"Invito a todos a mirar hacia el Vaticano II como estrella polar para nuestro tiempo" Monseñor Capovilla, secretario de Juan XXIII ¡un joven de 96 años recién cumplidos!

(Marco Roncalli, escritor, resobrino de Juan XXIII).- Hoy será para el Arzobispo Loris Francesco Capovilla, que fue y es el colaborador más cercano y fiel que tuvo Juan XXIII, el 96 cumpleaños. En efecto, nació el 14 de octubre de 1915, atendiendo, claro, al registro civil. El religioso, obliga a registrar 71 años de sacerdocio y 44 de episcopado. Sumados sin distinguir entre vida y trabajo, tendríamos que referirnos a casi 60 años que son -fueron- los dedicados a un servicio especial.

Un servicio comenzado en Venecia al lado del Patriarca Angelo Giuseppe Roncalli, continuado en el Vaticano tras su elección como Juan XXIII, y prolongados desde la muerte del inolvidable Pontífice hasta el día de hoy (¡más los que Dios aún le conceda, visto lo visto!) en tema de una fidelidad que suena mejor como "testimonialidad".

Capovilla permanece volcado no sólo en el estudio de la herencia de Papa Giovanni, sino también en mantener vivo tal patrimonio, más allá y al margen de una retórica que acabase por encubrir una memoria cristalizada. Sí, me refiero al que fuera secretario de Juan XXIII. Su contubernale, cual ama él definirse, echando mano de un vocablo hoy en desuso, que preferimos sustituir por "testigo", teniendo en cuenta lo que sigue encarnando.

El cumpleaños no es sino un pretexto más para llamar a las puertas de Ca' Maitino, la "casa museo de los recuerdos de Roncalli/Juan XXIII", en Sotto il Monte (Bérgamo) donde Loris Capovilla vive y donde trabaja sin que tenga necesidad de aniversarios para evocar a "su" Papa ni para hablar del Concilio a todos los que acuden a verlo.

"Tras haberlo vivido yo mismo como escuela de conversión y retorno a las fuentes, invito a todos a mirar hacia el Vaticano II como estrella polar para nuestro tiempo", se le escapa a manera de introducción.

Cuando dice "invito a todos", este Prelado rebosante de años y de experiencia no hace distinciones. ¡Son tan numerosos los peregrinos que anhelan poderlo ver, saludar, hablar con él en Ca' Maitino...! Se trata, en muchos casos, de peregrinos del Sur de Italia que acuden a Lombardía, de la que forman parte Bérgamo y Sotto il Monte, para visitar a los hijos que en un Norte italiano más próspero han encontrado trabajo.

Puede a veces tratarse de seminaristas o de estudiantes universitarios. O de sus amigos de las comunidades "Jesus Charitas" de la cercana Foligno, o de Bose, o de las más conocidas de Taizé o San Egidio...

Hasta allí acuden también obispos italianos que se llaman Bruno Forte o Agostino Marchetto. También franceses, y algún español, como el de Urgel/Andorra, Joan Enric Vives. Se me escapa manifestar mi sorpresa de que acudan a hablar con él incluso "obispos extranjeros". Y me corrige: "¡Por Dios, no diga extranjeros: nadie aquí lo es!".

Yo quería decir de más allá de los Alpes, transocéanicos. Es el momento en que mi interlocutor empalma una retahíla de nombres, mientras sus ojos brillan cual si delante de ellos desfilasen rostros familiares. Los de Sini Gandhi, el joven profesor hindú que, dos veces al año, pasa a visitarlo, procedente de Harward; el del académico ruso Anatoly Krasikov, ortodoxo, que varias al año veces vuela desde Moscú; el del escritor español José Luis González-Balado, que acude con su esposa Janet Playfoot desde Madrid; o los de algunos sacerdotes que acuden desde Berlín o desde Viena, igual que algún religioso procedente de Malta o de Jerusalén, del Kerala o desde Perú...

Lo que desde luego no olvida Monseñor Capovilla son encuentros recientes, desde el cardenal-arzobispo de Viena, Christoph von Schönborn hasta el Patriarca de Constantinopla Bartolomé I, que acaba de pasar por aquí hace dos semanas. Su recuerdo suena, en labios de Capovilla, como un espléndido regalo de cumpleaños: "Para mí ha constituido un momento inolvidable. Nada menos que este hombre, jefe espiritual de la Iglesia ortodoxa, se ha querido trocar en peregrino siguiendo las huellas de los Papas del Concilio, visitando primero Concesio y luego Sotto il Monte, para rendir homenaje, en sus pueblos natales, a las raíces de Pablo VI y de Juan XXIII".

