¿Por qué se cree en lo inverosímil?

Hoy es precisamente uno de esos días en que credulidad y normalidad chocan frontalmente: los crédulos celebran "una ascensión". Se podría entender tal "ascensión a los cielos" de manera simbólica, alegórica, metafórica... y nadie podría decir nada: alegoría de nuestra propia ascensión a mundos mejores (que incluso se pueden realizar en vida terrenal). ¡Pero los creyentes celebran, como normado por la Iglesia, algo real, que, a la vista de sus discípulos Jesús ascendió hasta perderse entre las nubes! ¿Es así, creyentes que defendéis lo más inverosímil? ¿Ascendió Jesús "realmente"? ¿Y hasta dónde ascendió? Pues si no es así, ¿quién nos impide a los demás pensar que todo en Jesús es simbólico y alegórico, nada real?

Tenemos un personaje del pasado objeto de estudio, de nombre Jesús. Unos afirman que era dios; que tomó forma humana; que era consciente de su plan salvador; dicen de él que era el Verbo divino que salió del seno del Padre para encarnarse en hombre. Otros lo encuadran en un tiempo, en una sociedad determinada; perciben en sus palabras aspectos de tinte nacionalista, solidario con las zozobras de su pueblo, ansioso de libertad, comprometido con la autonomía de su nación, incluso y posiblemente formando parte activa de grupos de agitadores…

Si se mira esta dicotomía cuasi maniquea asépticamente, sin recatar en credos, ¿cuál de las dos opciones es más verosímil? Entre una u otra, por lógica racional uno se queda con la más verosímil, la del personaje comprometido con su tiempo. Si a ese pensamiento "normal" se añaden datos extractados de sus mismos escritos que la confirman… ¿para qué optar por la que presupone creencia? ¿Para qué esos añadidos milagreros, sacralizadores, míticos... y por tanto inverosímiles?

Ciertamente que en los escritos que de él hablan hay citas para ambas afirmaciones, un galileo nacionalista o un hijo de Dios encarnado.
[Cuestión aparte pero fundamental es dilucidar qué escritos son originales, qué escritos son invención de realidades, qué escritos tergiversan al personaje o son interpretaciones interesadas. De ahí que, entre otros asuntos relacionados con ellos, con los textos sagrados, sea primordial saber cuáles están más cerca de los hechos.]


A pesar de que lo más verosímil, lo más probable, lo más plausible y cercano a la realidad sea la opción "humana", sin embargo prima la creencia. ¿Por qué? Se impone la creencia con el añadido discriminatorio de que sus prosélitos no quieren saber nada del origen de la misma, de cómo pudo ser el verdadero “objeto” de su fe, Jesús. No quieren saber nada de lo que, en las últimas centurias, se ha sabido de él, a despecho de los intereses creados de las organizaciones que controlan, administran y gozan del personaje Jesús. ¿Por qué? La respuesta se encuentra en los muchos condicionantes, circunstancias personales, vivencias e instancias que inciden en ello, rara vez racionales, que ahora no vienen al caso.

Embebido me encuentro estos días, al albur del libro Jesús el Galileo armado, con dos textos que explican y corroboran en cierto sentido los postulados de dicho libro: Antigüedades Judías de Flavio Josefo y Guía para entender el Nuevo Testamento de nuestro imprescindible Antonio Piñero. Fuente directa, los capítulos XVIII, XIX y XX de Antigüedades Judías de Flavio Josefo que relatan los sucesos acaecidos en el siglo I d.C. y nos descubren el escenario, el ambiente, el contexto de los mismo.

De este texto histórico-- apenas si hay otro que hable directamente del pueblo judío-- se nutren la mayoría de los tratados a la hora de relacionar Nuevo Testamento con sucesos históricos. Y un párrafo muy tangencial del mismo lo toman los creyentes como confirmación de que el tal Jesús fue ambas cosas a la vez, objeto de credulidades y personaje histórico real.

Que a un personaje de la antigüedad le fueran añadiendo hazañas legendarias era algo normal y consuetudinario. Sin embargo la crítica histórica se encargaba de deslindar claramente lo que eran añadidos fabulosos de los hechos reales. El emperador Calígula quiso que fuera reverenciado como dios. Nadie, ni siquiera en su tiempo, creía que fuera "dios" en paralelo a los otros objeto de culto. La fabulación no es real, pero sí objeto de credulidad. Ambas cosas a la vez, fabulación y realidad, se repelen, no pueden convivir, son como agua y aceite.

Después de años conviviendo con opiniones tan enfrentadas a este blog, a veces soportando, uno duda de la sinceridad intelectual de aquellos que defienden sus creencias “como sea”. Descalifican cualquier escrito, cualquier libro, cualquier investigación que no se acomode a ellas. Se enfrentan (las más de las veces sin argumentos) a quienes disponen de suficientes como para poner a Jesús y a Pablo, que es el verdadero fundador del cristianismo, en su lugar histórico.

En el caso de Jesús, sin embargo, hay una confabulación para sostener como reales hechos que sólo caben en la mente fabuladora de sus hagiógrafos y prosélitos. Para éstos todos los aspectos objeto de credulidad hay que tomarlos como acaecidos, como "sucesos". ¡Pero no al revés! Nada de lo que pudiera indicar presencia y participación en las cosas de la vida puede tomarse en serio: para ellos son conjeturas sin fundamento.

Por citar la celebración de este domingo, hay que creer como hecho real que Jesús ascendiera a los cielos y fuera ocultado por una nube (hoy, con lo que se conoce del universo, podríamos preguntar hasta dónde ascendió el cuerpo físico de Jesús, si se transfiguró, si se volatilizó, si fue más allá de la última galaxia...) pero es imposible creer que Jesús formara parte de un grupo de agitadores sociales, cuando hay datos para ello. ¿No perciben la contradicción?

Por una parte defienden que Jesús naciera y viviera en tal lugar; por otra niegan que participara en los acontecimientos de su tiempo. Postulan un Jesús que era como los demás niños, un Jesús que llora, un Jesús que se apiada, un Jesús que responde al afecto de sus allegados… y sin embargo no admiten las conclusiones de los historiadores respecto a la "posible" relación con la sociedad violenta en la que vivió. Así es la credulidad, qué le vamos a hacer. Piden realidades para prescindir de ellas con su credo.

No se pueden entender los textos sagrados –escritos por hombres— si no se profundiza en la situación política de Israel en tiempos de Jesús. O se entenderán de manera sesgada y tergiversada. ¿Y cómo no circunscribir la acción de Jesús en ese contexto histórico? ¿Cómo no relacionar textos y más textos de sus propios escritos con aquello que aparece en libros como Antigüedades Judías?

No queremos extendernos en otras apreciaciones, siquiera generales, extractadas de Flavio Josefo, a las que volveremos en próximas ediciones. Baste por hoy con este prólogo por si aquellos que se dedican al denuesto quieren pensar un poco: a Jesús no se puede entender desgajado de su tiempo y habrá que pensarlo de otra manera... ¡más cuando aparecen referencias claras en el N.T. sobre los acontecimientos violentos de esa época!
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