino el que está constituido como Hijo de Dios, en el Espíritu, por la resurrección de entre los muertos. Así lo ha formulado Pablo en Rom 1, 3-4, en palabra que ha recibido de la tradición anterior y que pueden aceptar los cristianos de origen de judío de Roma, a quienes escribe su última carta.

Espíritu y misión universal. Pentecostés cristiano.  Los primeros discípulos de Jerusalén formaban una comunidad de carismáticos, hombres y mujeres llenos de la experiencia del Espíritu. Pues bien, esa experiencia del Espíritu  se expresa ahora más bien en forma misionera: el mismo Jesús resucitado viene a presentarse como fuente de Espíritu, abriendo ante los discípulos un camino mensaje y salvación (comunión) para todos los humanos. 

Al principio, quizá no lo advierten ni ellos mismos: no tienen un programa preciso de misión; simplemente misionan (como hacían en plano de proselitismo otros judíos), pero lo hacen de forma distinta, superando o dejando a un lado los símbolos centrales del judaísmo nacional (el templo, la obligación de cumplir las leyes nacionales). De esa forma inician un camino de misión y vinculación  para todos los pueblos, para toeos los humanos. De esta forma definen su experiencia pneumatológica: más que poder liberador (carismáticos de Galilea), más que fuente de experiencia carismática (primera comunidad de Jerusalén), el Espíritu cristiano es poder de creatividad y comunión que se abre y vincula a todos los humanos.

  Pentecostés pascual. Resurrección de Jesús y Espíritu Santo

Eso que he llamado coincidencia básica, es decir, la novedad transformadora y permanente del cristianismo se identifica con la pascua de Jesús. Sin duda alguna, había  experiencias pascuales tanto en Galilea como en Jerusalén. Pero podemos afirmar que sólo ahora, tras la crisis helenista, la consolidación de la comunidad de Jerusalén en torno a Santiago y la apertura misionera hacia judíos y gentiles, esas experiencias se unifican y precisan, definiendo la novedad cristiana, en términos de Pascua (Dios ha resucitado a Jesús) y Pentecostés (el Espíritu de Dios abre el mensaje de Jesús a todas las naciones)..

Estos nuevos cristianos pascuales (y pentecostales),  no quieren crear una nueva religión, no tienen deseos de fundar una iglesia distinta de la comunidad judía. Pero, de hecho, profundizando en su experiencia de Jesús resucitado, acaban  suscitando una iglesia nueva, definida por la apertura universal del evangelio, desde un fondo de muerte y resurrección. La pascua de Jesús no es una experiencia de la inmortalidad divina del alma, ni negación del valor de la materia (contra la gnosis), ni pura esperanza de salvación futura (contra el judaísmo posterior), ni afirmación del eterno retorno de la vida, sino descubrimiento y despliegue universal del valor salvador de la realidad e historia concreta de Jesús.  De esa forman se vinculan pascua de Jesús y pentecostés universal.

–  Pascua. Jesús ha vivido y muerto  en favor de los demás, entregándose de tal modo en manos de Dios, que Dios le ha recibido en amor y le ha resucitado. Por eso, la resurrección es consecuencia de la propia entrega de Jesús, de su existencia regalada en gratuidad, compartida en gozo creador, ofrecida en esperanza al Dios de la vida. No es el triunfo de un humano cualquiera,  sino consecuencia y expresión de la singularidad de Jesús: él vivió de tal manera que su vida habría carecido de sentido si no hubiera sido recibida en Dios, si Dios no le hubiera resucitado.  

Pentecostés. Jesús ha regalado la vida a Dios (entregándola al servicio de su reino) y Dios le ha recibido, ratificando su obra, acogiendo su persona. De esa forma han culminado su proceso de amor, en el centro de la historia humana. De esta forma se establece y expande la novedad del evangelio: el amor de  comunión de Dios (el encuentro pleno del Padre y  Jesús) puede abrirse a todos los humanos. No ha realizado su camino para si, no cierra su amor en su pascua, sino que lo abre, en forma de efusión pentecostal a todos los humanos. Por eso, la resurrección cristiana, centrada en el "triunfo" de Jesús (a quien el Padre acoge en su amor) se expande y expresa a través del pentecostés misionero de la iglesia, que lleva el mensaje y vida de Jesús (su amor de comunión) a todas las naciones. 

Conforme a todo esto, la experiencia de la pascua de Jesús puede y debe entenderse en el centro de un haz de misterios que abarca todos los aspectos de su realidad evangélica y humana. Así lo ha ido mostrando (descubriendo) la tradición eclesial. Estos son los aspectos que ella ha ido expresando a lo largo de los años y textos fundantes del Nuevo Testamento:

 Muchos judíos aguardaban la resurrección de los muertos para el final de los tiempos, como sabe Marta en Jn  11, 24, pero los seguidores de Jesús han descubierto y confesado algo diferente:   el misterio de la resurrección se ha expresado y anticipado en la pascua de Jesús. Por eso no hablan de la resurrección en general, sino de Jesús resucitado. No proclaman un dogma de fe para el fin de la historia (llegará la resurrección de los muertos), sino una experiencia de recreación, realizada en Jesús, en el mismo centro de la vieja historia humana. En Jesús se realiza el misterio y acción del Espíritu de Dios.

