Los salesianos y Mérida

Los Padres Salesianos llegaron a la vieja diócesis merideña, primero a Táriba en 1915 y luego a Valera en 1927. A la ciudad serrana para abrir el Colegio San Luis llegaron el 11 de octubre de 1949, en la Otra Banda, para entonces prácticamente fuera de la recoleta ciudad. El Padre Tomás Foronda y el Hno. Aureliano Albornoz fueron los fundadores. El trabajo con la juventud y la educación, a la par que el servicio social y la animación espiritual han multiplicado las obras que bajo la inspiración salesiana hacen vida en nuestra arquidiócesis. El testimonio de sus numerosos exalumnos aflora por doquier y las devociones propias de la congregación se encuentran en el corazón y en los hogares de muchos.
El prestigioso Colegio San Luis inició desde el 2009 un lento proceso de traspaso a otras manos, fecha de la llegada de las Hermanas Hijas del Divino Salvador, nacidas en Centroamérica de un obispo salesiano. El carisma permanece intacto pero pasa a otras manos. Desde 1971, en las inmediaciones del Colegio, los Padres Salesianos fundaron la Parroquia Nuestra Señora del Rosario en la creciente expansión de la ciudad en la orilla del Albarregas hacia la montaña. Pasará ahora a ser regida por el clero diocesano. El próximo 14 de agosto tendrá lugar un sencillo y emotivo encuentro de despedida de la comunidad de padres. Dejan la parroquia por la imperiosa necesidad de reforzar otras obras de la Congregación en las misiones y en sus obras educativas populares.
La Arquidiócesis de Mérida siente nostalgia por el vacío que dejan, aunque el carisma sembrado con profundas raíces en sus obras, obliga a una presencia física para la atención y animación pastoral de las mismas. Comprendemos las razones. No abrigamos tristeza y desesperanza sino el reto de promover más intensamente las vocaciones masculinas y femeninas, sacerdotales, religiosas y laicales, para que una ciudad como Mérida, con tanta presencia juvenil siga recibiendo la savia vivificadora de Don Bosco y sus seguidores.
Dios bendiga a toda la familia salesiana con la firme convicción de tenerlos de nuevo entre nosotros de manera permanente. No es un adiós sino un hasta luego agradecido que nos empuja a un renovado espíritu misionero. Nos anima la estela que queda: una historia cargada de alegría, llena de coraje, con la fuerza incansable del anuncio evangélico.
Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo