Con Queiruga y Sawicki (1): Funeral de Jesús y Anuncio de Pascua

Mc 14, 3-9Un relato funerario.
Se trata de un relato sorprendente, que debió ser entendido con facilidad en la primera tradición cristiana (en el entorno de Marcos), pero que después ha quedado un poco velado, cuando los evangelios (y especialmente algunos textos como éste) han querido entenderse en sentido historicista y dogmático. Una nueva lectura del evangelio, y un conocimiento más preciso de los comienzos de la Iglesia, nos permiten no sólo entenderlo mejor, sino entender de manera más profunda el origen de la Iglesia.
El texto nos sitúa en un contexto funerario, en el entorno de Jerusalén, donde los discípulos de Jesús se reúnen, después de su muerte para comer (como han hecho hombres y mujeres de casi todas las culturas, tras la muerte de un amigo o damiliar). Así lo muestran otras fuentes del Nuevo Testamento, al mostrar que las experiencias pascuales se han dado en contexto de comida, no sólo en la tradición canónica posterior de Mc 16, 14, sino en Hch 1, 4, Lc 24 y Jn 21).
La escena sucede en Betania, lugar donde el evangelio de Juan ha situado la experiencia de la resurrección de Lázaro, que es signo y expresión de la resurrección de Cristo (cf. Jn 11). Pues bien, en nuestro caso, los (algunos) discípulos se han reunido en ese entorno de muerte, en casa de Simón leproso, para recordar al que había fallecido y para así despedirle ritualmente, con una ceremonia de comida (un tipo de simposio funerario, tan común en la cultura del entorno).
Precisamente en ese contexto donde se esperaban palabra de luto y memorias de muerte (historias y llantos funerarios para despedir por siempre a Jesús), emerge una mujer y realiza un gesto de profundo simbolismo, con perfume, para indicar de esa manera que el muerto (Jesús) se encuentra vivo, de tal manera que ellos (ellos y ellas) transformar el llano de muerte en perfume de resurrección, expandiendo la Palabra en todo el mundo:
Y estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado [a la mesa], vino una mujer llevando un frasco de alabastro lleno de un perfume de nardo auténtico, muy caro. Rompió el frasco y se lo derramó sobre su cabeza. Algunos estaban indignados y comentaban entre sí . )Por qué la molestáis? Ha hecho conmigo una obra buena. A los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis, pero a mí no siempre me tendréis. Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. En verdad os digo: en cualquier lugar donde se anuncie el evangelio en todo el cosmos se dirá también lo que ha hecho esta mujer, para memoria de ella (Mc 14, 3-9).
Un funeral por Jesús en casa de Simón leproso
Éste es el rito de unos discípulos/amigos que se han reunido para comer, en casa de un leproso, tras la muerte de Jesús. Se trata, como he dicho, con toda probabilidad de una «reunión de duelo». Siguiendo una costumbre casi universal, los familiares y amigos de un difunto se reúnen para honrarle, mientras comen y recuerdan (repiten) las historias de su vida. En ese contexto de duelo funerario suelen vincularse de manera inseparable la afirmación de la vida de aquellos que quedan (que comen para vivir) y la sucesión de narraciones que reviven la historia del muerto, para que descanse en paz (¡para que tengamos la seguridad de que se ha ido bien!), de manera que permanezca en forma de memoria buena. Precisamente aquí donde amigos y discípulos comen recordando a Jesús se expresa según Mc 14, 3-9 la primera y más honda experiencia de pascua, como irrupción de vida.
Se dice que los discípulos comen en casa de Simón el Leproso, es decir, de un hombre que no pertenece a la sociedad limpia (que estaría formada por aquellos que han matado a Jesús). El texto parece situarnos así ante el recuerdo de una fraternidad oculta (como soterrada), que no está presidida por familiares del difunto (que serían lógicamente los que deberían ofrecer el «banquete funerario» por el pariente muerto), ni por los discípulos oficiales, es decir, por los Doce (que deberían ser también los promotores de una comida de recuerdo de Jesús). En esa comunidad de muerte (de personas que evocan a un muerto) se manifiesta y despliega la memoria de la vida partiendo de un leproso y de una mujer innominada.
