Desde el recuerdo fraterno

El día de su consagración episcopal

Se nos acaba de ir a la casa del Padre monseñor José Demetrio Jiménez Sánchez-Mariscal -Demetrio para los amigos-, joven obispo agustino de Cafayate, prelatura en  la  provincia metropolitana de Salta (Argentina). Fallecido en Buenos Aires el 23 de octubre, recibió sepultura el 25 en su catedral cafayateña con solemnes exequias que presidió el arzobispo salteño Mario Antonio Cargnello.

Se fue mecido por el tierno cariño de sus fieles, sobremanera esa grey de los Valles Calchaquíes acostumbrada a su dinámico andar, a la típica austeridad de su gestos, al medio tono de su voz y a la sabiduría de sus palabras.

Su lema episcopal -Caridad y Verdad [tomado del Sermón 78,6 de san Agustín sobre los pastores: «Ten caridad, predica la verdad»]- le granjeó amistades en América y Europa y, más concretamente, Argentina y España. Uno, que lo tuvo entre sus más aventajados alumnos, no quiere despachar esta fraterna evocación sin traer a la memoria instantes inolvidables de Madrid, Roma, Alemania y Argentina.

Cuando lo conocí en Los Negrales (Madrid), era un joven muy normalito, alto y con poblada cabellera negra. Aún no había compuesto su personaje, pero ya empezó a llamar mi atención, de sus muchas cualidades, la delicadeza con que arreglaba por las tardes -carretilla, escoba y rastrillo en mano- los jardines de la fachada principal de la casa-seminario. Daba la impresión de que la botánica se le hubiera incorporado al rebufo de la filosofía y la teología. Tan primoroso cuidado lo dejaban traslucir también sus exámenes escritos con letra menuda, casi de pendolista: no en vano recordó una vez Umbral que «el escritor tiene que elegirse transparente o pendolista».

Ya entonces apuntaban en él síntomas vocacionales bien definidos y madurez nada común, concentrada en su mirar limpio y sereno, y en su vivo deseo de hacer teología por encima de todo. Pronto, sin embargo, hubo de rendirse al tópico «el hombre propone y Dios dispone». Pero esta vez sin la coletilla «y la mujer lo descompone». Si acaso, otras instancias, a las que, por decirlo en lenguaje taurino, hubo de esquivar con media verónica. Y con otras que luego vendrían, cuando la cruz y el dolor se le colaron por debajo de la puerta.

Trabajaba ajustado a esa máxima que don Ramón Menéndez Pidal repetía a menudo entre sus íntimos: «No hay joven que no pueda morirse al día siguiente, ni viejo que no pueda vivir un año más». En José Demetrio los clarinazos de la enfermedad sonaron pronto. Lo hicieron con alevosía y crueldad.

A base de inteligencia y oficio, los fue sorteando mientras pudo, hasta que el pasado 23 de octubre llamó a su puerta el ángel de la muerte: tenía 56 años, llevaba casi 5 de obispo y el Señor le concedió, el pasado 7 de octubre, participar de las últimas fiestas patronales cafayateñas, como colofón al 50º aniversario de la fundación de la Prelatura.

Monseñor José Demetrio Jiménez, en una celebración en Cafayate, tal como lo recordarán siempre los fieles católicos

En Roma se había doctorado brillantemente en Filosofía pura con una tesis sobre María Zambrano dirigida por nuestro común amigo el P. Abelardo Lobato, en la Universidad de Santo Tomás (Angélicum), admirado él también de su talento y capacidad de trabajo.

Eran los años de san Juan Pablo II, a quien ahora desean algunos aupar a doctor de la Iglesia. Los domingos, después del Ángelus en la plaza de San Pedro, el P. José Luis Marbán y quien esto escribe nos dábamos cita en su habitación para tomar juntos un tentempié, a modo de aperitivo, antes de acudir al rezo de Sexta y luego a la comida con la Comunidad. Comentábamos, libres, por supuesto, de frivolidad y de la gran sinsorgada, lo saliente de la semana. El encuentro llegó a pintarse punto menos que ritual y anecdótico.  

Tuve la oportunidad de procurarle, en un verano de aquellos, la parroquia de St. Odilia Göhr, no lejos de Dormagen (Alemania), para que le diera a su alemán, y me consta el grato recuerdo que entre sus gentes dejó, lo mismo que en el madrileño Centro Ecuménico Misioneras de la Unidad, donde trabó crecedera amistad con su director don Julián García Hernando.

