¡Que tengamos una buena lluvia!

La asistente social nos explicó que “saber que tiene que venir a misa y “leer el salmo” es la motivación que le hace levantarse cada día”. Mamerto Menapace, el célebre benedictino argentino decía que “hay que tener argumentos para madrugar cada día”, y sin duda nuestro amigo Josep los tiene.
Eso si, a libre no le gana nadie, y si a él le parece que tiene que preguntar algo, da igual que estemos en el invitatorio, el Benedictus o las preces: Si ve que falta una monja, va y pregunta qué le pasa, si está enferma o marchó; si se acuerda que hace tiempo que no llueve, pide la lluvia a voz en grito; si quiere saber si un fraile que conoció de pequeño vive, va al celebrante o a la organista y se lo pregunta, y así con todo lo que pasa por su mente. Nos arranca más de una sonrisa, pero realmente le queremos, y entre los feligreses hay una complicidad para arroparlo que es un gusto. “El Josep” es parte de nuestro paisaje cotidiano, pero sobretodo de nuestra vida diaria... Y si un día falta, tenemos a la feligresía preguntando “si le pasó alguna cosa”.
Pero hay un problema: Ya podemos ensayar y afinar hasta el cansancio para aprendernos la antífona de un salmo, que si “el Josep” está fervoroso y se le antoja cantarla –aun sin saberla- la canta y nos tumba a todas, y allí no hay quien pueda entonar. Al escucharse por el micrófono, -como los niños- se entusiasma y canta aún más fuerte, y allí no tenemos un diluvio, porque seguro que en el cielo lo suyo suena a música celestial.
Una hermana que nos ayudaba en los ensayos encontró la fórmula que creía infalible para decirle que nos tumbaba y que no cantara tan fuerte, y no encontró nada mejor que decirle: “- Josep, tienes una voz muy bonita, pero como es la única voz masculina, tapa a todas las otras, deberías cantar más bajito.”
¡Qué has dicho! Ahora que sabe que tiene una “voz bonita” no sólo canta el salmo, sino el aleluya que no conoce ni el autor, pero él es feliz, y además al acabar, nos mira con satisfacción buscando el asentimiento y agradeciendo la atención.
Muchas veces he pensado que si no existiera el Josep, ¡lo tendríamos que inventar! Con su espontaneidad y limpieza de corazón vive el momento presente y sin proponérselo nos invita a la sencillez.
La lluvia que falta a los campos, es su “monotema” porque viene de familia de agricultores. En los laudes y en la misa de hoy, primero agradeció la lluvia caída, y luego pidió que continúe.
Bajando a Barcelona, con una lluvia persistente y hasta molesta, me acordé del Josep, y si al menos por mí no celebré la llegada del agua, la agradecí pensando que le haría feliz a él.
Vive en su mundo, pero no está aislado; cada uno de los rostros cotidianos son para él muy importantes, y sobretodo lo es el sentirse querido y aceptado por cada uno de los que le conocemos. Reconoce su enfermedad, y no se pregunta por qué, ni se machaca con todo lo que tuvo que sufrir a lo largo de su vida. Simplemente vive feliz y trata de llenar sus hora compartiendo con todos lo que hay en su corazón, que sin duda, ¡es un corazón de niño!
Seguramente no tendremos un salmo solemnísimamente cantado, aunque lo hayamos aprendido muy bien; como tampoco unos laudes sin una oración espontánea “a destiempo” –si es que hay tiempo para orar- que nos “distraiga” de lo “establecido” por lo cánones litúrgicos para la alabanza matutina, pero tener con nosotras a “un limpio de corazón”, a un hombre que confía en Dios con naturalidad, nos ayuda a orar con confianza, sabiendo que Dios está más allá de algunas formas, por qué Él ve el corazón, nos habita y vive en él.
Por la lluvia, por Josep, y por lo que cada día se nos da, ¡gracias Señor!
www.dominicos.org/manresa