PENTECOSTÉS - Trinitarios

–  Quien ha resucitado a Jesús es Dios Padre, que le ha recibido en su entrega y le ofrece de nuevo la vida, de un modo más alto y gratuito (ya definitivo) . Por eso, la resurrección no es una propiedad individual, particular, de Jesús, algo que él tiene por sí mismo, sino un momento de su diálogo con Dios. La pascua pertenece al misterio más hondo de la gracia, al don del reino, que no es algo que vendrá sólo  fin de los tiempos cósmicos, sino que ha culminado ya y  se ha realizado en la vida de Jesús. La resurrección de Jesús forma así parte de la intimidad del Dios cristiano, que viene definirse para siempre como aquel que ha resucitado a Jesús de entre los muertos (cf. Rom 4, 24).  Ella es un momento del ser pleno de Jesús, un constitutivo esencial de su persona: Jesús es "mesías", Hijo de Dios, porque ha  dado su vida en amor a Dios Padre (a los humanos) y porque Dios le ha recibido en su amor, recreando su vida para siempre, en forma pascual.

 Jesús ha sembrado su vida y Dios la ha recogido al resucitarle de los muertos. Jesús es según eso un individuo aislado (no es persona por sí mismo), sino que existe al dar lo que es y tiene a Dios  (al dárselo a los otros). De esa forma, su pascua es la expresión y plenitud de la misma comunión divina, que se expresa así en la meta de la historia  Obtener la vida al darla: eso es resucitar. Recibir la vida en Dios (para los otros) al haberla entregado hasta la cruz, eso es la pascua. Por eso resulta esencial que quien resucita sea el crucificado (cf. Mc 16, 1-8). Dios no da la vida a uno cualquiera, no ha hecho centro de la nueva historia a un rey o general, a un triunfador del mundo, sino a Jesús crucificado, ratificando de esa forma su entrega mesiánica, expresando (revelando) sobre el mundo, en formas temporales, su misterio de amor compartido. 

De manera consecuente, expresando el misterio del Padre y de Jesús,  la pascua se identifica con la realidad (comunión) del Espíritu Santo. Así podemos afirmar que "antes no había Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado (no había resucitado de entre los muertos)" (cf. Jn 7, 39)  La resurrección no pertenece al Padre aislado, no es tampoco una propiedad individual de Jesús, sino que ella es la hondura y plenitud del encuentro del Padre con el Hijo; por eso, es la expresión completa del Espíritu, que realiza en el mundo su despliegue total de vida, de comunión y gracia, de vida compartida.

Culminando el misterio cristiano, podemos afirmar que la resurrección de Jesús se identifica con el despliegue total del  Espíritu, a nivel intradivino (inmanencia trinitaria) y a nivel de economía salvadora (el Espíritu de Jesús resucitado es principio de misión y comunión universal). Esto es algo que saben y proclaman de formas convergentes Lc 24, Hech 1-2 y Jn 20, 19-23. Desde el momento en que la pascua de Jesús se expresa como despliegue total del Espíritu Santo cesan las limitaciones anteriores, de manera que la misma ciudad sagrada, que los Doce habían entendido como meta de peregrinación universal de la humanidad (lugar de pascua de Jesús, foco de su Reino), se convierte en punto de partida de un camino misionero abierto a todos los humanos.

Este descubrimiento, realizado inicialmente por los helenistas y expresado luego, de maneras distintas pero convergentes por los varios testigos del NT,  constituye el punto de partida de la nueva visión de la historia cristiana: allí donde parecía que el tiempo ha terminado empieza verdaderamente el tiempo, la misión pascual de los creyentes; allí donde Jesús realiza su camino israelita, apareciendo como portador del Espíritu, se inicia la misión universal de la iglesia.

Esta es la paradoja esencial del evangelio. Los seguidores de Jesús saben por un lado que todo ha terminado: ha llegado el fin, pues Jesús ha resucitado. Por otro sienten, sin embargo,  que está empezando: La pascua de Jesús se vuelve principio de nueva creación, fuente de unificación (salvación) para todos los humanos.

Espíritu pascual, nueva creación.  La primera creación fue obra del Espíritu de Dios  (que se cernía sobre las aguas del abismo) y de la Palabra del mismo Dios que iba diciendo "hágase", de tal manera que las cosas eran. La nueva creación pascual es obra de la Palabra escatológica de Dios (que es Jesús resucitado) que ofrece a los humanos, que ofrece a los pueblos de la tierra su Espíritu de amor, la misma comunión intradivina.  

Este  Espíritu Segundo es esencialmente misionero y universal: es amor que se expande y ofrece a todos los humanos, sin distinción de raza o pueblo; es amor que vincula a todos los humanos, en unidad de vida gozosa y compartida. Por todo esto, la revelación y despliegue del Espíritu debe interpretarse como la expresión total del misterio de Dios, que se manifiesta plenamente divino por la pascua de Jesús: es fuente de comunión, poder y gracia  de encuentro para todos los humanos.

SEGUNDA GENERACIÓN (70-100 d.C). CONSOLIDACIÓN DEL EVANGELIO  

Pablo murió (fue ejecutado en torno al 62-65 d.C. en Roma), Pero su impulso, el mensaje de sus cartas, su misión se extendió de un modo imparable y fue aceptado de algún modo por todas las iglesias.

