El Papa regresa a sus raíces familiares con una visita a sus primos en Asti Francisco denuncia "el contagio letal de la indiferencia" y advierte a los cristianos: "Depende de nosotros decidir si ser espectadores o involucrarnos"

"De estas tierras partió mi padre para emigrar a Argentina", glosó Jorge Bergoglio, el hijo de italianos, durante su visita a Asti, la primera de carácter privado, en la que pudo pasar casi un día, a solas, con sus raíces, sus primas, sus sobrinos

"Todos creemos saber qué es lo que no está bien en la sociedad, en el mundo, incluso en la Iglesia, pero luego, ¿hacemos algo? ¿Nos ensuciamos las manos como nuestro Dios clavado al madero o estamos con las manos en los bolsillos mirando?"

Jesús "se hizo siervo para que cada uno de nosotros se sienta hijo. Se dejó insultar y que se burlaran de él, para que en cualquier humillación ninguno de nosotros esté ya solo. Dejó que lo desnudaran, para que nadie se sienta despojado de la propia dignidad". "Subió a la cruz, para que en todo crucificado de la historia esté la presencia de Dios"

"«Estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Esto es lo que quiere decirnos Dios cada vez que nos dejamos mirar por Él. Y entonces entendemos que no tenemos un dios desconocido que está allá arriba en el cielo, poderoso y distante, sino un Dios cercano, tierno y compasivo, cuyos brazos abiertos consuelan y acarician. ¡Ese es nuestro rey!"

"Entonces nos convertimos en cristianos superficiales, que dicen creer en Dios y querer la paz, pero que no rezan ni se preocupan por el prójimo"

"No estamos en el mundo únicamente para salvarnos a nosotros mismos, sino para llevar a los hermanos y hermanas al abrazo del Rey. Interceder, recordarle al Señor, abre las puertas del paraíso. Pero nosotros, cuando rezamos, ¿intercedemos?"

Es un viaje especial para Francisco. Con distintos matices, similar al que le llevó, por primera vez fuera de los muros romanos, hasta Lampedusa. En esta ocasión, el corazón no llamaba al dolor, sino a la alegría, al recuerdo, a la familia. "De estas tierras partió mi padre para emigrar a Argentina", glosó Jorge Bergoglio, el hijo de italianos, durante su visita a Asti, la primera de carácter privado, en la que pudo pasar casi un día, a solas, con sus raíces, sus primas, sus sobrinos.

Un Papa que, pese al carácter privado, no dejó de celebrar la festividad de Cristo Rey, y la Jornada Mundial de la Juventud, desde la catedral de Asti, en la que no dejó de recordar a los otros 'reyes', a quienes también mira Jesús desde la Cruz. "Hoy nuestro rey nos mira desde la cruz a brasa aduerte (con los brazos abiertos). Depende de nosotros decidir si ser espectadores o involucrarnos".

El Papa, en Asti
El Papa, en Asti

Ponernos manos a la obra

"Vemos las crisis de hoy, la disminución de la fe, la falta de participación. ¿Qué hacemos? ¿Nos limitamos a elaborar teorías, a criticar, o nos ponemos manos a la obra, tomamos las riendas de nuestra vida, pasamos del “si” de las excusas a los “sí” de la oración y del servicio? Todos creemos saber qué es lo que no está bien en la sociedad, en el mundo, incluso en la Iglesia, pero luego, ¿hacemos algo? ¿Nos ensuciamos las manos como nuestro Dios clavado al madero o estamos con las manos en los bolsillos mirando?", preguntó Francisco, quien pidió mirar al Dios-rey, que "destruye toda imagen falsa de su realeza" para "para encontrar el valor de mirarnos a nosotros mismos; de recorrer las vías de la confianza y de la intercesión; de hacernos siervos para reinar con Él".

El Papa, con alguno de sus familiares
El Papa, con alguno de sus familiares

Reencontrar el sabor de las raíces

Francisco llegó a las puertas de la pequeña catedral en papamóvil, feliz de saludar a sus vecinos, que se han volcado en hacer que Bergoglio se sintiera en casa. Lo han logrado. Respetando su privacidad, alegrándose con él, acudiendo en masa hasta el templo, en el que el pontífice vino "a reencontrar el sabor de las raíces".

"Hoy el Evangelio nos lleva nuevamente a las raíces de la fe. Estas se encuentran en el árido terreno del Calvario, donde la semilla de Jesús, al morir, hizo germinar la esperanza, pues plantado en el corazón de la tierra nos abrió el camino al cielo", añadió el Papa, vinculando su visita con la jornada litúrgica, y pidiendo a los fieles que no le miraran a él. "A Él, al Crucificado", al que fue muerto sobre un cartel que rezaba "Este es el Rey de los Judíos".

Un rey de espinas

"He aquí el título: rey. Pero observando a Jesús, la idea que tenemos de un rey da un vuelco", explicó el Papa, quien pidió "imaginar visualmente un rey", con sus tronos, sus insignias, cetros y anillos. "Mirando a Jesús, vemos que Él es todo lo contrario. No está sentado en un cómodo trono, sino más bien colgado en un patíbulo", "crucificado por los poderosos" y "adornado sólo con clavos y espinas".

Fieles llenan la catedral de Asti
Fieles llenan la catedral de Asti

Un rey que "en vez de apuntar el dedo contra alguien, extiende los brazos para todos. Así se manifiesta nuestro rey, con los brazos abiertos, a brasa aduerte". Y es que sólo así se entiende la paradoja de la cruz, "para abrazar todo lo que es nuestro".

