Tiempo de la Trinidad. Arrio, Nicea y Atanasio , con E. G. Castro.

Sigo recordando a mi amigo E.G.Castro, de quien he puesto ayer una semblanza personal. Con su ayuda he aprendido todo sobre Arrio, Nicea y Atanasio, con el dogma de la Trinidad. De los apuntes que me ha dejado son las notas que ahora siguen. Buena esperanza y buena fiesta de la Trinidad

San Atanasio - Enciclopedia Católica

ARRIO Y ELCONCILIO DE NICEA

Arrio (256-336), vida y pensamiento.

             Era presbítero y teólogo de la iglesia de Alejandría, de origen probablemente libio. Fue promotor de un cisma (herejía) que dividió la iglesia antigua, en el siglo IV y V, y que todavía pervive, de diversas formas en el pensamiento y vida de las iglesias.

            La discusión comenzó en torno al año 319 cuando Arrio acusó a su obispo Alejandro de seguir la doctrina de Sabelio (que tendía a identificar al Hijo con el Padre); Alejandro respondió condenando a Arrio y éste buscó la protección y ayuda de otros obispos, iniciando así una larga disputa administrativa y dogmática. De esa manera que lo pudo haber sido una disputa particular de Alejandría se convirtió en un problema del conjunto de la Iglesia.

  1. Historia de un conflicto

Hasta aquel momento, la mayor parte de los cristianos afirmaban sin grandes dificultades que Jesús era Hijo de Dios y que estaba vinculado al Padre, pero sin precisar mejor las relaciones entre el Padre y el Hijo. Pues bien, retomando y formulando de un modo riguroso una idea latente en muchos cristianos anteriores y elaborando, de manera lógica, unos principios filosóficos más rigurosos, Arrio formuló tres afirmaciones que marcaron las polémicas posteriores:

 ‒ Jesús, Hijo de Dios, había sido creado de la nada por el Padre, de manera que no era de su misma sustancia.

‒ Hubo un tiempo en que el Hijo no existía, lo que significa que él no pertenece a la eternidad de Dios.

‒ Jesús era divino, pero que su divinidad no podía identificarse con la del Padre, de manera no convenía llamarle Dios verdadero.

 Estas afirmaciones, sistematizadas por otros pensadores y asumidas por muchos obispos, dieron lugar a la doctrina llamada “arrianismo”, que fue condenada en el Concilio de Nicea (año 325), donde se afirma que el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre (consustancial, homoousios). Arrio fue expulsado de Alejandría, viviendo confinado en el exilio. El año 328, con la muerte del obispo Alejando y la elección Atanasio como sucesor, la campaña en contra de Arrio y sus defensores se radicalizó, dividiendo la vida eclesiástica y social de gran parte del imperio romano. A pesar de ello, el arrianismo continuó extendiéndose de diversas maneras, en una historia llena de conflictos doctrinales y políticos. Arrio intentó defender su ortodoxia, pero Atananio se negó a recibirle en la Iglesia.

El año 336, el emperador, que en ese momento era de tendencia más cercana al arrianismo (o a un tipo de paz entre los grupos cristianos) hizo exilar a Atanasio y permitió que Arrio volviera a Alejandría y fuera admitido oficialmente en la Iglesia, pero murió la víspera del día en que debía ser readmitido, el año 336. El arrianismo fue oficialmente condenado al fin en Constantinopla I (año 381). A pesar de ello, siguieron existiendo comunidades arrianas, sobre todo entre los visigodos y otros pueblos germanos que extendieron sus doctrinas hasta el occidente, por ejemplo, hasta España, en los siglos VI y VII d.C.

The First Council of Nicaea: Enchanting Facts from History

  1. Pensamiento

Los libros de Arrio (en especial uno llamado Talia) fueron destruidos, de manera que resulta difícil reconstruir su pensamiento de una forma rigurosa. A pesar de ello, por las acusaciones de sus críticos, conocemos básicamente su doctrina, que podemos entender como una elaboración judeo-helenista coherente del cristianismo, a partir de un presupuesto racional (especulación filosófica) y de otro de tipo religioso (de carácter piadoso):

 ‒Conforme al presupuesto racional, de tipo platónico, el arrianismo concibe el conjunto de la realidad de manera escalonada, como un despliegue jerárquico que va pasando de lo más perfecto (el Dios trascendente) a lo menos perfecto (el mundo inferior). Pues bien, en el intermedio entre el Dios inaccesible y este mundo inferior se halla el Logos. Los hombres formamos parte del mundo inferior, lejos de Dios, y necesitamos que alguien (Cristo, Logos de Dios) nos lo manifieste. Lógicamente, ese Cristo intermedio es más que un hombre ordinario, pero menos que el Dios trascendente.

A lado de ese presupuesto racional hay otro de carácter religioso de tipo jerárquico, que resultaba muy atractivo para muchos cristianos de su tiempo (y de tiempos posteriores): Jesús había sido un individuo sumiso y obediente a Dios, de gran piedad y reverencia religiosa. Esta obediencia le define y por ella quiso ejemplo. Resulta osadía llamarle divino, es soberbia hacerle igual a Dios. Pues bien, Jesús no ha sido soberbio ni osado, sino humilde servidor del misterio. Por eso tenemos que concebirle y venerarle como alguien que es inferior a Dios, un ministro de su amor, un intermediario que sufre, por un lado, con nosotros y que, por otro, nos vincula con Dios.

               Hasta aquel momento, los cristianos afirmaban sin gran dificultad que Jesús era Hijo de Dios, vinculado al Padre, pero sin precisar mejor sus relaciones. Pues bien, retomando y formulando de modo riguroso una visión latente en tiempos anteriores, y elaborando de manera “lógica” unos principios platónicos, Arrio forjó tres afirmaciones que marcaron desde entonces (por contraste) la ortodoxia cristiana:

‒ Jesús es una creatura excelsa, Hijo de Dios, pero creado por el Padre partiendo de la nada, de manera que no forma parte de su divinidad, es decir, de su ousia o sustancia, sino que posee una realidad inferior aunque muy excelsa, siendo intermediario entre el mundo y Dios.

Jesús ha sido creado en el tiempo, de manera que hubo un momento o, quizá mejor, una “eternidad” en la que el Hijo no existía, pues él no forma parte de esa eternidad de Dios, esto es, de su identidad divina, sino del transcurso de la historia de los hombres.

Jesús es divino en sentido general, un ser excelente o elevado, primera de todas las creaturas, pero su divinidad es diferente a la del Padre, de manera no conviene llamarle Dios verdadero. El problema de fondo es el sentido en que la palabra “divinidad” puede aplicarse a Dios y a Cristo.

 El arrianismo constituye una forma lógica y piadosa de entender el evangelio: Dios seguiría estando siempre alejado (más alto), de manera que nadie ni nada se le puede comparar, y en esa línea Jesús fue un hombre muy sumiso a Dios, presentándose así como ejemplo de obediencia para todos, en una línea que podría aceptar el judaísmo (y que ha desarrollado más tarde el Islam). Pues bien, en contra de eso, la iglesia del Concilio de Nicea (325) mostró que la actitud radical de los cristianos no es de sumisión o sometimiento, sino de amor mutuo entre iguales. Por eso, los “padres” ortodoxos destacaron la igualdad entre Jesús y el Padre, diciendo que Jesús no es alguien que se somete a Dios Padre, sino un Hijo que tiene su misma naturaleza.

Icono griego Santísima Trinidad serigrafía 30x40 cm - 13200233

Dos visiones. Arrio y Nicea.

Los arrianos eran más piadosos, los cristianos ortodoxos parecían más osados, pues se atrevían a decir que la actitud más coherente del hombre ante Dios no es el sometimiento, sino la libertad y el diálogo entre iguales, como en el caso de Jesús. La razón y la piedad (y un tipo de oportunismo político) se hallaban de parte del arrianismo, que ponía de relieve la sumisión más que la igualdad.

No es de extrañar que un día el imperio romano (de fondo helenista) hubiera podido convertirse al arrianismo tanto por política (el emperador necesitaba sumisión; le venía bien que un Cristo obediente y subordinado), como por piedad (nosotros, con Jesús, debemos ser dóciles a Dios). Pues bien, como he dicho, tras decenios de búsqueda laboriosa, el conjunto de la iglesia cristiana sintió la necesidad de rechazar las posturas arrianas, para mantenerse fiel a su experiencia originaria, tanto en plano religioso como filosófico. Así lo hizo en el concilio de Nicea (año 325), al afirmar que Jesús es con-substancial (=homo-ousios) a Dios Padre, que no es inferior al Padre, sino de su misma naturaleza:

 Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas las cosas… y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció, y resucitó al tercer día, subió a los cielos, y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Y en el Espíritu Santo (Denzinger).

         Los arrianos parecían más religiosos, pues afirmaban que la actitud más propia del hombre (y de Cristo) es el sometimiento ante Dios. En contra de eso, el concilio de Nicea declaró que Cristo tiene la naturaleza de Dios Padre (es de su misma ousia), fijando así para siempre la identidad del cristianismo, de manera que no tiene que “someterse” al Padre, sino que comparte con él la misma divinidad.

El dogma de Nicea significa que Jesús y Dios se unen como iguales, en comunión total de amor (de ser), sin superioridad de uno, ni sumisión de otro. De esa forma, Nicea rechazó la interpretación jerárquica de Dios y del cristianismo, propuesta por Arrio, afirmando implícitamente que la actitud de sumisión es anticristiana, pues lo cristiano es el amor mutuo, la comunión entre iguales.

 ‒ En perspectiva religiosa, el concilio de Nicea afirma en contra de Arrio, que la piedad no consiste en el sometimiento u obediencia de una persona a otra (o del hombre-Cristo a Dios), sino en la comunión en igualdad. Por eso, la fe de Nicea en la consustancialidad entre el Padre y el Hijo constituye el principio y salvaguardia de todo pensamiento y comunión cristiana. Frente a la falsa virtud pagana (arriana) del sometimiento ha destacado Nicea la verdad suprema de la comunión personal: no somos súbditos unos de los otros (ni siquiera de Dios), sino hermanos y amigos, compartiendo la misma "esencia".

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En perspectiva filosófica, Nicea ha rechazado la visión de un Dios jerárquico, de una divinidad descendente y gradual, que vincula en un todo sagrado lo más alto (el Dios separado) y lo más bajo (la humanidad mundana). Nicea sabe que hay distinción (Dios es divino, el ser humano es criatura), pero esa distinción no conduce a la jerarquía (uno sobre otro, uno mandando y el otro obedeciendo), sino a la vinculación personal en un diálogo maduro, de tipo personal.

 Sólo para evitar los riesgos de la visión de Arrio declararon los Padres de Nicea el dogma de Cristo, que es consubstancial (homo-ousios) a Dios. Su formulación (a pesar de los riesgos ontológicos que implica el término ousia o sustancia) sigue siendo básica para superar en el momento actual (comienzos del siglo XXI), la pretensión de los nuevos piadosos "ortodoxos" (aparentemente no arrianos) que defienden el sometimiento eclesial o teológico y la fuerte obediencia religiosa. Frente a ese riesgo se debe elevar el principio dogmático de la consubstancialidad personal, de la igualdad en el diálogo, tanto en Dios como en los humanos. En esa línea, ese tema de fondo del arrianismo, con la respuesta y solución del Concilio de Nicea, sigue siendo objeto de estudio y discusión entre las iglesias y denominaciones cristianas de la actualidad.

ATANASIO  (295-377)[2]

Fue teólogo y obispo de Alejandría, máximo defensor del dogma de Nicea (323),poniendo así la base de la confesión de fe de la Iglesia posterior, tanto occidental como oriental, que se ha apoyado en su doctrina y teología. Asistió al concilio como diácono y secretario de su obispo Alejandro, a quien sucedió en su sede (328), aunque no todos aceptaron su elección, por pensar que iba en contra del canon 4 del mismo Concilio.

 Fue duro en la defensa de su interpretación del dogma deNicea, negándose a recibir a Arrio nuevamente en su iglesia (Alejandría). Fue sincero, pero algunos historiadores afirman que se excedió en sus procedimientos y que fue violento en su afán por restablecer la unidad y disciplina de su iglesia, en contra de los melecianos(de Melecio, presbítero rigorista), que no le aceptaban como obispo, y de aquellos que interpretaban de un modo distinto el dogma de Nicea.

Su vida como obispo fue una lucha constante, llena de victorias y derrotas (destierros). Quizá no fue ejemplo de mansedumbre cristiana, pero fue sin duda hombre de fe y de Iglesia. Arrio había sido el más significativo de los “herejes”; Atanasio, en cambio, ha sido el más importante de los defensores de la divinidad de Jesús, un genio del pensamiento cristiano, que surgió y vivió en una Iglesia donde la discusión teológica había llegado a ser la ocupación más urgente y apasionada de miles de personas.

En la línea de Orígenes, Atanasio fue platónico y cristiano, destacando no sólo a Jesús no sólo como Hijo de Dios, sino como principio y compendio de toda la humanidad. A su juicio, al encarnarse, el Hijo de Dios asumió no sólo la “humanidad individual” de Jesús, sino que elevó en Dios toda la “naturaleza humana” (hoy diríamos la historia). Afirmando que Cristo era encarnación de Dios,Atanasio ponía también de relieve su humanidad.

