Tiempo de Pentecostés. Quaestiones disputatae de Spiritu Sancto (1)
Había en la iglesia dos géneros teológicos fundamentales. Uno eran las Summae (sumas) o tratados . Otro eran las Quaestiones disputatae, o cuestiones discutidas sobre temas especiales.
Publiqué hace algunos años dos “sumas trinitarias” con abundante material sobre el Espíritu Santo (Enchiridion Trinitatis y Trinidad, itinerario de Dios al hombre).
En este tiempo de Pentecostés 2025 he preparado unas sencillas “cuestiones discutidas” que presentaré hoy y en los días siguientes. Comienzo con la cuestión ecuménica, entre católicos, ortodoxos y evangélicos.
En este tiempo de Pentecostés 2025 he preparado unas sencillas “cuestiones discutidas” que presentaré hoy y en los días siguientes. Comienzo con la cuestión ecuménica, entre católicos, ortodoxos y evangélicos.
| Xabier Pikaza
Lectura ecuménica
Católicos, ortodoxos y protestantes mantenemos una misma confesión trinitaria y cristológica, fundada en el consenso de los cuatro primeros grandes concilios de la Iglesia (Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia). Eso significa en, la base, mantenemos una misma doctrina sobre el Espíritu Santo, confesando que “es Señor y Vivificador, que procede del Padre y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria” (Credo Conciliar).Pero después han venido a surgir las diferencias en la forma de entender la relación del Espíritu con el Hijo y con la Iglesia, como muestran las divisiones entre católicos, ortodoxos y protestantes.
Los católicos
hemos destacado la relación entre el Espíritu Santo y la acción salvadora de Cristo, dentro de la Iglesia.En general, los ortodoxos nos han criticado por silenciar la voz del Espíritu Santo, convirtiéndole en un mero “delegado” de Cristo, a quien miramos como Señor monárquico (casi político) de una iglesia organizada muy jerárquicamente. Llegando hasta el final en esa línea, algunos ortodoxos nos han acusado de poner al mismo Espíritu Santo bajo la autoridad de la jerarquía: ellos, los jerarcas, habrían recibido por la ordenación el Espíritu divino y lo interpretan y regulan, dentro de la iglesia; los simples fieles estarían obligados a recibir el Espíritu a través del Magisterio (en el nivel de la enseñanza) y del Ministerio sacerdotal (en el nivel de la ordenación eclesial y de la administración de sacramentos). De esa forma, los católicos “clericales” habríamos ahogado la espontaneidad del Espíritu Santo, negando en el fondo su divinidad.

‒ Filioque y papaque (el Espíritu dependería de Cristo, que es el Hijo y del Papa que es el Vicario del Hijo en el mundo). Es evidente que la acusación acusación resulta exagerada y, en el fondo, falsa. Pero ella nos obliga a plantear de manera más profunda el tema. El Filioque (el hecho de que el Espíritu provenga y/o se exprese desde el Padre, por medio de Jesús, el Hijo de Dios) no significa una subordinación del Espíritu, sino todo lo contrario: una expresión de su poder y realidad divina, vinculada a la obra mesiánica de Cristo.
Por otro parte, tras afirmar que el Espíritu proviene de Jesús, podemos y debemos añadir que Jesús surge y realiza su tarea mesiánica por medio del Espíritu, como han indicado los trabajos precedentes. El problema de fondo es la definición cristiana del Espíritu Santo: sólo vinculándolo a Jesús, sabemos que el Espíritu es divino y salvador (es cristiano), asumiendo (no negando) lo que han venido descubriendo de forma tanteante las religiones no cristianas y de un modo especial la historia israelita.
‒ El riesgo católico (papaque: El Espíritu depende de Dios con Jesús y el Papa). Ciertamente, al acentuar una determinada visión cristológica (un Jesús Señor, desligado del Espíritu y que expresa su poder por medio de la jerarquía de la iglesia), algunos católicos han podido caer en los riesgos que han puesto de relieve los ortodoxos: un mesianismo político, que identifica el reinado de Jesús con el triunfo temporal de la iglesia; un ontologismo teológico, que interpreta la confesión de fe en términos de sistematización lógica, como un orden de proposiciones, y no como encuentro personal con Dios, en el Espíritu; una jerarquización eclesial, que mira al papa y los obispos como mediadores privilegiados del Espíritu, negando así los valores de la comunidad.