De esa manera, el pasaje parece suponer que aquellos que quisieron «honrar» de verdad a Jesús como un muerto querido (al menos en principio) no fueron sus familiares y discípulos oficiales, sino otros (como las mujeres) y, de un modo especial, este leproso de Betania. El dato resulta sorprendente, pero cuadra bien dentro de la lógica del evangelio, pues el que promueve el recuerdo de Jesús es un leproso, un impuro, uno de aquellos a quienes Jesús curaba en el principio de su vida pública (cf. Mc 1, 40-45).
Las autoridades de Jerusalén (guardianas de la limpieza oficial) han matado a Jesús (como un impuro, apestado). Pero este leproso de verdad le recuerda, como siempre se ha hecho, ofreciendo en su honor (en su memoria) una comida. En este contexto se sitúan los tres rasgos principales del relato (que suscitarán la respuesta de Jesús): (a) la mujer confiesa que está vivo; (b) los que murmuran sólo piensan en dinero; (c) Jesús avala la confesión de la mujer.
La mujer confiesa y muestra que está vivo.
No se dice quién es, ni de dónde viene, sino, simplemente, que es mujer y que proclama con un gesto de profundo simbolismo el sentido de la muerte de Jesús, a quien evoca como presencia de vida que brota de la muerte, perfume que se expande desde el frasco roto, no para acompañar en su travesía de silencio al muerto, sino para convertirse en de anuncio de vida: buen olor de Cristo, al que se refiere en otro contexto Pablo (cf. 2 Cor 2, 14-16).
Normalmente, en un contexto semejante, las mujeres cuentan y cantan la historia del muerto, como se ha hecho hasta tiempos muy recientes en casi todas las culturas agrarias, en un tipo de celebración que tiene la finalidad de convertir el cuerpo ausente de aquel a quien se ha enterrado en memoria de vida (en alimento) y la finalidad de conservar esa memoria en la vida de aquellos que le conocieron .
Pues bien, esta mujer no cuenta verbalmente nada (no dice ni una palabra), pero trae un perfume que debía haber valido para la sepultura y lo derrama ante todos (ante el Jesús simbólicamente presente) como perfume de vida y para la vida. En la celebración habitual de la comida de difuntos, se acompañaba al muerto (bien recordado por aquellos que comían en su nombre) para que pudiera permanecer (dormir) en paz, convirtiéndose incluso en un antepasado venerable, de tal forma que el miedo y dolor por su fallecimiento (¡ante los muertos!) podía convertirse en presencia pacificadora de vida.
Esta mujer ha roto ese modelo de celebración y no desarrolla su papel o función de plañidera, ni se suma a la lista de aquellos que cuentan con nuevas palabras la historia del muerto y que lloran para despedirle, sino que realiza un gesto simbólico, que estando vinculado al culto de los muertos, crea algo que es totalmente nuevo, ofreciendo así la primera palabra de resurrección. Ella, la mujer profeta, derrama sobre la “cabeza” de Jesús (es decir, sobre su memoria) un perfume caro, rompiendo para ello el frasco donde se contenía y dejando que su fragancia se extienda por la casa como fragancia de vida y para la vida, no para la muerte.
El simbolismo es antiguo: desde tiempo inmemorial se ha ungido a los muertos con perfume. Pero el sentido es totalmente distinto: Jesús mismo es perfume para la vida Todos tienen que entender lo nuevo que dice la mujer: ese frasco roto, esa fuente de perfume es el mismo Jesús, a quien no pueden despedir como a un muerto. Esta mujer dice a todos los que están sentados la mesa que ellos deben anunciar por el mundo la memoria de Jesús, diciendo que está vivo o, mejor dicho, que es el Viviente, perfume de vida.
De esa manera esta mujer está narrando sin palabras el sentido de la vida y de la muerte de Jesús, como frasco de perfume caro que se ha roto para se extienda y despliegue su fragancia. El frasco de Jesús no era para quedar cerrado, sino para abrirse y expandir su perfume de Dios (como el grano de trigo, que sólo da fruto si muere, cf. Jn 12, 24). Igual que la rotura de ese frasco, la muerte de Jesús ha sido un despliegue generoso de vida, el más caro y precioso perfume. De esa forma, esa mujer está dando un sentido a la muerte de Jesús, está diciendo que ha sido un gesto bueno, de manera que su vida no ha terminado (para pasar así al olvido, tras el gesto funerario), sino que él mismo está presente como perfume de vida. Ésta es una manera de decir que ha resucitado y que se encuentra presente allí mismo, como perfume de vida penetrante.
Algunos presentes murmuran (¿Quiénes serían hoy?.
El evangelio de Marcos parece identificarles con los discípulos oficiales, que condenan a la mujer y de esa forma, implícitamente, rechazan o no aceptan el sentido de la muerte de Jesús, pues sólo piensan en términos de dinero (de fracaso económico, de muerte como tragedia). Ciertamente, también ellos están haciendo memoria de Jesús, pero lo hacen, en el fondo, para rechazar su camino de muerte y para rechazar su mesianismo pascual (negando lo que ha sido su mensaje). Son, sin duda, los mismos que le han negado o abandonado, pues más que Jesús les importaba el dinero (según la interpretación de Marcos). El texto nos sitúa, por lo tanto, ante una «disputa pascual», ante dos formas de entender la misión y muerte de Jesús.
Es muy probable que en el fondo de la escena haya un recuerdo de las primeras reuniones funerarias que se dieron entre conocidos y seguidores de Jesús, en los días que siguieron a su muerte. Esta casa de Simón el Leproso parece un signo del sepulcro donde habían querido ir las mujeres para ungir a Jesús, sin encontrar allí su cuerpo (Mc 16, 1-8), descubriendo así que no era un cadáver para ser embalsamado, como hemos podido ver en el apartado anterior. Pues bien esta mujer ha avanzado en esa línea, descubriendo y mostrando abiertamente que Jesús no es un cadáver para ser embalsamado (con perfume externo), sino que es el auténtico perfume que se debe anunciar en todo el mundo.
Posiblemente nos hallamos ante una «liturgia del perfume» (que podría ser paralela a la liturgia del lavatorio de pies: cf. Jn 13, 5-14, en relación con Jn 12, 3), que se celebraría en alguna de las primeras comunidades pascuales del entorno de Jerusalén (o de Galilea), una liturgia del Jesús-perfume, que servía para interpretar y celebrar el sentido de su muerte, invirtiendo el uso normal del frasco y de su aroma, que no sirve ya para ungir un cadáver, sino para mostrar que Jesús mismo es aroma de vida. Entendido así, este pasaje nos sitúa ante las primeras manifestaciones pascuales, en las que se expresa y expande la nueva lógica de la mujer del perfume, en contra de la resistencia de aquellos que querían interpretarle en claves monetarias.
Las palabras de crítica de algunos presentes («que la molestaban diciendo: ¿a qué viene este derroche?»; 14, 4-5) nos sitúa en el comienzo de las discusiones de los seguidores y amigos de Jesús, tras su muerte. Algunos de ellos seguían corriendo el riesgo de entender el camino de Jesús (y su misma identidad como discípulos suyos) en claves monetarias, pensando que sólo se puede ayudar a los pobres (darles de comer) con dinero y que sólo así, con dinero, se logra establecer el Reino. Conforme a esa visión, Jesús debía haber sido inmensamente rico, resolviendo de manera monetaria los problemas de la tierra (con los denarios de los sacerdotes y de Judas: cf. Mc 14, 11). Esta mujer dice, en cambio, que Jesús es inmensamente rico, pero de otra manera, en línea de perfume que se despliega y expande por toda la casa.
Respuesta del Jesús y nacimiento de la iglesia
Las palabras finales de Jesús deben entenderse en clave de liturgia pascual, es decir, de representación funeraria expandida. Ellas pueden haber sido dichas por algún miembro del grupo, que defiende a la mujer, hablando en nombre de Jesús (como hablará el ángel de la tumba, en Mc 16, 6-7) y diciendo: «¡Ha hecho conmigo una obra buena. Se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura!» (Mc 14, 6).
Lo que esta mujer ha realizado pertenece a la pascua mesiánica: ella ha mostrado que la sepultura de Jesús no es lugar para embalsamar y conservar un cadáver, sino lugar de perfume expandido, pues el cuerpo de Jesús se ha hecho aroma de vida, presencia de reino. La transformación del cadáver para la muerte en perfume para la vida constituye una expresión de pascua.
Esta mujer ha recreado así el sentido de Jesús, interpretando su muerte como regalo de vida, es decir, como perfume que se expande y llena toda la casa (como destaca el paralelo de Jn 12, 3), diciendo así que él ha resucitado. Parece que los otros, aquellos que la critican, rechazan la muerte de Jesús, pues la toman como signo de fracaso. Por el contrario, esta mujer ha descubierto y ha mostrado con su perfume la victoria de Dios, que es triunfo del mensaje del Reino sobre la muerte. Ella expresa de esa forma la novedad de Jesús, que desborda los límites de la tumba vacía, como perfume que se vuelve palabra de evangelio en todo el mundo.
Por una parte, este relato nos sitúa en el principio de la pascua, en la raíz donde vino a expresarse y de la que vino a expandirse el mensaje de la resurrección. En un sentido, nos hallamos en el comienzo del comienzo de la Iglesia, de manera que no podemos volver más atrás (pues más atrás sólo queda la muerte de Jesús y la búsqueda inútil de una tumba vacía). Pero, en otro sentido, ese relato nos sitúa ya en un tiempo avanzado de la historia de la comunidad de Marcos, pues sólo así se entiende la palabra de Jesús:
En verdad os digo,
donde se proclame el evangelio, en todo el cosmos,
se dirá también lo que ha hecho esta mujer
para memoria de ella (Mc 14, 9).
El recuerdo de esta mujer, que tiene sin duda un fondo histórico, nos sitúa en el día primero de la Iglesia, que sin ella no existiría. Por otra parte, tal como aparece en el texto de Marcos, esta escena nos sitúa en un tiempo muy posterior, que es el tiempo del evangelista (hacia el año 70 d.C., como veremos en cap. 17), un tiempo en que puede hablarse ya de «el evangelio» (to euangelion), esto es, de Jesús convertido en buena noticia y también de kosmos, es decir, de la totalidad del mundo. Esta mujer ha sido la primera hermeneuta de Cristo, la iniciadora de un evangelio que se extiende como perfume de salvación a todo el mundo.
En un plano, Jesús (el Jesús de Marcos) habla de lo que ha hecho una mujer determinado (autê), pero en otro él se está refiriendo a lo que han hecho las diversas mujeres de pascua (las de Mc 15, 40.47; 16, 1-8) Sin duda, esas palabras pueden contener una alusión al tiempo de la historia de Jesús (¡a lo que hicieron las mujeres que le acompañaron hasta la cruz!), pero ellas aluden sobre todo a la primera experiencia de Pascua, a lo que esta mujer (y otras mujeres: ella es signo de muchas) descubrieron e hicieron al comienzo del tiempo pascual, fundando así la Iglesia.
El texto refleja, por tanto, un descubrimiento pascual: esta mujer ha celebrado la vida y la resurrección de Jesús (es decir, el sentido de su muerte), transformando el banquete de duelo funerario en signo y presencia de resurrección (en verdadera eucaristía). Dentro del evangelio, ella es la primera que ha expresado el valor salvador de la muerte de Jesús. En ese sentido, la acción de esta mujer nos sitúa ante un hecho profundamente histórico, que marca el comienzo de la Iglesia, como descubrimiento del sentido de la muerte de Jesús, es decir, de su presencia.
La iglesia según Marcos empieza con esta «unción mesiánica», donde se acoge y promueve lo que ha hecho esta mujer, cuyo signo pertenece al evangelio, es decir, al mensaje de Pascua. Sin el recuerdo de su acción (de lo que ella ha descubierto y celebrado) no hay evangelio, no hay iglesia, porque ella ha descubierto y celebrado la muerte de Jesús como fuente vida (resurrección) para aquellos que le acogen y se dejan transformar por su fragancia, en un camino que se abre a todo el mundo. Por eso, aquellos que la critican no creen en la pascua de Jesús, ni pueden extender su buena nueva como Iglesia.
