LA MESA DEL SEÑOR ESTÁ ABIERTA A TODOS






01. EL REINO DE LOS CIELOS SE PARECE A UN BANQUETE DE BODAS.
Todo el simbolismo de las lecturas de hoy es el de un festín (Isaías), un banquete de bodas (Evangelio).
El tema central es que el designio de Dios para la humanidad es lo que una boda supone: amor, encuentro, familia, alimento, fiesta. Ese, y no otro, es el plan de Dios.
Dios quiere que toda la humanidad se salve, disfrute de la vida, tenga esperanza y viva con pleno sentido. (1Tim 2,4).
Es decir, Dios no ha creado “dos espacios”: uno como si fuese una mansión celestial y otro: una sala de torturas. DIOS NO HA CREADO EL INFIERNO.
Dios es el Padre, el rey de la parábola, el padre del hijo perdido que solamente celebra y quiere celebrar una fiesta, la fiesta de la vida.
Puede que sea eclesiástico, malamente eclesiástico, pero no es evangélico, ni cristiano predicar por igual la posibilidad de cielo e infierno. Dios no crea ni quiere el infierno para nadie. Dios quiere un encuentro universal, un banquete fraterno para la humanidad. Dios solamente crea y quiere el cielo.




02. LOS QUE NO QUIEREN ASISTIR A LA BODA SON LOS SACERDOTES Y ANCIANOS (PODEROSOS) DEL PUEBLO
La que no quiere saber nada con esa fiesta es la clase alta: unos tenían tierras, otros negocios, etc. En el fondo está resonando la parábola de los viñadores homicidas: los poderosos terminan por matar a los criados, al mensajero que llevaba la invitación.
La mesa de los ricos no está abierta a los pobres. Los pobres “contaminan”.








03. Salid a los caminos y llamad, invitad a todos: BUENOS Y MALOS: LA SALA DEL BANQUETE SE LLENÓ DE COMENSALES.
Los que asisten al banquete, al encuentro es la gente sencilla, los pobres.
Ni tan siquiera se exige una condición moral: los buenos entrarán y los malos, no. Llamad a todos: buenos y malos.
Nos decimos católicos, que significa: universal, formamos parte de la Iglesia católica: Iglesia universal, aunque luego estamos llenos de cerrazones mentales, ideológicas, rituales, teológicas, morales, etc.
El Reino de Dios es universal, para todos.
Cambiarían las situaciones políticas y ecuménicas (eclesiales) si en vez de mirar al DNI, a la etnia, a las fronteras, a la condición económica, cultural, moral, mirásemos al ser humano. Antes que catalán, vasco o español, antes que católico o luterano, soy y somos personas humanas. Todo ser humano, sea quien sea, es hijo de Dios.
Todos estamos invitados al banquete.

04. UN FINAL UN POCO EXTRAÑO: EL TRAJE DE BODAS.
Hay exegetas que piensan que este final de la parábola fue añadido muy posteriormente. De hecho en la liturgia se puede prescindir de su lectura.
Es evidente que la parábola no tiene la intención de terminar en un desfile de modelos para el “Hola” y alguien no lleva el vestido adecuado.
También se sabe que en aquel tiempo no se asistía a las bodas con un traje especial, (Aristófanes).
Por otra parte, tampoco se trata de una cuestión moral, porque al banquete son admitidos todos: buenos y malos.
Además Jesús es muy reacio a una moral externa y más reación todavía al legalismo. Jesús no pone la moral en un traje o vestido. Lo bueno y lo malo en Jesús es lo que sale de dentro y no tiene nada que ver con la camisa que llevamos puesta.

¿Qué sentido puede tener este final algo estrambótico?
Puestos a pensar pudiera ser que aquel hombre no tenía sentido de fiesta, de gratuidad, de amor. ¿Cómo estás aquí sin tener sentido de gracia, de fiesta, de amor? Si no tenemos sentido de fraternidad, no pintamos nada en el banquete. Es como el hermano mayor de la parábola del hijo perdido. El hijo mayor no sentía alegría, gratuidad, paz por la vuelta de su hermano que estaba perdido, muerto y ha vuelto a la vida.
Quien no tiene ese sentido amable de la vida no será nunca ni en ninguna parte feliz. Quien no se alegra del bien de los demás, de los pobres, incluso de los que me han podido hacer daño, no será feliz, no tendrá cielo, ni aunque esté en el cielo.

05. CON ESO Y CON TODO.
Pero incluso aunque seamos unos pobres envidiosos, aunque nuestro traje se llame desazón, resentimiento, rencor, Dios también nos llama y nos invita.
Incluso aunque no quisiéramos entrar en la fiesta, -como el hermano mayor-, nuestra libertad no es tan pretenciosa y prepotente como para despreciar el banquete del Señor. Una libertad limitada y pobre como la humana no es capaz de despreciar el amor absoluto de Dios. Aunque el ejemplo no sirva de mucho: ¿un niño pequeño es capaz de ofender a sus padres? ¿Y qué somos nosotros para Dios?

Podemos pensar y esperar que el encuentro, nuestro encuentro definitivo con Dios, será en un banquete de bodas: de amor, de fiesta, de vida.

EL CRISTIANO SABE QUE VIVE Y MUERE SIEMPRE EN EL AMOR Y MISERICORDIA DE DIOS.
NUESTRO BANQUTE ES DIOS






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