Todo esto puede tener cierto fondo de verdad. Pero, como hemos podido ir advirtiendo en las reflexiones y trabajos anteriores de autores católicas, esta crítica ha sido una exageración: la gran teología católica de la segunda mitad del siglo XX ha superado los riesgos de que suele acusarle la ortodoxia. Pero el tema sigue pendiente…. Y muchos ortodoxos y protestantes nos dicen que de hecho los católicos dependemos más del Papa que del Espíritu Santo.
Iglesias ortodoxas
Los ortodoxos han cultivado, en general, una pneumatología más autónoma, destacando la experiencia del Espíritu en la vida de la iglesia, tanto en la celebración litúrgica como en la vida espiritual de cada uno de los creyentes. Es evidente que todos los cristianos debemos estarles agradecidos, pues ellos, los ortodoxos, han conservado para el conjunto de las iglesias una tradición original que pertenece a toda la cristiandad. Pero, después de afirmar eso, debemos añadir que también ellos han corrido y corren ciertos peligros en la interpretación del Espíritu.

‒ Espíritu sin Jesús histórico… Un Espíritu místico y litúrgico, pero sin la radicalidad social y personal de Jesús. Algunos ortodoxos tienen el riesgo de buscar y cultivar un Espíritu sin la historia real y conflictiva de Cristo, cosa que puede llevarles a un misticismo extra-mundano, a una confusión teológica y a una disolución histórica. Habría misticismo extra-mundano si el Espíritu se viera como profundidad espiritual abierta, desligada de la vida y obra redentora de Jesús, dirigiendo a los creyentes hacia una experiencia insondable de celebración y misterio que puede acabar siendo vacía. Habría confusión teológica allí donde la experiencia del Espíritu nos condujera hacia el misterio puramente indecible de Dios, en un apofatismo puro, desligado de la vida y acción liberadora de Jesús. Puede haber, finalmente, un riesgo de disolución histórica, sila búsqueda de un Espíritu extra-cristiano pudiera conducirnos a un nivel de experiencia mistérica, desligándonos de la gran tarea mesiánica de recrear la historia, desde el dolor y la acción liberadora, siguiendo a Jesús que, con la fuerza del Espíritu Santo, fue expulsando los demonios y construyendo así el reino de Dios (cf. Mt 12, 28) .
‒ Riesgo de estructuras sacrales de las Iglesia. Ciertamente, la ortodoxia ha elaborado una visión ejemplar del Espíritu Santo, que es patrimonio de todos los cristianos, pero esa visión puede haber quedado algo anclada en estructuras eclesiales de tipo tradicional, más deseosas de recordar la riqueza de un pasado glorioso, que de abrirse, por Jesús, hacia futuro abierto de reino, que empieza ya en este mundo, a través de la lucha y creatividad histórica, en ansia de libertad. Es evidente que las iglesias católicas (y protestantes) han corrido el riesgo de “diluir” el Espíritu de Cristo en la búsqueda gozosa y dolorosa (prometéica y sufriente) de la modernidad, perdiendo así su identidad cristiana. Pero ese riesgo ha sido y sigue siendo, a mi juicio, necesario: el Espíritu de Cristo ha venido a presentarse desde el principio como fuente creatividad histórica, fermento y garantía de futuro, no sólo en la resurrección final de los muertos, sino aquí, en el mismo camino de la historia.
Lectura evangélica”.
