Seguimos con eso de dar de lado las niñerías.
Me pongo la venda antes de la herida: no hago sino seguir las instrucciones o enseñanzas que Pablo de Tarso transmitió a los cristianos de Corinto.
| Pablo HERAS ALONSO
Y repito lo del otro día: la instrucción cristiana que todos los buenos cristianos hemos recibido, se impartió cuando uno era niño, cuando el uso de razón todavía estaba en pañales, cuando era imposible discernir cabalmente lo que la memoria iba engullendo.
Tales enseñanzas quedaron firmemente grabadas en la conciencia infantil y juvenil. Se convirtieron, al llegar la juventud, en chispas que alimentaban el sentimiento, la ilusión de transformar el mundo y de entusiasmar a otros con las propias vivencias. Las más de las veces, este sentimiento era un impulso o un deseo de cambiar la sociedad, de hacerla mejor echando por tierra estructuras injustas, egoísmos, guerras, sinecuras o privilegios enquistados.
Esto, con ser bueno, porque la juventud es motor de cambios, no tenía relación adulta con lo que era previo, la instrucción recibida, los conocimientos, las supuestas verdades en que tales sentimientos se asentaban. Faltaba el sosiego intelectual de la madurez. Y a eso es a lo que nos referimos, no al sentimiento que de ello surge, porque tal sentimiento puede también tener origen en proclamas revolucionarias de mentes iluminadas que nada tienen que ver con aspectos religiosos.
No queremos con lo dicho dar carta de naturaleza a tales movimientos a-religiosos, que las más de las veces son anti-religiosos. Y que suelen ser más deletéreos y perversos para quienes se entregan a ellos.
Mucho más letal que las religiones, cualquiera de ellas, ha sido el comunismo, la mayor catástrofe intelectual que el mundo ha conocido en estos últimos siglos. Y a la par que el comunismo, los nacionalismos, que quiebran la sociedad y destruyen la democracia y que, puestos a buscar causas, fueron la pavesa que incendió el mundo en los albores del siglo XX, origen de las dos mayores catástrofes del siglo, la Gran Guerra y la II Guerra Mundial.
Me podrán decir que, sin ese bagaje, sea el religioso o sea el otro, ¿qué tiene el niño, el joven y el adulto que pueda ser motor de su ilusión? ¿...? ¡Qué pregunta tan simple! No merece la misma ni la más vulgar contestación aunque sí la invitación a que, quien de ese modo inquiere, piense.