La defección

Europa ha sido cristiana, forma simple de decir que el cristianismo ha sido la única religión dominante en Europa durante siglos, de igual modo y por el mismo camino que Egipto, Siria o Turquía fueron islamistas. Reparto  del mundo. El modo de llegar, la forma de mantenerse, las derivaciones culturales, la implantación y vivencia social son de sobra conocidas y cualquiera que haya buceado en la historia sabe los procedimientos para ello.

Los que detentan el fuero religioso siguen opinando que lo que fue en el pasado también ha de ser en el presente, parece que así lo quieren, mientras cierto mundo se va alejando de los credos al uso. Igual resurgen de otra manera, sin saber ellos mismos el modo y la manera en un mundo el de hoy tan diferente.

Se oyen expresiones, en ciertos medios de las jerarquías Católica  y Protestante como el “cristianismo secular de Alemania”; aplican el epíteto de la “piadosa Irlanda”; todavía el papa cita a la católica España y nada digamos de la “siempre fiel y sufrida Polonia”, faros de salvación y asideros frente al fragor de las olas de incredulidad que todo lo arrasa.

¿Pero qué queda de todo aquello? Si hablamos de las voces que más resuenan, más fuertes son los ecos de los destrozos que la pederastia produjo en la juventud de estos países. Lo peor de tales deseos, afirmaciones y pretensiones es que viajan en un vehículo que sólo tiene “marcha atrás”.

Ya nada es lo mismo y España, como el resto de los países europeos, se ha desprendido de la pátina pegajosa de credulidad que la recubría. Europa también es otra. Lo que queda de aquello es material de museo. En su momento, los próceres religiosos vieron con esperanza y hasta propiciaron la caída del comunismo, confiados en que las masas “ateizadas de esas naciones acudirían como ciervos sedientos a las fuentes que manan de las colinas del Paraíso: “sicut cervus desiderat”...

¿Por qué no ha sido así? Por si les sirve de algo en esos momentos en que otro Espíritu les pueda iluminar, se nos ocurren algunos “porqués” que a nuestro juicio explican lo sucedido en apenas un siglo. Es opinión, por supuesto, pero es una “búsqueda de profundidad” como ellos dicen, en este  proceso de apartamiento, o según su expresión acuñada, de secularización.

  •  Los valores evangélicos de pobreza, mansedumbre, misericordia, limpieza de corazón, aceptación del dolor o del escarnio, es decir, el espíritu de las bienaventuranzas, no dicen absolutamente nada a la mentalidad moderna, es más, los consideran como una aberración social.
  •  La poca capacidad clerical para motivar en la fe, con su mensaje desfasado, no tanto y tan sólo la “alta jerarquía”, sino sobre todo el estamento que vive a pie de calle. Es un hiato insalvable en la propagación del “mensaje”.
  •  En general sólo dicen lo que creen que el pueblo quiere oír, que, cuando es doctrina de interés social o psicológico, ya la oyen de esclarecidos pensadores. Cuando exponen doctrina tradicional, todo rechina, suena a raro, no se entiende; parece que responden a preguntas que nadie se plantea.
  •  El pueblo ha percibido que las “denuncias” que la Jerarquía realiza, suelen ser sesgadas, fuera de lugar, a destiempo o pasado el tiempo, interesadas y sin autoridad concedida por la sociedad para ello. Recuerdo aquel lejano Documento contra el terrorismo en España, cuando ya ETA había cumplido 50 años de miseria, cuando la sociedad se había alzado contra el terror, y, sobre todo, cuando ya el pueblo sabía el apoyo que el clero les había otorgado. Miserables.
  •  Los mismos “contravalores” existentes en la sociedad, como pueden ser el individualismo, la “perentoriedad del presente” y el consumo alocado, son freno a otros valores “pretendidamente” más elevados. Pero es lo que hay.
  •  La sociedad no acepta que la desafección de prácticas y prescripciones temporales conlleve una culpa moral de la que el sujeto no se siente culpable.
  •  Unen necesaria y obligatoriamente ritos vacíos, ininteligibles y no practicados a doctrinas que en otro contexto y circunstancias podrían tener validez.
  •  Se da ya una ruptura conceptual entre la capacidad intelectiva de las masas y los conceptos que emanan del entramado rector de la creencia.
  •  En otros tiempos existía una retroalimentación de doctrina: la sociedad inquieta buscaba respuestas, la religión las proporcionaba por medio de mitologemas crísticos; hoy la sociedad no necesita tales doctrinas, porque se ha dado cuenta que con las recetas socio políticas, la sociedad funciona mejor.
  •  En consonancia con la afirmación anterior, una sociedad que demandaba nueva doctrina y cultos renovados, veía cómo la religión corría solícita en su ayuda, pero con las recetas de siempre: todo esto ha quebrado cuando las respuestas han surgido de otras fuentes y caminado en otra dirección.
  •  Como consecuencia de ese “desinterés”, el conocimiento “activo”, por llamarlo de alguna manera, que los individuos tienen de la doctrina teológica es superficial, hecho de recitados o plegarias, sin el más mínimo asomo del apoyo de la reflexión.
  •  La religión de la mayor parte de los practicantes está teñida de sensiblería y en algunos aspectos se confunde con la magia (“si hago esto, se cumplirán mis deseos”, etc.), algo que las generaciones que siguen a abuelos y padres no admiten, es más, positivamente rechazan.
  •  La perplejidad que produce el conocer las interioridades del clero, su malestar vital, sus componendas con el poder, las artimañas para conseguir prebendas y legados, su afán por ascender, sus “debilidades” en conductas que la sociedad más repudia, como la pederastia precisamente en personas que, por profesión, deben cultivar la virtud... Su “profesión” presupone la bondad del individuo, pero cuando se conoce a las personas, el rechazo de unos lleva al del estamento.
  •  La mayor cultura del pueblo descubre los mitos patentes u ocultos en el entramado religioso. Hay interés por lo religioso, pero bien se ve que es un interés por profundizar en extensión, causas y orígenes. 
  •  La deriva de la Iglesia en los últimos setenta años, por poner una fecha a los intentos renovadores que surgieron con Juan XXIII, ha sido la del cangrejo. Su sucesor ya no tenía su carisma y los siguientes hicieron tabla rasa del “viento del Espíritu”. Eso sucede cuando las estructuras burocráticas condicionan el espíritu. Desmontar tal tinglado, resultó imposible.
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