Del invierno eclesial a la primavera de Francisco Cultura eclesial, clericalismo y vida evangélica.

Cultura eclesial, clericalismo y vida evangélica.
Cultura eclesial, clericalismo y vida evangélica.

El cristianismo se escribe desde las periferias, en los hospitales de campaña. Ellos son el punto de referencia y lugar de encuentro de todos los humanos, que compartimos la comunión en Jesús. “Estar en periferia ayuda a ver y entender mejor, a hacer un análisis más correcto de la realidad, escapando del centralismo y de los enfoques ideológicos”

No podemos escapar de la historia con la excusa de la eternidad. Somos humanos. El cristianismo no es fuga mundi. Sólo un amor por todo el mundo traerá la salvación. Cuando queremos vivir no como Cristo, el Dios encarnado, sino como ángeles, fuera de la carne y del tiempo por sus esencias espirituales, lo más probable es que nos convirtamos en algo peor que los demonios y convalidemos este mundo como un infierno para muchos

la cultura eclesial tejida de disciplinas y prácticas secundarias, no equivalen a la vida evangélica…y muchas veces es lo opuesto. Si no se busca en primer lugar el Reino de Dios y su Justicia, ni los pobres son la prioridad, no hay Jesús. Aunque se lo “adore” con mucha piedad en sus templos o se prediquen moralinas rígidas.

“Un primer paso para lograr esa Iglesia pobre y para los pobres será el de superar el clericalismo, ese deseo de señorear sobre los laicos, que implica una separación errónea y destructiva del clero, una especie de narcisismo”. (Papa Francisco, discurso a la Curia)

La novedad de Francisco consiste en el deshielo del espíritu del Concilio Vaticano II, un llamado a la vida cristiana en el mundo de hoy, una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea. El Vaticano II produjo un movimiento de renovación desde el mismo Evangelio. Salió del esquema defensivo, para dialogar con el mundo y las religiones. Pero el entusiasmo generado en el último Concilio ecuménico, que definió nuestra manera de ser cristianos, se fue perdiendo en un proceso gradual de regresión restauracionista hasta caer en el invierno eclesial, que culminó con la renuncia de Benedicto XVI.

Francisco inició un nuevo período de primavera eclesial que ha despertado la esperanza. Ha comenzado por ejercer su papel como Obispo de Roma que convoca a la Unidad, que fue el mandato original de Jesús. Del papado imperial con sus pompas mundanas al servicio de un pastor con gestos de humildad y diálogo con el mundo y las otras religiones. Tranquilos, no va a perder la “identidad” que tan obsesivamente les preocupa a algunos, sino que la acrecienta poliédricamente.

Busca la recuperación de la colegialidad, la sinodalidad y la participación de la Iglesia concebida como Pueblo de Dios y no como pirámide brahamánica, donde una casta clerical es objeto de adoración y el resto solo acata y se resigna incluso a los abusos. Ha puesto el énfasis en la Misericordia como la “ley” de leyes, pasando de la Iglesia-aduana al hospital de campaña que pone su cuartel general en las periferias, tierra de pueblo y descastados de todo tipo. La corte papal faraónica de siglos está desconcertada, no es raro que conspire.

Ha descartado la iglesia proselitista, un márketing que solo busca atraer número de personas a la institución eclesiástica por una Iglesia en salida que humaniza como Jesús, y llega a todos los corazones sin mirar su condición moral, económica, sociocultural o religiosa.

La opción evangélica por los pobres de Francisco, inspira iniciativas como la de los “Movimientos Populares”, que encuentran por fin acogida amorosa en la Iglesia de Dios. También retoma la Teología del Pueblo de cuño latinoamericano y de proyección universal ya que parte de la valoración trinitaria de la persona en sociedad, en familias, en pueblos frente al proyecto racionalista de elites ilustradas y cerradas que solo buscan su enriquecimiento.

Queda mucho por hacer. La Iglesia suele ser lenta y tardará en reincorporar tantos excluidos del mundo y de ella misma, como son las mujeres y los sacerdotes casados, entre muchos otros. Pero el “proceso” está iniciado y Francisco confía más en ello que en la conquista efímera de espacios de poder. Tal vez él mismo se sorprenda de los cambios a que ha dado origen. Ha superado el invierno eclesial que tenía enjaulado al Espíritu Santo.

Cultura eclesial y clericalismo

Para quienes, por influjo del clericalismo proselitista, han conocido su fe solo desde el ámbito de la cultura eclesial, Dios no está en el mundo, sino por encima de él, inalcanzable como juez supremo. Su Dios no asume el mundo tal y como es desde dentro y desde abajo. De esto deriva una estructura eclesial paralizada que no discierne ni le interesan “los signos de los tiempos” y que obvian los dramas que afectan a las grandes mayorías, los pueblos pobres, porque mira siempre de arriba hacia abajo. Esta cultura eclesial es una patología de “un círculo cerrado donde la pertenencia al grupo clerical es más importante que el cuerpo eclesial mismo en su conjunto, creando así una grave separación entre laicado y sacerdocio ministerial “(Papa Francisco, homilía 2/2/2015).

