Etnocentrismo vs. Relativismo cultural/3


Los intolerantes son intolerables (Norberto Bobbio) Hemos asistido a la idolatría de las culturas. Todas eran iguales de valiosas, lo cual es una estupidez (J .A. Marina)
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La relación y comparación axiológica entre culturas diversas puede adoptar tres formas básicas: el etnocentrismo, el relativismo (multi)cultural y el interculturalismo.

El etnocentrismo (del griego éthnos= etnia, pueblo, raza o cultura) es una forma de narcisismo colectivo, que considera la cultura propia superior a las demás, convirtiéndola en criterio supremo para juzgar al resto. Es decir, la propia cultura tiene el valor absoluto de centro frente a las demás, que pasan a la periferia. “Nosotros” somos superiores, los “otros”, inferiores.

Las palabras, decía el filólogo Nietzsche, son como los cantos rodados, que cambian su significado lamidos por el río de la historia. El vocablo griego “kéntron”, centro, significaba primariamente el aguijón de un insecto o cualquier pincho (así en la poesía de Anacreonte como metáfora del Éros). Luego, pasó a ser el centro geométrico, porque era donde pichaba el compás para trazar la circunferencia. Pero el significado que nos importa aquí es el axiológico, conectado con el valor y valoración de las culturas.

Este concepto de etnocentrismo se aplica, según Mosterín, no sólo a las culturas, sino también al fundamentalismo religioso de las grandes religiones, especialmente de las monoteístas: “nosotros” (judíos, cristianos o islámicos) somos o tenemos la creencia verdadera, los demás credos son falsos. La única prueba es la convicción subjetiva y comunitarista de la fe propia, que es la fe de “mi comunidad”, lo que lleva de forma inevitable al relativismo extremo o al escepticismo, pues las fes son muchas y discordantes, incluso dentro de la misma religión.

El etnocentrismo judío del “pueblo elegido”, del que participaban Jesús y Pablo, que ofertan la única salvación para los judíos (Pablo incluye a los gentiles), será heredado por el cristianismo y más tarde por el islamismo. El fundamentalismo religioso o ideológico sostiene con fe ciega y entusiasmo (“enthousiasmós” en griego= estar inspirado por una divinidad) que “nuestra religión o “nuestra ideología” es la verdadera y anatematiza a las demás como erróneas o malévolas. De la división del mundo entre “fieles” e infieles” deriva el proselitismo y el deber de conversión, persecución o expulsión.

Otra forma de etnocentrismo, sostiene Mosterín, se manifiesta igualmente en ciertos nacionalismos exclusivos y agresivos, racistas y xenófobos, como el vasco de Sabino Arana o el de ETA, o el de la gran Serbia de Milosévich, que provocó el genocidio de los Balcanes.

El etnocentrismo es un prejuicio que se presenta no sólo como fenómeno cognitivo (creencias) sino también a nivel emotivo y de conductas. El etnocentrista, al considerarse superior, desprecia las culturas ajenas, de ahí que llame a los otros “bárbaros”, “primitivos”, “incivilizados” o “salvajes” etc.

Tal era la actitud de los primeros antropólogos occidentales al estudiar las “otras” culturas extrañas e inferiores. Ya los griegos de la época clásica y más tarde helenística eran muy etnocéntricos. Consideraban su etnia y la lengua griega como muy superior a los pueblos extranjeros, denominados “bárbaros”. Los llamados “bárbaros del norte” eran los extraños al imperio romano y los vocablos “barbarie” y “barbaridad” quedaron asociadas a tal extranjería.

La helenización emprendida por Alejandro se convirtió en un imperialismo cultural, hasta la llegada de la romanización, y afectó profundamente al judaísmopostexílico y al cristianismo. La versión al griego de la Biblia hebrea (Los LXX o Septuaginta), así como la redacción en griego de todo el Nuevo Testamento expresan esta influencia “imperialista” del helenismo (véase el volumen colectivo Biblia y Helenismo, editado por Antonio Piñero).

La actitud etnocéntrica va desde posturas discriminatorias a formas más radicales de intolerancia, como la xenofobia (odio al extranjero), racismo, chovinismo (patriotismo fanático), aunque la actitud más extendida es la aporofobia (menosprecio al pobre o falto de recursos).

Esta intolerancia puede generar violencia, como la limpieza étnica (guerra de los Balcanes), también la promovida por los reyes católicos con la expulsión de judíos o musulmanes, o la persecución de “chivos expiatorios” (los judíos en la Alemania nazi).

Dentro de la antropología, el relativismo cultural fue una reacción de los investigadores contra el prejuicio etnocéntrico de los primeros antropólogos, que juzgaban las demás culturas desde los patrones de la suya propia. Esos pueblos extraños eran calificados de “salvajes”, deformando la imagen de esas culturas.

Este enfoque relativista de la investigación afirmaba que una cultura solo puede ser comprendida e interpretada desde dentro, desde sus propios patrones y valores (la llamada perspectiva emic). Sostenía que las diversas culturas son “inconmensurables” o incomparables y no podían ser evaluadas desde pautas y criterios externos (perspectiva etic).

Con ello, cada cultura queda clausurada en su forma de vida, sus tradiciones y valores, sin intercambio con las demás. Era necesario, pensaban, valorar todas las culturas en un mismo plano de igualdad, pues no se podía hablar de culturas superiores e inferiores.

Para defender la riqueza de la enorme diversidad cultural, se apoyaban en el principio de la tolerancia. Sin embargo, la constatación de tradiciones culturales, como los sacrificios humanos a las divinidades, la mutilación genital, la lapidación por adulterio femenino, los matrimonios forzados, la aprobación del incesto etc., plantea el problema de los límites de la tolerancia y el dilema de si hay que tolerar también las ideas y conductas intolerantes (véase Iring Fetscher: La tolerancia. Una pequeña virtud imprescindible para la democracia”. En efecto, la tolerancia funciona como una goma elástica y cuando se estira demasiado, termina por romperse.

La cuestión básica es: ¿cabe una superación de los dos escollos y navegar de forma racional entre la Escila del etnocentrismo y la Caribdis del relativismo? Desde el punto de vista filosófico, (epistemológico y axiológico), los dos extremos resultan incoherentes e inaceptables. Tan incoherente parece el absolutismo axiológico etnocéntrico como el relativismo axiológico del “todo vale igualmente”. La posible superación de esta antítesis es la propuesta del interculturalismo o diálogo cultural, que analizaremos.
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