Periferia: la felicidad donde no se espera

Periferia: la felicidad donde no se espera
Periferia: la felicidad donde no se espera

La mayéutica de Jesús era más que una técnica de pensamiento, era una misericordia viva, cercana y transformadora. Era un proceso que se dirigía persistentemente hacia un nuevo punto de partida para encarar la vida:  ponerse en el lugar del otro, especialmente del que sufre física (el ciego), moral (la prostituta) o socialmente (el centurión).

Jesús va hacia ellos para compartir sus vidas, curarlos y revelarles un camino desconcertante de felicidad. En el sermón del monte nos propone no una felicidad de fabricación humana, de autoayuda, sino una felicidad inesperada que es don, un concepto disruptivo de plenitud.

ponerse sistemáticamente en el lugar del que sufre, hace de la relación con “el tú disminuido”, el punto de referencia para encarar toda la realidad. Jesús deja de lado el culto a la propia tranquilidad espiritual (que tanto se vende en nuestra época narcisista y cool) y se traslada a la periferia del descartado,

Puedo seguir viviendo como un cómodo cómplice de las estructuras de pecado que ya están y causan sufrimiento en el mundo. O soy parte de las estructuras de Gracia que continuamente empujan hacia las periferias, porque el “Bien tiende de suyo a expandirse” 

Colaboramos cuando vivimos los dones de los cuales disponemos con gratitud y austeridad y no con ostentación y postureo creyendo ilusoriamente que sólo son méritos nuestros, sabiendo que todo lo creado puede ser de administración privada, pero no somos sus dueños absolutos, sino que están destinados al bien común del cual nos nutrimos

Junto con la imagen del poliedro, Francisco nuevamente nos asombra con otro concepto de “ontología evangélica” que es el de periferia, que amplía nuestra mirada sobre la realidad.

Los seres humanos no partimos de un lugar neutro cuando pensamos y juzgamos. Además, tendemos a creer que siempre nuestra postura es la razonable, la que está en el centro de la cuestión. Pero nadie escapa a hacerlo desde un lugar y condicionados por sesgos o filtros. A veces es la niñez que nos ha marcado, clase social a la que pertenecemos o de la que nos expulsaron o la que aspiramos a pertenecer y no lo logramos, la ideología o religión en la que nos han formado o deformado, lo que nos dicen los influencers y medios de comunicación que todo lo mercantilizan y no nos pierden pisada para vendernos el mejor de los mundos al alcance del consumo, etc.

No podemos escaparnos de tales circunstancias. Pero sí asumirlas críticamente y que cuando dialoguemos con alguien encerrado en sus sesgos, tengamos presente que nosotros también tenemos los nuestros (“el que no tenga sesgos, que tire la primera piedra”).

Pero para hacer crítica, en el sentido de “cribar”, examinar, discernir… necesitamos un criterio. Al fin y al cabo, consciente o inconscientemente, siempre usamos uno y si no nos tomamos la molestia de pensar por nosotros mismos, otros lo harán con mucha facilidad.

Cuando los primeros discípulos comenzaron a seguir a Jesús, estaban fascinados por su humanidad plena y cercana, reflejada en sus palabras y acciones, que operaban como un alumbramiento socrático, un nuevo criterio, una lógica distinta de abordar la realidad. La mayéutica de Jesús era más que una técnica de pensamiento, era una misericordia viva, cercana y transformadora. Era un proceso que se dirigía persistentemente hacia un nuevo punto de partida para encarar la vida:  ponerse en el lugar del otro, especialmente del que sufre física (el ciego), moral (la prostituta) o socialmente (el centurión). En el seguimiento de Jesús, la búsqueda del sentido de la existencia ha topado con una clave diferente, una Buena Noticia.

