Que los curas sigan a sus 'ovejas' también en vacaciones

Las sociedades modernas (con crisis o sin ella) vacacionan. Y los desplazamientos de población en verano (especialmente en los meses de julio y agosto) son masivos. Las ciudades se vacían y se llenan las playas y el campo. Este éxodo urbanita masivo afecta también a la pastoral. La gente regresa a las aldeas y a los pueblos. Y las misas de los domingos vuelven a ser casi como antes. Y no digamos en las parroquias de las playas, abarrotadas de gente, que tamibén en vacaciones busca sustento espiritual.

Porque Dios no vacaciona y la sed de dios, tampoco. Y, en contra de lo que suele pensarse, en vacaciones la gente tiene más tiempo libre para todo. Y está en mejor actitud, incluso, de sintonizar con lo sagrado.

Pero, a veces, no encuentran lo que van buscando. O porque faltan curas o porque los que hay se siguen limitando a lo de siempre. Con más prisa que nunca, porque cada vez tienen que atender a más parroquias. Auténticos correcaminos de Dios.

Está claro que también los curas necesitan vacaciones. Se las tienen bien merecidas. Pero quizás tendrían que pensar en cogérselas en otros momentos. Porque, en julio y agosto, se les brinda a los curas de pueblos y aldeas del litoral y del mundo rural una oportunidad única de evangelizar. Muchas veces se quejan y con razón los curas de pueblo de que apenas les quedan "ovejas". Pero cuando llegan en auténticos rebaños, ellos se van. No todos, claro. Porque algunos permanecen y otros se turnan buenamente como pueden.

Repensar las vacaciones de los curas. Y su movilidad geográfica y estacional. ¿Por qué los pastores no siguen a sus ovejas en vacaciones tamibén? ¿Por qué no pensar en apoyar las zonas vacacionales con curas de las ciudades? Ya sé que, sobre todo en el Levante, durante las vacaciones se "importan" curas de Roma y de otros países. Para tapar agujeros, simplemente. Sin directrices y, a veces, curas deconectados de la realidad española.

Y sobre todo hay que poner en marcha un plan pastoral de acogida de los que vuelven a sus raíces o a las zonas de descanso. ¿Cómo conectar con urbanitas indiferentes, cansados de trabajar y que, incluso en vacaciones, siguen llevando a cuestas sus problemas? ¿Cómo hacerles sentir y experimentar una Iglesia sencilla, abierta, acogedora, afable y cariñosa?

Muchos, en las grandes ciudades, nunca se topan con los curas y los templos no entran en su circuito vital. En los pueblos, la Iglesia sigue estando presente. En forma de templo, encarnada en los curas y en la gente mayor que sigue conservando su fe. Y la celebra en fiestas, romerías, peregrinaciones...

O la Iglesia española comienza en serio y de verdad a evangelizar y a aprovechar las ocasiones pastorales o el mero mantenimiento conduce a la anemia y a la continua y continuada sangría de fieles, que, a falta de incentivación pastoral, se instalan en la indiferencia. El peor enemigo de la fe.

José Manuel Vidal
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