Del Evangelio de Jesús al Evangelio de Pablo: un cambio cualitativo / y 6.

Tú eres el Mesías  (Mc 8, 19)

De los propios relatos evangélicos se deriva la pretensión regiomesiánica de Jesús, para dar cumplimiento a la esperanza judía de liberarse de los enemigos de Israel. El mesianismo del movimiento creado por Jesús se muestra muy claramente en la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo: “Tú eres el Mesías” (Mc 8, 29).

Jesús no niega la confesión de Pedro y ordena luego a sus discípulos guardar silencio, lo que planteó el problema del llamado secreto mesiánico como artificio apologético del evangelista Marcos. De forma contraria al mesianismo popular de origen davídico, Jesús manda guardar silencio sobre su papel de Mesías político, profetizando (ex eventu o post eventum= después del evento) varias veces su muerte y resurrección.

Pero en el capítulo 24 del Evangelio de Lucas, tal ficticio secreto viene negado. Para los judíos del s. I e. c. el Mesías debía ser una figura triunfante sobre sus enemigos, que entonces eran los romanos, como antaño los griegos. La idea de un Mesías secreto no tenía sentido y mucho menos un Mesías sufriente, derrotado y crucificado por los romanos con una muerte infame.

Por otra parte, el artificio literario del secreto mesiánico, descubierto por el investigador alemán W. Wrede, viene a justificar la fe postpascual en la resurrección por la profecía prepascual del maestro Jesús. O sea, el Cristo divino y glorioso murió y fue resucitado porque el Jesús humano lo había anunciado con antelación a su círculo privado de discípulos. Se trata, en realidad,  de un frágil y falaz puente para unir el Cristo celeste de Pablo con el Jesús terrestre, tarea ardua y harto difícil.

Después del fracaso mesiánico del maestro, condenado como rebelde y sedicioso contra el imperio, con una muerte ignominiosa y cruel, sus discípulos, que huyeron en el arresto y no presenciaron la crucifixión, superarán el trauma con la posterior convicción de que seguía vivo, con la fe en su resurrección y exaltación al cielo, de donde creían que volvería de nuevo sobre las nubes del cielo para instaurar y dar cumplimiento a su reino.

Pero ello no aconteció, por lo que la parousía o segunda venida del Cristo celeste, largamente esperada por los primeros cristianos,  sería definitivamente aplazada y trasladada al fin del mundo (ad kalendas graecas). El ansia de su pronta llegada aparece en la plegaria aramea  Marana Tha (Señor nuestro, ven) de las primeras comunidades cristianas.

La investigación histórica independiente desde Reimarus en el s. XVIII mostró que Jesús no fundó ninguna Iglesia ni tampoco concedió el primado a Pedro para pastorear el rebaño de ovejas y corderos, o sea, para dirigir la futura Iglesia con una organización jerárquica. El único texto del N.T. que habla de la fundación de la Iglesia sobre la roca de Pedro aparece en el Evangelio de Mateo (16, 18): “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”, inscripción que puede leerse en versión latina en el interior de la cúpula de la basílica de san Pedro en Roma (Tu es Petrus et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam).

Pero, este texto es un añadido tardío y no pertenece al Jesús histórico. Igualmente, el presunto mandato a Pedro sobre el pastoreo de  corderos y ovejas pertenece al cap. 21 del Cuarto Evangelio, que es un añadido posterior y espurio, sin vínculo con la historia de Jesús.

La primacía de Pedro como jefe de la iglesia católica, denominado incluso “primer papa” de forma anacrónica, es una doctrina y creencia eclesiástica, que tampoco pertenece al Jesús histórico. Los títulos tardíos concedidos al obispo de Roma, como sumo pontífice, papa o vicario de Cristo o de Dios en la tierra, pertenecen a los siglos posteriores y nada tienen que ver con Jesús, como sostienen también los antipapistas modernos, protestantes o anglicanos. En el campo teológico, quien tuvo la primacía no fue Pedro, sino Pablo con su mensaje universalista de salvación.

La investigación histórica no confesional sostiene que la Iglesia católica no fue fundada por Jesús, sino sobre Jesús por la comunidad apostólica a partir de la fe en el Cristo resucitado y glorificado por Dios Padre. Así pues, como afirma Alfred Loisy, “la institución divina de la Iglesia es un objeto de fe, no un hecho históricamente demostrable”.

Jesús, estricto observante judío, solo predicó la llegada inminente del reino de los cielos, no una nueva religión universal con una organización jerárquica ni tampoco con un nuevo culto de siete sacramentos, como sostendrá la teología dogmática medieval.

Estas ideas son construcciones ideológicas elaboradas por la posterior teología y consagradas por el magisterio eclesiástico, especialmente en el concilio de Trento (s. XVI). Éste fue convocado por el emperador y buscaba  refutar y condenar el cisma y la Reforma de Lutero con todas sus ideas heterodoxas, que significaron de hecho una verdadera refundación del cristianismo sobre nuevos principios teológicos y hermenéuticos.

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