Le pregunto qué es lo que más le ha impresionado en tal ilustre visitante. Me contesta que se sintió conmovido por su humildad. Que Bartolomé I había venido sin anunciarse, casi pidiendo excusa por si molestaba. Que habían hablado con serenidad, en perfecta sintonía... "Imagínese que hasta me pidió permiso para que le consintiese fotografiarse conmigo sosteniendo, ambos, las agendas donde el entonces Delegado apostólico del Vaticano traza el diario de su paso por Oriente".

Le pregunto: "¿Se trató precisamente de la agenda en cuya cubierta lleva escrita en autógrafo roncalliano la expresión de su amor por Turquía". "Sí, justamente ésa", me contesta Capovilla. "Hablamos largamente del amor de Juan XXIII por aquellas tierras que lo acogieron durante 10 años como Delegado apostólico. Es la tierra donde vive Bartolomé I, en el palacio situado en el Cuerno de Oro llamado por los turcos Rum Patrikhanesi y a la que se siente muy vinculado precisamente por la permanencia de los recuerdos del Delegado vaticano Angelo Roncalli...".

Le digo que ha ¡transcurrido tanto tiempo...! Capovilla me interrumpe: "Imagínese que Bartolomé I acude a visitar a menudo a mi buen amigo Monseñor Georges Marovitch, que es el encargado de cuidar la Casa Roncalli en Estambul, y que es posible sea la última persona viviente de las que, a finales de los años 30, recibieron la Confirmación de manos del futuro Pontífice".

Le pregunto de qué más habían hablado. "Nos sentimos cercanos al instante. Nos recordamos mutuamente que celebramos la misma Misa los dos, de que nos atraen los mismos Padres de la Iglesia, de que uno y otro tuvimos pudimos encontrarnos con Pablo VI y con Juan Pablo II. También me recordó el viaje a Turquía de Benedicto XVI. Me habló con afecto de la Iglesia católica, de una Roma que conoce muy bien porque en ella realizó sus estudios en tiempos del Concilio Vaticano II..."

"¿Cómo? ¿Hablaron también de esto?", le pregunto. "Sí, sí", me contesta Monseñor Capovilla. "Nos detuvimos reflexionando sobre algunas expresiones de Juan XXIII no ya en la inauguración sino con motivo del propio anuncio del Concilio, cuando pidió a los hermanos separados que siguiesen con buena disposición la búsqueda de la verdad y de la gracia. Un anuncio que, después de todo, no dejaba de constituir una invitación también para ellos... Sí: ha transcurrido tanto tiempo, pero la tensión por la unidad que las Iglesias ansían con la mirada puesta en Jesús se puede palpar. No se trata de abrazos formales ni es verdad que el ecumenismo esté bloqueado. Ha dado pasos muy notables. Bartolomé I me lo ha confirmado con su entusiasmo por el próximo Encuentro de Asís el 27 de octubre, y con su anhelo ante la idea de encontrarse con los hermanos cristianos y de otras religiones, objeto del verdadero amor de Cristo".

Llegado a este punto pregunto a Monseñor Capovilla: "Y usted, Monseñor, ¿qué es lo que experimenta?" Me responde: "También yo me preparo espiritualmente y con la reflexión para esa Jornada de Diálogo de los creyentes de Dios en la Ciudad Seráfica de Asís. Y creo que algo haya de las semillas lanzadas por Papa Giovanni. Vuelvo a las palabras de la inauguración del Concilio, en que se refería a la búsqueda... Quien conoce el valor de la palabra sabe que implica labor paciente, prolongada, constante, y que bajo todos los aspectos, la búsqueda es un camino, bajo la mirada de la Providencia, en pasos muy cortos. Pequeños como somos, no podemos sino aportar nuestra modesta contribución, nuestra colaboración confiada, nuestra rectitud en el esfuerzo de cada día...".

Monseñor Capovilla prosigue con sus aspiraciones, cual torrente desbordado. La verdad es que resulta agradable escucharle. Trátase de una de esas personas que, durante la noche, creen en la luz, y que repiten con Edmond Rostand: "Es obligado forzar a la aurora para que brote, pero con convicción...". Se me antoja ser un misterio dónde permanecen ocultos los 96 que acaba de cumplir...

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