Esta fue la generación de los primeros evangelios (Marcos y Mateo), con la consolidación de la gran teología paulina (Colosenses, efesios) Este fue el tiempo de la recepción pentecostés paulino.. Partiendo de la visión de los misioneros helenistas, que acabamos de esbozar, Pablo ha desarrollado su propia teología del Espíritu de Cristo que ahora evocaré, citando algunos de sus rasgos fundamentales, partiendo de Rom. Esta carta empieza presentado una visión pascual de Cristo, en clave misionera y pneumatológica:

  1. Pablo, siervo de Cristo Jesús, elegido apóstol, separado para el evangelio de Dios,

que había anunciado por medio de sus profetas, en las Escrituras Santas (1, 1-2),

  1. acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne constituido hijo de Dios en Poder según la fuerza del Espíritu santo, por la resurrección de entre los muertos Jesucristo,

nuestro Señor (1, 3-4)   (Rom 1, 5-6)[10]

 Pablo (a y a') se presenta a los romanos como apóstol o enviado  de Jesús, Hijo pascual de Dios (b). Ciertamente, como saben los judeocristianos, Jesús es hijo de David, ha nacido de historia de promesa israelita. No es humano cualquiera, sino Mesías prometido de Israel; pero su realidad salvadora de Hijo de Dios la ha recibido por la Pascua, que desborda el mesianismo israelita, para abrirse en forma misionera a todos los humanos.[11] 

  Dios dirigía la historia israelita, pero sólo ahora ha venido a revelarse plenamente por su Hijo, como suponen también otros pasajes del NT (cf. Rom 10, 9b; Col 2, 12; Hech 3, 15; 4, 10, etc.) [12]. Pues bien, Rom 1, 3-4  supone que la filiación pascual de Jesús se relaciona con el despliegue del Espíritu de Dios [13]. En cuanto hijo de David, Jesús sería sólo un mesías carnal, encerrado en el círculo de la historia israelita. Como nacido de Dios por la pascua, Jesús  recibe su más alta filiación por el Espíritu, viniendo a convertirse en fuente de gracia y salvación para todos los humanos.

La pascua, o triunfo ya realizado de Jesús, se vincula de esa forma con la misión eclesial por el Espíritu santo. Pablo sabe ciertamente que el Espíritu de Dios se expresa en los fenómenos extáticos y el don de lenguas (cf. 1 Cor 12-14), pero en su verdad más honda ha venido a presentarse como Poder de salvación que se expresa y expande por la pascua de Jesús. 

Entendida así, como experiencia de su Espíritu, la pascua de Jesús  sigue dirigiendo a los cristianos hacia el futuro de su venida, es decir, hacia la resurrección completa del fin de la historia. Desde el Espíritu que han recibido ya y que habita en ellos, llenándoles por dentro, pueden vivir en la esperanza de la resurrección:

 Si el Espíritu de aquel que ha resucitado a Jesús de entre los muertos

  1. habita en vosotros,
  2. el que ha resucitado al Cristo de entre los muertos

    b' vivificará también vuestros cuerpos mortales,

 a'. en virtud de su Espíritu que habita en vosotros (Rom 8, 11).

 El mismo Dios, que ha resucitado a Jesús (pascua ) nos  resucitará a nosotros por su Espíritu (culminación de pentecostés).  Sabemos que el Espíritu ha resucitado a Jesús: esta es su tarea principal, su definición cristiana más profunda. Pues bien, ese mismo Espíritu resucitará (vivificará) a los cristianos,  haciendo así que participan del triunfo de Jesús.  Pero ellos poseen ya desde ahora el Espíritu de filiación, de tal forma que pueden proclamar: ¡Abba! Tú eres mi Padre (Gal 4, 5-6):

No habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor,

sino que habéis recibido un espíritu de filiación, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 

El mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios,

y si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo...  (Rom 8, 15-17)

 Ciertamente, en plano externo, los cristianos siguen siendo "carne", viven  sometidos a la esclavitud y muerte. Pero, en un nivel más hondo, ellos han recibido el Espíritu de Cristo, apareciendo de esa forma como hijos de Dios.  Eso significa que son ciudadanos de dos mundos. Por un lado se saben inmersos en la esclavitud  de un cosmos que se encuentra sometido a la "vanidad" (mataiotês: 8, 20; cf. Qoh). Por otro tienen una conciencia más honda de libertad, y así buscan la filiación  definitiva. Como judío apocalíptico, Pablo ha destacado la corrupción de este mundo, que va pereciendo.  Pero añade como cristiano que esa corrupción pude superarse a través de la esperanza escatológica, por medio el Espíritu,  que actúa (y ora: llama al Padre), a través de los humanos, desde el mismo centro de este mundo que parece condenado:

  1. Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu..., gemimos por dentro,

aguardando ansiosamente la filiación, la redención de nuestro cuerpo...

  1. Pero... el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad;

porque no sabemos orar como debiéramos,

pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles  (Rom 8, 23-27).

Entre la creación cautiva y el Espíritu de la plena libertad y filiación de Dios habitamos, animados en nuestra plegaria por el Espíritu que Pablo  ha interpretado como presencia pascual de Jesús, fuente de comunión eclesial y principio esperanza escatológica [14].  Aquí destacamos el primer aspecto: el Espíritu es presencia pascual de Jesús (cf. 1 Cor 15, 45-47; cf. 2 Cor 3, 17).