La tradición protestante ha sido, a mi juicio, la más creadora (y quizá aventurara) en este campo. Como su propio nombre indica, ella he empezado reaccionando (protestando) contra el riesgo de un jerarquicismo eclesial, poniendo así de relieve la subjetividad del Espíritu, vinculado a la propia opción creyente (fe) y a la lectura personal de la Palabra de Dios (el Espíritu de Cristo actúa allí donde los fieles escuchan e interpretan la Escritura). Frente al riesgo de una iglesia jerárquica, que parece “adueñarse” del Espíritu, diciendo a los simples fieles lo que deben creer y realizar, los grandes reformadores evangélicos han destacado la madurez de cada cristiano, capaz de recibir y cultivar, en fe y confianza, los dones del Espíritu, que se expresa de un modo especial a través de la Escritura, que viene a presentarse así como lugar privilegiado del Espíritu.
‒ Protesta del Espíritu. Conforme a esta visión, el gran carisma del Espíritu en la iglesia es la lectura e interpretación personal de la Biblia, más que el orden eclesial reflejado por la jerarquía (riesgo católico) o que el misterio celebrado en forma de liturgia comunitaria (riesgo ortodoxo). Esta “protesta evangélica” de los reformadores pertenece también a la tradición común de las iglesias y así lo han comprendido gran parte de los teólogos católicos, y el mismo Concilio Vaticano II. Pero ella puede convertirse en fuente de un riesgo quizá más grande allí donde ella abandona a cada uno de los fieles, dejándole ante su propia interpretación aislada de la Biblia, fuera de la Gran Comunión de los Creyentes, en la Comunidad de la iglesia. Como hemos venido indicando, el don fundante del Espíritu sigue siendo la Iglesia universal, abierta por su perdón y comunión, a la vida sempiterna, es decir, a la culminación pascual de Cristo en los cristianos.
‒ Pneumatomaquia filosófica. De un modo lógico, al poner de relieve la creatividad del Espíritu en cada uno de los fieles, la reforma protestante se ha expresado y expandido en eso que pudiéramos llamar la gran batalla de la pneumatología filosófica, que he encontrado su expresión más genial (y peligrosa) en el pensamiento alemán de los siglos XVIII y XIX. Como han destacado los teólogos protestantes (liberales) de finales del siglo XIX y principios del XX, los auténticos herederos de la pneumatología protestante (de Lutero) fueron los filósofos germanos, en una línea que va de Kant a Hegel, con sus epígonos y críticos (en un camino que llamo de pneumatomaquia, que no es el auténtico de Lutero ni de los grandes reformados del siglo XVI). De esa forma, el Espíritu de Cristo corre el riesgo de venir a presentarse como puro “espíritu humano”, dentro de una Historia del Espìritu (=Geistesgeschichte) que define y da sentido a la vida humana.

‒ Renovación pneumatológica del protestantismo. Ciertamente, la gran teología protestante del siglo XX (de K. Barth a R. Bultmann, de P. Tillich a D. Bonhöffer) ha protestado contra esa interpretación filosófica del Espíritu, pero los resultados de su protesta no parecen todavía claros. De esa forma, los protestantes actuales (divididos en múltiples grupos) se mueven entre el riesgo de una neo-ortodoxia, vinculada al literalismo bíblica, y el riesgo aún mayor de una disolución antropológica del Espíritu de Cristo. Lo que ellos han dicho y han hecho, sobre todo en el campo de la lectura de la Biblia, sigue siendo modélico: ninguna otra iglesia ha trabajado en este campo con su rigor y deseo de verdad; ningún otro grupo humano ha pensado con el rigor con ellos lo han hecho. Pero es muy posible que también ellos, los protestantes nuevos, por respeto a sus reformadores (Lutero, Calvino...) y, sobre todo, por fidelidad a las fuentes bíblicas, deban dialogar con la tradición ortodoxa y con la experiencia eclesial de los católicos, para así descubrir mejor la identidad y acción del Espíritu de Cristo en nuestro tiempo.
Espíritu y ministerios. Tema de conjunto.
