Una tarde en el Cenáculo…

Cenáculo
El haber tenido la gracia de vivir unos años en Jerusalén, en las raíces de nuestra fe cristiana, en la tierra de Jesús de Nazaret, me dio la posibilidad y el gozo, de vivir celebraciones litúrgicas inolvidables, en las que pude participar pisando los lugares santos y disfrutando de todas ellas. Una de las más significativas, fue siempre la de participar, cada año de los que viví allí, en las II vísperas del Domingo de Pentecostés con los franciscanos (custodios de Tierra Santa; es.custodia.org) en el cenáculo. Pensar en ello, recordarlo, hacerlo presente me llena, alegra el corazón, da fuerza y ¡hay nostalgia! Fue un regalo enorme e inexplicable espiritualmente, la experiencia de vivir una tarde en el cenáculo el día de Pentecostés y también en otras tardes donde pude rezar en ese lugar, en el silencio que habita el alma. Lo vivo y saboreo ahora como acción de gracias, por tanto recibido junto a mi Señor, especialmente en Tierra Santa.

Ahora celebro pentecostés en la distancia física del cenáculo pero más unida espiritualmente del lugar santo donde “…entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros”.Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo. Y, dicho esto, exhalo su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. (Jn 20, 19-23).

Celebremos la Venida del Espíritu Santo, abramos el corazón al amor de Dios y dejémonos conducir por el Espíritu Santo que habita en nosotros. La secuencia de Pentecostés, es una profunda oración que nos puede acompañar y guiar cotidianamente. Yo la tengo marcada en favoritos. Texto: Hna. Ana Isabel Pérez.

Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
Volver arriba