San, santo, lo santo, santidad... ¿qué, por qué y a santo de qué?

Podríamos comenzar hablando de santos absurdos y terminar con un Dios consentidor. Porque... ¿no les da que pensar el absurdo de que se proclame santo a quien expresamente se ha dedicado a contradecir la obra de su Creador? ¿Y que Dios se quede tan tranquilo?

No vamos a entrar en detalles que más llevan a la hilaridad que a la persuasión: si el instinto más fuerte es el de supervivencia, no hay santo más venerando que el que se deja matar por profesar su fe; si el hombre es dualidad de especie, un ser sexuado, el ideal de santidad pasa por la virginidad; si su presunto Creador hizo al hombre “de carne”, el santo la somete a prácticas de tortura para “dominarla”; si el hombre es “verbo”, palabra, e incluso el Verbo de Dios se hizo carne, uno de los ideales de santidad es la práctica estricta del silencio, del retiro, la huída de la palabra... ¿Para qué seguir?.


Y respecto al calificativo "santo" que se da a determinados personajes o cosas... Más que adjetivo podríamos estar hablando de un sustantivo “impregnador” --“lo santo”--, constitutivo de la esencia de determinadas cosas ligadas a lo sacro, una cualidad participativa, un plus añadido que puede sustituir a la misma esencia del objeto: santo es Dios; santos son los objetos relacionados con la vida y muerte del Fundador; santos son “los santos”; santo es también el tiempo, santos determinados lugares, santa es la Palabra; y el campo y el varón y el espíritu y la voluntad y una imagen; y el oficio y la ira y la venganza, incluso expresiones como el “a santo de qué”...

A decir verdad “santo” es todo, a expensas de cualquier bendición oportuna.

Repárese en la sutil diferencia de decir “santoficio”, “santopadre”, “sampatricio” y otras veces “camposanto”. ¿Por qué algo participa de “lo santo”? ¿Qué es la santidad? ¿Qué añade a “la cosa”? ¡En realidad nada! Por más que se escriban innumerables tratados sobre “lo santo” (1), esa cualidad no deja de ser un nuevo apéndice del pensar y sentir de los hombres: no hay nada real detrás de todo eso. Santo es “porque alguien lo dice y el otro se lo cree”. Dedíquese quien quiera a leer tratados especializados sobre “lo santo” y, después de mucho andar, volverá al principio: santo es el temor a negar lo que alguien ha dicho que es santo.

Uno de los propósitos es predicar una moral superior, sustentada en testimonios sangrientos para, de retorno, justificar lo sagrado.

Pues ni siquiera el “modelo moral” personificado en el santo o santón se puede aceptar como revalidador de la fe. No es admisible esa confusión, esa simbiosis, ese latente quid pro quo o interacción justificadora entre religión y moralidad.

La religión es, en su esencia, fe y sólo fe. Y sólo la fe sustenta o debiera sustentar la religión. El que esa fe “produzca” hombres buenos, no ha de tomarse como relevante y sustentadora de la teoría. Este camino “de regreso” no sirve como argumento.

Por idéntica razón, se podría defender que “estas” lavadoras son las mejores del mercado porque quienes las han fabricado son buenos padres de familia y no roban las piezas de repuesto: sería cuestión de ampliar el código de conducta de la empresa para incluir “caritas et amor” como principio de productividad laboral.

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(1)Uno de los más valorados se titula precisamente “Lo Santo”, de R.Otto. La pretensión de todo este apartado es intentar desmontar tanto absurdo arremolinado en torno a los aspectos de “lo santo”.
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