Conforme a una visión muy extendida del protestantismo, Dios ofrece su Espíritu a los fieles para que lean e interpreten de manera personal y salvadora la Escritura de Dios. Conforme a otra visión extendida del catolicismo, Dios habría dado su Espíritu al Papa y a los obispos, para que actúen en su nombre (en nombre de Dios) y digan a los otros lo que tienen que hacer. Ésta es una lectura simplista de los hechos, pero nos ayuda a interpretarlos… En este contexto quiero fijar algunos rasgos del surgimiento carismático de la autoridad cristiana (eclesial), en línea ecuménica:
- La primera autoridad cristiana es el carisma,es decir, la creatividad personal de los creyentes, como Pablo ha desarrollado en 1 Cor 12-14 y Juan en todo su evangelio y en sus cartas. Esa autoridad se encuentra vinculada al testimonio y creatividad de aquellos que enriquecen a a los demás, abriendo para ellos un camino de seguimiento y maduración. Esta autoridad se avala por sí misma: no tiene que imponerse, se ofrece; no se consigue por razones o por votos, se expresa y justifica por sí misma. En esta perspectiva se sitúa la autoridad de los grandes creadores espirituales como Jesús o Mahoma, lo mismo que los fundadores de las órdenesy movimientos religiosos. La fuerza de esta autoridad reside en el ejemplo y prestigio de aquellos que se han presentado ante los demás como hombres o mujeres de Espíritu, capaces de mantenerse en diálogo con lo divino.Esta es la autoridad que define el estado naciente de una institución o grupo. De algún modo, ella perdura a través de las instituciones ya formadas (iglesias constituidas), aunque pierde la importancia que solía tener en su principio, pues las iglesias tienden a convertirse en administradoras de un carisma ya codificado y funcionalizado.
El carisma de la autoridad tiende a estabilizarse en formas y estructuras de poder delegado, a través de los funcionarios o administradores que organizan la vida del grupo conforme a unas leyes aceptadas en principio por todos. Así se pasa de los fundadores carismáticos a los funcionarios eficientes cuya tarea no consiste en crear carisma (recibir nuevo Espíritu) sino en administrar la vida de aquellos que están reunidos en nombre de ese carisma. Estos superiores delegados (administradores) no ejercen autoridad por sí mismos ni pueden apelar a una inspiración más alta del Espíritu. Son representantes de un conjunto social que les ha dado unas tareas que tienden a burocratizarse; son ejecutores de una ley que pertenece a todos (que ellos no han creado ni pueden ejercer a capricho); son gestores de un conjunto social al que deben dar cuenta de su tarea. Normalmente, para mantener su prestigio y mantenerse, estos administradores tienden a convertirse en "jerarcas", es decir, en autoridad sagrada. Para ello sacralizan su poder, afirmando que ellos han recibido la garantía del Espíritu divino.
- La iglesia tiene que vincular autoridad carismática y poder administrativo. Eso significa que los cristianos, superando el riesgo de burocratización (institucionalización) de sus miembros, deben volver siempre "a las fuentes de inspiración de su vida", es decir, al manantial carismático de Jesús y de los cristianos primitivos. Desde ese fondo debemos superar dos riesgos, el de una búsqueda puramente carismática del Espíritu, sin apoyo en la realidad concreta de sus miembros, y el de una institucionalización pura de la vida eclesial. Así podemos hablar de los dos tipos de "espíritu" cristiano, uno más carismático, otro más institucional. La unión entre carisma e institución forma parte del “legado básico” cristiano, de la experiencia fundante del Espíritu, como puso de relieve J. L. Leuba, Institución y acontecimiento, Sígueme, Salamanca 1969.
El carisma puro del Espíritu, entendido en línea de pura espontaneidad creadora, sin ninguna forma de organización, no existe realidad, sino que es como "límite" hacia el que tiende los cristianos. No se puede hablar de un puro estado naciente, en el que no habría todavía instituciones, pues tan pronto como el grupoha nacido y/o se ha organizado en cuanto tal necesita realizar tareas administrativas: se dividen funciones, se reparten encargos etc. Lo que llamamos el Espíritu Santo del "estado naciente" de la iglesia (de las primeras comunidades galileas o de Jerusalén) se expresa desde el principio a través de ciertas funciones del grupo (vinculadas a misioneros y profetas ambulantes, a maestros y presidentes de las comunidades).
