(Jesús Bastante).- Estos días en Brasil están resultando generosos en gestos, en imágenes, en impactos. Francisco se ha convertido en una auténtica estrella mediática: sabe dominar los tiempos, manejar la agenda, atender a cada niño, a cada anciano, a cada persona que se encuentra en su camino como si sólo él o ella existieran. Más allá de los problemas de seguridad o los llamamientos a salir a la calle, a no avergonzarse de ser cristianos alegres, a tener las Bienaventuranzas y Mateo 25 como programa de acción, el viaje del Papa a Río pasará a la historia como el viaje de los abrazos.
Han sido muchos, y muy variados, los abrazos que el Papa ha ido repartiendo a lo largo de esta semana. El más emotivo sucedió ayer, cuando un niño de diez años se coló en medio del férreo sistema de seguridad -son muchos los chicos y padres con bebés que están logrando penetrar hasta la "línea de fuego" de Francisco- y se abrazó, casi desesperado, al Papa, diciéndole que quería ser sacerdote. Un largo abrazo que hizo llorar al propio Pontífice, además de al crío, que gimoteaba desconsolado cuando, tras quince segundos de conversación con Bergoglio, fue "apartado" del Papamóvil.
Muchos abrazos, como el que Francisco dio ayer a Rouco Varela, al comienzo del Via Crucis. Un abrazo largo y sentido, que todos los españoles notamos como propio, y que el cardenal recibió en nombre de los 78 fallecidos, los 140 heridos y los familiares de la tragedia de Santiago. Y de todo un país que sufre y es solidario con la catástrofe ferroviaria.
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