Leer la Biblia 5. Hermenéutica (a), un arte de lectura
La palabra “hermenéutica” viene del dios Hermes (en latín Mercurio), que era el “intérprete” de los dioses. Hermes evoca la claridad, la comprensión y sentido de las cosas. Hermeneutas son aquellos que, en la línea de Hermes, quieren conocer no sólo la letra sino el espíritu o sentido de la bíblica.
Las ciencias críticas (crítica textual, histórico-literaria e histórico-religiosa) son importantes, pero no agotan todo el campo de la comprensión humana. Por eso son también necesarias las “artes hermenéuticas”, si se puede emplear esa palabra. Ellas nos ayudan a entender lo que quiere y que la biblia en la historia de la cultura y de la vida de la humanidad.
En esa línea ofrezco algunas consideraciones tomadas de mi Diccionario de la Biblia, que pueden ayudarnos a entender su “lugar en el mundo” y su forma lectura.
-- Tenga paciencia el lector. Seguiré concretando los temas que por ahora parecen quizá menos claros.
-- Tenga paciencia también con las repeticiones. Este pequeño curso está hecho de vueltas al principio, que ayudan a situar los temas.
Gracias a los amigos que, en número creciente, van entrando en esta serie, que es ya casi un curso de introducción otoñal a la Biblia.
1. Principio. Religiones con Libro
1. En sentido estricto, sólo las religiones monoteístas pueden tener una Biblia o libro que contiene la revelación de Dios. Para que se pueda decir que ella es palabra de Dios tiene que haber un Dios que hable a los hombres, diciéndoles algo especial, revelándoles un tipo de secreto o misterio. En esa línea, podemos añadir que la Biblia es una teofanía o manifestación personal de Dios que sólo se da en las religiones proféticas, en las que Dios se manifiesta de un modo personal. Para situar mejor esta afirmación podemos distinguir varios tipos de religiones.
(1) Las cósmicas o paganas ponen de relieve la presencia o manifestación de Dios en los fenómenos básicos del mundo o de la vida, especialmente en los procesos de la naturaleza (vida y muerte, cielo y tierra, plantas y animales, hombres y mujeres...). Estas religiones tienden a ser politeístas o panteístas; no tienen Biblia, pues su "libro" es el mundo y los diversos mitos de sus dioses, que suelen transmitirse de forma oral, aunque a veces toman forma escrita, como libros sagrados (el Popol Vuh entre los Mayas, el Libro de los Muertos en Egipto, los Vedas en la India etc).
(2) Las religiones místicas, más propias del lejano oriente (hinduismo, budismo, taoísmo) acentúan la presencia de Dios en el corazón humano. Según ellas, más que en el mundo, lo divino se despliega y manifiesta en el mismo proceso de interiorización, en la experiencia de liberación mental, en la hondura o vacío (=plenitud) de la mente que siente unida al Absoluto. Estas religiones tienden a ser panteístas. Pueden tener un tipo de libros sagrados, más o menos importantes (las Upanishadas de la India, el Tao de China, la Tripitaka del budismo), pero estrictamente hablando su Biblia es la vida interior de cada hombre o mujer, que descubre lo divino dentro de sí, a través de un tipo de yoga o meditación trascendental.
(3) El panteísmo supone de algún modo que todo es Dios y tampoco suele tener Biblia, pues Dios se manifiesta en cada una de las cosas: en la naturaleza exterior, en la vida de los hombres, en la cultura. Por eso, si todo es Biblia no puede hablarse de una Biblia especial. Actualmente parece estar más de moda un tipo de deísmo o agnosticismo, propio de aquellos que afirman que hay Dios, pero que no sabemos lo que quiere; tampoco aquí podemos hablar de Biblia, de un libro donde Dios vaya expresando su voluntad o su misterio. Panteístas y deístas pueden hablar de ciertos libros importantes de algunos pensadores orientales u occidentales (como Sankara o Krisnamurti, Plotino o Espinosa), pero estrictamente hablando no tienen Biblia.
