El secuestro de la hostia.

No sé por qué se me quedó este artículo arrinconado en el desván de la memoria, siendo su destino el domingo 11 de junio de 2023, festividad del Corpus Christi. Como no tengo otra cosa mejor para la consideración de hoy, allá va, tal cual estaba escrito.

Pongamos en el proscenio expositivo esta dicotomía léxica: primero, el canto “Hostia pura, hostia santa” frente a la expresión coloquial “¡Esto es la hostia!”. Este ejemplo, y ya desde hace décadas, ha descolocado a la predicación, ha secuestrado la más excelsa denominación del Corpus Christi, ha hundido en la risa la inestable seguridad del credo católico y excitado a la ira santa por tan banal y denigrante blasfemia.  Un poco de hipérbole lleva aparejado el asunto, pero la cosa no es para menos.

 Harina amasada con agua, tostada en obleas, recortada en círculos de unos 4 cm de diámetro y 32 micras de grosor… ese producto manufacturado exclusivo de la industria panificadora de los conventos femeninos, ha recibido hasta ayer el nombre de “hostia”, en su acepción latina “víctima propiciatoria” y “hostia pura, hostia santa, hostia inmaculada” en su versión canturreada.

En los bares, en la calle, en las tertulias “hostia” es hoy sinónimo de golpe, bofetón, sopapo, revés, guantazo, puñetazo o metida. Acepción paralela, “hostia” puede ser “cosa excepcional, algo digno de elogio y encomio, aunque alguna vez pueda indicar vituperio o cosa sorprendente.

Pero situados en áreas socio-semánticas, “hostia” es el más artero y sutil secuestro de la palabra con que la sociedad de la vida se ha vengado de la sociedad del credo. Secuestraron  la vida durante siglos a la sociedad y ésta les secuestra hoy los misterios. Dado que los misterios no son más que palabras, secuestrar la palabra es secuestrar el misterio.Pero situados en áreas socio-semánticas, “hostia” es el más artero y sutil secuestro de la palabra con que la sociedad de la vida se ha vengado de la sociedad del credo. 

Verdaderamente sois la hostia”, referido a esos que siempre llegan tarde o que no se unen a propósitos festeros o que se atreven a encomiar a Vox ante la fecha veraniega que se nos avecina. “¡Vaya hostia se ha ‘dao’!” cuando al bajar del autobús el vejete ha caído de bruces al suelo, es un decir. O puede ser un simple quejido  --“¡Hostia!”—cuando uno se siente sorprendido en grado extremo por un hecho, cosa o evento súbito. 

Y hete aquí que el misterio fundamental del cristianismo llega a convertirse, en apenas cuarenta o cincuenta años, en otro espécimen léxico más de las relaciones humanas. Un sustantivo que deriva en interjección.

Ha sido una de las grandes tragedias de la credulidad católica, de tal forma que, arrumbado el término “hostia”, lo ha debido trocar por su definición, de forma que “eso” se denomine de alguna manera. Oímos que hablan de “sagrada forma”, “forma consagrada” o “sagrada comunión”. Y tan contentos. 

De todas formas, ya no es lo mismo verse privados de un único sustantivo. En la vida común, también sucede. Nos referimos a sustituir el nombre por su definición, práctica frecuente que vicia el discurso de tantos políticos cuando de algo desagradable o corrompido se trata, cual es el no llamar las cosas por su nombre. ¿El pueblo se opone a la construcción de una cárcel en su término municipal? Se le llama “centro penitenciario” y ya suena mejor. Como es menos degradante decir “empleado municipal de limpieza” que barrendero

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