"Sólo un tercio de la juventud de Euskadi dice creer en Dios" Muerte (y resurrección) de la iglesia: Mujeres llorando en la tumba

Mujeres que lloran en la tumba
Mujeres que lloran en la tumba

Ésta es la noticia: Sólo un tercio de la juventud de Euskadi dice creer en Dios (y en otros lugares de Europa sucede lo mismo). Si no esa juventud no cree en Dios, menos creerá en Jesús como Hijo de Dios, y menos aún en la Iglesia, que debía ser un tipo de resurrección de Jesús. Ésta es para mi la noticia de religión más importante, por encima de noticias de obispos y debates de congregaciones, incluso de noticias del Vaticano.

 Se ha roto la "cadena" de transmisión de una fe y una "práctica" cristiana, como se había roto tras la muerte de Jesús la fe de sus discípulos. Un tipo de fiesta y vida de iglesia ha terminado. Ésta es la noticia, otras son habladurías.

    Sólo nos queda llorar y llevar perfumes a muertos, como hicieron las mujeres de la tumba o escapar para siempre de la casa de la iglesia, como aquellos dos de Emaus, uno de ellos llamado Cleofás, otro quizá su compañera.

 En una situación como aquella he querido recuperar y reformular un proyecto de catequesis  de resurrección de Iglesia, a partir del evangelio. Mi lectura de Lc 24 no resuelve los temas, pero puede ayudarnos a entender lo que pasa, y quizá a trazar caminos nuevos de Pascua

INTRODUCCIÓN

Han pasado dos mil años desde aquel comienzo. En tiempo de Lucas (hacia el 90/100 d.C.) había pasado también bastantes cosas:  Habían  muerto los primeros seguidores de Jesús, y su iglesia podía desintegrarse. Pero él  sintió la necesidad de empezar de nuevo, ofreciendo un desarrollo y una interpretación cuidadosa de los hechos que habían sucedido entre nosotros, en el tiempo de Jesús y después de su muerte, para que no olvidara su recuerdo  (Cf. Lc 1, 1-2; Hech 1, 1-3)[1].

Se habían perdido las certezas antiguas; había que escribir de nuevo la "historia de la pascua" y  Lucas se sintió llamado a hacerlo para recrear la experiencia de base de "pascua" de la iglesia, y así lo hizo, tanto al final del evangelio  como al comienzo del libro de los Hechos, empezando por la "historia" de las mujeres del sepulcro de Jesús y  por el comienzo de la Iglesia (Lc 24 y Hech 1,1-11)[2].

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1. PASCUA DE LAS MUJERES JUNTO A UN SEPULCRO, Lc 24, 1-12

 En la línea de Mc 16,1-8 y Mt 28, 11-10.16-20, Lucas empieza allí donde todo había terminado. Sólo quedaba una tumba y unas mujeres llevando perfumes al hombre de su vida, muerto:

 [Monumento-sepulrco]   El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al monumento (=mnêma), llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Y no sabiendo qué pensar, se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron:

[Mensaje]   – ¿Por qué buscáis entre los muertos al Viviente? No está aquí, sino que ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite”.

[Recuerdo y fe de las mujeres]  Y ellas (=emnêsthesan) recordaron sus palabras.

[Mensaje de las mujeres, no fueron creidas]   Regresando del monumento (=mnêmeiou), anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los otros. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las otras que estaban con ellas.

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[No creyeron, ni siquiera Pedro]      Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían. Pedro se levantó y corrió al monumento (=mnêmeiou). Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido (Lc 24, 1-12)[3].

  José de Arimatea había sepultado a Jesús en un mnêmeion o mnêma, que estrictamente hablando significa recordatorio, aunque, para seguir la forma normal, hemos traducido monumento[4]. Al final de la vida queda un monumento, es decir, un signo visible de la memoria del muerto.

Pues bien, las mujeres plañideras de pascua descubren que el monumento de Jesús se encuentra abierto y vacío, de manera que su recuerdo exterior se vuelve inútil, contrario a su mensaje y destino. Así lo muestran los dos hombres celestes, envueltos en resplandor de vida, testigos de la gloria de Dios, que les anuncian el mensaje de la resurrección: ¿Por qué buscáis entre los muertos al Viviente? No está aquí.

