¿Tiene pasado la fe?

Para muchos creyentes su credo está hecho de presentes vitales: los ritos les consuelan y les estimulan, las palabras sagradas les hacen pensar y ayudan a las buenas acciones, junto al resto de los cofrades se sienten encuadrados en la sociedad…

¿Pero qué piensan quienes se han zambullido en el pasado de esta sociedad? ¿Cómo asumen las tropelías generadas dentro del ámbito de la Iglesia? Cómo influye en su fe el conocimiento de tanta perversión dentro de la jerarquía y la compulsión a dominar de aquellos que han impuesto el credo sobre la vida?

A los primeros el pasado no les importa, viven en un salvífico presente esperando un futuro, se alimentan de lo que hoy les dicen, desde el papa hasta los ministros de la Iglesia, especialmente las carismáticas y maternales encíclicas de los últimos papas, explicadas por los santos varones que guían su fe. Comentan por doquier los “gestos” del actual papa y su inmensa preocupación por los desheredados de la Tierra, propiciando modelos  de redención según vías harto conocidas.

Hoy en España, alejados de los bandazos políticos, ya nadie dentro de la jerarquía osa alzar la voz sobre familia, solidaridad nacional, unidad, igualdad y demás temas manidos. Estos asuntos están muy alejados de la fe, que revolotea sobre realidades banales. ¡Parece hoy tan purificada la Iglesia! Sin decirlo y si en algo se podría inspirar la Iglesia de hoy sería en el modus vivendi de los primeros cristianos, que ponían todo en común y se amaban como hermanos, según refieren Hechos.

¿De verdad no tiene pasado la Iglesia? Para los creyentes de hoy desde luego no, porque no interesa. Pero sí lo tiene para el resto de los humanos. Cierto es que también éstos toman en consideración las palabras beatíficas del Sermón de la Montaña, y hasta lo confirman con sus acciones, pero también siguen escudriñando cómo la sociedad que se quedó con su santo y seña ha tergiversado hasta la náusea el sermón primero y la doctrina subsiguiente.

La Iglesia no es el siglo I ni es el siglo XXI. Lo mismo que el individuo adulto es legatario de su infancia y juventud, lo mismo las sociedades. La Iglesia se puede homologar a cualquier sociedad nacida, gobernada y sostenida por manos humanas. Y en esa su trayectoria juvenil y adulta lo que destaca en su alba vestidura es el rastro de sangre, afán de poder y esquilmación de los bienes de los pobres que ha dejado por el camino.

Nos fijamos en un “detalle”, la forma de sociedad propiciada por la sociedad “Iglesia”. La sociedad civil humana ha consumado un largo camino hasta llegar a una forma de estado que parece, si no el más perfecto, sí el menos malo de los sistemas conocidos: la democracia. Es el pueblo el que detenta la soberanía nacional. Atrás quedaron los sistemas esclavistas, los feudales, los reinos cuyos monarcas recibían de Dios la autoridad, las dictaduras hoy vituperadas y desacreditadas.

Pero frente a este devenir de la sociedad civil, la Iglesia, inspirada y guiada, como dicen,  por el Espíritu Santo, tras la llegada de los emperadores romanos ya cristianos, ha generado en su seno y propiciado en la sociedad civil lo que hoy se denomina “regímenes totalitarios”. Un legado consustancial a la Iglesia. Podría el Espíritu Santo haber inspirado otros, pero fue este sistema el que más y mejor germinó en su seno. Y el que más le convenía a la Iglesia.

Son patentes las características de este Estado Cristiano tal como se inició y creció en los territorios fecundados por la gracia del Espíritu Santo. El cristianismo, a partir del siglo IV se impuso por la coerción, obligando a todos a pensar y practicar los ritos cristianos. En los primeros tiempos dominaron las persecuciones, las torturas, los actos de vandalismo, especialmente a cargo de bandas de frailes que campaban por sus respetos; se destruyeron bibliotecas; se arrasaron santuarios, lugares queridos y venerados por las gentes del lugar; los asesinatos por la fe quedaban impunes; la única palabra sobre creencias que se oía era la de los sacerdotes cristianos; si alguien osaba contradecirles, ese alguien era encarcelado o linchado; pasados unos años, el obispo se alzó como jefe supremo de la sociedad local, por encima de gobernantes imperiales. O, al menos, “primus inter pares”.

Signos todos propios de un régimen totalitario, del que pronto tomaron modelo las sociedades civiles cristianas. Los principios que regían a la hora de organizar la sociedad eran los que inspiraba la palabra de los mandamases cristianos. Los opositores eran exterminados; el cristianismo que inspiraba a los emperadores tenía en la práctica el monopolio de la violencia; en su poder estaba la comunicación; no había límite para la violencia del estado frente a la libertad individual; el pluralismo era inexistente. Gracias al estado, la religión cristiana consiguió establecer un sistema de gobierno obediente a los dictados de la jerarquía, que no al Evangelio.

Sin ser todavía religión del Imperio, el emperador Constantino ya dejó claro su propósito en años tan tempranos como 330. Personas relevantes de la sociedad, como filósofos Nicágoras, Hermógenes y Sopatros fueron ejecutados acusados de brujería por cristianos tan santos como su madre “santa” Elena). Un inmenso patrimonio literario desapareció, como escritos del neoplatónico Porfirio, que fueron entregados a las llamas. De ser religión permitida en 330, luego hegemónica, pasó en 380 a religión única del Estado con Teodosio. Doce años después quedaba prohibido el culto pagano. Los templos, por tanto, fueron considerados como algo inútil.  Emperadores como Teodosio II y Valentiniano III (449) ordenaron la destrucción de todo aquello que podía “provocar la ira de Dios o herir a las almas cristianas”. Para esos primeros cristianos oficiales, recién salidos de la represión y de la interdicción pública, “la tolerancia, el amor al prójimo y el perdón de los pecados tenían un límite”. Y así han seguido hasta que determinadas sociedades y naciones dijeron “basta”, muchas veces, sí, de modo violento y desproporcionado. Condigna respuesta de la sociedad. Pero, como decimos aunque sea ironía, todo esto no interesa hoy porque, dicen, la Iglesia ha evolucionado; eran tiempos oscuros que no podemos juzgar hoy con nuestros criterios… so pena de caer, dicen, en anacronismos.  La fe es vida y la vida es presente, no tiene pasado.

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