El oscurantismo connatural a las religiones.
Cuesta creer que la Iglesia, en todo tiempo, haya defendido el oscurantismo según el concepto general que se tiene de él (oposición a que las clases populares sean instruidas y oposición al avance de las ciencias). Lo que sí son claros, y por lo tanto merecedores de toda credibilidad, son sus hechos: ante cualquier avance de la ciencia que haya rozado lo más mínimo alguna de las creencias de la Iglesia, incluso no dogmáticas, ésta ha alzado su voz y la fuerza de su brazo contra ellas.
Oscurantismo y fanatismo han caminado de la mano a lo largo de la historia de la Iglesia desde sus inicios. El legado griego y romano se perdió cuando la Iglesia cristiana se hizo con el poder. Unas veces por dejación: ruina de los acueductos romanos que propiciaron pestes diversas por falta de higiene, falta de mantenimiento de las calzadas romanas, arruinamiento de edificios civiles, etc.; otras intencionadamente, como la destrucción de templos paganos o quema de bibliotecas.
El apelativo de “oscurantista” proviene de unas “Cartas” (Epistolae obscurorum virorum) del humanista alemán Reuchlin en que en tono satírico se enfrenta a la pretensión de los dominicos de quemar todos los libros del Talmud judío que se hallaran en el Sacro Imperio.
Resulta paradójico que una orden, la de los dominicos, nacida para esparcir la recta doctrina por medio de la predicación, fuese a la postre la adalid del más acérrimo oscurantismo. El estudio y la predicación eran los fundamentos de su regla. Contemplari et aliis tradere contemplata (enseñar a los demás las verdades meditadas) era su lema. Ese marchamo de recta intelectualidad fue el que propició su elección para regir casi todos los tribunales de la Inquisición.
“Gracias” a los cristianos, a su ínsita preocupación por el progreso que la cultura procura, se perdió la mayor parte del inmenso legado cultural de los griegos. “Gracias” asimismo a los predicadores que esparcieron la fe por América, las culturas indígenas desaparecieron como si nunca hubieran existido.
Recordemos al hoy tan celebrado fray Pedro de Gante, franciscano, y la inscripción que reza al pie de un retrato suyo: «Era tal su celo, que se dice que destruyó con su propia mano más de 20.000 estatuas e ídolos de los indios»... Ídolos, pirámides, centros culturales, archivos, documentos de distinta índole que en ciertos aspectos del saber superaban la ciencia occidental fueron objeto de la vesania “intelectual” de tales predicadores de la fe.
Fue enorme el retroceso que padeció el occidente cristiano en la Edad Media. El agujero cultural lo rellenaron con las más diversas credulidades, vidas de santos inventadas, leyendas piadosas –o simplemente leyendas--, creencias de lo más variopinto, supersticiones y miedos… La cultura grecorromana era, per se, mala y satánica. Hubo que esperar hasta finales del siglo XV para que los piadosos cristianos descubrieran que la Tierra era redonda, algo que ya sabían los idólatras y pecadores mayas y griegos.
Ha sido, asimismo, práctica normal el que el conocimiento, especialmente el de las cosas de Dios, quedara reducido al ámbito de unos pocos, la élite de todos los países cristianos, cuya instrucción era proporcionada por la misma Iglesia en las escuelas y universidades al efecto.
Otros defenderán la “legado cultural del cristianismo”. Si su honradez se lo permitiera, deberían poner en parangón dicho legado con la labor destructiva que propiciaron. Para la sociedad, que no para ellos, fue infinitamente mayor lo destruído que lo aportado.
Sería imposible rebatir tantísimos libros que ensalzan esa labor cultural de la Iglesia. Pero, en síntesis reduccionista, ¿qué ha legado la Iglesia? Arquitectura y arte cristianos, dignos de admiración, sin duda, pero arte de ellos y para ellos; literatura sobre, de, en torno a las verdades de la fe. Los avances científicos en provecho de la humanidad, aún los surgidos de pensadores y científicos creyentes, las más de las veces han sido al margen o contra la Jerarquía católica.
Oscurantismo ad extra, luz de Dios ad intra. ¿Había algún otro propósito no confesable en someter al mundo pecador a vivir en las tinieblas del analfabetismo? Pues sí, porque a fin de cuentas, la finalidad del oscurantismo, lo que en el fondo pretendió y pretende, es mantener el “status quo” político, social y religioso como premisa para el mantenimiento del buen orden, la paz y la estabilidad. Los cambios sientan mal a a la salud quebradiza de la inteligencia crédula.
El oscurantismo ha sido el “humus” donde se ha germinado el huerto de la credulidad. ¿Cómo alejar los fantasmas que genera el oscurantismo? No hay otro modo que asir con todas las fuerzas las herramientas con la naturaleza ha dotado al hombre: su facultad de pensar por sí mimo.