 De esa forma, la tumba vacía viene a presentarse como expresión del final de la historia humana, no en el sentido de culminación mortuoria (=recuerdo del fallecido), sino de recuperación de la vida, de despliegue de reino. Asumiendo el mensaje de los varones pascuales y recuperando con su memoria a Jesús, las mujeres recuerdan (con la palabra emnêsthesan, de la misma raíz que mnêma, monumento), es decir, recuperan el sentido y vida de Jesús, comprendiendo y aceptado su verdad, como creyentes.

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Llenos del recuerdo pascual, las mujeres vuelven hacia el resto de los hermanos (los Once y los otros: 24, 9), convirtiéndose en testigos humanos de la pascua: ya no son necesarios los hombres celestes (ángeles). Ellas, María Magdalena, Juana y María la de Santiago, desde el centro de un grupo más extenso (con las otras: 24:10) emergen así como las primeras cristianas. Pero los discípulos (que reciben el nombre oficial de apóstoles o enviados) no les creen. Incluso Pedro, que va al monumento (conforme a un texto dudoso)[5], no pasa del asombro.

Así aparecen, al principio de la iglesia, los dos grupos bien determinados: por un lado están los Once con todos los otros (ellos son el centro de lo que pudiéramos llamar la iglesia oficial). Por otro lado están las tres (las dos Marías y Juana) con las otras. En este primer momento hay una división entre los grupos: las Tres mujeres son portadoras del mensaje de pascua; pero los Once varones no les escuchan. Las mujeres cumplen su tarea apostólica; han permanecido fieles, han creído necesidad de aparición expresa de Jesús; son el comienzo de la iglesia. Volverán a aparecer en Hech 1, 12-14, para recibir el Espíritu Santo. Han cumplido su tarea. Han llegado a la plenitud[6]. 

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Las mujeres y sepulcro (Lc 24, 1-3; cf. Mc 16, 1-2). Lucas mantiene la tradición antigua del sepulcro vacío, tal como ha sido descubierto por unas mujeres que, pasado el descanso sabático, en la mañana del primer día de la semana (actual domingo) quieren ungir el cadáver de Jesús. Ellas constituyen el lazo de unión entre la historia de Jesús y la experiencia de pascua, entendida como superación del sepulcro o monumento funerario. Para un judío era esencial el recuerdo del sepulcro, “descansar” en la tierra, con los padres, recibiendo el homenaje de los familiares y amigos. Ellas, las mujeres, empiezan representando esa continuidad de la memoria amistosa por encima de la muerte. 

Dos hombres celestes (Lc 24, 4-5a). El joven vestido de blanco (¿signo de Cristo?) de Mc 16, 5, que Mt 28, 2-3 había presentado como Ángel de Yahvé (es decir, como signo y presencia del mismo Dios, autor y testigo de la pascua), se convierte aquí en dos hombres (ándres, varones). Posiblemente son dos y son varones para que, conforme a la ley judía (cf. Núm 35, 30; Dt 17, 6), puedan servir de testigos en un juicio (Lc 24, 4)[7]. Vienen, sin duda, del cielo: son testigos de la vida de Dios, frente a las mujeres que buscan al Viviente entre los muertos. 

Mensaje pascual (Lc 24, 5b-6a). Empieza en forma de pregunta catequética: ¿Por qué buscáis al Viviente entrelos muertos? Se expande en forma de afirmación deíctica (¡No está aquí¡!) y proclamación creyente: ¡Ha resucitado! (Lc 24, 5). De esa forma, el lugar de los muertos (sepulcro) se vuelve principio de vida, escenario y señal de nuevo nacimiento. Las mujeres saben que la historia humana culmina en una tumba: todo acaba en ella, todo se termina, de manera que el último recuerdo humano es recuerdo de muerte, como sabe la tradición religiosa del gran parte de los pueblos. Pues bien, ese mismo monumento de muerte (mnêma, mnêmeion) se vuelve principio de vida. Así lo dice la palabra fundante de pascua, el mensaje que los testigos de Jesús han de extender por todo el mundo, como iremos viendo en lo que sigue. 