 Pablo ha distinguido dos seres humanos (dos adanes). El primero es el Adán de Gen 2-3; el segundo es Jesús resucitado. En contra de lo que supone un judaísmo sapiencial representado por Filón de Alejandría, según Pablo la historia mesiánica no va de lo perfecto a lo imperfecto, sino al contrario:

* Adán, el primer humano fue alma viviente, ser terreno, protagonista de la historia vieja de pecado. Del mundo viene y al mundo vuelve, en proceso de vida frágil, limitado.

* El último o Segundo Adán es Espíritu vivificante, que viene del cielo, en camino de entrega y culminación pascual   (cf. 1 Cor 15, 45-47).

 .

Este último Adán, humano segundo y ya definitivo, se identifica con Jesús  y está lleno del Espíritu.  Ciertamente, sigue siendo un individuo que ha muerto y resucitado por nosotros; pero, al mismo tiempo, es foco y fuente de Espíritu y principio de vida para todos los humanos. Por eso se le llama Señor (kyrios) y se le identifica (funcionalmente) con el Espíritu (t o pneuma), afirmando que allí  fonde está el Espíritu del Señor allí existe libertad (ὁ δὲ Κύριος τὸ Πνεῦμά ἐστιν· οὗ δὲ τὸ Πνεῦμα Κυρίου, ἐλευθερία.  2 Cor 3, 17).   El mismo Señor resucitado (historia pascual ya cumplida) es según eso Pneuma (principio de nueva historia, en libertad de amor y comunión para los humanos). Dese ese fondo ha fijado Pablo la relación y diferencias entre Moisés y Jesús, entre judaísmo de la ley y mesianismo cristiano del Espíritu, en 2 Cor 3-4:

*  Por un lado sitúa a Moisés, signo de la ley israelita, vinculada a la  letra (ley, escrita en unas tablas) y a la muerte (su camino de pacto termina, su ley nacional acaba). Moisés  representa la historia violenta y mentirosa de unos hombres y mujeres que no se atreven a quitar el velo que han puesto sobre el rostro,  porque el miedo de la muerte les domina.

*  Por otro sitúa a Jesús, el Cristo, que ha quitado el velo de la ley, superando por su muerte en favor de los demás el miedo a la muerte, y abriendo a los humano el acceso hacia el misterio del Espíritu que vivifica (cf. 2 Cor  3, 6). En ese nivel de cumplimiento de la historia y de apertura hacia de la gracia de la libertad aparece Jesús resucitado como Espíritu, principio de vida y transparencia para los humanos.

El Jesús que es Kyrios pascual (que ha triunfado ya) viene a presentarse como Pneuma o fuente de vida divina (en transparencia y libertad) para los humanos. Entre el pasado de la pascua y el futuro de la parusía de Jesús, viene a extenderse el tiempo del Espíritu, la historia liberada. Utilizando una terminología posterior, podríamos decir que el Espíritu Santo en cuanto realidad divina (y persona) es el mismo Cristo Señor, expandiéndose y abriendo su vida (en perdón y comunión) a todos los humanos. 

Espíritu de Cristo, libertad humana. Pablo acaba identificando el Espíritu de Dios con el mismo Jesús resucitado en cuanto actúa como principio de vida y libertad para los humanos.  Podrían existir y existen "otros espíritus", vinculados a las diferentes experiencias carismáticas.  Pero ellos no son el Espíritu del Cristo muerto y resucitado.

Al identificar el Espíritu con el poder de Jesús resucitado, Pablo lo interpreta como principio de libertad para los humanos. Desde ese fondo ha podido trazar la contraposición entre las obras de la ley (que someten al humano a la esclavitud de su propia acción, siempre insuficiente) y la libertad del Espíritu, entendido como gracia salvadora de Dios, que se ofrecido a los humanos por el Cristo.

Al identificar el Espíritu con la libertad, Pablo ha realizado una fuerte opción antropológica, en favor del ser humano: la verdad del Espíritu de Dios, revelado en Cristo, se expresa en el despliegue y realización del ser humano. Lo contrario al Espíritu es aquello que esclaviza a los humanos, a nivel de ley o de sometimiento mutuo. Libertad para el amor, comunión en gratuidad: eso es el Espíritu. 

  1. TERCERA GENERACIÓN (100-130 dC). MISIÓN UNIVERSAL DEL ESPÍRITU SANTO

Lucas-Hechos.  Misión universal: Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros.

 Lc asume los textos fundamentales de Mc sobre la acción del Espíritu en la vida de Jesús, pero añade algunos significativos, que pueden interpretarse desde su propia visión de la historia. En sentido estricto, ellos son sólo tres, pero resultan muy significativos, pues marcan los tiempos principales de la "historia de la salvación" que el mismo Lucas ha destacado:

 –  Tiempo de Israel, nacimiento del Hijo de Dios (Lc 1-2). El pasado de la historia de Israel no es para Lc algo que ha quedado atrás, ya clausurado, sino un elemento del propio camino de Jesús. De esa forma Lc 1-2 nos sitúa de nuevo en el tiempo de AT, abriéndolo hacia Jesús. Los personajes de ese primer momento de la historia mesiánica son verdaderos israelitas, creyentes judíos que han llegado al final de su esperanza, abriéndose en fe (o rechazo) al verdadero Hijo de Dios que, siendo mesías de Israel,  es  salvador universal.  En este primer momento de la historia,  el Espíritu Santo aparece como fuerza profética, desde el trasfondo de la historia de Israel. Por eso desciende sobre María, la Madre de Jesús, haciendo que conciba al Hijo de Dios.

