Navidad 6. Año Nuevo, Dios Padre, Alianza de Hermanos

1. La figura
Dios es Padre/Madre de todos, no sólo de algunos creyentes especiales, pero nosotros, los cristianos, le recordamos hoy de esa manera, como Fuente gratuita de Vida, comenzando el año a los siete días del Nacimiento de Jesús, cuando se celebraba su circuncisión, es decir, su entrada en el pacto israelita, que ha empezado a ser, de manera muy precisa e intensa, un Pacto Universal, Alianza de Humanidad para todos los pueblos y personas. Así, las fiestas de la Navidad y Año Nuev nos sitúan ante el don de la paternidad de Dios, ante la tarea de una alianza universal.
La imagen de Miguel Angel de la Capilla Sixtina nos empieza presentando a Dios como un hombre poderoso, rodeado del halo de la divinidad, extendiando su mano derecha de un modo poderoso, dando así vida al Hombre que surge desnudo de los dedos de su amor. Es un Dios que crea, provenimos de su mano derecha, de su amor extendido. Es un Dios que ama: con su mano izquierda abraza a una Mujer, algo más pequeña, inmensamente bella: su Sabiduría y su ternura, su amor femenino. Este Dios Padre/Madre, varón y mujer, mano derecha extendida para crear y mano izquierda arqueada para abrazar, es el Dios de la Vida a quien hoy celebramos.
Ese Dios de la mano extendida y la mano amorosa, varón y mujer, está creando al Hombre (Adán/Jesús) que recibe la vida de sus dedos criñosos y frágiles, que rozan y acrician la piel de sus dedoe. Según la tradición, este hombre creado es un varón desnudo, clara su belleza y misterio de hombre. Pero en el fondo, quien sepa leer, sabe que es un hombre/mujer, pronto ya para amar, para crear nueva vida, para poblar la tierra. A su lado y con él hay que ver a la mujer que está con él y en él, ambos desnudos para vivir, sin más valor que su propia humanidad.
Así queremos vernos hoy, desnudos y limpios, sin más capital que nuestra propia humanidad... Desnudos salidos de la madre/tierra (de la madre/madre, del Dios/Madre)... todos nosotros, varones y mujeres, cristianos y musulmanes. Así, desnudos y amados, somos lo más grande. Dejemos las armas (sin armas nacimos), dejemos a un lado el dinero, las diversas culturas y religiones, las diferencias... Véamonos desnudos, desde Bush hasta el Papa, desde S. Husein hasta la última víctima del terrorismo, desde el Mufti hasta el Obispo, desde el banquero al muerto de hambre..., veáminos así, todos iguales, los que ya han muerto (o han sido asesinados) y los que estamos vivos, como un cuerpo frágil (fragilísimo) y fuerte (¡lo más fuerte!), amenazado y lleno de esperanza, dispuesto al amor, en las manos de Dios.
Veámonos así, todos hijos de Dios y de su sabiduría amorosa, femenina... (¡nunca hijos de mala mujer, de pros. o de cab., como están diciendo algunos compañeros de blog estos días! ¡que Dios les perdona y les haga cambiar!). Veámonos así, desnudos, unos y otros, hombres y mujeres, y veremos que nos sobran muchas cosas: búsqueda de armas y de seguridades, violencia estatal y terrorista. Veámonos así, desnudos todos, y veremos que tenemos mucho que desaprender (que olvidar, que pedonar), para aprender a vivir, este Año Nuevo, un año en que yo quiero que llegue (¡queremos que llegue!) para todos el el Reino, sin que nadie se imponga sobre nadie, sin que nadie destruya a nadie. ¡Feliz año para todos!.
Con lo anterior basta, es mi felicitacion. Pero si alguien quiere seguir y meditar conmigo sobre el Dios Padre según el Evangelio puede hacerlo. Sigue por tanto una reflexiòn ya más específicamente cristiana.
2. Abba Padre. La primera palabra
La primera aportación del mensaje de Jesús es su propia experiencia de Dios a quien él ha descubierto como fuente de amor, no de juicio, en medio de las duras condiciones de la vida en Galilea. Éste es un Dios paradójico, que ofrece e instaura el Reino y que, sin embargo, no actúa como Rey, sino como Padre. Ciertamente, es el mismo Dios de Israel, pero Jesús ha destacado en él rasgos y notas que los israelitas de su tiempo, en general, no solían destacar de esa manera. Ellos tendían a decir “Abinu-Malkenu” (Nuestro Padre, nuestro Rey). Jesús dirá básicamente “Abba” (papá, mi papaíto), condensando así la novedad de su movimiento: Jesús anuncia y prepara la llegada de un Reino que no tiene rey, sino Padre.