Sólo en la línea de esta mujer puede haber mensaje cristiano, iglesia mesiánica, es decir, comunidad de aquellos que confiesan que Jesús ha regalado su vida como buen perfume, de manera que él está así resucitado. Por eso, el anuncio de la resurrección resulta inseparable de la muerte de Jesús, tal como ha sido interpretada por esta mujer. Este pasaje es, por tanto, un texto pascual pre-datado (algo habitual en el evangelio de Marcos), un texto que marca el nacimiento de la Iglesia, en casa de Simón Leproso.
Entendido así, este pasaje nos permite superar dos riesgos, haciendo que comprendamos bien el comienzo del cristianismo. (a) El riesgo de aquellos que sólo ven la muerte de Jesús como fracaso (dinero malgastado, esfuerzo vano), pues esta mujer sabe y dice que esa muerte no ha sido un fracaso, sino la expresión más alta del amor divino, el supremo regalo de la Vida. (b) El riesgo de aquellos que quisieran hablar de resurrección sin muerte, de gloria sin entrega de amor, de Reino sin cruz, idealizando así la función de Jesús, presentándole como alguien ajeno a este mundo.
Celebrar la vida, en un contexto de muerte
El mayor peligro del principio del cristianismo habría sido separar la pascua de la muerte de Jesús, proclamando la llegada un Reino que no implica entrega de la vida, o separar la muerte de la pascua, quedando así fijados a una tumba de olor pestilente, sin perfume de resurrección. En un caso habría pascua sin muerte, puro idealismo. En el otro sólo habría muerte sin pascua, puro fatalismo de unos huesos pudriéndose sin fin a lo largo de la historia de este mundo. Pues bien, en contra de eso, esta mujer ha logrado indicar que la pascua de Jesús está en su misma muerte (no en algo que vendrá después), pues Jesús es Mesías dando la vida
Esta mujer aparece así como la cristiana originaria, la primera que ha descubierto y expresado la pascua en la misma muerte de Jesús. Por eso, el recuerdo de lo que ha hecho (de lo que ha visto, de lo que ha dicho) resulta inseparable de la buena memoria de Jesús, de manera que donde se anuncie el evangelio habrá que proclamar lo que ella ha realizado (¡una persona concreta, pero innominada!), pues no hay evangelio sin la interpretación que esta mujer ha dado de la muerte de Jesús, sin la visión que ella ha tenido de su vida y presencia pascual, como perfume mesiánico. No hay cristianismo sin una comprensión creyente de la muerte de Jesús.
Más tarde llegarán las formulaciones teológicas de tipo más formal (litúrgico, dogmático). Antes de todas, en el comienzo del camino de la Iglesia, conforme a la visión de Marcos, tenemos a esta mujer, elevándose así como primera cristiana y viniendo a presentarse como principio de la Iglesia, en el mismo salón donde otros querían celebrar la muerte de Jesús. El evangelio es la comprensión pascual de la muerte de Jesús y puede expresarse en forma de unción que brota de la muerte mesiánica de Jesús, se viene a mostrar como perfume de evangelio. El mismo evangelio aparece así como proclamación y celebración de la muerte salvadora de Jesús que empieza por esta mujer, la primera que ha interpretado la muerte de Jesús como unción mesiánica. Por eso, donde se anuncie el evangelio se dirá lo que ha hecho «ella», la forma en que ha logrado comprender la muerte de Jesús y presentarla.
Jesús mismo es el perfume abierto y expandido desde el vaso de alabastro roto. Aquí y ahora, este Jesús-perfume es el mayor derroche generoso de vida, a favor de los demás, en camino de Reino. La resurrección no es algo simplemente para después, sino algo ya aquí, un misterio que se anuncia y se expande en la vida de sus seguidores. Él mismo, Jesús, es ya el evangelio. Por eso, esta mujer que lo ha comprendido y mostrado, ante todos (antes que todos), en gesto de amor, forma parte del mensaje cristiano: es una encarnación concreta de ese evangelio.
La experiencia de pascua es ante todo experiencia de mujer
La casa de Simón el leproso, en el entorno de Jerusalén, aparece así como casa pascual donde se reúnen los discípulos de Jesús, para recordarle mientras comen. La misma localización (Betania) puede entenderse en esa línea (como en el caso de la resurrección en Lázaro en Jn 9, que es un signo de la resurrección de Jesús y de la primera experiencia de la Iglesia).