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Catequesis pascual (Lc 24, 6b-7). En contra de los testimonios paralelos de Mc 16, 7 y Mt, 28, 7, estos Testigos celestes ya no dicen a las mujeres que vayan, que reúnan a los discípulos y salgan hacia Galilea, para ver allí al Señor resucitado. Para ellos, Galilea no significa ya la tierra futura donde empieza el camino de pascua, sino más bien la tierra del pasado: el lugar donde Jesús anunció su camino de muerte y de pascua. Por eso, las mujeres (y todos los cristianos posteriores) tienen que volver a Galilea, pero sólo en un proceso de memoria: para recordar lo que allí dijo Jesús, en catequesis de evangelio (recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite).

Ellas, las mujeres de la pascua, han escuchado a Jesús en Galilea, han recibido su palabra. Ahora tienen que recordarle y recrearla, desde una perspectiva de pascua. La historia de Jesús en Galilea, con el anuncio de la pasión y la promesa de la resurrección, forma parte del pasado, ha concluido ya, se ha clausurado con su muerte. Por eso, los varones pascuales ofrecen a las mujeres asustadas de la tumba vacía la primera catequesis de la historia cristiana, pero no para enviarlas de nuevo a Galilea, sino para iniciar con ellas un camino que se inicia en Jerusalén y culminará en todos los pueblos de la tierra[8]. 

Mujeres creyentes (Lc 24, 8). La experiencia pascual aparece así como recuerdo que recrea y da un sentido nuevo (verdadero) a la vida de Jesús. Pues bien, de manera sorprendente, las mujeres de la tumba aceptan la catequesis pascual de los varones celestes y recuerdan (=asumen, creen) las palabra que Jesúsles había dicho (Lc 24, 8). Ellas no han sido simples servidoras materiales de Jesús y sus discípulos, como podía suponerse partiendo de una lectura apresurada de 8, 1-3, sino que son como María (cf. 10, 38-42), capaces de escuchar y acoger la auténtica palabra de Jesús, tal como culmina en la pascua. No necesitan una experiencia externa y distinta de Jesús resucitado, como sucederá a los restantes personajes de la trama. Les basta la palabra de la antigua de Jesús, la promesa de su entrega y su victoria final, ratificada a través de la revelación de estos dos varones celestes. De esa forma, desde el borde de un sepulcro vacío, ellas creen, reconstruyendo así lo que Jesús había venido diciendo a lo largo de su vida sobre el Hijo del Hombre que debe ser entregado, que será crucificado y que al tercer día resucitará (cf. Lc 24, 7)[9]. 

Mensaje de las mujeres (24, 9-10).Ellas no han recibido ninguna misión expresa, de tipo externo, como la que recibirá más tarde el conjunto de los discípulos (cf. Lc 24, 48; Hech 1, 8). Los varones pascuales no les han transmitido ningún mandato, diciéndoles que vayan, pero, en contra de lo que sucede en Mc 16, 8, ellas se ponen en camino y van, ofreciendo a los llamados “apóstoles” el testimonio del mensaje recibido. Han descubierto la nueva y antigua verdad, han conocido el misterio de la resurrección y quieren comunicárselo a los representantes oficiales de la iglesia que va a nacer (está naciendo a través de ellas). De esta forma, Lucas ha colocado en el principio de la iglesia el testimonio de estas mujeres, conforme a una visión que ha sido compartida de algún modo por los restantes evangelio: por el final canónico de Mc 16, 10, por el relato de fondo de Mt 28, 9ss y por Jn 20,14-18. Como dirá la tradición eclesial, ellas han sido apóstoles de los apóstoles. 

Incredulidad de los apóstoles y Pedro (24, 11-12). Las mujeres no han necesitado una experiencia pascual directa, una visión del Cristo viviente en cuanto tal; les ha bastado la palabra de los varones celestes, el recuerdo de la vida y mensaje de Jesús. Pues bien, los apóstoles piensan que eso resulta no sólo insuficiente, sino también contradictorio: un simple desatino, una locura sin sentido. Esto es la pascua en un primer momento: esto es la palabra de Jesús a los ojos de la lógica del mundo: ilusión enfermiza, falta de sentido (Lc 24, 11). Como hemos dicho ya, una glosa posiblemente posterior (paralela a Jn 20, 1-10) añade que Pedro ha corrido al sepulcro, encontrándolo vacío y ordenado, para no creer tampoco (Lc 24, 12). Es evidente que la tumba vacía en cuanto tal no es prueba suficiente de la pascua.