 –  Centro de la historia, Jesús ungido por el Espíritu (Lc 4, 18 ss).  Lc ha expandido la experiencia del bautismo (3, 22) con el sermón en Nazaret (Lc 4, 18 ss), presentando así a Jesús como portador de la acción liberadora del Espíritu. Jesús ha venido a su patria, entra en la sinagoga y a los ojos de todo el pueblo lee el texto clave:" El Espíritu del Señor esta sobre mi: me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos... (Lc 4, 18-19). Jesús mismo aparece en centro de la historia, como revelación suprema de la gracia liberadora de Dios para los humanos. 

Tiempo de la iglesia, la promesa del Espíritu.   Tanto al final de Lc (Lc 24), como al principio de  Hechos (Hech 1), Lucas condensa la obra de Jesús en la única y gran promesa del Espíritu: "Yo enviaré sobre vosotros la promesa de mi Padre..." (Lc 24, 48-49). "Les mandó que no salieran de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del Padre, que habéis oído de mí, pues Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días"  (Hech 1, 4-5).  Jesús resucitado promete a sus creyentes la gracia del Espíritu (=la promesa del Padre), que les hará testigos de su obra en todo el mundo. El Espíritu aparece así como principio misionero: es la fuerza del amor de Dios, que se expresa por Jesús, vinculando a la comunidad y expandiéndola luego (dirigiéndola) hacia todos los países de la tierra. De esa forma, la historia de Jesús (que era fin de la historia) viene a presentarse como principio de la nueva historia misionera de la iglesia.

A partir de aquí, el libro de los Hechos ha sido concebido por Lucas como evangelio del Espíritu Santo.  Los discípulos quieren la restauración del Reino de Israel (Hech 1, 6); esta es para ellos la meta de la Pascua. Pero Jesús les responde " recibiréis el Espíritu Santo"  (Hech 1, 8).Frente a la restauración de Israel, que destruiría la novedad del cristianismo, ha situado Lucas la fuerza del Espíritu Santo, entendido como testimonio universal de Jesús.  De esa manera ha destacado Lucas la Novedad del Espíritu Santo,  presentado la venida del Espíritu (Pentecostés) como culminación de la Pascua. Así dice el Jesús pascual a sus discípulos: :

*Recibiréis el Poder del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros . Frente al deseo de restauración, que supondría el triunfo nacional de Jerusalén con su ley, Jesús ofrece a sus discípulos la promesa pascual del Espíritu Santo (Hch 1, 8: ἀλλὰ λήμψεσθε δύναμιν ἐπελθόντος τοῦ Ἁγίου Πνεύματος ἐφ’ ὑμᾶς,

*Y seréis mis testigos (καὶ ἔσεσθέ μου) El Espíritu hace a los discípulos testigos de Jesús. No son mensajeros de valores religiosos generales,  sino personas que han vivido la experiencia de Jesús y que así pueden transmitirla, de manera que ella pueda  continuarse expandiendo sobre el mundo. 

* En Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra (μάρτυρες ἔν τε Ἱερουσαλὴμ καὶ ἐν πάσῃ τῇ Ἰουδαίᾳ καὶ Σαμαρίᾳ καὶ ἕως ἐσχάτου τῆς γῆς.). Jerusalén que antes parecía centro hacia el que tienden todos los caminos (en misión centrípeta), aparece ahora en punto de partida de todos los caminos. Desde Jerusalén, por Judea y Samaria (unión de los dos viejos reinos israelitas), los discípulos del Cristo han de hacerse testigos de Jesús en todo el mundo (Hech 1, 8).

  El Espíritu Santo aparece así como poder de transcendimiento geográfico e histórico. Hasta ahora la humanidad parecía dividida y escindida, en claves de poder, de manera que los diferentes pueblos se enfrentaban entre sí. De ahora en adelante, la pascua de Jesús  se traduce en forma de camino misionero. Ya no hay diferencias de razas o pueblos, de religiones o culturas. El mensaje (vida) de Jesús puede convertirse en principio de diálogo entre todos los humanos. Ese es el sentido, esa la tarea del Espíritu, que Lucas irá narrando de forma dramática a partir de Hech 2.  

 – La sorpresa del camino. Los cristianos podían suponer que el proceso de evangelio se encontraba ya resuelto de antemano, con los problemas bien solucionados. Pues bien, Lucas ha sabido narrar de forma sorprendente, inigualable, las sorpresas de un camino, cuyos momentos principales (los Doce con Pedro en Jerusalén, Helenistas, misión a los gentiles, tarea misionera de Pablo y su cautiverio en Roma...) son bien conocidos. En vez de conducir de Jerusalén hasta los confines de la tierra, el camino del Espíritu  en Hechos va llevando de Jerusalén a Roma, concebida como centro del imperio mundial, lugar donde un cristiano prisionero (Pablo) anuncia un mensaje de salvación universal.  

