Cuestiones existenciales (y Vivencias y convivencias 2)

Ignoramos o acallamos casi todo lo esencial, pero sabemos ya lo que tenemos que preguntarnos existencialmente. En primer lugar, si estamos acompañados o solos en el universo, si hay otros cohabitantes o no como nosotros por ahí. En segundo lugar, si nuestra vida tiene algún sentido, si manifiesta algo sagrado o es impura profanidad y mero devaneo o devenir. En último lugar, si cabe plantearse la trascendencia en el universo, o estamos encerrados a cal y canto inmanentemente. En fin, todo ello replantea la cuestión de si la vida merece ser vivida humanamente hasta su final mortal.

La ciencia es limitada y se mantiene estupefacta al respecto, en una posición neutra o quizás neutralizada por nuestra razón pura o abstracta, abstrusa, mientras que a la religión le gusta hablar visionariamente, accediendo al misterio o enigma del universo, trascendiéndolo todo vertiginosamente. En medio se queda el hombre de la clase media, ni científico ni teólogo, atenido a un sentido común que sigue preguntando sin respuesta si hay algo o más bien nada, si hay algún sentido oculto tras las apariencias, si estamos en manos de Dios o del diablo, o acaso entre ambos. Los filósofos actuales parecen haberse plantado al respecto y apenas se plantean ya el sentido existencial, sacrificado al sentido inmediato de carácter político o pragmático.

La religión parece agotarse en su revelación, la ciencia parece agostada en su racionalismo, la filosofía parece acostada o recostada marginalmente, y la cultura actual parece frívola y acartonada. No queremos que nadie ni nada nos inquiete existencialmente, excepto el funcionamiento meramente funcional o maquinal del mundo, la marcha de las cosas consabidas, la sociología del poder y la economía belicosa. Estamos reducidos a nosotros mismos y a nuestros espectros, nos rodea una atmósfera pesada y gris, desgranamos las cuentas de un rosario laico, respiramos el vaho de pensares decadentes, pero proseguimos adelante. Hemos acabado con el idealismo juvenil para recaer en el realismo programático. Asistimos a nuestra propia inasistencia mental, propalamos palabras y palabros, exorcizamos posverdades, hablamos y escribimos y leemos, pero nadie relee o medita o piensa. La nuestra es la cultura del enredo y el enredamiento, coordinada por una red de redes sin urdimbre existencial.

Sin urdimbre existencial, o sea, sin hilo conductor ni sentido, pero alborotada de signos y significantes, de mensajes inciertos, de especulaciones sin tregua. Deberíamos detenernos o contenernos, hemos caído en la retícula de los canales vacíos o vaciados de sentido, es el triunfo de un virtualismo fantasmagórico, de una red a la deriva caótica, de un griterío sordo. Falta o falla lo anímico o humano y, como decía san Agustín, sin alma no hay sentido, y sin sentido no hay alma, añadimos nosotros. El peligro de una cultura desalmada o flotante, estéril, acecha así a nuestra sociedad, apenas compensada por algunos escritores emergentes que desempolvan finalmente las cuestiones existenciales. De momento son más poetas que pensadores, más aforistas que filósofos, más raros que consagrados, más introvertidos que extrovertidos.

Si nada tiene ya sentido, celebremos el sinsentido: este parece ser el eslogan de una cultura que concelebra paradójicamente la incultura. Pero una cosa es asumir el límite del sentido y otra celebrar su limitación, una cosa es asumir críticamente el sinsentido y otra aceptarlo acríticamente, una cosa es morir en el límite vital y otra es morir en vida antes del tiempo de la maduración. Por cierto, los viejos rituales tanto paganos como la tauromaquia o cristianos como la Semana Santa, propician una especie de asunción catártica del límite de la vida con la muerte, la cual queda hoy trivializada e incluso desahuciada, abandonada a su propia mala suerte.

