Qué conllevaría ser un estado laico.

Por supuesto que España no es propiamente un estado laico. Tampoco es un estado confesional. A decir verdad, no se sabe lo que es España en relación a la religión. Aunque la Constitución diga lo que dice, la realidad social sigue manteniendo la confesionalidad de la religión católica de facto, bien que apartada de la concreción de tal confesionalidad, los ritos.

La palabra laicismo, como doctrina, tiene entre los crédulos tanta carga semántica como la de ateísmo. “Vade retro”, cual si de producto satánico se tratara. Sin embargo no es así con la palabra “laico”, con que el estamento clerical designa a quienes no forman parte del clero.

Es difícil convencer a cualquier creyente piadoso de que el laicismo no va contra su religión ni contra ninguna religión: simplemente propugna la delimitación de campos de actuación y el establecimiento de ámbitos, el religioso frente al civil. Y propugna que la actividad religiosa se circunscriba al ámbito privado por ser pensamiento y actividad de índole privados.

¿En qué grado es o no es España un estado desligado de la religión, o sea, laico? Como muestra de lo que decimos, rescato unos párrafos de Agustín García Simón, aparecidos hace ya bastante tiempo en el Norte de Castilla, periódico de Valladolid,

Así que cuando, en nombre de la Semana Santa católica, las calles de las ciudades españolas se convierten en un circuito acotado para procesiones, el Estado hace irresponsable dejación de sus obligaciones laicas para permitir a la Iglesia invadir y ocupar un campo que no le pertenece, con manifiesta agresión a las libertades cívicas elementales, como son las que permiten transitar a los ciudadanos por las calles en lugar de convertirlas en escenarios de espectáculos litúrgicos y puestas en escena de proselitismo religioso que no piden consentimiento al prójimo, más allá de los secuaces.

España es un estado socialmente católico, porque o es incapaz de cercenar costumbres o se ve imposibilitado de crear estructuras festivas de rango superior a las religiosas. Pero si fuera realmente un estado laico, ajeno a las manifestaciones religiosas “puras”, pondría coto y regulación a determinados hechos o manifestaciones.  Veamos en síntesis algunos casos:

Respecto a las procesiones por las calles:

  1. Como principio, garantizar el derecho de tránsito; no participación de autoridades civiles como tales; no utilización de recursos estatales… Consideren que lo que son manifestaciones de piedad para unos, son agravio a la inteligencia para otros. ¡Por su propio bien, porque la inmensa mayoría son turistas indiferentes; otros hay que se compadecen; otros, las toman como chirigota y, los menos, despotrican! Comparen sus manifestaciones con las de los Hare Krishna o Ku-Klux-Klan.
  2. En todo caso: regulación de las procesiones como “manifestación”: cuántos son los socios (no los turistas), por qué lugares, no ocultamiento de la persona, prohibición de escenas degradantes (flagelantes, “picaos”, etc).

Aclaración a efectos legales y de hacienda de cuántos son los “socios” efectivos reales de la Iglesia, número, practicantes, etc. ¿Podemos, concediendo mucho, que son un sexto de la población? Aclaremos que son muchos más los que o son indiferentes o están en contra de algunas manifestaciones públicas de religiosidad.

Cruces en lo alto de los montes, en las encrucijadas, en las plazas… que deberían ir a un museo de la credulidad. Para muchos, rompen la armonía del paisaje, son un elemento de propaganda... Bien es verdad que como elemento decorativo, algunos se pueden preservar en tal o cual lugar.

Estatuas del corazón de Jesús, colonizando altozanos o islas, fruto de una época en que ellos imponían todo. Recordemos que el culto al Corazón de Jesús procede de mentes desequilibradas. Hoy apenas si tienen pregnancia entre los fieles.

Regulación de las fiestas religiosas, para que no invadan los tiempos festivos: supresión o desplazamiento de las que quedan entre semanacomo la fiesta del 8 de diciembre, que trastorna toda la semana laboral, lo mismo que se suprimió la Ascensión y el Corpus; sustitución progresiva de los santos patronos. De todas formas, no tanto prohibición cuanto sustitución, eso sí, por fiestas civiles “de todos”.

Nombres de las calles: supresión progresiva de los nombres de “santos”, lo mismo que se han ido quitando los de héroes de la Guerra Civil. De hecho ya no se rotulan las nuevas... 

Como mera idea para quienes los promueven, confección de calendarios y almanaques con otro contenido, como eventos históricos, personajes célebres de la cultura. Libertad, desde luego para los que proceden de sus imprentas.

Respecto al dinero de fuente opaca: control de sus ingresos, como las hojas de “donativos” agradeciendo “favores”; aclaración de sus desgravaciones abusivas, ofensivas y agraviantes: 95% IVA. Hay “casas” que se han convertido en Hoteles u Hospederías; transacciones millonarias de edificios todavía exentas del control de Hacienda.

No tener en cuenta, más allá de lo personal, opiniones, presiones, actuaciones, etc. de sus jerarcas que se salgan de lo estrictamente religioso (de los contenidos de su teología) por temporales y por intromisorias.

Cierto es que en los últimos años hemos asistido a su prudente retirada de los medios de información, dando portazo definitivo, por ejemplo, a las “misas de familia” en la Pza. Colón.

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