Los cristianos deberíamos estar convencidos de que el cielo está en todas partes porque todas ellas han salido de la mano de Dios y en todas ellas se refleja su rostro. Y así, no pocos se han esforzado por demostrar que Dios también estuvo en Auschwitz y en Haití y, desde luego, su paternidad universal no excluye ni a los tiranos ni a los verdugos. Sin embargo, como reclamo publicitario o simple expresión de orgullo localista, quién más quién menos, todos tendemos a imaginar que el lugar en que hemos nacido es el cielo, el mejor del mundo, y de hecho lo es, sin duda, porque es el nido en que hemos abierto los ojos y el que más incrustado llevamos en nuestra propia personalidad.

Reconocidas sin serios obstáculos estas verdades de Perogrullo, también cifrar en una sola frase, a ser posible corta, lo mejor de un lugar es un acierto con trascendencia en ambas direcciones, la de la propaganda y la del orgullo. Madrid cuenta ciertamente con una de esas frases lapidarias afortunadas, como otros lugares cuentan con otras de no menor impacto. La de Madrid titula hoy nuestra reflexión, lo mismo si lo ”de Madrid al cielo” se debe al embellecimiento que Carlos III hizo de la villa,  que a la creencia de que las almas puras y purificadas emigran desde la Casa de Campo al cielo o a que digan verdad los versos de Luis Quiñones, referidos al invierno y al verano: “Pues el invierno y el verano, / en Madrid solo son buenos, / desde la cuna a Madrid, / y desde Madrid al Cielo”.

El lector ya ha captado de sobra que lo dicho viene a cuenta de que hoy Madrid celebra a su patrona, la Virgen de La Almudena, y a que con estas líneas de reflexión queremos unirnos a los sentimientos de la mayoría de los madrileños de buena voluntad, especialmente en estas circunstancias en que el coronavirus se ha convertido en aduanero intransigente. Como presagio de lo que ocurrirá inevitablemente en Navidad, los madrileños tendrán que festejar a su patrona quedándose en casa y disfrutando de la familia más reducida, la de primer grado de parentesco, porque las ordenanzas no permiten otra cosa. Pero, si es verdad que no se consuela quien no quiere, digamos que, si los pocos reunidos están bien avenidos, las añoranzas de los ausentes son menores.

En un día como este, de corazón deseamos a todos los madrileños la buena avenencia que, desgraciadamente, en estos tiempos ha estado allí hecha unos zorros en el ámbito político, debido a que, con gran escándalo para los ciudadanos, cada partido ha tratado de convertir el coronavirus en un militante propio.  ¡Qué barbaridad! Menos mal que, al igual que hace un poco lo decíamos de Dios, también cabe aquí decir que la Almudena protege a todos los madrileños, incluso a aquellos que hacen ascos a su presencia cultural y a su culto. Sea porque se trate de una imagen de la Virgen traída a España por el mismo Santiago o de una talla oculta en un muro durante el tiempo en que la ciudad estuvo dominada por los musulmanes y milagrosamente descubierta después por Alfonso VI o por el mismo Cid, lo cierto es que La Almudena (“La ciudadela”, en árabe) es realmente fortaleza y baluarte de Madrid. Vírgenes no hay más que una, pero cada pueblo creyente se acerca a ella bajo la advocación que le resulta más propia y cercana. Obviamente, La Almudena, la rocosa y poderosa, es la Virgen de los madrileños

Seguro que todos ellos perciben claramente y viven en profundidad esa sensación, tan merecida, de fortaleza y de baluarte. Siendo centro geográfico de España, Madrid ha ido poco a poco  erigiéndose también en centro o eje político, económico, social y cultural de todas y cada una de las regiones españolas. Hacia Madrid hemos mirado todos los españoles angustiados, cuando pareció convertirse hace unas semanas en el centro de operaciones del coronavirus, y en esa misma dirección miramos ahora con la esperanza de que se convierta ya en la mejor avanzadilla de la reconquista de la salud que hemos emprendido. Enhorabuena, pues, a todos los madrileños en un día en que su patrona los mira con especial compasión y ternura. Y conste que lo dicho tiene más valor si el lector sabe que lo dice un “apóstata de Madrid”, buen conocedor de lo que allí se cuece, pues en los primeros setenta, tras una experiencia laboral que le exigía moverse por su superficie, en cuanto pudo escapó de Madrid como alma que lleva el diablo.

Tras esta complacida mirada al cielo de Madrid, la boca de Unamuno se recrea en la indolencia patria, esa que nos lleva a pasar muchas más horas en las terrazas de los bares (¡cómo nos duele ahora que estén cerradas!) que en los laboratorios. Me estoy refiriendo a lo de que “inventen ellos”, tan parecido a lo dicho por otro vasco sobre que “otros  mueven el árbol y nosotros cogemos las nueces”.  Esta sorprendente entrada responde al hecho de que hoy se celebra “el día del inventor internacional”, fecha elegida para celebrar el nacimiento, en 1914, de Hedy Lamarr, la actriz ingeniera que creó el “espectro ensanchado”, la técnica que impide que una emisora o canal televisivo se superponga sobre otro. De ahí que la celebración tenga un destacado acento feminista, como homenaje a las muchas mujeres, la mayoría desconocidas, que han logrado grandes avances en el mundo del laboratorio y de la técnica. De hecho, por ahí sí que podría reivindicarse un feminismo eficaz, firme y convincente, sin acudir a las excentricidades del lenguaje que muchos quieren imponernos.

Los inventores son realmente el alma de las sociedades. El invento surge, por lo general, de la constatación de una necesidad de cualquier orden que sea a la que se le encuentra un remedio original. Un gran invento complejo es, sin duda, una vacuna contra cualquier virus nocivo, o algo tan simple como una fregona para limpiar los suelos sin agacharse o un dispositivo para que las personas mayores puedan ponerse ellos mismos los calcetines cuando no pueden doblarse. Unamuno tenía razón al decir “que inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó”, pero, afortunadamente, además de que la mejora de la vida es un reto para todo ser humano, el genio español no anda corto a la hora de patentar inventos.

Hoy hemos hecho un simpático viaje a un Madrid cerrado, pero en fiestas, con el deseo, ya casi obsesivo, de alcanzar pronto el cielo de nuestra salud y de una libertad sin trabas. De por medio, nos ha salido al paso el reto al que todo ser humano deberíamos echarle mucho más ingenio, repudiando la indolencia que nos atribuye Unamuno y el descaro de Arzalluz con mucha más dedicación. Me refiero a mejorar nuestra vida y la de quienes viven junto a nosotros, a que cuanto hagamos sea valioso para algún ámbito de la vida. A pesar de tantos escándalos y mezquindades, seguro que algo bueno sacaremos de la guerra sin cuartel que nos ha declarado la covid-19, porque, a fin de cuentas, no nos queda otra que aguzar el ingenio y tirar de sentido común. La Almudena bendice hoy de forma especial a los madrileños y la celebración del día nos emplaza a todos a quebrarnos la cabeza y doblar el espinazo para mejorar la vida humana. ¿Qué otra cosa, si no, nos enseña nuestra fe?

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