En este lugar, en este contexto de comida, se recuerda y entiende la muerte de Jesús como presencia de Dios, perfume de vida. Es evidente que la memoria de esta mujer (mnêmosynon autês: Mc 14, 9) pertenece a la raíz de la vida de la iglesia, como la memoria eucarístico de Jesús. Los paralelos extramarcanos presentan la eucaristía como anamnesia o memoria de Jesús (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 23-25) y el mismo evangelio de Marcos se refiere al pan de las multiplicaciones y la barca como fuente de recuerdo eclesial (cf. mnêmoneuein: Mc 8, 18). A los discípulos les cuesta conservar la memoria activa del pan y por eso desconocen a Jesús y siguen ciegos, no sólo en esta unción de Betania, sino en la misma escena eucarística que sigue (cf. Mc 14, 12-31 donde culmina el tema de los panes).
Esta mujer, sin embargo, ha comprendido, volviéndose elemento integral de la memoria de Jesús, una memoria hecha anuncio de evangelio, desbordando el nivel de los puros panes materiales, que han de darse sin duda a los pobres, pero que adquieren todo su sentido al relacionarse con la entrega pascual de Jesús.
Apéndice. Marianne Sawicki
He seguido básicamente el esquema exegético de M. Sawicke, que ofrece se sitúa en la línea del de A. Torres Queiruga. No todos la conocen. Por eso quiero añadir su semblanza.
M. Sawicki es flósofa, historiadora y teóloga norteamericana, de origen católico, una de las figuras más importantes del pensamiento cristiano de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Nació en Baltimore, Maryland, y vive (año 2009) con su marido, Bob Miller, en Pennsylvania. Fue periodista y trabajó en la prensa escrita de Baltimore, en tiempos del Watergate, en la era Nixon. Pero su verdadera vocación ha sido la filosofía (es traductora y editor de las obras de E. Stein), la arqueología (ha realizado excavaciones pioneras en diversos lugares de Galilea) y el estudio del origen del cristianismo, para lo que cuenta con un gran conocimiento de las tradiciones judías (Misná, Talmud) y cristianas. Ha estudiado en el Loyola College de Baltimore (B.A. 1971), en la Universidad de Pennsylvania (M.A. en Ciencias de la Comunicación 1974), en la Catholic University of America (Ph.D. en Religión, 1984, M.A. 1978) y la de Kentucky (Ph.D. en Filosofía 1996). Ha enseñado en varias universidades, ha recibido muchos honores y ha investigado sobre varios campos fundamentales de la educación Cristiana, del encuentro con Jesús resucitado, la oración y el pensamiento de E. Stein, como muestran algunos de sus libros: Faith and Sexism: Guidelines for Religious Educators (New York 1979); The Gospel in History: Portrait of a Teaching Church: The Origins of Christian Education (New York 1988); Seeing the Lord: Resurrection and Early Christian Practices (Minneapolis 1994); What Is “Contemporary” Worship? (con P. Westermeyer y P. Bosch, Minneapolis 1995); Body, Text, and Science: The Literacy of Investigative Practices and the Phenomenology of Edith Stein (Boston 1997); Crossing Galilee: Architectures of Contact in the Occupied Land of Jesus (Harrisburg PA 2000): Philosophy of Psychology and the Humanities by Edith Stein (Washington DC 2004); An Investigation Concerning the State, by Edith Stein (Washington DC 2006). Entre esas obras, los estudios más significativos de M. Sawicki, desde un punto de vista del pensamiento cristiano, son Crossing Galilee (donde ofrece una visión de conjunto del entorno humano y social de Jesús) y Seeing the Lord (donde presenta una de las más hondas reconstrucciones de la experiencia pascual cristiana, desde la perspectiva de las mujeres de la liturgia funeraria, que transforman el llanto de muerte del crucificado en experiencia de vida). Este último trabajo está en el fondo de las mejores aportaciones de → J. D. Crossan en su libro sobre El nacimiento del Cristianismo y constituye, a mi juicio, una aportación básica al pensamiento cristiano de finales del siglo XX.