Sólo podía estar en la casa de mi Padre
Lucas termina la narración de la infancia de Jesús con la ida a Jerusalén a la edad de los 12 años. Él no regresa con sus padres sino que se queda en el templo discutiendo con los doctores de la ley. A la exclamación de su madre, María, “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? ¡Mira cómo tu padre y yo te buscábamos angustiados!”, él responde: “¿Por qué me buscabais, no sabíais que yo sólo podía estar en la casa de mi Padre?” Éstas son las primeras palabras de Jesús que recoge el evangelio y con ellas deja por sentado que Él es el Hijo de Dios.
A continuación el texto dice que Jesús bajó con ellos a Nazaret, y vivió sujeto a ellos y progresaba en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres. De este modo, también queda claro que él es hombre como todos los hombres a excepto del pecado. Aprendió de sus padres como todo niño que se hace adulto. Y que su vida, que llamamos oculta, transcurrió como la de un joven de su época y le preparó para su vida apostólica.
Estos años pasados en Nazaret, nos ayudan a comprender que lo que nosotros podríamos mirar como una vida banal sin relevancia, tiene mucho mérito. Jesús pasó muchos más años viviendo como todo hijo de mujer, en un pueblo perdido de Galilea. Lo cotidiano, lo que parece que no tenga trascendencia la tiene, y es en ella que nos santificamos. Así que no podemos decir: “Lo que yo hago no vale la pena” porque todo lo que hacemos por insignificante que nos parezca, no lo es ante los ojos de Dios si ponemos todo nuestro empeño en cumplir su voluntad. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
A continuación el texto dice que Jesús bajó con ellos a Nazaret, y vivió sujeto a ellos y progresaba en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres. De este modo, también queda claro que él es hombre como todos los hombres a excepto del pecado. Aprendió de sus padres como todo niño que se hace adulto. Y que su vida, que llamamos oculta, transcurrió como la de un joven de su época y le preparó para su vida apostólica.
Estos años pasados en Nazaret, nos ayudan a comprender que lo que nosotros podríamos mirar como una vida banal sin relevancia, tiene mucho mérito. Jesús pasó muchos más años viviendo como todo hijo de mujer, en un pueblo perdido de Galilea. Lo cotidiano, lo que parece que no tenga trascendencia la tiene, y es en ella que nos santificamos. Así que no podemos decir: “Lo que yo hago no vale la pena” porque todo lo que hacemos por insignificante que nos parezca, no lo es ante los ojos de Dios si ponemos todo nuestro empeño en cumplir su voluntad. Texto: Hna. María Nuria Gaza.