 Como estos motivos indican, Lucas ha transformado significativamente la escena de Mc 16, 1-8 (y de Mt 28, 1-8). Ha conservado el tema de la tumba vacía, con la experiencia fundante de las mujeres, pero ha cambiado su orientación, tanto en referencia al sentido de la fe (que es recuerdo de Jesús), como en referencia al lugar y despliegue posterior de la pascua (que se centrará en Jerusalén). Las mujeres de Mc 16, 1-8 van llenas de miedo y “no dicen nada”, de manera que puede suponerse (según la redacción del propio Mc) que no han cumplido aún su misión, que siguen en camino, dentro de una iglesia que no ha llegado a encontrar su principio pascual. Por su parte, las mujeres de Mt 28, 8-10, encuentran a Jesús, yendo de camino hacia los apóstoles; así culmina y se expresa en ellas la experiencia pascual. Por el contrario, las mujeres de Lucas han culminado su camino de fe en el mismo borde del sepulcro vacío: ellas recuerdan y creen, creen y van. Son las primeras y más hondas transmisoras de la experiencia pascual, en el principio de la iglesia.

El relato pascua de Jesús ha venido a convertirse de esa forma en objeto de una catequesis. No podemos armonizar externamente los testimonios de Mc, Mt, Lc y Jn, como buscando el desarrollo neutral de los hechos. Ninguno de ellos ha querido transmitirnos ese desarrollo, sino que han hecho algo mucho más profundo: nos han ofrecido el sentido y despliegue de la fe cristiana, abriendo así un camino para todos los creyentes posteriores. Han hecho verdadera catequesis[10].

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En principio, las mujeres de Lc 24 no necesitan una nueva aparición de Jesús: les basta su recuerdo, actualizado al borde de la tumba vacía, a la luz de los varones celestes. Más que una posible vivencia extática del Señor resucitado, que presenta ante los discípulos su nueva corporalidad (como después veremos en 24, 36-49), importa aquí la memoria viva de aquello que Jesús había dicho y realizado en el camino de su vida en Galilea. Antes que milagro externo, la pascua significa un re-descubrimiento del pasado de Jesús, una vuelta al evangelio. Una aparición pascual que nos desvinculara de la historia de Jesús y su mensaje sería fantasía.

Desde aquí recibe su sentido la alusión a Galilea. Tanto en Mc como en Mt, siendo expresión de un pasado (recoge la historia anterior de Jesús), Galilea es el signo pascual de futuro: es la tierra donde los discípulos volverán a encontrar a Jesús resucitado, para retomar la inspiración del evangelio e iniciar desde allí el camino misionero. Lucas, en cambio, ha supuesto que la misión del Jesús pascual comienza en Jerusalén, asumiendo de esa forma la experiencia sacral israelita, la tradición de la ciudad santa, como lugar de presencia de Dios, principio de renovación del mundo. Según eso, Galilea se ha convertido exclusivamente en expresión de una fidelidad al pasado (¡ recordar lo que Jesús dijo en Galilea!); el futuro comienza en Jerusalén.

Lucas supone que los Once y los otros (el conjunto de discípulos que Hech 1, 13-14 divide en mujeres, parientes, apóstoles y la madre de Jesús) permanecen en Jerusalén. No tienen que ir a Galilea para ver a Jesús; esperan allí, en el centro de la religión y vida de Israel, en el lugar donde deben cumplirse las promesas. En todo este proceso, él ha mostrado cuidadosamente que la experiencia pascual no es un acontecimiento que se cierra en el grupo de los Doce (ya desecho, con la deserción de Judas), ni siquiera en el de los Once restantes, pues ellos van unidos siempre a “los otros”, es decir, a los restantes miembros de la comunidad, que Hech 1, 12-14 identifica con los apóstoles, las mujeres y los parientes de Jesús[11].

Como veremos después, en contraste con los testimonios de Mc y Mt, conforme a Lucas, la experiencia pascual ha de centrarse en Jerusalén, para abrirse desde allí hacia las naciones de la tierra. Las mujeres de Lc 24, 1-11 son las cristianas perfectas pues han creído sin ver a Jesús. Han creído por el testimonio de los dos varones pascuales, recordando la vida precedente de Jesús, descubriendo el sentido radical de su palabra sobre el Hijo del Hombre que debe padecer. Ellas creen sin haber visto a Jesús y además anuncian a los apóstoles aquello que han visto y creído (la tumba vacía, el testimonio pascual), aunque ellos no lo aceptan. Todo el desarrollo que ahora sigue puede interpretarse como una expansión de los temas aquí esbozados[12].

