Los rebotados, los “ex”.

Debió ser un proceso de conversión "a lo bestia", como un rejuvenecimiento para ellos, una "anti - cuaresma" regresando al mundo de los vivos al que habían renunciado. 

El domingo pasado, 21 de marzo de 2021, celebró la iglesia española el “día del seminario”. Debió celebrarlo con lágrimas contenidas, porque tras la desbandada de hace cuarenta, cincuenta años... las cosas no han vuelto a ser lo que fueron ni lo que pretendió el Concilio de Trento.  Hoy los seminarios están lisa y llanamente vacíos. Sus enormes estructuras son un canto a un pasado periclitado.

Para la Iglesia una catástrofe. Para la sociedad... ¿qué pensar? Miles y miles de jóvenes que salieron del mismo modo que entraron, como haber pasado por un sueño. Eso sí, estuvieron un tiempo sumergidos en una forma de vida muy, pero que muy “sui géneris”. No fueron demasiado bien considerados al incardinarse de nuevo en la vida social, tratados despectivamente como “el fraile”, “la monja”. Y sin embargo...

Sí, puede haber alguno, pero por lo general, aquellos que pasaron sus años juveniles entregados a la idea de un futuro consagrado a Dios, no perjuran de aquella etapa ni dicen que fue funesta, malhadada y perdida.

El abandono del proyecto “cura de almas” ha sido general y progresivo en los últimos 50 años. Ahí están los datos. Pensemos un poco en esa “cierta” función social de aquella entrada masiva de niños y jóvenes “en religión”: en realidad debe ser por todos reconocida, más por quienes la “gozaron”. Una amplia capa de la sociedad “ascendió” de categoría accediendo a estudios, a formas de vida reglada, a la formación de valores, al control de uno mismo…  impensables de otra manera.

Es muy amplio el conglomerado de elementos que se aúnan en este “fenómeno social”: la recolecta de niños, los seminarios llenos a reventar, la necesaria criba desde arriba, el abandono posterior desde abajo, el currículum a desarrollar, la convivencia de muy diferentes estratos sociales, la sumisión legal a las exigencias del Estado (educación, servicio militar, sanidad)… 

La formación religiosa estrictamente dicha NO era un elemento tan relevante como pudiera pensarse. Algo más que en los usos educativos de la sociedad civil. Quizá una práctica mayor de ritos. Incluso los motivos primeros esgrimidos para captar “carne de seminario” no eran tan elevados y espirituales como alguien pudiera pensar. Los padres valoraban el que su hijo “se formara”, sin estar condenado a ser “destripa terrones”; los niños, por su parte, el poder participar con muchos más amigos en  juegos, patios, piscinas…

Pero... todo ese proyecto de seguir envolviendo la vida, que clero secular y congregaciones pretendían llevar a cabo recolectando servidores de Dios, se vino abajo. Los motivos son muchos. Algunos de ellos incidían y solventaban precisamente aquello que hacía atractivos los seminarios. El despegue económico de la España de los años 60 y 70, el consecuente mayor bienestar familiar, el nivel educativo generalizado, las mayores oportunidades laborales, más todavía para aquellos que habían obtenido su graduación escolar en los seminarios…

Lógicamente había otros motivos más enraizados en la propia personalidad de los educandos. Poco a poco el proyecto religioso se fue evaporando, sustituido éste por otros objetivos más personales y gratificantes.

Nuestro contertulio de días pasados hacía relación de todo esto. Y respecto a aquello que los educadores tenían que transmitir, tampoco les culpa de nada: ellos eran una rueda más del engranaje burocrático y, a su vez, estaban tan “endrogados” –es su explicación primera del porqué de tanto credo-- como cualquiera. 

En otros tiempos, cuando la misma sociedad estaba impregnada de religiosidad y por lo mismo y a su vez lo empapaba todo, dichos servidores de la fe jamás dudaron de nada, no sintieron la fatiga de luchar con unas ideas contrarias a la fe, ideas que poco a poco iban germinando; más aún, no podían.  No se les ocurría pensar que la mayor parte de lo que la Iglesia enseña son niñerías, figuraciones surgidas de mentes recalentadas, deseos… y, si se piensan seriamente, tonterías.

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