Abba es una palabra aramea que significa «papá». Con ella se dirigen los niños a sus padres, pero también las personas mayores, cuando quieren tratarles de un modo cariñoso. Jesús la ha utilizado en su oración, al referirse al Padre Dios. Es una palabra importantes, novedosa, y por eso Mc 14, 36 la cota en arameo y la tradición posterior la ha seguido empleando también en arameo, como nota distintiva de la plegaria cristiana (cf. Rom 8, 14; Gal 4, 6). De todas formas, en la mayoría de los casos, los evangelios la han traducido al griego y así dicen: Patêr. Entre los lugares donde Jesús llama a Dios «Padre» pueden citarse los siguientes: Mc 11, 25; 13, 32; Mt 6, 9.32; 7, 11.21; 10, 20; 11, 25; 12, 50; 18, 10; Lc 6, 39; 23, 46 etc. Algunos de esos casos, especialmente en Mateo, son creaciones de la iglesia primitiva. Pero en el fondo de ellos late una profunda experiencia de Jesús, que destacaremos a continuación.
3. Abba, Padre/Madre, la palabra originaria
La singularidad de esa manera de relacionarse con Dios reside, precisamente, en su falta de singularidad. Esa palabra (Abba) expresa la absoluta inmediatez, la total cercanía del hombre respecto a su ser más querido, al que concibe como fuente amorosa y misteriosa de vida. No es una palabra secreta, cuyo sentido deba precisarse con cuidado (como el Yahvé de Ex 3, 14). No es una palabra sabia, de eruditas discusiones, que sólo se comprende tras un largo proceso de aprendizaje escolar, sino la más sencilla, la que el niño aprende y sabe al principio de su vida, al referirse cariñosa y agradecida al padre (un padre materno), que es dador de vida.
Quien haya tenido la dicha de nacer y pueda agradecer la vida que le han dado, no sólo a través del cuidado inmediato (expresado sobre todo por la madre), sino a través de un origen y fuente de vida más oculta, a la que el niño llega en general a través de la palabra de la madre, que le dice ¡ese es tu padre!, puede saber que la vida es don y puede responder diciendo: ¡Padre! ¡Padre/Madre! Esa es la primera palabra que la madre enseña al niño, indicándole así el sentido y fuente de la vida, de manera que en ella (en la Madre) se abre un camino que dirige al Padre, que no está fuera, sino que es un momento integral de la misma Madre. Así nos pone Jesús ante el Padre Dios, que es Padre/Madre.
Todo eso se condensa en la palabra Abba, la más cercana y poderosa. Precisamente en su absoluta cercanía se encuentra su distinción y diferencia. Los hombres y mujeres del entorno buscaban las palabras más lejanas y sabias para referirse a Dios, dándole nombres elevados, poderosos, como si Abba, Papá/Mamá, la palabra del niño que llama en confianza a su padre querido, fuera irreverente, demasiado osada (sobre todo en aquellas condiciones de opresión, en las que parecía que no existe Padre alguno que se ocupe de los hombres). Pues bien, Jesús ha tenido esa osadía: se ha atrevido a dirigirse a Dios con la primera y más cercana de todas las palabras, con aquella que los niños confiados y gozosos utilizan para referirse al padre/madre acogedor y bueno de este mundo.
4. Conocer a Dios, lo más sencillo
Conocer a Dios resulta, para Jesús, lo más fácil y cercano. No necesita argumentos para comprender su esencia. No tiene que emplear demostraciones, porque Abba/Padre (Madre/Padre) es para él lo más sabido, lo primero que aprenden y dicen los niños. Para hablar así de Dios, los adultos tienen que cambiar y aprender (¡si no os volvéis como niños!: cf. Mt 18, 3), pero, al mismo tiempo, tienen que olvidar o desaprender muchas cosas que se han ido acumulando en la historia religiosa. Jesús nos pide volver a la infancia, en gesto de neotenia o recuperación madura de la niñez, en apertura a Dios. Los hombres no están hechos ya y terminados: los sabios judíos, los fuertes romanos, tienen que abandonar sus conquistas legales y/o sociales, para aprender a nacer y nacer nuevamente, haciéndose niños (como ha destacado, partiendo de la experiencia de Jesús, el evangelio de Juan: cf. Jn 3, 1-10).
Para muchos de entonces (y de ahora), la religión consiste en ascender místicamente hacia la altura supra-humana, o en cumplir unas normas sacrales y/o sociales. Pues bien, en contra de eso, como niño que empieza a nacer, como hombre que ha vuelto al principio de la creación (cf. Mc 10, 6), Jesús se atreve a situar su vida y la vida de aquellos que le escuchan en el mismo principio de Dios, a quien descubre y llama ¡Madre/Padre!, para así entender y asumir (recrear), de forma nueva, las relaciones y deberes de los hombres entre sí.