Este ponerse sistemáticamente en el lugar del que sufre, hace de la relación con “el tú disminuido”, el punto de referencia para encarar toda la realidad. Jesús deja de lado el culto a la propia tranquilidad espiritual (que tanto se vende en nuestra época narcisista y cool) y se traslada a la periferia del descartado, incluso a costa de “dejar a las 99 ovejas que estaban bien” o dejando su vida como buen pastor. No lo hace por el sentido farisaico y meritocrático del deber, ni la efímera lástima emocional auto justificante, ni la conciencia resentida de clase o la soberbia del super héroe. Su proyecto es amar de verdad al otro, a todos los otros, siempre, hasta que esto se haga civilización, Reino de Dios que lo impregne todo: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21).

En Él encontramos el criterio de la verdad como amor al necesitado y del que se alejó o nació alejado del centro de los que están mejor. Los necesitados son la mayor parte de los lados del poliedro de la humanidad, sin ellos desaparece la figura de la realidad y solo queda la fantasía y lo absurdo de la vida.

Si Dios nos ha dado talentos, es para disfrutarlos y agradecer, hacerlos crecer y ponerlos al servicio del bien común. No para acumularlos de modo egoísta como el Epulón que se cierra a la mirada del pobre Lázaro, parábola de este mundo donde un 1% tiene el 82% de la riqueza (BBC, Oxfam, etc.) y ocultan en paraísos fiscales un tercio del PIB mundial. Mientras 832 millones de personas padecieron HAMBRE EVITABLE en 2021 (ONU)…y encima, pretenden justificarlo. Esto va más allá de modificar impuestos, modificar patrones de consumo patológico, hacer más beneficencia ostentosa, odiar a los ricos, hacer un culto de las víctimas, detener el progreso, etc. 

La Revolución de Jesús es revelar el Amor de Dios, ponerlo en su sitio una y otra vez, en este camino por el desierto hasta la Tierra Prometida. La lucha contra tentación idolátrica de elegir otros dioses llega a su momento decisivo. Va más allá de la religión y los poderes establecidos para convertirse en un principio nuevo y permanente de vivir. Un Amor incansable que transforma el mundo de cada día.

La vida de Jesús es ir a las Periferias

Jesús nace y vive en las periferias. Se acerca con compasión hacia esas multitudes heridas de las periferias, que tienen sed de curación, de luz, de dicha. Él va hacia ellos para compartir sus vidas y así curarlos y revelarles un camino desconcertante de felicidad. En el sermón del monte nos propone no una felicidad de fabricación humana, de  autoayuda, sino una felicidad inesperada que es don, un concepto disruptivo de plenitud.

Es una felicidad nueva, regalada por Dios donde es humanamente imposible que acontezca. Dios no ha creado al hombre para que sufra, pero el sufrimiento existe por el mal uso egoísta del ser humano y estamos todos dando vuelta en esta bola de nieve que se agranda cada vez más desde los inicios del paraíso perdido por el pecado.  Aun así, el plan del Padre Dios es retomar ese sufrimiento, cuyo máximo exponente es la Cruz de su Hijo y convertirlo en herramienta de felicidad…para que nadie más sufra.

Ellos son la Tierra Santa a la cual peregrinar de verdad (y no esas gestas deportivas que son rituales narcisistas de consumismo turístico), la carne de Cristo de la cual alimentarnos (y no esos ritos huecos y aburridos de individualismo pietista), la referencia en un mundo tan confuso y llenos de falsas propuestas de felicidad egoísta donde todo se mercantiliza.

No se puede servir a dos señores. Puedo seguir viviendo como un cómodo cómplice de las estructuras de pecado que ya están y causan sufrimiento en el mundo. O soy parte de las estructuras de Gracia que continuamente empujan hacia las periferias, porque el “Bien tiende de suyo a expandirse” y no me apoltrono en el confort amurallado de mi grupo. Porque puedo ser egoísta de modo individual pero más ilusoriamente aún de modo gregario.

