Nuestro déficit espiritual
| Gabriel Mª Otalora
Resulta sorprendente que lo que fue una constante en la vida y el Mensaje de Jesús, resulta un problema para muchos cristianos: rezamos poco y mal. Jesús acostumbrada a orar. La lectura de cualquiera de los evangelios sinópticos nos muestra la imagen de un Jesús que ora con asiduidad y dedicación. Son casi 50 referencias en torno a la oración en los cuatro evangelios… El propio Jesús nos exhorta directamente en dichos textos a que le demos la importancia que para Él tuvo comunicarse con el Padre. Ahí queda el tiempo que dedicaba a la oración, robando oras de sueño al salir de madrugada a orar en los descampados. Busca lugares y momentos para estar solo y orar intensamente. Eso no quita importancia a la participación en la oración comunitaria, sino que la complementa, hasta convertir su oración en una actitud integrada en su vida y, por supuesto, en su misión de hacer comunidad de amor dentro y fuera del Templo. Supera los legalismos formalistas que marcaban tiempos determinados para rezar prolongando los momentos y la intensidad de la oración.
Toda oración es el lugar de encuentro con Dios. Jesús da gracias al Padre. Reconoce la gratuidad del amor de Dios que nos colma de bienes y lo alaba, como también ora en los momentos difíciles y seenfrenta a decisiones en las que tiene que discernir cuál es la actitud a tomar. No olvidemos que a través de la oración Jesús toma fuerzas para llevar adelante su misión siendo fiel a la voluntad del Padre. Y no solo eso: lejos de ahuyentar a los que le rodean, su actitud orante contagia, anima, despierta interés y los discípulos son los primeros que le piden que les enseñe a orar.
Su contagio viene de la autenticidad, de la oración incrustada en la vida cotidiana con palabras sencillas y el lenguaje propio de los buenos y malos momentos. Si buscamos lo esencial también para nosotros, se puede resumir en una palabra: la actitud humilde, la que es capaz de desplegar cuatro manifestaciones: la confianza y el agradecimiento, la escucha y la perseverancia. Hay que aprender a estar delante de Dios…
Soy consciente de que suelo volver al tema de la oración con cierta frecuencia, pero es que siento que es el principal problema del cristiano occidental: no rezamos o lo hacemos deficientemente, no es algo troncal en nuestra vida de fe. Demasiada superficialidad, poco tiempo de dedicación a ello. En mi opinión, quizá lo peor de todo es que ya no confiamos en la oración para vivir cristianamente y evangelizar desde el ejemplo. Su praxis se ha quedado reducida a los momentos de angustia o ligada a las grandes celebraciones donde el rito a veces es más importante que lo que celebramos; desde esta realidad de inmadurez espiritual, ligada a resultados inmediatos conforme a nuestros intereses puntuales, no dejamos a Dios ser Dios, pues sus tiempos no son nuestros tiempos. Cómo me gusta lo que dijo el converso C. S. Lewis: la oración no cambia a Dios, me cambia a mí.
Una gran parte de los creyentes (incluidos sacerdotes, religiosos y teólogos), hemos relegado la oración dejando de ser una actitud esencial cristiana, cuando lo cierto es que pocas cosas nos pidió el Maestro con mayor contundencia que esta. ¿Su carencia es una causa o es la razón de nuestra crisis de fe, incapaces de escuchar y seguir al Espíritu?
¿Cómo nos dirigimos a Dios, cómo rezamos?
¿Dedicamos tiempo a la oración?
¿Rezamos solamente por nuestras necesidades, o ante lo acuciante de un problema?
¿Acudimos a Dios cuando debemos tomar decisiones?
¿Buscamos un momento y un lugar para rezar en nuestra vida diaria?
Si quien lea estas reflexiones no ve en ellas una oración (yo creo que ponernos delante de Dios con un corazón humilde ya lo es), termino con esta estupenda invocación de Dietrich Bonheffer, mártir del nazismo; que por conocida que sea, merece la pena repetir e interiorizar:
Reina en mí la oscuridad, pero en Ti está la luz.
Estoy solo, pero Tú no me abandonas.
Estoy desalentado, pero en Ti está la ayuda.
Estoy intranquilo, pero en Ti está la paz.
La amargura me domina, pero en Ti está la paciencia.
No comprendo tus caminos, pero Tú sabes el camino para mí.