Depender de uno mismo.

HUMANISMO A SECAS.

La calidad de vida nunca ha dependido de modo significativo de los hábitos religiosos. Es cierto que, especialmente en las personas de edad avanzada, la vivencia de sentimientos religiosos y la práctica habitual de ritos influyen positivamente en ella. No a lo largo de toda la vida. 

Cada vez va calando más en la conciencia de la sociedad que la calidad de vida depende fundamentalmente de cuestiones psicológicas, del ánimo vital especialmente, del influjo de los sentimientos, del control de las emociones, del trabajo por mejorar lo que antes se denominaban “pasiones”.

La conexión entre sentimientos y enfermedades ya era de dominio público, pero no ha sido hasta nuestros días cuando se ha investigado científicamente. Una nueva ciencia está naciendo, la psico-neuro-inmunología, basada en que las defensas contra una enfermedad se generan primero en el cerebro. Una descarga de emociones negativas envenena al cerebro, por lo que la persona debiera adquirir hábitos y entrenamiento para su control. En líneas generales debemos tener claro lo que sigue:

Los malos hábitos emocionales tienden a desbancar a los positivos: la inercia emocional conduce a que se instalen los malos sentimientos. Siempre se presentan agrupados, asociados; la baja autoestima, por ejemplo, siempre va asociada a la autopunición y al miedo al rechazo.

Emociones negativas como pena, tristeza o desesperación suelen acompañar a trastornos físicos: esto es normal; pero lo mismo que aparecen se van. Lo preocupante es la negatividad crónica y persistente, que contamina cualquier actividad de la vida diaria.

Tan negativo es el optimismo sin fundamento como el pesimismo; lo que hay que desarrollar es el racionalismo teñido de esperanza: ver las vías de escape a realidades opresivas.

Actitudes negativas típicas: sentirse “objeto de persecución maligna”; creer y afirmar que tal situación no va a cambiar o que, se haga lo que se haga, todo va a seguir igual; si se instala en el cerebro la pregunta fija y persistente del “¿por qué a mí?”; si se formulan preguntas sin el ánimo de responderlas; si sólo hay memoria para las cosas negativas...

La fijación de malos hábitos emocionales es un sabotaje continuo a la felicidad, al bienestar general de la persona.

Es preciso estar precavido contra la civilización, especialmente urbana, que genera muchos de esos hábitos.

Es importante saber que dichos hábitos no son ni algo congénito ni algo permanente. No están marcados genéticamente, aunque pueda haber “predisposición” a ellos.

Son hábitos destructivos los que tienen que ver con la depresión, los sentimientos de culpa, ansiedad u obsesión; el no quererse, el rechazarse uno mismo; el pensar que ya no se tiene nada que hacer; el sentimiento de “tener que dejar paso a los demás”; el sentirse falto de valía o de importancia; la descalificación propia, el “no sé qué me pasa”...

También el culpar a los demás de nuestras desgracias, la no aceptación de responsabilidad en los hechos, el dar de lado las verdaderas o posibles razones... He aquí un campo inmenso para el “trabajo de la razón”.

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