El único camino
| Gabriel Mª Otalora
No existe hoy otro camino que la vía sinodal. Estas palabras del Papa alentando nuestra transformación de actitudes, está siendo acogida con desigual entusiasmo. Mientras que en África, América Latina y Asia, la sinodalidad está siendo recibida con alegría y esperanza, en Europa se vive esta primera parte centrada en las consultas con mayor escepticismo, no exento de miedos, por aquello de que vaya usted a saber a dónde nos puede llevar la ocurrencia de Francisco.
Pasados tres meses desde que se puso en marcha las consultas, lo importante es que la sinodalidad se debe vivir como un proceso a diferencia de casi todo lo anterior, marcado por normas y directrices concretas y cerradas. Un proceso de aprendizaje, conversión y renovación de la vida eclesial que apunta a otra forma de hacer Iglesia. Por tanto, es inevitable que surjan los miedos de todo tipo y las reticencias en algunos grupos de fieles y entre el clero. No pocos laicos y laicas sienten cierta desconfianza porque dudan de que su contribución sea realmente tenida en cuenta o no sirva todo esto para desmontar el clericalismo actual para vivir la fe de manera más auténtica. En la empresa mercantil, a algunas defensas de la ortodoxia más pura se le llamaría miedo a salir de la zona de confort por lo que supone de cambio real en la manera de vivir el día a día más auténtico del Evangelio.
Existen muchos temores; en relación a la autoridad, porque no se ha trabajado hasta ahora la diferencia entre auctoritas y potestas en la institución eclesial: todo es poder independientemente de que exista verdadera autoridad -credibilidad- en quien ostenta la responsabilidad. Temor al papel de la mujer, miedo a revisar el Código Canónico y a resituar el magisterio eclesial en su verdadera dimensión esencial del Mensaje, sobre todo en los aspectos clave como la misericordia, la acogida al diferente, la denuncia profética y la verdadera celebración de nuestra fe como ejemplo y centro de nuestra evangelización. Sin olvidar el lastre que supone sostener un Estado vaticano, verdadero núcleo de poder mundano todavía tabú para muchos católicos.
La mayor dificultad de este proceso, empero, es no caer en la cuenta de la importancia esencial de la sinodalidad. Es a través de ella que se abre una nueva etapa necesaria y sin vuelta atrás en la que la omnipresente institución eclesial debe dejar paso a la eclesiología vivida como Pueblo de Dios, lo cual supone una verdadera conversión. Por eso, todos estos miedos tienen que ser vistos también desde el discernimiento individual y como Iglesia, si queremos responder a la realidad en medio de los clamores de la sociedad que nos muestra -ella y nuestras graves inconsecuencias- que el modelo vivencial actual de nuestra fe ya no es válido para evangelizar y ni siquiera para nosotros.
Todo pasa por escuchar y dialogar como la gran asignatura pendiente eclesial al habernos confundido, demasiado tiempo, en la manera de vivir la fe en la comunidad que formamos los bautizados. Esto nos debe llevar a un nuevo modelo relacional con los demás y con Dios haciendo de la oración un camino de transformación que pasa, igualmente, por escuchar y dialogar mejor no solo con los propios y las periferias, sino también con Dios.
Así como el Mensaje no cambia, las estructuras y mentalidades actuales clericalistas ya no sirven en los tiempos actuales, no tienen sentido por no ser capaces de transmitir la fe ni la alegría del Evangelio. Más bien se convierten en obstáculos para el anuncio del Evangelio cuando nuestros caminos se alejan de los caminos de Dios (Is 55, 8) y nos desviamos por vericuetos que no llevan a la vida plena, sino al desvarío. Lo cierto es que no nos atrevemos a criticar al Papa que nos ha metido en este lío sinodal para volver a la dirección que marca el Evangelio en el sentido de que solo se hace camino al andar, sin falsas seguridades, vanaglorias y poderes, aunque los revistamos de autoridad. Recordemos las maravillosas palabras: No tengáis miedo. Si buscáis a Jesús el Nazareno, no está aquí (en el sepulcro de las vanidades y poderes), ha resucitado. Él nos ha prometido que seguirá siempre con nosotros, todos los días, hasta el fin de los tiempos.
Y mientras tanto, ¿qué podemos ir haciendo hasta completar el tiempo sinodal en 2023?