¿Conocen la historia del cura confesor?

Llega al pueblo un malabarista dueño de un circo ambulante. Tras la visita de rigor al Ayuntamiento y la petición de los oportunos permisos, según su costumbre busca un terreno despejado y comienza a instalar la carpa. su negocio de feria.
Casi terminado el trabajo, llega el sacristán de la iglesia que está al lado y les dice:
- Disculpen señores, ¿quien es el responsable de todo esto?
- Yo
- No quisiera molestar, pero este terreno pertenece a la iglesia y lo usan de vez en cuando. Les convendría pedirle permiso al párroco.
- No hay problema, ahora mismo voy.
Dicho esto se encamina hacia la iglesia. Coincide con la hora de las confesiones. Se pone a la cola y espera su turno en la fila al efecto. Cuando llega su vez, actúa a la manera que había visto en los que le precedían y le dice al párroco:
- Buenos días, vengo a hablar con usted para pedirle un permiso.
- Diga hijo -responde el párroco confesor.
- Queremos utilizar el terreno de ustedes para un espectáculo de malabarismo.
- ¿Y en qué consiste dicho espectáuclo? - responde con cara de asombro el párroco - Espero que no ofenda a nuestro Señor.
- Nada de eso, padre, salga un momento y le haré una muestra de ello para que vea que es de lo más inocente y entretenido.
Salen del confesionario, dejando a la espera a unas cuantas señoras mayores. Éstas, al verles abandonar la iglesia, se asoman con extrema curiosidad al pórtico para ver qué pasa. El proceder del cura les resulta de lo más novedoso.
El malabarista trepa con agilidad por una columna y se encarama en la misma; salta hasta una lampara; se balancea y hace dos giros en el aire volviendo de nuevo a la lámpara. Como acto final toma impulso, salta y cae en medio de una tarima con candelabros espaciados sin tocar ni tirar nada.
El párroco, maravillado, aplaude lleno de contento. Felicita al malabarista, da su permiso para el festejo y regresa a la iglesia a continuar con su labor penitencial.
Al punto todas las personas que esperaban en la cola para la confesión salen corriendo de estampida temiéndose lo peor.
Ya fuera de la iglesia, dos de las ancianas que habían estado esperando su turno, topan con una amiga que les pregunta:
- Eh! ¿Pero por qué corren? ¿Dónde van?
- ¿Vas a confesarte? ¡¡No entres!! ¡El párroco se está pasando con las penitencias!