O presto atención y sigo a quienes viven y han vivido (porque somos un Pueblo en la Historia), esta experiencia de misericordia en el mundo o me dejo masificar por los influencers de todo tipo, que me venden humo, oropeles innecesarios y odio. El Cristianismo es un poderoso “y” que une (Dios y hombre, Fe y razón, persona y sociedad, Gracia y libertad, etc.) pero implica un ascético “o” que vea, discierna y decida seguir la mejor parte, la que no será quitada.

En mi vida cotidiana, lo que leo, a quien le presto atención, lo que hablo, lo que consumo austera u ostentosamente, son una multitud de decisiones libres que nos acercan o alejan del camino de Jesús hacia las periferias salvíficas, donde lo que estaba perdido ha sido encontrado, donde los que estaba muerto ha vuelto a la Vida. No es un reglamento, un es gran amor que va modelando cada acontecimiento de la existencia. 

niños pobres

Bienaventuranzas: en las Periferias está la Felicidad

Las Bienaventuranzas son la exaltación de los periféricos, pero también un norte para todos los seres humanos. Ellos son la estrella de Belén que nos señalan el camino más humano. Son el secreto de la felicidad para toda la especie humana y la creación, porque todos podemos ir hacia allí o ya estamos de alguna manera y no nos damos cuenta. Todos tenemos dones con los cuales socorrer a los que están en las periferias del sufrimiento, de la pobreza, de la soledad, de la persecución, etc.

Podemos relacionarnos con ellos como samaritanos o ser cómplices de su sufrimiento y desentendernos como el rico Epulón. Que quede claro que los pobres se salvan por derecho propio, pero las minorías de quienes no lo somos tanto lo haremos si los descubrimos y comienzan a ser la verdadera preocupación de nuestra vida, para así auxiliarlos con nuestra compañía, dones y misericordia. En el día del Juicio no seremos juzgados por un reglamento, sino por ellos: “Tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt 25). Colaboraremos así en la construcción de un mundo más justo y solidario mientras peregrinamos a la plenitud de la Vida Eterna.

En este Reino de Dios o Civilización del amor, todos podemos participar. En primer lugar, adhiriendo al proyecto de Pueblo de Dios de Jesús. Éste no es un gueto sino puente hacia toda la humanidad y por eso trasciende incluso la institucionalidad de la Iglesia, cuya razón de ser es estar al servicio del Reino y no creerse que ella ya lo es. Rezar no es la búsqueda del vacío placentero como se vende en el actual mercado de las espiritualidades “elegantes”. Rezar en la tradición cristiana, es una relación, un acto de reconocimiento, es darme cuenta de lo que Dios me dice en el otro y en lo que sucede, porque el otro es puente de su Otredad trascendente…y cuanto más pobre o enemigo, más camino al Otro.

Colaboramos cuando vivimos los dones de los cuales disponemos con gratitud y austeridad y no con ostentación y postureo creyendo ilusoriamente que sólo son méritos nuestros, sabiendo que todo lo creado puede ser de administración privada, pero no somos sus dueños absolutos, sino que están destinados al bien común del cual nos nutrimos. Éste no se construye con ideologías que dejan intacto nuestro ego: ni como decía Adam Smith por una sumatoria de egoísmos y manos invisibles de mercados (que siempre son amañados) ni con Big Brothers estatales que con su supuesta superioridad moral y en nombre de la distribución, parten y reparten para quedarse con la mejor parte.

En las películas es tan fácil estar del lado de los buenos y rechazar a los malos malísimos. Pero la realidad no es así de maniquea. También hay mal en nuestro corazón y en el de todos los “buenos”, aún en las mejores causas siempre habrá cosas que purificar, que transformar con el tiempo. El bien siempre es una tarea de “distinguir para unir” (Maritain), una lógica viable desde la pertenencia a un Pueblo, en una Historia y trabajando en equipo con la Gracia.

Guillermo Jesús    poliedroyperiferia@gmail.com

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