Contemplando a la Familia de Nazareth

El Evangelio nos presenta a esta Familia que va al templo a presentar a a su hijo, Jesús, para ofrecerlo a Dios, y al anciano Simeón que les dice que este niño será un signo de contradicción, que la gente no quedará indiferente ante sus palabras y ante su mensaje: Uno los seguirán, otros lo perseguirán hasta querer matarlo. Y además le dice a Maria que una espada atravesaría su corazón. Que no lo tendría fácil. Y el evangelista añade que “Maria guardaba todo en su corazón.
Esta puede ser la historia de cualquiera de nosotros. Hoy, tampoco lo tenemos fácil, vivimos acelerados y dispersos, y esto hace que nuestras relaciones sean cada vez más débiles; tenemos miedo de hacer silencio y encontrarnos con nosotros mismos y con los de nuestra familia y de mirarnos a los ojos y hablar de nuestras alegrías y tristezas, anhelos y esperanzas, de nuestros miedos. Nos cuesta guardar las cosas en el corazón y prepararnos para hacer frente a las dificultades de la vida. Pero juntos es más fácil salir adelante, y que duda cabe que el calor del hogar es un capital que tenemos para ayudarnos mutuamente y para ayudar a los que se encuentran solos.
En estas fiestas, que son fiestas de Familia, los que la tenemos, disfrutamos del encuentro o de la comunicación, y los que no la tienen o se les ha roto o frustrado, lloran con nostalgia por el vacío que les ha dejado dentro la persona amada que marchó, y porque unos sueños y proyectos de vida se quedaron en el camino.
Los creyentes, los discípulos de Jesús, contemplando a la Familia de Nazareth, somos invitados a asumir un compromiso con la familia humana, a no quedarnos indiferentes ante aquellos que sufren a causa la falta de amor, infidelidad o abandono de las personas amadas.
Este niño que es un signo de contradicción, que se ha hecho hombre y ha entrado en la familia humana nos pide, a los que nos llamamos cristianos, que no condenamos a nadie; que acogemos a todo el mundo; que no hagamos acepción de personas, que seamos tolerantes. Si lo hacemos, daremos testimonio de que somos miembros vivos de la Familia de Dios, que ama a todos los hijos y a todos les invita a sentarse a su mesa. Si no lo hacemos, porque nos erigimos en acusadores, porque negamos el acceso al Banquete de la Vida a los que piensan diferente o viven situaciones especiales, generalmente no deseadas, no podemos decir que somos miembros de la Familia de Dios, aunque nos continuemos llamando cristianos.
La unidad de la Familia humana y de la iglesia, no se manifiesta esencialmente en la multitud que se pueda concentrar hoy en Madrid, en la que algunos además quieren demostrar que somos muchos y que tenemos fuerza, y otros apostar legítimamente por el modelo de familia en el que creen. La unidad se manifestará fundamentalmente en nuestra capacidad de acogida, de estimación, de comprensión; en nuestra lucha y defensa de la vida en dignidad, justicia y respecto de todo el mundo.
No lo olvidemos: Jesús, Aquel a quien seguimos los cristianos, fue un signo de contradicción, también para los poderes religiosos imperantes. Por eso me atrevo a decir que aunque la espada nos atraviese por la incomprensión; aunque se nos condene por acoger y ser incluyentes, nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios. Es importante, como María, la mujer fiel, vivir con espíritu de fe, abiertos a la novedad del Espíritu y con capacidad para hacer silencio y guardar todas las cosas en el corazón.
Feliz día de la Sagrada Familia, y también de la familia humana en la que Jesús quiso entrar al hacerse hombre.
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