(4) Sólo las religiones monoteístas o proféticas (judaísmo, cristianismo, islam), que han nacido ya en un tiempo en que los libros eran importante para las élites de la sociedad, han llegado a tener una Biblia estrictamente dicha, es decir, un Libro especial que recoge la revelación de Dios y define aquello que ha de ser la vida de de los creyentes. Sólo las religiosas que suponen que Dios es Persona y que se ha manifestado ya de un modo concreto (personal) a través de las palabras y gestos (acciones) de unos hombres muy particulares, concebidos como mediadores o reveladores de lo divino en la historia, pueden escribir y acoger una Biblia, como testimonio especial de su tradición sagrada.
Partiendo del judaísmo, cristianos y musulmanes han pensado y piensan no sólo que Dios se ha manifestado por unos hombres especiales (locutus est per prophetas), sino que ha fijado su Voz en unos libros sagrados, que recogen su manifestación. Ciertamente, ellos pueden aceptar de algún modo las “biblias” anteriores, porque Dios habla también por el cosmos y en el corazón de los humanos, pero añaden que la Palabra Sagrada se centra de un modo especial en el Libro o conjunto de libros (Biblia, es plural) que recogen la revelación más honda de ese Dios.
Al destacar así el valor de un Libro como signo sagrado superior, estas religiones pueden aportar y aportan una experiencia muy valioso al conjunto de la humanidad, abriendo puertas de conocimiento y experiencia que antes parecían cerradas. Pero, al mismo tiempo, ellas corren el riesgo de volverse exclusivistas (como si sólo ellas tuvieran la llave de Dios y pudieran conocer su misterio) y violentas (negando el valor de las otras religiones).
Esto nos sitúa ante un problema. Precisamente aquellos libros que deberían ayudarnos a conocer mejor a Dios (el misterio de la vida), abriendo así puertas de conocimiento universal y comunión para todos los pueblos, pueden convertirse (y a veces se han convertido) en medio de imposición y de rechazo de los otros. Éste es el problema: los libros sagrados de aquellas religiones que dicen tener una revelación especial de Dios (judaísmo, cristianismo, Islam…) y que debían haber sido un testimonio de apertura y universalidad, han venido a convertirse a veces en medio de imposición y de violencia.
2. Tres biblias, una experiencia cristiana
Siguiendo en la línea de la reflexión anterior, a partir del cristianismo, podemos hablar de tres biblias o libros sagrados, como dijeron muchos Padres y Teólogos antiguos. Aquí vamos a suponer, como cristianos, que la palabra de Dios se ha expresado de manera intensa a través de Jesús, cuyo testimonio ha sido recogido la Biblia cristiana, centrada en su mensaje (Sermón de la Montaña) y en la experiencia de su vida y en su pascua. Pero desde esa Biblia Pascual de Jesús podemos volver hacia atrás y recuperar el valor de las otras biblias (como hacen, de formas convergentes, desde su perspectiva, judíos y musulmanes).
1. Los cristianos aceptamos la biblia de la naturaleza,
pues Dios habla por ella, como saben los que han dicho que hay dos “revelaciones”, una natural (por el mundo) y otra sobrenatural (en la historia de la salvación culminada en Cristo). Desde nuestra perspectiva, la revelación “natural” ha de entenderse también como “sobrenatural”, es decir, como expresión de la gracia universal de Dios, que actúa a través del mundo, de la naturaleza.
En ese sentido, los cristianos seguimos siendo de alguna forma paganos: vemos a Dios y oímos su voz en el hermano sol, en la hermana luna, en la madre tierra y en la hermana muerte. El primer libro de Dios es el mundo/vida del que formamos parte. Por eso, una Biblia escrita posterior, que no nos ayude a reconocer el valor sagrado de la naturaleza y a dialogar con las religiones cósmicas no es cristiana.
La Biblia no quiere destruir el valor de las religiones cósmicas (paganas), sino abrir con ellas un camino de humanidad, en una línea de respeto mayor hacia la naturaleza sagrada, como han puesto de relieve algunos movimientos ecológicos. En esa perspectiva debemos recuperar el carácter religioso del mundo y de la misma vida humana, el valor del varón y la mujer, en igualdad y complementariedad. Sólo un Jesús que recupere y potencia la Palabra cómica y vital de Dios podrá ser inspirador y fuente de una Biblia abierta a todos los seres humanos.