  Tareas del camino.  En el principio (Hech 2) parecía que todo se encontraba resuelto en la experiencia carismática del Espíritu. Pero luego descubrimos que riqueza carismática suscita  problemas de la iglesia tiene que ir resolviendo día a día. Surgen problemas de comprensión comunitaria (judíos y gentiles) y de comidas. Hay dificultades de liderazgo y misión, de organización social (ministerios) y estrategia misionera... Pero Lucas está seguro del camino, que va llevando de Jerusalén a Roma, que a su juicio es centro y punto de arranque de la nueva historia cristiana. De todas formas, entre el anuncio demisión universal y el mensaje concreto de Pablo a los gentiles de Roma (Hech 28) hay un desfase muy significativo. 

La experiencia de Pentecostés se ha expresado en la tarea de la misión universal. Los cristianos habían comenzado anunciando el fin del tiempo: la culminación de los caminos de la historia. Pues bien, fundados en Jesús, ellos descubren que la historia se halla abierto, que son precisamente ellos, los que deben abrirla desde el Cristo a todos los humanos.

El estilo del camino: ¡nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros! .  La misión universal, fundada en el Espíritu de Cristo, implica según Lucas, un nuevo estilo de concordia entre los cristianos misioneros. Sólo si dialogan entre sí y resuelven dialogando sus problemas pueden presentarse como testigos de Jesús entre los pueblos. 

Otros grupos tienen o parecen tener leyes previas, certezas básicas donde asientan la vida de sus miembros. Pues bien, en contra de eso, los cristianos no tienen resueltos los problemas de antemano, sino que deben resolverlos en diálogo fraterno e igualitario, dirigidos por el Espíritu Santo. En ese sentido, podemos afirmar que la acción histórica suprema del Espíritu consiste en suscitar la comunión entre los creyentes, para que ellos puedan ser testigos de entre los pueblos.

Ciertamente, el Espíritu de Dios actuaba en los momentos de "entusiasmo" de la comunidad (cf. Hech 1-2), pero el entusiasmo pasa y quedan los problemas que sólo pueden resolverse dialogando, para llegar a un acuerdo entre los creyentes, como muestra el texto clave de Hech 15. Ha surgido un problema fuerte en las iglesias; han crecido las diferencias entre los cristianos. Para resolverlo, ellos no tienen más camino ni medio que el  juntarse y dialogar, escuchándose unos a los otros y buscando juntos la voz del Espíritu del Cristo.

Sólo al fin de un largo diálogo, en el que todos los grupos han expuesto sus posturas, ellos han podido llegar a un acuerdo. Ciertamente, han aprendido a escucharse y ceder, buscando juntos en amor, lo que el amor del Espíritu de Jesús les pide, de tal forma que al final proclaman todos: ¡Nos ha parecido al Espíritu y a nosotros....! Donde la comunidad reunida puede ya decir nosotros y actuar en comunión se manifiesta el Espíritu de Cristo, puede haber misión cristiana.

Discípulo amado. Interioridad cristiana, Espíritu-Paráclito

        La relación entre Espíritu y la historia mesiánica que resulta muy intensa en el evangelio de san Juan. Bastará con que citemos unos textos. El primero es el del cumplimiento mesiánico de la historia, con la superación de las viejas divisiones sociales y religiosas que habían escindido a judíos y samaritanos. Jesús responde a la samaritana que le pregunta por el lugar de adoración de Dios y le dice: 

 Créeme, mujer: viene la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre.  

Vosotros adoráis lo que no conocéis;

nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.  

Pero llega la hora y es esta en que los verdaderos adoradores

adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad;

estos son los adoradores que Dios busca:

Dios es Espíritu, y quienes le adoran deben adorarle en Espíritu y en Verdad (Jn 4, 21-24)

Ha quedado superado el culto particular de Jerusalén y el Garicim, aunque Jesús se sitúa en clave judía, asumiendo  el camino judío de la historia de la salvación. Hasta ahora, los humanos habían estado divididos por diversos tipos de sacralización cósmica, vinculada a montes y tradiciones particulares. De ahora en adelante solo queda la Verdad  del Espíritu Santo, abierto a la interioridad y universalidad humana.

Espíritu y/o Verdad son universales. Eso lo sabían también los judíos helenistas (como Filón y el autor de Sab), pero después lo vinculaban a una ciudad con su ley nacional (Jerusalén). También los cristianos posteriores han dicho que el Espíritu y Verdad de Jesús son universales, pero los han seguido encerrando muchas veces en cauces de una cultura o ciudad particular. Pues bien, Jesús nos abre a la experiencia universal del Espíritu, vinculada a la entrega de amor de su pascua. Antes, los humanos se hallaban divididos, luchando unos con otros. Ahora, por Jesús, han recibido el Agua de la vida:

Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él;

pues todavía no había Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado (Jn 7, 39).

El mismo mesías, Jesús resucitado, aparece así como manantial del agua del Espíritu, que brota y se expande hacia todos los humanos. Desde este fondo a resultan comprensibles los textos sobre el Espíritu Paráclito.  Como paráclito, abogado, nuevo defensor que está al servicio de los fieles en el tiempo de su vida sobre el mundo, el Espíritu interpreta el contenido del misterio de Jesús, enseña a los discípulos por dentro, les sostiene en el peligro y significa (realiza) el juicio de este mundo [15]. 

