"Quid est véritas" frente a "Véritas est"


Por más que la gente se confunda y se equivoque en la exposición o proposición de “sus” verdades, esto no lleva a afirmar que “la” verdad es relativa y que no existe “la” verdad.

La verdad es lo que es; la interpretación de la verdad –la teoría sobre la verdad-- es lo que puede ser.

¿Pero quién está capacitado para asegurar que “ésa” es la verdad? ¿Quién está por encima de todos para asegurarlo? ¡Los creyentes dirán que Dios y sus enviados!

Y precisamente ésa es la mayor mentira, una "mentira original", porque ni siquiera se dan cuenta de que hablan según interpretaciones las más de las veces literarias, de sentimientos, vivencias históricas, elucidaciones personales... Es su yo el que habla y creen que es Dios.


A algunos recipiendarios y propaladores de la "palabra de Dios" les llaman, en altisonante vocablo, profetas o apóstoles; sin embargo ni Jeremías ni Amós ni Pablo de Tarso dejaron de ser individuos como yo, que necesitaban evacuar a diario en reservado.
Otro asunto bien distinto es que los individuos y las sociedades se muevan por “nociones” de verdad, --¡cuántas veces son simples carencias de verdad--, verdades parciales o irisaciones de la verdad: en asuntos que tienen que ver con la organización de la sociedad es donde más se percibe esa verdad poliédrica en uno de cuyos lados quieren los gerifaltes del credo colocar al grueso de la sociedad mientras ellos se erigen en patrón y vara de medir.

En estas búsqueda o sustentamiento de verdad es donde se puede y de hecho se da el paso para despeñarse por ella.

¡Cuánta tinta ha derrochado el intento de conjugar “palabra” y “ser”, “lengua” y “pensamiento”, “concepto” y “traducción del concepto”!

La caída en el precipicio se puede producir por un único paso. El que desciende suavemente por la rampa sabe previamente hacia dónde se encamina. El que da el paso puede no ser consciente del desatino. La transición entre “cosa”, “concepto” y “expresión”, en este orden inalienable, puede ser puente, rampa o precipicio.

Tomemos el asunto que nos ocupa: Dios. He aquí uno de los casos más notorios –van a propósito las seis expresiones-- de disgregación, disonancia, descomposición, “eterismo”, perversión y confusión mentales.

Caso craso en que ¡la palabra es la que pretende dar entidad al concepto en ausencia de una realidad sustentadora!.

Sólo con quien está dispuesto a sentarse enfrente hay posibilidad de conjugar el desorden expositivo de concepto, palabra, cosa. Con quien todo lo presupone ni siquiera se puede contender.

La irracionalidad –que tanto puede ser entendida como creencia, religiosidad, simplicidad o idiocia— calla pero divide. No da la razón “a torcer”, las más de las veces porque no tiene, ya que se hace eco de las multifacéticas razones de otros.

Hace que atiende, pero no entiende. Se opone a cualquier argumento porque no tiene ninguno: sólo “ayúdame, Dios mío, que peligra mi fe y sólo deseo creer en ti”.

¿Es que la pretensión de hacer razonar a las personas choca con la irracionalidad del animal que encierran? ¿Es que ven demonios en cualquier intento de presentarse a ellos como personas? ¿Por qué su razón no les sirve para sostener la fe? ¿Es que, en la discusión, desaparece su dios y se encuentran desprotegidos?
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