Llegó a impartir allí clases, más que del ecumenismo propiamente dicho, del llamado diálogo interreligioso. Ayudó a introducir en dicho Centro la Internet, lo mismo que, de alguna manera, en la Parroquia San Manuel y San Benito, en cuya Sala de Teología y Cultura me distinguió con la presentación de mi libro San Agustín y la Cultura. Editorial Revista Agustiniana [Manantial 2]. Madrid 1998.

En el Vicariato de Argentina descolló pronto con su preparación académica, su entrega a la pastoral de parroquia y sus clases, llegando a superior mayor, en cuya condición organizó un Congreso Agustiniano de Teología, celebrado entre los días 26-28 de agosto de 2004 en la Universidad de Buenos Aires, con motivo del 1650º aniversario del nacimiento de san Agustín.

A él acudimos de España profesores agustinos y no agustinos, oportunamente distribuidos luego, gracias a su valimiento, por centros universitarios y teológicos de Rosario, Salta, Cafayate, Montevideo y Buenos Aires. Pasado ya todo, él se encargaría luego de coordinar la publicación de las Actas en dos magníficos volúmenes titulados San Agustín un hombre para hoy, editados en Religión y Cultura [Colección «Tradere»], Buenos Aires 2006.

Con el Papa Francisco

Corriendo ese mismo año 2006 lanzó el primer número de la vigente Revista Agustiniana de Pensamiento Etiam. Su magisterio se iba prodigando generoso por Salta, Catamarca, Tucumán y Buenos Aires, cada vez más compenetrado, eso sí, con la idiosincrasia calchaquí. Hasta que el papa Francisco lo nombró el 10 de febrero de 2014 obispo prelado de Cafayate, para suceder a monseñor Mariano Anastasio Moreno, siendo así el cuarto obispo agustino de la Prelatura.

Recibió la consagración episcopal el 10 de mayo de 2014 en el predio de la Serenata de Cafayate por la imposición de manos del citado monseñor Mariano Moreno García, actuando de co-consagrantes el cardenal Estanislao Esteban Karlic, arzobispo emérito de Paraná, y monseñor Mario Antonio Cargnello, arzobispo de Salta. Tomó posesión e inició su ministerio pastoral ese mismo día. En la Conferencia Episcopal de Argentina fue delegado de la Región Pastoral Noroeste (NOA) y miembro de las comisiones de Fe y Cultura y de Pastoral Aborigen.

 «Me quedan dos compromisos que cumplir: uno académico con una universidad, otro pastoral con los agustinos». Con este escueto anuncio dejaba caer en la homilía de su consagración, veladamente por supuesto, la noticia de su segunda tesis doctoral Palimpsesto cultural y palingenesia del pensamiento. Una aportación andina a la filosofía de la religión, dirigida por el Dr. Carlos Díaz Hernández, y defendida el 21 de mayo de 2014 -o sea, una semana después de su consagración- en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Y desde luego, con sobresaliente.

Asistimos al acto un montón de amigos, agustinos la mayoría: no siempre se ve a un obispo defender una tesis doctoral -más de uno en España ni siquiera tiene la de licencia en Teología-, aunque, en este caso, el acto discurrió con la simplicidad y grandeza propias del doctorando y el buen hacer y buen discurrir del tribunal.

En la homilía de su consagración dejó noticias más que suficientes para cualquier estudio de su persona y de su obra. Ellas me eximen ahora de ser  más explícito. No quisiera, sin embargo, cerrar esta evocación de urgencia sin añadir dos puntos que considero de singular interés autobiográfico. Cierto que no era pródigo en palabras. Los cursis dirían verborreico. Pero las que utilizaba compendiaban a la perfección profundidad de pensamiento y solidez en el análisis. Voy con esos puntos.

El primero data de 1996. Me refiero al suelto Sobre lo religioso y la religión: con motivo de un libro de don Gonzalo Puente Ojea, publicado en Religión y Cultura 42 (1996) 117-136.  Gonzalo Puente Ojea (21.07.1924 - + 10.01.2017), nombrado por Felipe González embajador de España ante la Santa Sede (1985-1987), siendo titular de Exteriores Francisco Fernández Ordóñez, Sir Paco en algunos medios y alias el Bustrófedon según Jaime Campmany, tuvo que vérselas más de una vez con el fino diplomático cardenal Casaroli.