De un modo convergente, debemos recuperar por Jesús el valor de todos los pueblos y culturas de la tierra (con su biblia cósmica y vital), superando el exclusivismo de algunos grupos (judíos o cristianos) que se consideraban depositarios privilegiados (y a veces únicos) de la revelación de Dios, como si ellos solos fueran dueños de la Palabra de Dios. En ese sentido siguen siendo “biblia” las grandes tradiciones de la sacralidad cósmica, vigentes aún en muchos pueblos de América.
La Biblia de los seguidores de Jesús sólo será Palabra de Dios en la medida en que nos permita recuperar, por tanto, el valor sagrado de la naturaleza, la igualdad entre varones y mujeres y la apertura a todos los pueblos y culturas de la tierra. No será una Biblia para algunos, en contra de otros, sino Libro abierto a todos, desde el mundo (en fidelidad al cosmos), en una historia dirigida al encuentro universal. Sólo leída en esa línea puede entenderse de verdad.
2. Hay una Biblia de la interioridad,
como ha sabido San Pablo cuando dice que la Escritura o Carta de Dios está escrita en nuestros propios corazones (cf. 2 Cor 3-4). Sin esa voz interior, sin esta Palabra de Dios que resuena en la intimidad de cada ser humano, no se puede hablar después de una Biblia de Jesús. La primera Palabra de Dios no es un libro exterior (que puede escribirse con tinta o grabarse en un soporte electrónico), sino aquella Voz que se graba de una forma viva en cada corazón de hombre o mujer que la escucha o responde.
Según eso, el libro exterior está al servicio de ese “libro interno”, que es la verdadera Biblia de la Vida de Dios en cada uno de los hombres y mujeres. De esa Biblia interior (del Dios que inscribe su vida en aquellos que le acogen) han hablado no sólo las religiones orientales (budismo, hinduismo…), sino también los judíos y los musulmanes, que saben que existen un “libro celeste” que es la Voz del único Dios (como totalidad del ser y de la vida) que se expresa en muchas voces (pues habla y se deja grabar-acoger en cada uno de aquellos que le acogen). Pues bien, esa Biblia del Cielo es la misma Biblia del corazón de los hombres (como dijo el mismo Kant, al final de su Crítica de la Razón Práctica).
No tiene sentido hablar de un libro externo (de una Biblia multiplicada en miles y miles de letras hebreas o arameas, griega o árabes) si es que no hablamos antes de ese libro o Biblia interior, universal, que se expresa y se despliega en cada ser humano en la medida en que es capaz de escuchar la gran “Voz” y de dejarse llenar por la presencia sagrada. Al servicio de esa Biblia interior está la Toráh de los judíos, lo mismo que el Nuevo Testamento de los cristianos y el Corán de los musulmanes.
Por eso, antes que hablar de disputa entre libros, debemos hablar de la unidad del Libro de Dios que se expresa en aquellos que le acogen en su interior, en una línea que vincula a todos los pueblos de oriente y occidente. Sólo leída así se entiende y aplica de verdad la Biblia cristiana, como libro interior, revelación de Dios en el alma de Santa Teresa o de Lutero (por poner dos ejemplos esenciales en la historia cristiana).
(3) Hay, finalmente, una Biblia Histórica,
fijada en un libro, que, estrictamente hablado, sólo se ha dado en las religiones proféticas, que han puesto de relieve la función de unos hombres especiales (Moisés, Jesús, Mahoma) por medio de los cuales Dios se ha manifestado o encarnado de un modo intenso, como dicen sus libros sagrados. Pero las religiones que admiten una “Biblia histórica” no pueden negar ni rechazar las biblias anteriores, sino que suponen su existencia, pues su Dios se manifiesta también por la naturaleza (como saben las religiones cósmica) y por la vida interior de cada ser humano (como saben las religiones de la interioridad). Pero, suponiendo eso, ellas añaden que ha existido una teofanía o manifestación histórica de Dios, que se ha expresado de un modo especial en unos libros sagrados.
Aceptando lo anterior, estas religiones proféticas añaden que Dios se ha manifestado de un modo especial, diciendo una Palabra intensa, a lo largo de un proceso histórico o en momentos especiales, a través de ciertos individuos privilegiados, que son los profetas, cuya memoria se conserva en unos libros sagrados.