  1. Rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, que esté con vosotros para siempre ( Jn 14, 16). Paráclito es el abogado que defiende a los perseguidos, ofreciéndoles su palabra en medio de la prueba (cf. Mc 13, 11). Jesús mismo ha sido el Paráclito, defensor de sus discípulos. Pero ahora que se va, que no les acompaña en plano físico, pide al Padre que les mando "otro", que sea presencia interior y compañía (no os dejaré huérfanos: 14, 18). Otros (los del mundo) viven en plano de "carne", de lucha mutua, de mentira. Los cristianos son capaces de recibir el Espíritu, la experiencia interior de la vida de Cristo. No dependen ya de verdades y principios exteriores. Llevan dentro la verdad completa.

Pero el Paráclito... os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho (Jn 14, 26). El Paráclito es el Espíritu que enseña, el Maestro interior de la verdad. En un proceso de jerarquización externamente necesario, la iglesia ha corrido el riesgo de interpretar la verdad como algo que viene impuesto desde fuera, resuelto y enseñado por las jerarquías superiores. Pues bien, en contra de eso, el Jesús de Jn ofrece a sus discípulos la verdad interior del Paráclito. Para el cristianismo no existe más verdad que la experiencia del Espíritu, que reinterpreta la figura de Jesús y la actualiza en las diversas circunstancias de la vida. Actualmente (a finales del 2º milenio) debemos mantener firme esta palabra. Parece que las viejas estructuras de la iglesia están perdiendo parte de su sentido; tenemos urgencia de verdad interior, de experiencia del Espíritu.

Cuando venga el Paráclito..., él dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio (15:26-27: ).   Jesús no ha prometido un magisterio exterior para garantizar la estabilidad de la enseñanza ortodoxa. Tampoco se ha  vinculado a ningún tipo de estructuras de poder. Su verdad se expresa  en la enseñanza interior del Espíritu, abierta al testimonio de los creyentes. Cuando están en riesgo las instituciones, cuando las obras exteriores pueden y quizá deben cambiar, porque ha cambiado el paradigma de sociedad y cultura, queda y crece el testimonio de Jesús, por medio del Espíritu.

Conviene que yo me vaya porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré" (16:7:). Hay una presencia material de Jesús que resulta contraria a su verdad más honda, pues ella se situaría fuera de la vida de los discípulos. Son muchos aún los que quieren ese tipo de presencia, hecha de milagros, de apariciones, de seguridades exteriores. Pues bien, es necesario que Jesús se vaya, que cumpla su tarea, para que los discípulos puedan vivir por dentro la verdad, en el Espíritu. Este conviene que yo me vaya significa que la presencia de Jesús es presencia desde la ausencia, es decir, desde el cumplimiento de su obra. Jesús se ha convertido en principio de verdad interior por medio del Espíritu. Ahora, en los tiempos de cambio, esta verdad interior es lo único que permanece.

 Frente a la seguridad de las instituciones, el Jesús de Jn nos ofrece la última palabra: la Confianza del Espíritu, que aparece como Paráclito (Consolador y Abogado). Es Consolador, porque necesitamos un consuelo, no sólo porque Jesús se ha ido hace tiempo, sino porque se hacen viejas nuestras  tradiciones patriarcales, ontológicas, jerárquicas. Es Abogado, porque necesitamos una defensa en este mundo convulso, el medio de la crisis de valores. Este es el Espíritu de la nueva creación que el mismo Jesús crucificado ha ofrecido a los humanos. Es el Espíritu que brota de la muerte y que ofrece resurrección a los creyentes:

 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

recibid el Espíritu Santo  (Jn 20, 22).

Nos hallamos en el momento capital de la nueva creación, en el reverso y cumplimiento de Gen 2, 7. Pues bien, en ese lugar de plenitud, el Espíritu se identifica con el aliento de Jesús entre los humanos. En ese fondo se comprende el conjunto de pneumatología de Juan: el Espíritu es el mismo Jesús glorificado en cuanto habita y alienta en sus creyentes. Parece sujeto personal: habla y escucha, viene hasta los humanos, les sostiene. Pero al mismo tiempo descubrimos que carece de valor independiente; Jesús lo pide al Padre y desde el Padre lo derrama entre los suyos (Jn 14, 16; 15, 26).

La novedad del Espíritu en Juan. Todo intento de volver al pasado, intento de mantenerse sin mudanza en la tribulación,  administrando simplemente la crisis, me parece contrario a la novedad del Espíritu de Cristo. No estamos para administrar la crisis, sino para dar testimonio de Jesús en medio de la prueba. No estamos para capear el temporal, sino para abrir nuevos caminos de misión en medio de la crisis... No estamos simplemente para aguantar, sino para escuchar la palabra del Espíritu en medio de los grandes cambios de la historia.

