Semana Santa

Llega la gran semana del año en la que los cristianos celebramos el núcleo del misterio de nuestra fe y cuyo momento álgido se concentra en torno al Triduo Pascual, crucifixi, sepulti, suscitati, el momento más importante del año litúrgico. Aunque esto de la celebración es para revisarnos muy seriamente la imagen que damos: la celebración significa sobre todo festejar, conmemorar, alabar... y no parece que nuestras celebraciones litúrgicas destaquen por este tipo de actitud.

Dicho lo anterior, me parece importante recordarnos -yo, el primero- el valor del sufrimiento de Jesús de Nazaret en el contexto de toda la Semana Santa; porque es una semana de siete días en la que parece que el dolor y el sufrimiento lo copan todo, dejando poca expresión para el momento más importante del año litúrgico, cual es la Pascua de Resurrección. Toda la vida del cristiano está enfocada, fijos los ojos en Jesús y su ejemplo, a la resurrección en las manos amorosas del Padre. lo vemos muy bien en las procesiones de Semana Santa, en cómo cargan la semana en el Cristo roto y derrotado pero en cuanto muere, se acabaron las manifestaciones procesionales; es cierto que se lleva un tiempo potenciando algunas procesiones el domingo de Gloria, pero sospecho si no será más por alargar la ola turística (las procesiones son un bien cultural y económico) que por una reflexión religiosa que quiera equilibrar la teología de la Semana Santa.

En la parte del dolor y sufrimiento, cargar con la cruz supone la actitud solidaria a favor del Reino, es decir, de un mundo mejor, y eso nos compromete a veces a la denuncia profética, a no ser cómplices silentes de injusticias, a no desentendernos de las injusticias estructurales. Es decir, asumir los sufrimientos que nos irán llegando por nuestra fidelidad al Reino con hechos. También claro, a nuestras propias limitaciones y disgustos fruto de nuestras limitaciones y de los avatares desdichados de la vida que nos tocan: aceptación ante lo inevitable, actitud esperanzada y confiada siempre, apertura a los dolores de los demás para ser samaritanos. ¡Misericordia, quiero, y no sacrificios!

Como dice Pagola, “negarse a sí mismo” no significa mortificarse, castigarse a sí mismo, y menos aún anularse o destruirse. Quiere decir olvidarse de sí mismo, no vivir pendiente de los propios intereses, librarse del propio “ego” para encontrar su propia personalidad en la adhesión radical a Jesús”.

En la parte de la celebración litúrgica de la Gloria del Resucitado, esta es nuestra fe y nuestra esperanza, que Dios como hijos nos creó y estamos llamados a vivir en el amor aquí y sobre todo después de este mundo, en la plenitud máxima que un Dios increado todopoderoso y omnipotente nos tiene preparado para descubrir y gozar.

No veo experiencia del Resucitado en nuestras celebraciones litúrgicas ni en otras expresiones populares, incluidas las procesiones. “Estad siempre alegres, os lo repito, estad siempre alegres es una exhortación paulina de hondo trasfondo teológico. Creo que nos falta maduración en la fe... empezando por mí, que es muy fácil decir, pero siguiendo también por nuestras autoridades eclesiásticas, que en estos temas, demasiados y demasiadas veces se quedan embobados mirándose el dedo en lugar de a quien apuntan, a Cristo Resucitado.
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