No fue un teólogo aislado, ni un obispo cerrado en su doctrina, sino un representante de todo el pueblo cristiano, capaz de enfrentarse con las autoridades imperiales y con gran parte los obispos de la cristiandad que, en un momento en el que, entre los concilios de Nicea y de Constantinopla I (325-381 d.C.), la mayoría de los criianos parecían inclinarse al arrianismo, negando así la divinidad estricta de Jesucristo. En contra de eso, en medio de grandes persecuciones, él defendió el credo de Nicea, de manera que se ha podido afirmar, con cierta exageración, que hubo momentos en que sólo había en el mundo un seguidor ortodoxo de Cristo, defensor de su divinidad, y ese era Atanasio, de forma que, gracias a él, hoy podemos seguir siendo cristianos.

La disputa sobre al arrianismo ha marcado las grandes iglesias y teologías de oriente y occidente (antes del triunfo posterior de la Iglesia de Constantinopla y de la extensión del primado universal de la Iglesia de Roma): La de Alejandría, que en la línea de Atanasio pone de relieve la divinidad de Jesús; y de Antioquía, que, sin negar la divinidad, insiste más en su humanidad. En ese contexto, Atanasio aparece como un hombre clave, defensor radical de la confesión de Nicea, y así podemos presentarle como representante y testigo de la fe en el Cristo Logos (Cristo Dios), antes de la división posterior de las iglesias.

Tanto por su inteligencia teológica como por su radicalidad creyente, Atanasio ha venido a convertirse en signo de ortodoxia para el conjunto de la cristiandad. Su aportación no ha sido sólo teórica y teológica, sino también eclesial y litúrgica. Para evocar la Trinidad, él ha recurrido a muchas metáforas que son comprensibles para el pueblo, como fuente y río, foco de luz y rayo:

 Ellos me han abandonado –dice la Escritura– a mí, que soy la fuente de agua viva» (Jer 2, 13); y Baruc dice también: “¿Por qué razón estás, tú, Israel, exilada en manos de tus enemigos? ¡Porque has abandonado la fuente de la sabiduría” (Bar 3, 10.12). Por su parte, Juan añade: Nuestro Dios es Luz (1 Jn 1, 5). Pues bien, en relación con la fuente, el Hijo de Dios se llama también río, porque «el río de Dios está lleno de agua» (Sal 44, 10); en relación con la luz se llama rayo.

El Padre es por tanto la luz y el Hijo su rayo y por eso, con la ayuda del Hijo, podemos contemplar al Espíritu por el cual somos iluminados –hay que repetir muchas veces las mismas cosas, sobre todo en estas materias... [...]. Más aún, afirmando que el Padre es la fuente y el Hijo es el río, nosotros podemos añadir que bebemos del Espíritu. Porque está escrito: “Todos nosotros hemos sido saciados por un mismo Espíritu” (1 Cor 12, 13). Pero, habiendo bebido del Espíritu, nosotros bebemos al Cristo, porque «ellos bebían de una roca espiritual que les seguía. Pero la roca era el Cristo» (1 Cor 10, 4). (Carta I a Serapión, SCh 15, p. 115-116)

 Pero más que las metáforas le ha interesado la doctrina del Concilio de Nicea, que él interpreta en categorías platónicas, propias de su tiempo. Respondiendo a los arrianos, Atanasio afirma que la unidad trinitaria no se divide ni rompe en las personas, sino que cada una de ellas cumple una función precisa en la creación y en la salvación. Profundizando en esa unidad y división, Atanasio ha sido uno de los mayores pensadores especulativos de la antigüedad, recreando la confesión de fe desde una perspectiva platónica, y enriqueciendo de forma considerable la teología creyente de la iglesia. Así podemos presentarle no sólo como teórico del homoousios, es decir, de la unidad de naturaleza entre el Padre y el Hijo, sino también como teólogo de la unidad de la naturaleza humana, es decir, del conjunto de la humanidad, redimida en Cristo[3].