5. Conocer a Dios, reconciliarse los hermanos
Ese Padre Dios penetra en la vida de los hombres, como Jesús ha mostrado en la parábola de un padre con dos hijos (cf. Mt 11, 25-27). En ella cuenta la historia de un hijo que se ha ido, derrochando la fortuna de su vida, pero vuelve al Padre y el Padre/Dios le acoge, pidiendo al otro hijo (que ha quedado en casa, cumpliendo la buena ley) que también le acoja, para que así los dos hermanos, uno y otro, puedan vivir juntos, aceptándose entre si. El mensaje del Reino no es algo que se sabe y resuelve de antemano, sino un camino que se recorre y despliega en la medida en que los hombres se reconcilian, poniendo cada uno lo que tiene al servicio del otro, pues los dos (¡y todos!) somos hijos del mismo Padre. Por eso, la experiencia de Dios se inserta en la experiencia de trasformación personal y social de los “hermanos”, en el duro contexto de marginación y pobreza de la Galilea de entonces, que tiende a separarlos.
Jesús ha dialogado con la realidad de su pueblo, de su entorno social, descubriendo a Dios precisamente en medio del conflicto de su gente. Para ello ha necesitado la más honda inteligencia, la más clara y decidida voluntad, al servicio de los pobres. Pero esta inteligencia y voluntad se manifiestan para él en el amor de un niño, al que se ofrece el don de la vida, un niño al que se pide que crezca y madure, en comunión con todos los restantes hombres y mujeres. Éste es un camino que viene de Dios, desciende del Abba, Padre, que alimenta, sostiene y ofrece un futuro de vida para todos.
El Dios de Jesús es un Padre materno, que sostiene la vida de los hombres que corrían el riesgo de enfrentarse y matarse sobre el mundo. Es el Abba de los enfermos y pobres, de los rechazados y hambrientos, que no tienen en el mundo ningún “padre-señor” que pueda liberarles y acogerles. El Dios de Jesús no es el Señor de la ley social dominante, que se expresa en los “grandes” padres varones del mundo, sacerdotes y rabinos, presbíteros y sanedritas, muy patriarcalistas, sino el padre/madre de todos los hombres, especialmente de aquellos que no tienen quien les proteja en el mundo. Interpretado así, el proyecto de Jesús resulta revolucionario. No es un mensaje de pura intimidad (que nos encierra en Dios, separándonos del mundo), ni un mensaje de sacralidad social (que avala el orden establecido, ratificando la realidad de aquello que ahora existe), sino una experiencia y exigencia de trasformación radical: el padre/madre Dios es aquel que pone en pie a los derrotados y abatidos de la vida para iniciar con ellos el camino de la justicia.
Ciertamente, el Padre de Jesús es el Yahvé de la Escritura, «El que Hace Ser», tal como se manifestó liberando a los hebreos de Egipto. No controla, no vigila, ni se impone, sino que ama a los oprimidos para liberarles. Es Creador de libertad, por eso le llamamos Padre/Madre. De esa forma, en amor creador, no con violencia, pone en marcha el camino del Reino, con lo que implica de trasformación social. Más que en el fulgor de la estrellas y en la armonía del orden cósmico, Dios se despliega y revela en el camino del reino, allí donde los ciegos ven, los cojos andan. No se limita a hacernos, sino que «hace que hagamos»: que podamos asumir la propia tarea de la vida dentro de un entorno adverso (como el de aquella Galilea). Por eso, la Buena Noticia del Padre/Madre se expande y expresa como fuerte exigencia de fraternidad, desde los más pobres. No estamos condenados a sufrir y morir bajo poderes opresores, envueltos en pecados. No somos impotentes, simples niños en manos de un padre envidioso o de principios sociales opresores, sino seres maduros que pueden recibir el amor y responder amando, de una forma creadora, revolucionaria. Por eso, la palabra “hay Dios”, “el Padre viene” debe expresarse a través de un amor que supera las condiciones actuales del mundo. No estamos condenados a soportar lo que ahora existe, o a mirar hacia el pasado, con pura nostalgia, sino a crear desde Dios nuestra vida, en justicia y compromiso por el Reino, con Jesús, mensajero del Padre. Cf. J. Jeremias, Abba. El mensaje central del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1981; J. Schlosser, El Dios de Jesús. Estudio Exegético, Sígueme, Salamanca 1995; H. Schür¬mann, Padre Nuestro, Sec. Trinitario, Salamanca 1982; A. Torres Queiruga, Del Terror de Isaac al Abba de Jesús, Verbo Divino, Estella 2001. Los portadores del mensaje de Jesús no han de ser, por tanto, “funcionarios”, que dicen y definen desde fuera lo que es Dios, sino signo y presencia del Dios Padre/Madre, como he destacado en Dios es Palabra. Teodicea cristiana, Sal Terrae, Santander 2003.