El clericalismo crea la ilusión de un mundo paralelo donde no existen necesidades reales ni problemas graves, sino seguridades y privilegios, donde el otro es tratado como inferior y menos digno” (EG 102) “Un primer paso para lograr esa Iglesia pobre y para los pobres será el de superar el clericalismo, ese deseo de señorear sobre los laicos, que implica una separación errónea y destructiva del clero, una especie de narcisismo”. (Papa Francisco, discurso a la Curia)

Esta no es la enseñanza de Jesús, sino una institución como construcción racionalista que no le interesa conectar con las mayorías humanas que son los pobres realmente, ni le preocupa crear puentes. El cristianismo se escribe desde las periferias, en los hospitales de campaña. Ellos son el punto de referencia y lugar de encuentro de todos los humanos, que compartimos la comunión en Jesús. “Estar en periferia ayuda a ver y entender mejor, a hacer un análisis más correcto de la realidad, escapando del centralismo y de los enfoques ideológicos” (en R. Luciani, El Papa Francisco y la Teología del Pueblo).

No podemos escapar de la historia con la excusa de la eternidad. Somos humanos. El cristianismo no es fuga mundi. Sólo un amor por todo el mundo traerá la salvación. Cuando queremos vivir no como Cristo, el Dios encarnado, sino como ángeles, fuera de la carne y del tiempo por sus esencias espirituales, lo más probable es que nos convirtamos en algo peor que los demonios y convalidemos este mundo como un infierno para muchos. Como dice Francisco “Necesitamos desarrollar esta conciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie” (FT 137).

Vivir el Evangelio es Fidelidad al Reino antes que, a las estructuras disciplinarias del poder, donde prima lo jurídico, el cumplimiento formal y a la mera pertenencia a la institución sin la necesidad de vínculos entre las personas, un mundo paralelo carente de la evangélica cultura del encuentro y del cuidado.

llevando la cruz

Catolicismos y vida evangélica desde las periferias

Coexistimos con varios catolicismos, aunque no todos tienen que ver con el Evangelio. Otra vez aquello de “no todos los que dicen Señor, entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 7, 21). Nada mejor que mirar a Jesús. Mirar su atención a las personas que sufren, que son mayorías, como hoy. Ni todos responden y muchos conspiran. Pero Él ama hasta el fondo y su misericordia delata lo injusto, lo hipócrita que ha provocado el daño. Su vida de pobre, inmigrante, trabajador, perseguido, etc. es una vehemente denuncia… no para castigar ni amenazar, es una Misericordia que cura y transforma.

Algunos catolicismos hacen gala de su firme ortodoxia en cuestiones opinables y en prácticas piadosas desfasadas de época, que si vienen con apariciones de la Virgen, mejor. Olvidan lo que Santo Tomás y el Concilio afirman respecto a la jerarquía de verdades: «hay un orden o “jerarquía” en las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana». Por eso la cultura eclesial tejida de disciplinas y prácticas secundarias, no equivalen a la vida evangélica…y muchas veces es lo opuesto. Si no se busca en primer lugar el Reino de Dios y su Justicia, ni los pobres son la prioridad, no hay Jesús. Aunque se lo “adore” con mucha piedad en sus templos o se prediquen moralinas rígidas.

El cristianismo se escribe desde las periferias, en los hospitales de campaña. Ellos son el punto de referencia y lugar de encuentro de todos los humanos, que compartimos la comunión en Jesús. “Estar en periferia ayuda a ver y entender mejor, a hacer un análisis más correcto de la realidad, escapando del centralismo y de los enfoques ideológicos” (Francisco, Civilitá Cattolica 2014).

Jesús es judío, del pueblo de las promesas de Dios. Pero es continuidad y disrupción con la religión, con todos los sistemas e instituciones religiosas, también las de hoy. Su visión es universal, puente, integra, nadie es excluido. Su sacerdocio no es el de los humitos, ritos y privilegios de los “dueños” de Dios que mercadean el Templo para beneficiarse. Acoge sin acepción al pecador, al extranjero, al pobre, al enfermo, a los niños, a los de otras religiones o naciones, porque Él es la Comunión y es “patrimonio” de la Humanidad, no de un grupo o una institución.

Eso es la Fiesta, que estemos todos sin que nadie presuma de falsas superioridades morales, religiosas, clericales, políticas, económicas, etc. Tampoco es un culto a la pobreza que hiere y quita tantas posibilidades. No es una mística pauperista, es la atención al otro que sufre para que recupere el menoscabo de su dignidad. Es el intercambio de talentos para que se multipliquen y no queden enterrados ni en la vida ni en los numerosos paraísos fiscales. Como si quedara alguna duda, el Señor lo expresa claramente en la parábola del juicio final (Mt 25), en la del buen samaritano, en las bienaventuranzas, en la de Lázaro y el rico Epulón, etc.

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