Porque "se hizo siervo para que cada uno de nosotros se sienta hijo. Se dejó insultar y que se burlaran de él, para que en cualquier humillación ninguno de nosotros esté ya solo. Dejó que lo desnudaran, para que nadie se sienta despojado de la propia dignidad". "Subió a la cruz, para que en todo crucificado de la historia esté la presencia de Dios".

El Papa saluda a los fieles en la catedral de Asti
El Papa saluda a los fieles en la catedral de Asti

Así es el rey del universo, "este es el rey que festejamos". Y a él hay que mirarle, con los brazos abiertos, para escuchar como nos dice "en silencio que nada de lo tuyo le es ajeno, que quiere abrazarte, volverte a levantar y salvarte, así como eres, con tu historia, con tus miserias, con tus pecados".

Un amor que siempre perdona

Un Dios que "te da la posibilidad de reinar en la vida, si te rindes ante la mansedumbre de su amor, que se propone pero no se impone; a su amor que siempre te perdona, que siempre te vuelve a poner en pie, que siempre te restituye tu dignidad real". Porque, pese a lo que reivindican los profetas del pesimismo y la desesperanza, "la salvación nos viene al dejarnos amar por Él, porque sólo así somos liberados de la esclavitud de nuestro yo, del miedo de estar solos, de pensar que no lo lograremos".

"Hermanos, hermanas, pongámonos constantemente ante el Crucificado, y dejémonos amar, pues esos brasa aduerte nos abren también a nosotros el paraíso, como al “buen ladrón”. Sintamos como dirigida a nosotros la frase que Jesús hoy, en el Evangelio, pronuncia desde la cruz: «Estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Esto es lo que quiere decirnos Dios cada vez que nos dejamos mirar por Él. Y entonces entendemos que no tenemos un dios desconocido que está allá arriba en el cielo, poderoso y distante, sino un Dios cercano, tierno y compasivo, cuyos brazos abiertos consuelan y acarician. ¡Ese es nuestro rey!".

El Papa, durante la misa
El Papa, durante la misa

Espectadores indiferentes

Y, tras mirar al Cristo crucificado, "¿qué podemos hacer?", se preguntó Bergoglio. "Hoy el Evangelio nos pone ante dos caminos. Frente a Jesús hay quien se queda de espectador y quien se involucra". Y es que "los espectadores son muchos, la mayoría (...). No era gente mala, muchos eran creyentes, pero al ver al Crucificado se quedan como espectadores. No dan un paso adelante hacia Jesús, sino que lo ven desde lejos, curiosos e indiferentes, sin interesarse verdaderamente, sin preguntarse qué podrían hacer". Muchos son los que lo hacen, también hoy.

"También cerca de la cruz hay espectadores: los jefes del pueblo, que quieren asistir al espectáculo cruento del final ignominioso de Cristo; los soldados, que esperan que la ejecución termine pronto; uno de los malhechores, que descarga sobre Jesús su rabia. Se burlan, insultan, se desahogan", insistió. 

Todos ellos, dicen los mismo a Jesús: "Sálvate a ti mismo, exactamente lo contrario de lo que está haciendo Jesús, que no piensa en sí mismo, sino en salvarlos a ellos". Pero "ese sálvate a ti mismo es contagioso, de los jefes a los soldados y a la gente, la ola del mal alcanza a casi todos. Y es una marejada que se transmite por indiferencia, porque aquella gente habla de Jesús pero no sintoniza ni un solo momento con Él".

Francisco, en Asti
Francisco, en Asti

La ola del mal que se propaga

"Es el contagio letal de la indiferencia", denunció. "La ola del mal se propaga siempre así: comienza tomando distancia, mirando sin hacer nada, sin dar importancia, y luego se piensa sólo en los propios intereses y se acostumbra a mirar hacia otro lado", advirtió el Papa, señalando que "es un riesgo también para nuestra fe, que se marchita si se queda en una teoría y no se hace práctica, si no hay compromiso, si no se da en primera persona, si no se arriesga".

"Entonces nos convertimos en cristianos superficiales, que dicen creer en Dios y querer la paz, pero que no rezan ni se preocupan por el prójimo", clamó Francisco. Frente a ello, "la ola benéfica del bien", los que "se involucran", como el buen ladrón, que confiesa a Cristo sus faltas. "Es así que un malhechor se convierte en el primer santo. Se acerca a Jesús por un instante y el Señor lo tiene consigo para siempre".

"El Evangelio habla del buen ladrón por nosotros, para invitarnos a vencer el mal dejando de ser espectadores. ¿Por dónde comenzar? Por la confianza, por llamar a Dios por su nombre, tal como lo hizo el buen ladrón, que al final de la vida vuelve a encontrar la confianza valiente que caracteriza a los niños, que se fían, piden, insisten. Y con esa confianza admite sus fallas, llora, pero no compadeciéndose de sí mismo, sino poniéndose delante del Señor", proclamó el Pontífice.

Francisco, durante la misa
Francisco, durante la misa

"Y nosotros, ¿tenemos esta confianza, le llevamos a Jesús todo lo que tenemos en nuestro interior, o nos disfrazamos frente a Dios, quizás con un poco de sacralidad y de incienso? Aquel que pone en práctica la confianza aprende la intercesión, aprende a presentar ante Dios lo que ve, los sufrimientos del mundo, las personas que encuentra. Aprende a decirle, como el buen ladrón, “¡acuérdate, Señor!”. No estamos en el mundo únicamente para salvarnos a nosotros mismos, sino para llevar a los hermanos y hermanas al abrazo del Rey. Interceder, recordarle al Señor, abre las puertas del paraíso. Pero nosotros, cuando rezamos, ¿intercedemos?", preguntó.

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