La verdad es que Puente tenía de todo menos de puente, y era un ateo redomado. El libro al que José Demetrio aplicó su lupa de doctor en Filosofía y master en Ciencias de la Religión se titula Elogio del ateísmo. Los espejos de una ilusión (Siglo XXI, Madrid 1995, 1ª ed., 445 pp.).

Manuel Puente Ojea

«Permítame desde aquí, don Gonzalo -le ataja bajando a la arena herido ya del primer mal-, exponerle en primera persona, lo mejor que puedo ahora, o lo menos mal que se me tercie, [lo que] la lectura de sus escritos agrupados en el volumen (o.c.), me sugirió en la peculiar fazienda de mis días, entre la cama y el sillón de una habitación del Pabellón Oncológico Príncipe de Asturias en Madrid, durante el tercer ciclo de quimioterapia y la convalecencia de una enfermedad que llaman leucemina. Es, por tanto, la visión de uno que está enfermo, espero no por eso enfermiza, sino simplemente otra visión, u otra mirada de lo que en la vida hay» (pp. 119-120).

No dejen mis lectores de leer, si tienen tiempo y ganas, este interesante artículo. Refleja indirectamente al José Demetrio esencial, al gran dotado de alma y pensamiento, al dialéctico y exquisito y respetuoso, al especialista en Ciencias de la Religión, en fin.

Su breve resumen al final lleva este sello: «De lo que se trata aquí, pienso yo, no es de convencer, sino de proponer la ampliación del concepto de experiencia, refiriéndolo también a la tematización de las vivencias, es decir, de lo que externa e internamente nos pasa en la fazienda de nuestros días. Y, desde aquí, que cada cual diga su palabra, cauta y razonablemente, tanto el que orienta su vida según criterios de fe como quien la guía según otros criterios de sentido, o sin sentido… Y hablar, hablar modestamente, tal vez sin más pretensión que dar a conocer lo que uno vive y piensa»  (p. 136).

El segundo punto lo constituye la homilía del día de su consagración episcopal. En ella se aprecia todavía más riqueza autobiográfica, si cabe. Es la misma persona, sin duda, pero con mayor madurez, asistido aquí y allá de oportunas citas agustinianas con las que va construyendo ese edificio de mampostería ejemplar que es su ristra de gratitudes a la hora de inaugurar su episcopado dentro de una Iglesia en salida.

«Gracias, en fin, porque sigo caminando. Y me queda el día a día, lo extraordinario de lo cotidiano, la belleza de lo sencillo, la eternidad de cada instante, el consejo de san Agustín: «sé grande en las cosas grandes, pero no seas pequeño en las pequeñas» (Sermón 213, 1). 

«La vida me han prestao y tengo que devolverla, cuando el Creador me llame para la entrega», canta la chacarera. Gracias, pues, por la vida, «que me ha dado tanto» (parafraseando la afamada canción de Violeta Parra): los ojos y los oídos, los pies y el corazón, la risa y el llanto. Los mejores materiales para hacer un bello canto. Quiera Dios que lo componga cada día de mi vida y que pueda devolver a la Prelatura algo de tanto como ya me dio».

Pues claro que lo compusiste buscando siempre, en medio de la cruz de cada día, los más ocultos y profundos metales del abismo humano, y persiguiendo a cada momento, bien asido a Jesucristo, los más altos vuelos del hombre, atraído por todo lo extraordinario y misterioso de la madre Naturaleza.

Sí, querido José Demetrio, Dios te sometió a prueba y te halló digno de sí (cf. Sb 3,5) llevándote consigo para que, junto a su divino Hijo, y cabe la mirada materna de «La Sentadita», vivas por siempre el agustiniano gaudium de veritate (Conf. 10,23,33).  

Durante las exequias en Cafayate

Atahualpa Yupanqui, que tanto le dio a la guitarra por tierras de Tucumán, toda la noche cantando con el alma estremecida, más de una vez y más de dos te echaría una mano desde el Cerro Colorado con su Milonga del Solitario. Un modo más, después de todo, de ayudarte en lo que a ti tanto te gustaba: conjugar inculturación y evangelización haciendo Preguntitas sobre Dios.  

Deja, en fin, que, desde la distancia geográfica, ponga al pie de tu sepulcro en la Catedral de Cafayate mi recuerdo fraterno de oración y rosas, hecho esta vez pedazo de cielo y prodigio de armonía.

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