Jesús se aparece a sus discípulos
Jesús se aparece a sus discípulos

Notas

[1]El tema que expongo en las páginas que siguen ha sido esbozado, desde una perspectiva general, dentro de una visión de conjunto de la pascua, en Camino de Pascua, Sígueme, Salamanca 1996.

[2] No he querido dialogar de un modo expreso con los comentarios a Lc, pues ello exigiría un análisis y trabajo de otro tipo. Para una bibliografía básica, cf. M. A. Powell, What are they saying abour Luke, Paulist, New York 1989. Entre los comentarios a Lc, son significativos en castellano F. Bovon, El Evangelio según San Lucas I-II, Sígueme, Salamanca 1995 ss; J. A. Fitzmyer, El Evangelio según Lucas I-IV, Cristiandad, Madrid 1986ss, aunque en ambos falta, por ahora, la traducción del capítulo pascual. Para visión de conjunto de Lc, cf. J.-N. Aletti, arte de contar a Jesucristo. Lectura narrativa del evangelio de Lucas Sígueme, Salamanca 1992; Id., El relato como teología. Estudio narrativo del tercer evangelio y del libro de los Hechos, EVD, Estella 1998; H. Conzelmann, El centro del tiempo. Teología de Lucas (1ª ed. 1953), FAX, Madrid 1974; D. Juel, Luke-Acts. The promise of History, Knox, Atlanta 1983; G. Lohfink, Die Himmelfahrt Jesu. Untersuchungen zu den Himmelfahrts und Erhöhungstexten bei Lukas, SANT 26, München 1971; E. Rasco, E., La teología de Lucas, AnGreg 201, Roma 1976; R. C. Tanehill, The Narrative Unity of Luke-Acts I-II, Fortress, Philadelphia 1986

[3] He estudiado con cierta detención el tema del despliegue pascual en El evangelio. Vida y Pascua de Jesús, Sígueme, Salamanca 21993 y en Este es el hombre. Manual de Cristología, Sec. Trinitario, Salamanca 1994, especialmente en este último, donde cito la bibliografía especializada sobre el tema, tanto en perspectiva de estudios generales sobre Jesús, como desde el estudio más concreto del tema de pascua. De un modo especial, cf. P. Benoit, Pasión y Resurrección del Señor, FAX, Madrid 1971; J.D.G. Dunn, Jesús y el Espíritu Santo, Sec. Trinitario, Salamanca 1981, 161-256; F. X. Durrwell., La resurrección de Jesús, misterio de salvación, Herder, Barcelona, 1965; D. Fuller, Easter Faith and History, Tyndale, London 1968; H. Kessler, La resurrección de Jesús, Sígueme, Salamanca 1989; X. Léon-Dufour, Resurrección de Jesús y mensaje pascual, Sígueme, Salamanca 1973;de M.-É. Boismard, ¿Es necesario aún hablar de “Resurrección”?, DDB, Bilbao 1996; E. Malvido, El Jesús histórico y el Jesús resucitado, Pio X, Madrid 1983; Id., Jesús resucitado o la perspectiva de la teología cristiana, Pio X, Madrid 1993; X. Marxsen, La resurrección de Jesús como problema histórico y teológico, Sígueme, Salamanca 1979; F. Mussner, La resurrección de Jesús, Sal Terrae, Santander 1971 G. O'Collins, G., Jesús resucitado. Estudio histórico, fundamental y sistemático, Herder, Barcelona 1988; A.M. Ramsay, La resurrección de Cristo, Mensajero, Bilbao 1971; E. Ruckstuhl y J. Pfammatter, La Resurrección de Jesucristo. El hecho. La fe, FAX, Madrid 1973; H.Schlier, De la resurrección de Jesucristo, DDB, Bilbao 1970; R. Tühsing, Erhöhungsvorstellung und Parusierwartung in der ältesten nachösterlichen Christologie: BZ 11 (1967) 95-108 y 205-222; 12 (1968) 54-80 y 223-240; U. Wilckens, La resurrección de Jesús. Estudio histórico-crítico del testimonio bíblico, Sígueme, Salamanca 1981

[4]Dado el carácter de nuestro estudio, no podemos entrar en los matices de una y otra palabra, vinculadas al recuerdo básico de los muertos que, conforme al evangelio, es recuerdo de asesinato (cf. Lc 11, 47 par) y esperanza de resurrección.