Arrio podía ser más piadoso, afirmando que Cristo se inclinaba y oraba ante Dios Padre, pero su piedad era de sumisión y sometimiento. En contra de eso, Atanasio puso siempre de relieve la unidad del hombre con Dios, en clave de vinculación de naturaleza, pues Cristo no es sólo Dios para sí, sino para todos los creyentes, que participan con él del mismo ser de Dios, de la ousía divina. Desde ese fondo se puede entender esta fórmula trinitaria. Desde ese fondo ha entendido la unidad trinitaria de Dios, que se expresa y despliega en la Iglesia, como dice en su carta a Serapión:

 (Los herejes…) deberían tomar una de estas dos actitudes: o bien, si no comprenden, deberían guardar un silencio absoluto y abstenerse de colocar entre las creaturas al Hijo o al Espíritu y al Espíritu Santo; o bien, deberían reconocer lo que dice la Escritura, vinculando al Hijo con el Padre y no separando al Espíritu del Hijo, para que así se salvaguarden verdaderamente la indivisibilidad y la identidad de naturaleza de la Santa Trinidad [...]. (En contra de eso) la fe y la doctrina de la Iglesia afirma que hayuna Trinidad santa y perfecta, reconocida como Dios en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Ella no incluye nada que venga de fuera, nada que se le mezcle desde el exterior.

La Trinidad no está constituida por creador y creatura, sino que es totalmente creadora y productora. Ella es semejante a sí misma, indivisible por su naturaleza y única por su eficiencia. En efecto, el Padre realiza todas las cosas por el Verbo en el Espíritu y de esa forma se salvaguarda la unidad de la Santa Trinidad, de tal forma que en la Iglesia se anuncia un solo Dios, «que está por encima de todos y que actúa por todos y que está en todos» (cf. Ef 4, 6). Está por encima de todos como Padre, como principio y fuente. Actúa por todos como Verbo. Está en todos como Espíritu Santo. La Trinidad no se encuentra, por tanto, limitada a un hombre y a la apariencia de un hombre, sino que se muestra en verdad y en realidad (cf. Primera carta a Serapión17 y 28, SCh 15, p. 81‒82; 113; 133‒134).

NOTAS

[1] Visión actual y matizada de la historia y teología de Arrio en R. Williams, que fue primado de la Iglesia anglicana: Arius: heresy and tradition, Eerdmans, Philadelphia 2002 (cf.  Arrio, Sígueme, Salamanca, 2010). Para una visión histórica del arrianismo, cf. J. González, Historia del Cristianismo, Clie, Viladecavalls 2011. Cf. L. Ayres, Nicaea and itsLegacy: AnApproachtoFourth-Century TrinitarianTheology, Oxford UP, New York 2004; R. C. Gregg y D. E. Groh,EarlyArianism: A View of Salvation, SCM, London 1981; A.Grillmeier,Cristo en la tradición cristiana, Sígueme, Salamanca 1997; T. A. Kopecek, A History of Neo-ArrianismI-II,Patristic Series,CambridgeMass1979.

 [2]Obras en PG 25-28. Cf. además Sobre los sínodos, Fuentes Patrísticas 33, Ciudad Nueva, Madrid 2019. La Biblioteca de Patrística, de Ciudad Nueva, Madrid, ha publicado otras obras de Atanasio, como Vida de Antonio (2013); La encarnación del Verbo (1997); Epístolas a Serapión sobre el Espíritu Santo (2207); Discurso sobre los arrianos (2010); Contra los paganos (1992). Cf. J. L. Prestige, Dios en el pensamiento de los Padres, Sec. Trinitario, Salamanca 1977, 205-264; L. Bouyer, L'incarnation et l'Eglise corps du Christdans la théologie de S. Athanase, Cerf, Paris 1945; R. Bernard, L'image de Dieuselon S. Athanase, Aubier, Paris 1952; J. González, Historia del Pensamiento Cristiano, Clie, Viladecavalls 2010, 243‒253; ‒314; C. Kannengieser, Athanased'Alexandrie. Une lecture des Traitéscontre les Ariens,Beauchesne, Paris 1983; R. Trevijano, Patrología, BAC, Madrid 2005, 175‒183.

[3] En ese contexto, como he dicho, Atanasio ha planteado un tema que aún sigue pendiente: El Hijo de Dios ha asumido la “naturaleza humana individual” de Jesús; pero, al mismo tiempo, de alguna manera, él ha elevado toda la “naturaleza humana” (hoy diríamos “toda la historia”). En medio de sus posibles defectos, él mantuvo firme la certeza de que en Cristo y por medio de él en la humanidad entera se ha hecho presente todo el misterio de Dios, sin abajamiento, sin disminución, como principio de Vida que transforma toda la vida de la humanidad.

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