A veces se ha pensado que este “revelación especial” inutiliza (o condena) las revelaciones, como si fueran menores, imperfectas o perversas. Así, los magos y sacerdotes paganos, que conciben a Dios como poder del cosmos, serían impostores, puros idólatras a quienes se debe “convertir” por la fuerza o exterminar. Por su parte, los místicos de la interioridad, que buscan a Dios dentro de sí mismos, estarían al fin equivocados, pues Dios no habla en el interior de cada uno, sino que lo ha hecho sólo a través de un profeta especial (Moisés, Cristo Muhammad).
Pues bien, en contra de eso, los auténticos cristianos (y judíos y musulmanes) saben que sus profetas y sus “biblias” no van en contra de los libros de la naturaleza y de la interioridad, sino que nos ayudan a entenderlos, descubriendo y desarrollando mejor su sentido. Los profetas (autores de los libros sagrados de las religiones monoteístas) no son puros sacerdotes cósmicos, ni expertos en mística interior, sino hombres y mujeres que se atreven a escuchar y recoger la palabra de Dios en la historia, asumiendo así un camino y tarea de revelación que se expresa en la liberación de los oprimidos (judaísmo), de los pobres (Jesús) y de los marginados de su tiempo (Muhammad).
Las religiones proféticas pueden afirmar en un nivel la existencia de una teofanía y biblia cósmica, diciendo que Dios se manifestara por los grandes fenómenos y procesos de la naturaleza. Ellas admiten también la Biblia interior del corazón, por la que Dios habla directamente a cada hombre. Pero eso no les basta. Ellas añaden que existe una teofanía histórica, que ha quedado fijada en unos libros sagrados. Esas religiones confiesan que Dios se ha manifestado diciendo su Palabra personal, a lo largo de la historia o en momentos especiales, a través de ciertos hombres privilegiados, que son los profetas, vinculados de un modo especial con sus libros sagrados.
En esa línea anterior, podemos afirmar que para judíos, musulmanes y cristianos teofanía y profecía se acaban identificando y las dos se concretizan por fin en las Escrituras. «De muchas maneras puede revelarse y se ha revelado Dios en otro tiempo, pero básicamente lo ha hecho a través de los profetas... (cf. Hebr 1,1). En esa línea, tenemos que situar a los profetas entre los hombres de Dios.
El profeta es un hombre que sabe escuchar la palabra de Dios. No es un chamán (extático), ni un contemplativo interior (un místico), ni un sacrificador (sacerdote). Ordinariamente es un hombre de acción, alguien que se encuentra inmerso dentro de las tareas y trabajos de este mundo y que allí, en el centro de este mundo, descubre y discierne la el misterio de Dios. Siendo oyente de la palabra de Dios, el profeta es un hombre comprometido en la tarea social: ha descubierto la voluntad de Dios y la proclama: por eso denuncia los males de la sociedad, anuncia el juicio de Dios y quiere que los hombres respondan en gesto de conversión y fidelidad intensa. En ese aspecto, el profeta es un vigía, un testigo de la obra de Dios entre los hombres.
Hay profetas en otras religiones, pero los auténticos creadores del monoteísmo abrahámico, los inspiradores de la Biblia (judía, cristiana, musulmana) surgieron en los siglos VIII al V a. C. En esa línea, en el credo cristiana, que en el sentido más profundo pueden admitir y admiten judíos y musulmanes, decimos que el Espíritu santo de Dios habló por los profetas, pudiendo añadir que su palabra ha quedado fijada en la Biblia (o en el Corán).Para los judíos el profeta definitivo es Moisés, que escuchó la Palabra de Dios en el Monte Sinaí. Para los cristianos, es Jesús, Palabra de Dios encarnada. Para los musulmanes, es Mahoma, que ha visto el Libro de Dios y lo ha ido traduciendo y expresando en árabe, como Corán para los creyentes.
Sobre este fondo podemos seguir hablando de “hermeneuta” o interpretación de la Biblia. Pero de eso tratará ya más en concreto el tema siguiente.