FILOSOFÍA GRIEGA Y CRISTIANISMO: ¿ANTÍTESIS O SÍNTESIS?/ 7

Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe (1 Cor 15,17)

El investigador americano E. P. Sanders  en su obra La figura histórica de Jesús,  señala que

“la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo fueron originariamente ideas independientes: la resurrección entró en el judaísmo desde Persia; la inmortalidad desde Grecia. Pero en el s. I se combinan con frecuencia”.

El mismo autor afirma que ambas doctrinas, procedentes de mundos diversos, son contradictorias:

desde el punto de vista lógico, la idea de inmortalidad personal (cuando llega la muerte, el alma de cada individuo se marcha) y la idea de resurrección (la gente muere  y aguarda la resurrección general) son contradictorias. Sin embargo, millones de cristianos, incluido Pablo, han sostenido ambas”.

Paradoja antropológica de la doctrina cristiana, junto a otras, que son objeto de fe. El cristianismo paulino, que será el victorioso frente a otras corrientes minoritarias, creará una simbiosis de judaísmo y helenismo, lo que se proyectará en la doctrina ortodoxa.

La antropología teológica cristiana tuvo que conciliar una concepción unitaria del ser humano (basar/carne unida a nefesh/alma o vida), procedente del judaísmo antiguo, previo a la helenización, con  el dualismo griego heredado de la tradición platónica.

La tesis de la resurrección de los muertos era coherente con la unión inseparable de alma y cuerpo, propia del judaísmo, mientras que la tesis griega de la inmortalidad del alma se derivaba del dualismo de la tradición platónica y pitagórica, que entendía el alma como una sustancia separable del cuerpo, con el que tenía una unión accidental y antinatural, semejante a la del jinete con su caballo o del músico con su instrumento.

El problema para los teólogos cristianos consistía en poder armonizar dos ideas antitéticas, la de la resurrección, procedente del judaísmo, con la de la inmortalidad del alma, esencialmente griega. Los filósofos griegos, según Hch. 17, 18 ss., al oír a Pablo en el Areópago de Atenas predicar la resurrección de los muertos, lo tomaron por un charlatán judío, que defendía una idea ridícula para la filosofía estoica y epicúrea.

En la síntesis teológica de Agustín, que es una simbiosis de lo helénico con lo cristiano, pesó más el dualismo platónico al definir el alma como una sustancia inmaterial que se sirve de un cuerpo material y terrestre, definición procedente del diálogo Alcibíades de Platón.

En cambio, la antropología aristotélica, incorporada por Tomás de Aquino en el s. XIII, aplicaba al compuesto humano la doctrina metafísica del hilemorfismo, según la cual el alma es la forma (universal) del cuerpo material, pero no separable del compuesto.

Esta tesis de la unión sustancial de alma y cuerpo favorecía la doctrina cristiana de la resurrección de la carne, pues los cuerpos en la escatología final debían unirse a las respectivas almas. Pero ello ponía en dificultad la inmortalidad del alma individual, negada por Aristóteles y por los averroístas latinos en la universidad de París en el s. XIII, con la tesis del entendimiento agente (intellectus agens) considerado común y único para todos los humanos, del que participaban las almas individuales. 

Tomás de Aquino, para no incurrir en la heterodoxia averroísta del aristotelismo radical, tuvo que recurrir a la tesis platónica de la inmortalidad. El Aquinate, en efecto, seguía la filosofía griega de Aristóteles mientras ésta no chocara con los dogmas de fe.

De modo semejante, Agustín había seguido la filosofía de Platón y de Plotino, mientras que ambos no entrasen en conflicto con la doctrina ortodoxa. La razón natural griega (lógos), en efecto, queda sometida a la fe sobrenatural (fides) cristiana, como la esclava a su señora.

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