Montserrat, cerca de Dios y de los hombres

De gira catalana, subimos a la montaña Jesús Bastante y un servidor. La montaña por antonomasia de Cataluña: Montserrat. En un día nublado, que contribuye al misterio de la montaña sagrada catalana. Aún así el tren cremallera está repleto de turistas. Montserrat sigue siendo un imán. No es la primera vez que nos asomamos al gran cenobio benedictino. Y cada vez se descubre algo nuevo. ¡Una gozada para el alma!

Nos espera Oscar Bardají, su eficiente jefe de prensa. Al rato nos recibe el subprior, padre Fossas. Atento, cordial, con buena memoria, nos hace de guía por las dependencias claustrales. La hospedería, el claustro neorománico, el lugar donde se escondió a la Moreneta durante la guerra, la sala de los abades (Oliva, Cisneros) y el gran cuadro de honor de la abadía. Con un Papa (Julio II), un cardenal (el prestigioso Albareda), pocos obispos y muchos personajes ilustres por científicos o artistas. Y por santos. Cultura y Dios. Sus últimos santos beatificados serán los 23 monjes asesinados durante la guerra civil, cuyo proceso está ya en Roma, encabezado por el que fuera obispo auxiliar de Vidal i Barraquer.

Momento de oración y belleza coral en la basílica. Con la escolanía, cantando una pieza sacra y el virolai. Todo un espectáculo. Me parece estar escuchando a los chicos del coro.

A continuación, la comida. Ritualizada. Nos colocan en la presidencia, cerca del abad. Bendición cantada de la mesa, silencio, lectura en catalán. Todo es sano, frugal, pero digno. De primero, macarrones. De segundo, carne mechada con tomate y, de postre, plátanos. Con vino y agua. Cuatro monjes sirven con dedicación y ritmo. Todo recogido de nuevo, el abad toca la campana y cantan otra vez.

Salimos detrás del abad, que nos conduce amablemente a un saloncito a tomar café. En la reunión, el Abad Soler, el padre Fossas, el padre Perellada, el padre Sergi d'Assis, el jefe de prensa Oscar Bardají, Jesús Bastante y yo. Conversación larga e interesantisima. Sobre lo divino y lo humano.

El Abad Soler es más que un abad. Un alto eclesiástico barcelonés me decía estos días que los principales personajes catalanes son, por este orden: La Moreneta, el Abad de Montserrat y el presidente de ls Generalitat. El Abad antes que el presidente.

Y, sin embargo, se muestra cercano, sencillo, cordial y hasta amistoso. Me llama la atención el nivel de información que poseen en la montaña. Fuera del mundo, pero muy en el mundo. Al Abad Soler le duele especialmente el que se le encasille, el que, en el resto de España, se le malinterprete por sistema y, sobre todo, que los medios de comunicación reduzcan sus intervenciones a cuatro frases y dos titulares.

El Abad sonríe, habla con calma y, sobre todo, escucha. ¡Rara avis entre los eclesiásticos de altura, que suelen hablar sin parar!

Tras una hora de conversación distentida, nos despide amablemente y nos ofrece toda su colaboración. ¡Se lo agradecemos en el alma, padre Abad! Aunque sólo sea en forma de oración.

Y, como estrambote, la visita al museo. Y la gran sorpresa del museo de Montserrat. Uno espera encontrarse objetos litúrgicos. Y resulta que lo que tienen los monjes es una espléndida y enorme pinacoteca. Con cientos de cuadros, a cada cual mejor. De Picasso, de Dali, de Camarasa a los iconos, pasando por las momias de Egipto...Pintura, escultura y arquitectura clásica y moderna. Y mucha pintura catalana preciosa y desconocida. Un museo excepcional. Fruto de donaciones.

Sólo por verlo vale la pena subir a la montaña. Y por contactar con monjes sabios. Y por escuchar el virolai. Por conocer a uno de los personajes eclesiásticos más importantes y prestigiosos y, sobre todo, por ponerse en manos de la Moreneta.

José Manuel Vidal
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