Carta-despedida para ZP

No voy a comentarle mil rumores oídos sobre Ud. desde ámbitos políticos o eclesiásticos. Prefiero no considerar esas desautorizaciones globales, sobre todo las que vienen del episcopado español. Nunca creí que haya fuera Ud. una reencarnación de Satanás sino un hombre de buena voluntad. Sólo quiero comentarle dos experiencias personales, de sus dos legislaturas. Agradeciendo como se merece la rápida salida de Irak, debo añadir una gran esperanza frustrada en su gestión de la cosa pública: que cuando poderes fácticos exteriores a este país le impusieron unas medidas económicas contrarias a sus criterios y sus valores, no tuviera Ud. el valor de dimitir y convocar en seguida elecciones, antes que traicionar sus principios y engañarnos diciendo que aquello era “ser socialista” en estos momentos.

Adolfo Suárez dimitió en circunstancias no tan duras como las suyas. Oyéndolo no pude menos de acordarme de Groucho Marx: “estos son mis principios; si no le gustan tengo otros”. Nunca entendí su comportamiento a partir de entonces, incluso aceptando que Ud. decidiera inmolarse y sacrificar su futuro para salvar a España. Me temo que fue un sacrificio irracional e inútil: pues bastantes economistas, en la línea de P. Krugman, opinan que la política seguida por la UE y el BCE para salir de la crisis es desacertada y contraproducente. Sin entrar en debates técnicos, el hecho de que existan es una razón en favor de lo que muchos esperábamos de Ud.

Sólo consigo explicarme esa contradicción desde otro rasgo que nunca comprendí en Ud. y suelo calificar como “fundamentalismo del progreso”: una convicción dieciochesca de que todo lo que viene trae progreso, que la historia marcha irremisiblemente hacia delante y, en este sentido, tanto da subir las pensiones como recortarlas... Esa convicción se trasluce en otros muchos actos de su gobierno, y le llevó a hacer ingenuamente promesas que no debió hacer y quizás hasta cumplir otras que no debió cumplir. Tal ingenuidad sobre el progreso no la comparto, precisamente porque intento ser progresista. Le pediría que repase bien todo lo que dicen sobre nuestro progreso eminentes figuras de la izquierda como Walter Benjamin y Simone Weil.

Pero, aunque no lo parezca, el objetivo de estas líneas no es criticarle sino darle públicamente las gracias por un gran mérito que casi nadie parece reconocerle: durante estos ocho años hemos tenido una radio y una televisión públicas independientes, neutrales, plurales y donde ha habido espacio para todas las sensibilidades de nuestro mapa político. Desde RNE he oído críticas duras a su gobierno y voces en las tertulias procedentes de los medios más hostiles al PSOE.

Temo que esto voy a echarlo de menos en los próximos años, cuando volvamos a aquellos telediarios del PP que eran verdaderas catequesis, y aquellas tertulias monocordes donde todos cantaban la misma voz y, si acaso se entreabría una grieta para la disensión, era bien pequeña y refutada inmediatamente. Dejé de escuchar radio nacional durante el primer gobierno de Aznar y temo que me tocará volver a hacerlo pronto, para no volver a oír discos rayados de eslóganes: “esta oposición tan mala que tenemos” o “España va bien” (cuando estaba ya incubándose la burbuja que acabaría estallando más tarde) y estamos dando un “giro hacia el centro” cuando nos escorábamos hacia la derecha más incivilizada. Esto quiero agradecerlo públicamente, por si otros aprenden.

Preferiría también que, si su partido pasa a la oposición, no caiga en la trampa pepera de halagar burdos sentimientos patrios como modo de ganarse al personal. Decir, con Rajoy, que “éste es un gran país”, me parece una estupidez. Los países no son mejores y peores por su naturaleza: son todos iguales, tienen las mismas posibilidades humanas y pasan por épocas mejores o peores según gestionen sus hombres esas posibilidades. En nuestros días no me parece que quepa esperar mucho de nosotros.

No cabe esperar mucho de un país donde dirigentes bancarios se asignan bonos y jubilaciones por encima del millón de euros, donde no ha sido posible conseguir un pacto por la educación, donde la libertad de expresión se confunde con la falta de respeto, donde el fraude fiscal es de los mayores de Europa (pese a que nuestra presión fiscal es de las menores) y donde no cosechamos más éxitos que los deportivos que pueden ser bonitos pero son bien secundarios. Un gran país es otra cosa, y no creo que nosotros lo seamos en este momento ni estemos en la dirección que conduce a eso. Quizá esta adulación barata, que puede conseguir votos a corto plazo, sea una de las causas que han puesto a la clase política entre las primeras preocupaciones de nuestra ciudadanía.

Pero todo esto ya es harina de otro costal. Aquí lo importante era darle las gracias porque hemos tenido unos medios públicos soportables durante estas dos legislaturas. Y terminar con la tópica despedida: que, en este punto al menos, “te vamos a echar de menos”.
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