[5]No aparece en el Códice D y en las traducciones más antiguas; parece construido a partir de Jn 20, 1-13.

[6]He precisado la identidad de la tercera mujer (María la de Santiago), presentándola, al menos hipotéticamente, como madre de Jesús en Pan, casa, palabra. La iglesia en Marcos, Sígueme, Salamanca 1999. Pienso que lo allí dicho en relación a Mc puede aquí aplicarse a Lc.

[7]Conforme a la visión normal judía, el testimonio de las mujeres no tenía valor jurídico, ni tampoco el de un único testigo; por eso, el posible Cristo (Mc) o Dios (Mt) se desdoble ahora, apareciendo como dos testigos.

[8]Sobre el sentido de Galilea, cf. E. Lohmeyer, Galiläa und Jerusalem (FRLANT 52), Göttingen 1936. Desde una perspectiva de Mc, F. de la Calle, Situación al servicio del kerigma. Cuadro geográfico del evangelio de Marcos, UPS, Salamanca, Madrid 1975; E. E. Malbon, Galilee and Jerusalem: History and Literatura in Marcan Interpretation”, CBQ 44 (1982) 242-255.

[9]Entendida así, la fe es el recuerdo de Jesús, en fórmula que puede enraizarse en toda la teología y experiencia del recuerdo de Dios y de Israel, que aparece en Lc 1, 55.72.

[10] Esto es claro ya en el mismo Mc, como han mostrado N. R. Petersen, When is the End not the End? Literary Reflections on the Ending of Mark's Narrative, Int 34 (1980) 15-66; T. E. Boomershine, Mark 16, 8 and the Apostolic Commission, JBL 100 /1981) 225-239. Pues bien, sobre la catequesis de Mc ha elaborado Lc la suya, ofreciendo un nuevo punto de vista, una nueva perspectiva pascual.

[11]Mc y Mt, al optar por un principio galileo de la iglesia cristiana, están siguiendo la tradición de sus propias fuentes y desarrollando una determinada visión histórica y teológica del cristianismo. A su juicio, la historia judía que se hallaba centrada en Jerusalén ha fracasado, con la muerte de Jesús. Ha concluido la función del templo, con todos sus signos de sacralidad. Allá en Jerusalén sólo queda una tumba vacía, un templo inútil, unos sacerdotes que han condenado a Jesús. El nuevo Israel cristiano, el nuevo judaísmo universal, comienza en Galilea. Esta visión ha de situarse en el transfondo de lo que significa Galilea para el judaísmo de este tiempo, tanto desde una perspectiva cristiana, como desde una perspectiva rabínica; cf. E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid 1985; J. D. Crossan, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona 1994; É. Nodet y J. Taylor, The Origins of Christianity, Glazier, Collegeville MI 1998.

Lucas, tanto en Lc como en Hech, quiere recuperar el origen jerosolimitano de la iglesia, entroncándola en el judaísmo oficial, para irla después abriendo en camino de misión universal, a través de los helenistas. De esa forma ha conservado, para todos los tiempos de la iglesia, eso que pudiéramos llamar la ortodoxia judía que está vinculada con Jerusalén. Su opción es, por tanto, histórica, geográfica y teológica, y en esos tres campos debería precisarse.

[12]Desde perspectivas distintas, estudian el tema de los orígenes cristianos, en la línea de lo que aquí estamos evocando: Ph. Perkins, Peter: Apostle of a Whole Church, Univ. of South Carolina P., Columbia 1994; R. Bauckham, R., "James and the Jerusalem Church", en Id. (ed.), The Book of Acts IV. Palestinian Setting, Eerdmanns, Grand Rapids MI 1995, 415-480; Id., Jude and the Relatives of Jesus en te Early Church, Clark, Edinburgh 1990; J. Roloff, Die Kirche im NT, GNT 10, Vandenhoeck, Göttingen 1993; G. Schille, G., Die Urchristliche Kollegialmission (ATANT 48), Zürich 1967

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