La Iglesia ortodoxa rusa sigue en sus trece

El domingo 21 de julio de 2019, o sea, como quien dice anteayer, que para el común de los mortales se antoja parecido a la vuelta de la esquina, tuvo lugar en la iglesia Saint-Alypios de Antalya, donde se encuentra la comunidad eslavónica de la zona, la consagración episcopal de Ambrosio de Eudociade, nombrado vicario del metropolita Sotirios de Pisidia, jefe de la antedicha diócesis. Presidió la ceremonia el patriarca ecuménico Bartolomé, asistido por los metropolitas de Pisidia, Sotirios; de Kallioupolis y Madyta, Esteban; de Kydonia, Atenágoras; y de Ellybrie, Máximo.
Cantada, y contada, la formación teológica del ordenando (estudios en Salónica, Boston y San Petersburgo), así como su ejemplar ministerio en el Patriarcado de Constantinopla (sobre todo su pastoral entre los ortodoxos eslavos que viven en Turquía, dentro en concreto de los límites de la Diócesis Metropolitana de Pisidia), Bartolomé dirigió su homilía hacia la audiencia de rusos, ucranianos y otros eslavófonos allí presentes, para precisar: «Este es un día histórico para la comunidad de Antalya y para toda la región». ¿Por qué histórico?
Entiendo que lo histórico proviene aquí no tanto de la consagración episcopal en sí, que de esas Bartolomé habrá conferido cantidad, cuanto de la explicación que, en su calidad de Patriarca Ecuménico, vierte del cisma de Ucrania. En pocos portales habré yo visto tan claramente explicado el problema del cisma ucranio. De ahí esta reseña que brindo de buen grado a mis lectores. Bartolomé I, bien se nota, no se anda con bromas ni con tintas medias a la hora de llamar a las cosas por su nombre.
«Mi visita de hoy y nuestra oración común -prosiguió el Patriarca- ocurre cuando la situación de la Ortodoxia es desagradable en general, y en particular con respecto a las relaciones de la Iglesia Madre de Constantinopla y la niña de la Iglesia, o sea Rusia». Una niña que, a lo que parece, le ha salido al Fanar más que díscola y respondona. Hasta el punto de calificar como desagradable la situación de la Ortodoxia en general. Y si no veamos dónde coloca Bartolomé I el origen de este cisma.
«Desafortunadamente, la Iglesia hermana [o sea la Iglesia ortodoxa rusa] quiso romper la comunión con nosotros, el Patriarcado Ecuménico, para mostrar su insatisfacción con la Iglesia ucraniana. No lo seguimos, todavía lo amamos, pase lo que pase y hoy ustedes han escuchado en los dípticos que he conmemorado a Su Beatitud, el Patriarca Kirill».

Bartolomé, por tanto, la cosa está clara, marca las distancias en la conducta de ambos patriarcados: su modo de actuar -repárese en ello- es, justo, lo contrario del seguido por Kirill con su actitud desafiante, agresiva y descalificadora, largando anatemas a voleo contra el Patriarcado Ecuménica, ¡nada menos! Lo dijo en su día san Agustín con frase de piedra blanca: Nunca existirá causa que justifique el cisma (Réplica a la carta de Parmeniano, 2,25). Abrir cismas, pues, no resuelve nada. La expresión deja claro quién se prestó al cisma; peor aún: quién lo provocó: No lo seguimos, todavía lo amamos, pase lo que pase. Kirill se debe meter esto muy bien en la cabeza para el día de autos, que llegará… Y si él no, por haberse ido, al menos su sucesor.
Insiste dale que te pego su santidad Bartolomé, dentro ya de lo canónico, el campo ese al que suelen remitirse los jerarcas rusos, poniendo el dedo en la llaga y arbitrando las más oportunas medidas con las que hacer frente al cisma, sobre todo con ánimo de una deseable solución, la cual no pasa -¡qué más quisieran sus detractores rusos…!- por los cauces de la condena y del anatema.
«Es una prueba [esta del cisma] -dice- para todos nosotros, y una dificultad a superar (por ambas partes) con la oración. Desdichadamente, sin embargo, la Iglesia rusa no ayuda; por el contrario, crea problemas adicionales al enviar, anticanónicamente, sacerdotes que celebran en diferentes lugares de Turquía. Ella está haciendo lo propio aquí en tu área (del obispo recién consagrado). Aquí viene un sacerdote que celebra en Belek, mientras que, como saben (ustedes), Turquía es el territorio canónico del Patriarcado Ecuménico y solo suyo».
Al hilo de este servicio pastoral en territorio turco, agregó por eso pastoral y benevolente: «Les propongo a ustedes, mis hermanos, que permanezcan todos unidos en torno a su área metropolitana, el hermano Sotirios y el nuevo obispo Ambrosio, y escuchen sus consejos. Esperamos que la paz y el amor vuelvan pronto a nuestras relaciones mutuas».
Este modo de hablar es ya otra cosa. Con él se puede salir al camino del diálogo y del entendimiento. Es, por otra parte, lo que cabe esperar de un Pastor ante su grey. Y lo que Bartolomé I ansía cuando agrega: «Lo que le pido a usted, como su patriarca (que soy), es observar la unidad y la disciplina hacia su obispo, que ha estado luchando espiritualmente durante once años, a pesar de su avanzada edad, y atiende sus necesidades religiosas en todos los idiomas». Unidad y disciplina, pues, dos palabras cuyos antónimos parece practicar ahora Kirill. Indirectamente es, al cabo, como si estuviera llamando al patriarca ruso un indisciplinado y un disgregador.
Y de colofón, por último, el capítulo de gratitudes a quienes, contra viento y marea siguen echando una mano al anciano metropolita de Antalya, y el ejemplar comportamiento pastoral del Patriarcado Ecuménico: «Agradecemos al padre Lambros y al padre Vladimir por atender a diario sus necesidades. Nuestro Patriarcado Ecuménico en Constantinopla está siempre listo para hacer frente y satisfacer todas las necesidades de la Santa Metrópolis de Pisidia y especialmente de su comunidad aquí en Antalya.
Estoy encantado de haber visto también al Padre Constantin de Alanya hoy, con sus fieles: los bendigo y también los abrazo a todos, en esta comunidad que es nuestra. Nos regocijamos porque, lejos de la patria, ustedes que están aquí para vivir mejor, no se privan de los bienes de nuestra Iglesia, de sus bendiciones, sino que todo su interés está dirigido a su progreso espiritual en Cristo. Los bendigo a todos y cada uno con todo mi corazón, desde la Iglesia Madre de Constantinopla, y especialmente bendigo a sus encantadores hijos. Ten (al nuevo obispo consagrado) todos los bienes de Dios (contigo). Te abrazo paternalmente».

La Iglesia ortodoxa rusa, pues, sigue en sus trece, y no parece que de momento esté dispuesta a dar su brazo a torcer. Pero los hechos son testarudos, y tarde o pronto, como también ha dicho repetidas veces su santidad Bartolomé I, la verdad acabará por salir a la luz e imponerse, para dicha de unos, por supuesto, pero, al propio tiempo, también para sonrojo de otros, faltaría más... Mientras tanto, que siga la cera. Ya se sabe que los ortodoxos la manejan con prodigalidad en su liturgia...