Éste es el espíritu que comenzó a iluminar el Siglo de las Luces, apagadas en muchos lugares de Europa por el cerrilismo de gobernantes más proclives a dejarse conducir por la “luz” del cirio pascual, que a poner un poco de esperanza en la vida de sus súbditos.
Oscurantismo y fanatismo han caminado de la mano a lo largo de la historia de la Iglesia desde sus inicios. El legado griego y romano se perdió cuando la Iglesia cristiana se hizo con el poder. Unas veces por dejación: ruina de los acueductos romanos que propiciaron pestes diversas por falta de higiene, falta de mantenimiento de las calzadas romanas, arruinamiento de edificios civiles, etc.; otras intencionadamente, como la destrucción de templos paganos o quema de bibliotecas.
El apelativo de “oscurantista” proviene de unas “Cartas” (Epistolae obscurorum virorum) del humanista alemán Reuchlin en que en tono satírico se enfrenta a la pretensión de los dominicos de quemar todos los libros del Talmud judío que se hallaran en el Sacro Imperio.
Resulta paradójico que una orden, la de los dominicos, nacida para esparcir la recta doctrina por medio de la predicación, fuese a la postre la adalid del más acérrimo oscurantismo. El estudio y la predicación eran los fundamentos de su regla. Contemplari et aliis tradere contemplata (enseñar a los demás las verdades meditadas) era su lema. Ese marchamo de recta intelectualidad fue el que propició su elección para regir casi todos los tribunales de la Inquisición.
“Gracias” a los cristianos, a su ínsita preocupación por el progreso que la cultura procura, se perdió la mayor parte del inmenso legado cultural de los griegos. “Gracias” asimismo a los predicadores que esparcieron la fe por América, las culturas indígenas desaparecieron como si nunca hubieran existido.
Recordemos al hoy tan celebrado fray Pedro de Gante, franciscano, y la inscripción que reza al pie de un retrato suyo: «Era tal su celo, que se dice que destruyó con su propia mano más de 20.000 estatuas e ídolos de los indios»... Ídolos, pirámides, centros culturales, archivos, documentos de distinta índole que en ciertos aspectos del saber superaban la ciencia occidental fueron objeto de la vesania “intelectual” de tales predicadores de la fe.
Fue enorme el retroceso que padeció el occidente cristiano en la Edad Media. El agujero cultural lo rellenaron con las más diversas credulidades, vidas de santos inventadas, leyendas piadosas –o simplemente leyendas--, creencias de lo más variopinto, supersticiones y miedos… La cultura grecorromana era, per se, mala y satánica. Hubo que esperar hasta finales del siglo XV para que los piadosos cristianos descubrieran que la Tierra era redonda, algo que ya sabían los idólatras y pecadores mayas y griegos.
Ha sido, asimismo, práctica normal el que el conocimiento, especialmente el de las cosas de Dios, quedara reducido al ámbito de unos pocos, la élite de todos los países cristianos, cuya instrucción era proporcionada por la misma Iglesia en las escuelas y universidades al efecto.
Otros defenderán la “legado cultural del cristianismo”. Si su honradez se lo permitiera, deberían poner en parangón dicho legado con la labor destructiva que propiciaron. Para la sociedad, que no para ellos, fue infinitamente mayor lo destruído que lo aportado.
Sería imposible rebatir tantísimos libros que ensalzan esa labor cultural de la Iglesia. Pero, en síntesis reduccionista, ¿qué ha legado la Iglesia? Arquitectura y arte cristianos, dignos de admiración, sin duda, pero arte de ellos y para ellos; literatura sobre, de, en torno a las verdades de la fe. Los avances científicos en provecho de la humanidad, aún los surgidos de pensadores y científicos creyentes, las más de las veces han sido al margen o contra la Jerarquía católica.
Oscurantismo ad extra, luz de Dios ad intra. ¿Había algún otro propósito no confesable en someter al mundo pecador a vivir en las tinieblas del analfabetismo? Pues sí, porque a fin de cuentas, la finalidad del oscurantismo, lo que en el fondo pretendió y pretende, es mantener el “status quo” político, social y religioso como premisa para el mantenimiento del buen orden, la paz y la estabilidad. Los cambios sientan mal a a la salud quebradiza de la inteligencia crédula.
El oscurantismo ha sido el “humus” donde se ha germinado el huerto de la credulidad. ¿Cómo alejar los fantasmas que genera el oscurantismo? No hay otro modo que asir con todas las fuerzas las herramientas con la naturaleza ha dotado al hombre: su facultad de pensar por sí mimo.
“El buen uso del entendimiento, la conducción del espíritu según el orden racional, el empleo de una verdadera voluntad crítica, la movilización general de la inteligencia y el deseo de evolucionar…”
Éste es el espíritu que comenzó a iluminar el Siglo de las Luces, apagadas en muchos lugares de Europa por el cerrilismo de gobernantes más proclives a dejarse conducir por la “luz” del cirio pascual, que a poner un poco de esperanza en la vida de sus súbditos.