Por otra parte, la pura institución, entendido como triunfo de la burocracia administrativa, resulta imposible dentro de la iglesia. Por eso decimos que la autoridad eclesiástica (lo que se ha llamado jerarquía) tiene que volver incesantemente a las raíces carismáticas de la iglesia (a la experiencia pascual, a la visión de Pentecostés) para realizar sus tareas. Eso significa que la misma institución participa de la libertad y creatividad carismática del origen de la iglesia; ella se mantiene siempre en estado naciente. Esta dialéctica entre carisma e institución está en la basedel cristianismo y de cada uno de los grandes movimientos religiosos intracristianos. El puro carisma se diluye pronto y pierde su capacidad creadora a no ser que se organice a través de instituciones encargadas de expresarlo y expandirlo (en cauces de administración y poder). Pero si las instituciones pierden su autoridad carismática y se convierten en puras administradores de poder se vuelven fósiles sin alma.
La autoridad auténtica deriva del carisma: Es la capacidad creadora del amor, que libera a los humanos de la fatalidad cósmica y del miedo a la muerte y les vincula en una tarea creativa, gozosamente asumida. En ese sentido, los religiosos queremos o ser obedientes a la llamada carismática de Jesús y de nuestros fundadores religiosos; sólo a ese nivel funda y recibe su sentido la auténtica obediencia. Si pierde este principio ella se vuelve cadáver. Por su distancia respecto al origen (que es siempre el amor creador) y por exigencias de la organización, autoridad debe expresarse a través de unas mediaciones funcionales y administrativas, vinculadas a la trama del poder, que pertenecen a la estructura de la vida social y deben ponerse al servicio del carisma. Recordemos que un carisma sin institución pierdepronto su sentido y se diluye en la impotencia o en cien manifestaciones a menudo contradictorias.
El primer poder es el amor (es decir, el no-poder).En la iglesia el “poder” no lo poseen los sacerdotes (pues no hay en ella sacerdotes en el sentido estricto del término; el único sacerdote es Dios-Jesús),ni los ancianos o presbíteros como tales (pues el evangelio rompe la estructura social y nacional judía, no crea un pueblo donde mandan los ancianos en cuanto representantes de la tradición). Tampoco hay en la iglesia escribas en cuanto portadores de una ley nacional que ellos controlan y fijan, tal como ha venido a expresarse por la Misna. La autoridad de la iglesia se funda solamente en Cristo que anuncia el reino y ofrece su vida por los hombres. Cesan ante él todas las formas de poder antiguo, de manera que, en su origen, los cristianos vienen a expresarse como pueblo carismático, que vive de la autoridad de Jesús, sin necesidad de fijar poderes especiales (burocráticos, institucionales).
‒ Los documentos esenciales del Nuevo Testamento ofrecen el testimonio admirable de una iglesia llena de autoridad (que va a extenderse pronto en todas direcciones) pero carente de poder económico y administrativo. Recordemos en esta línea el evangelio de Mc (e incluso el de Mt), donde aparece una riquísima comunidad cristiana, llena de autoridad evangélica, sin poderes institucionales. Recordemos al mismo Pablo auténtico, sin más autoridad que la experiencia de Jesús y el evangelio. He tratado de autoridad y poder en Sab y en el NT en Antropología Bíblica (BEB 80, Sígueme, Salamanca2006).
‒ Este es, a mi juicio, el problema principal en la interpretación del AT, es el lugar donde se escinde judaísmo y cristianismo, como he querido señalar en Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1996. Sobre esa base de autoridad carismática sin poder ha de asentarse una y otra vez la iglesia cristiana. Si en un momento determinado ella lo olvida y se define en función de las diversas formas de poder que han brotado en tiempos posteriores (por imperativo social, no por evangelio), ella pierde su base cristiana. Pero, como ya hemos dicho, toda autoridad tiende a explicitarse en formas de poder y así ha pasado en la iglesia cristiana.