Ni en Garicim ni en Jerusalén..., significa que Dios ya no recibe la adoración en las viejas estructuras culturales y cultuales de occidente, ya pasadas.  Seguimos bebiendo el vino del Espíritu de Cristo en copas hermosas,  que hoy no sirven.  Muchos de nosotros les tenemos un cariño inmenso a esas copas, pero se han vuelto folclore, recuerdo de un pasado. El vino nuevo de Jesús que es Espíritu necesita odres nuevos, nuevas copas de fidelidad y de experiencia. La manera concreta de ser fieles a las voces del Espíritu ya no pertenece al  teólogo en cuanto tal, sino a la iglesia en su conjunto,  especialmente en los grupos de cristianos más comprometidos con el sufrimiento y esperanza de los pobres. Es muy posible que estemos asistiendo a los nuevos brotes y llamadas del Espíritu, sin que externamente  lo advirtamos. 

 NOTAS 

[1] Deberíamos presentar y estudiar con precisión cada uno de los grupos, pero ello resultaría muy extenso (y a veces difícil de precisar. De algunos grupos sabemos bastante poco). Recordaremos, simplemente, que al principio la experiencia pascual de Jesús se extendió en forma de abanico de postura, a modo de estallido prodigioso de vida; surgieron así varias las formas de entender a Jesús, pero todas terminan siendo convergentes, descubriendo al Señor pascual como principio de Espíritu  (de salvación de Dios) para los creyentes.  

[2]. Todo nos permite suponer que el lugar de su tumba era conocida, a pesar de la obsesión de autores como J. D. Crossan, Historia de un Campesino Judío,  Crítica, Barcelona 1994, empeñados en mostrar que le enterraron en una fosa común, donde nadie pudo luego encontrarle, porque habia sido posiblemente devorado por perros y animales carroñeros.

[3]Los relatos de Mt 28, 16-20 y Jn 21 reflejan un momento posterior en que la iglesia galilea, centrada en los once (Mt) o en los siete (Jn) viene a interpretarse (quizá en concurrencia con Jerusalén) como principio y centro de la misión universal de la iglesia; pero es muy posible que ellos sigan aludiendo a la experiencia más antigua del Jesús pascual a quien se encuentra y escucha precisamente en Galilea

[4] Cf. R. Bultmann, Teología,del NT, Sígueme, Salamanca 1981.

[5] Cf. W. Marxsen, Laresurrección de Jesús de Nazaret, Herder, Barcelona 1974, 179 190.

[6]  Cf. H. Braun, Die Problematik einer Theologie des NT y Der Sinn der neutestamentlichen Christologie, en Gesammelte Studien zum NT und seiner Umwelt, Mohr, Tübingen 1962, 335-336,  246s; Id., Jesús, Sígueme, Salamanca 1975,146ss.

[7]  Estos cristianos del Q destacan la experiencia carismática en Jesús (cf. Mc 3, 22-30 par).  Por eso, resulta lógico que Mateo, interesado por fundar la iglesia en Pedro (cf. 16, 18-20), haya querido iniciarla en Galilea, haciendo que los discípulos se extiendan desde allí a todo el mundo (Mt 28, 16-20).

[8]Están los Doce que anuncian y simbolizan la llegada del Israel escatológico. Al lado de ellos debemos recordar a las mujeres, con su historia de seguimiento de Jesús, mostrando que la iglesia se abre por igual a varones y mujeres. En el grupo se citan, finalmente, los hermanos de Jesús, entre quienes destaca luego Santiago.

[9] Cf.. Peterson, La iglesia de judíos y gentiles, Tratados teológicos, Cristiandad, Madrid 1966, 111-142.

[10]    Así lo habían resaltado los helenistas y así lo ha  ratificado Pablo. Cf. C. H. Dodd, The apostolic preaching and its developments, London 1970, 17-18;   E. Käsemann, An die Römer, Mohr, Tübingen 1974.

[11] También otros textos del NT que recogen una tradición antigua, vinculan resurrección del Jesús y despliegue del Espíritu: (El Cristo) padeció la muerte en el plano de la carne, y fue vivificado en (por) el espíritu (1 Pe 3, 18);cf. 1 Tim 3, 16a).

[12] Sobre el sentido pascual del Hijo cf.  K. Barth, Der Römerbrief, EVZ, Zürich 1940, 5-6 y Die Auferstebung der Toten (1 Kor 15), München 1924

[13]  Los protestantes liberales de principios del XX pensaban que el Espíritu a que alude el texto es la hondura de lo humano, realizada plenamente por Jesús.   Los católicos tradicionales lo identifican con la naturaleza divina divina de Jesús.  

[14]  Hay identidad funcional entre Kyrios y Pneuma (cf. 2 Cor 3, 17): Jesús es el  segundo Adán, Espíritu vivificante (1 Cor 15, 45).  El  Espíritu es principio de comunión eclesial:  1 Cor 12-14. El  Espíritu es principio de esperanza escatológica  (Rom 8, 23; 2 Cor 5, 5)  Cf. I. Hermann, Kyrios und Pneuma. Studien zur Christologie der paulinischen Hauptbriefen, SANT 2, München 1961.

[15]  Cf. bibliografía a que se alude en nota 110. Hemos seguido de manera especial el trabajo de H. Schlier, Problemas exegéticos fundamentales del NT, Madrid 1971, 352 ss. cf. también H. Mühlen, Der Heiligie Geist als Person, Münster 1966, 95-99, visto desde el transfondo de todo el libro, con su definición del Espíritu Santo como el "nosotros" del Padre y el Hijo.

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