La correlación y conexión existencial entre la vida y la muerte está siendo hoy funcionalizada e instrumentalizada técnicamente, impidiendo así que la vida asuma bien la muerte y que la muerte asuma bien la vida. En este contexto hemos desenganchado la vida y su horizonte, el camino y la dirección, los medios y el fin o final. En el fondo se trata de un desenganche entre el sendero y la llegada, entre la juventud y la vejez, la búsqueda y el emplazamiento. Pero no existimos mecánicamente encerrados sino abiertos, así pues coexistimos, por eso hay que plantear el tema no ya de nuestra propia existencia, como hacía el viejo existencialismo, sino de nuestra coexistencia. De la coexistencia entre yo y el otro, nosotros y los otros, lo propio y lo ajeno, el hombre/mujer y el universo, la vida y su trascendencia simbólica y real.

El viejo existencialismo nos sacó de antiguos fundamentalismos al acuñar la divisa de que lo esencial es propiamente lo existencial. Sin embargo, un nuevo coexistencialismo debe complementar dicha aportación, coafirmando que lo existencial es esencial y no meramente suprastructural, deletéreo o vacuo. Pues el peligro de la sociedad mundana, como afirmaba Charles Moller, es no decir nunca lo esencial. Asumimos pues que lo esencial es lo existencial: pero solo si lo existencial resulta esencial y no accidental. El mejor ejemplo al respecto es el amor, auténtica esencia existencial del hombre en el mundo, auténtico sentido humano de la vida no rebajable a mera compraventa de felicidad manipulada. Pero al elevar así el amor a su categoría existencial un rictus de conmiseración emerge de nuestra cultura ante semejante propuesta piadosa: y, en efecto, piadosa para nuestra sociedad impía o despiadada.

VIVENCIAS Y CONVIVENCIAS

---Pongo en la red “religión”, y lo primero que sale es “reloj”: quizás porque Dios es el relojero clásico del reloj del universo (universal).
---Los intelectuales ya no hacen el mismo papel virtuoso que hacían en papel: en tiempo de internet son intelectuales meramente virtuales.
---Piensa en positivo: y te dispensarás de pensar.
---La felicidad es aforística: condensada y sutil
---El amor como encarnamiento: y encarnizamiento.
---Mi partido político es un partido íntegro: entero.
---En este mundo todo acaba terminando.
---Me encantan las Reyes Magas: vuelve así la mitología del Hada madrina.
---La pasividad activa de la mujer (procreadora): y la actividad pasota del hombre (productivo).
---Un sabio afirma que nuestra vida será irreconocible en poco tiempo: así será, porque no será.
---He criticado a un teólogo conservador: pero lo ha tomado donosa y cortésmente (a lo Donoso Cortés).
---Noé parece que se hartó de tanta agua del diluvio: y acabó según la Biblia pasándose al vino.
---Una impronta psicológica y moral de nuestro tiempo es la eclosión de las imágenes eróticas: la pornografía como libertad, liberación y libertinaje digital.
---Que la evolución realice la selección natural y cultural: el tiempo o devenir hace la selección natural y el espacio humano la selección cultural.
---El universo como un petardo; que explota con retardo (big-bang).
---Juventud divino tesoro: menos mal que no vuelves más.
---Según Tony Blair, toda carrera política acaba en fracaso: en realidad toda carrera se acaba parando.
---El cupo vasco ya no cabe: y el cava catalán ya no mola.
---Propugno el abrimiento frente al desabrimiento: desabrido.
---Mi interpretación del vacío vasco (huts) como apertura radical frente a toda cerrazón mental (nacionalista).
---La diosa vasca (Mari) comparece entre el vacío o no-ser oriental y el ser occidental, a modo de ser y no-ser, mediación coimplicativa de la vida y de la muerte: por eso vive de la afirmación y la negación ambivalentemente, personificando la Tierra-Madre albergadora de todo como vacío lleno por cuanto abierto al ser: matriz cóncava procreadora de toda conexión o convexión.
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