La misma autoridad del Espíritu suscita unos ministerios (unos poderes, en sentido relativo).Así lo saben ya los lis sapienciales judíos (cf. Sab 6) al decir que toda poder viene de Dios. Frente a un "demonismo" antimundano que condena toda forma de poder como perversa, el AT nos recuerda que la autoridad de Dios (principio salvador) viene a expresarse a través de unas estructuras de poder. En esa línea se mantiene Rom 13 cuando afirma que el poder es signo de Dios sobre la tierra.
‒ La misma autoridad de Cristo se exprese en tipo poderes de carácter administrativo dentro de la iglesia, no para negar el carisma sino para expresarlo sobre el mundo. En esta perspectiva han de asumirse como necesarios los ministerios eclesiales, en las diversas formas que han ido tomando (y/o deben tomar) a lo largo de la historia.
‒ Pero todo “poder” resulta peligroso... si se busca a sí mismo y se toma como principio de vida de la iglesia, según indica ya en el mismo Antiguo Testamento la fábula del árbol coronado en Jc 9, 7-15: el reytiende a mostrarse como parásito que vive a costa de los demás, como la zarza que es el árbol menos provechoso ychupa la savia de los árboles buenos para imponerse sobre ellos. En esa línea, el AT abre un camino de "utopía", de búsqueda de autoridad que no sea opresora, tanto en plano profético como mesiánico y legal (de escribas).
‒ En esta perspectiva debe mantenerse vigilante el cristianismo, afirmando siempre la autoridad creadora de Jesús y superando las formas de poder que puedan desvirtuar o destruir ese tipo de autoridad evangélica. La autoridad (que es siempre fuente de amor) ha de expresarse en formas de poder (sobre todo económico y administrativo). Frente a un angelismo cristiano que rechaza todos los poderes en la iglesia debemos afirmar que ellos son necesarios (pero sólo en la medida en que expresan el sentido de la autoridad de Jesús). Desde esta perspectiva puede y debe expresarse el sentido básico de la autoridad dentro de la iglesia.
Conclusión. La autoridad es el Espíritu.Dentro de la estructura legal de un judaísmo de ley (legalista: ¡no todo judaísmo es legalista!), los ministerios aparecen reglamentados según ley, conforme a un esquema de herencia (de transmisión familiar) o de organización social. En contra de eso, desde la mejor fuente israelita, según Pablo, dentro de la iglesia, los diversos ministerios emergen y se expresan por la fuerza del mismo Espíritu. No se pueden estructurar desde fuera, ni se pueden imponer, sino que brotan conforme a la exigencia de la misma estructura y vida eclesial. Todos los ministerios están al servicio del cuerpo, no de un cuerpo nacional judío (o de un cuerpo eclesiástico, bien estructurado según ley), sino del cuerpo mesiánico, fundado y expresado conforme a la gracia del Espíritu del Cristo, al servicio del conjunto de la comunidad y, de un modo especial, del conjunto de la humanidad. Por eso, la finalidad de la autoridad del Espíritu consiste en que no haya poder ni poderes…
‒ Los ministerios cristianos están al servicio del “no poder”, es decir, del amor mutuo y de la expansión de la palabra… Desde aquí se pueden distinguir y precisar los ministerios: «Y en la iglesia, Dios ha designado: primeramente, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego, milagros; después, dones de sanidad, ayudas, administraciones, diversas clases de lenguas...» (1 Cor 12:28). Hay, por tanto, ministerios, hay servicios eclesiales, pero brotan de la misma comunidad abierta al amor, en el Espíritu. Todos ellos se expresan y culminan en el único servicio del amor, como sabe 1 Cor 12, 31b-13,13.
‒ El carisma fundante (y en el fondo único) de toda vida cristiana (y evidentemente de sus diversas instituciones) es el amor, entendido como don gratuito y fuente de unión no impositiva entre los humanos (los miembros de un grupo). Fundada en ese amor que brota del Espíritu, la iglesia de Jesús no ha desarrollado en principio ninguna autoridad específica distinta de aquella que posee y representa Jesús resucitado. Su autoridad es el amor común y al servicio de ese amor emergen diferentes ministerios.