El Papa estadista

Guillermo Gazanini Espinoza / 24 de septiembre.- No dio lecciones de qué hacer sino cómo debería ser la política. En el corazón de las decisiones del poder estadunidense, ante las ramas ejecutiva y judicial, el Papa Francisco compuso uno de los más preclaros discursos que se coloca entre las mejores piezas legislativas pronunciados por grandes estadistas ante la máxima tribuna del sistema republicano. Algunos hubieran querido a un Papa aguerrido denunciado por su nombre defectos y pecados, pudieran estar decepcionados por el tono, pero esta apreciación sería errónea si no se tienen cuenta la posición de jefe de Estado, líder espiritual y las profundas polarizaciones en el Congreso estadunidense en temas complejos y delicados expuestos por Francisco.
La forma es fondo, gestos y actitudes revelan las entrañas del poder. Y Francisco fue el estadista bajo las virtudes de la sabiduría y humildad para expresar lo esencial. Aplausos y reconocimientos de cada ala de la Cámara fueron buen medidor de la temperatura sobre los temas paralizantes en el Congreso. Mientras republicanos aplaudían el llamado para defender la vida, los demócratas se levantaban de sus escaños para ovacionar las referencias sobre la plenitud de derechos civiles.
Cuatro ilustres de la historia fueron los puntales del discurso. Ningún estadunidense podría rechazar la estampa del emancipador y salvador de la nación dividida y sumida en la guerra fratricida; nadie podría despreciar la lucha del noble activista asesinado igual que Lincoln en la batalla por la inclusión y la defensa de los derechos civiles; ninguna mujer podría sentirse aparte cuando Francisco trae la memoria de la paladina de los derechos de trabajo, defensora de los niños y la justa distribución social del poder; nadie podría negar la calidad humana y mística de uno de los grandes de la espiritualidad cuyo misticismo fue producto de la conversión al descubrir al Misterio en la poesía y la contemplación de la creación. Ciudadanos americanos, dijo Francisco, forjadores de sueños: “Tres hijos y una hija de esta tierra, cuatro personas, cuatro sueños: Abraham Lincoln, la libertad; Martin Luther King, una libertad que se vive en la pluralidad y la no exclusión; Dorothy Day, la justicia social y los derechos de las personas; y Thomas Merton, la capacidad de diálogo y la apertura a Dios”.
La lección en el Congreso lleva a conclusiones para ser meditadas responsablemente cuando el entusiasmo dé paso a la razón. El Papa que viene del sur tendió puentes para dialogar, no enseñar, imponer o incidir. Tocó elementos que llenan de gloria la identidad estadunidense, pero paralizado en su orgullo autosuficiente. Veladamente, Francisco lo dijo en puntos certeros de su discurso. En la Cámara, la efigie de Moisés recuerda a los padres de la patria cuál es la identidad del hacedor de leyes; sin embargo, el país orientado hacia Dios vive la lacra del fundamentalismo religioso, recordemos cómo en su historia los papistas fueron marginados y excluidos; padece la relativización de la vida, está inmerso en el individualismo prescindiendo de la renovación de la solidaridad y fraternidad excluyendo a los extranjeros considerándolos peligrosos para la economía; del ataque a la familia basada en el matrimonio heterosexual y el desprecio de la vida desde el seno materno. Como la sabiduría dada a Moisés, Francisco apeló a “usar nuestra inteligencia para resolver las crisis geopolíticas y económicas que abundan hoy”. Y los Estados Unidos viven crisis que muchos suponen el preludio de la decadencia de la superpotencia. La clave, según Francisco, está en la “renovación del espíritu de colaboración que ha producido tanto bien a lo largo de la historia de los Estados Unidos. La complejidad, la gravedad y la urgencia de tal desafío exige poner en común los recursos y los talentos que poseemos y empeñarnos en sostenernos mutuamente, respetando las diferencias y las convicciones de conciencia”. Los legisladores aplaudieron reiteradamente el discurso respaldando los argumentos esenciales sobre la vida, la persona y el desarrollo social que tienen en la base las ideas fundacionales de la República: “Que todos los hombres son creados iguales; que han sido dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos está la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.”
La pieza tuvo este acierto de ser incluyente y, como ha sido en este viaje a Cuba y a los Estados Unidos, quiere provocar un despertar de la conciencia para “retomar el camino del diálogo, que podría haber estado interrumpido por motivos legítimos” y abrir nuevos horizontes. Ninguna susceptibilidad quiso ser herida, Francisco sabía lo que está en juego y más cuando se enfrenta a la crema de la política de la cual no es fácil lograr la persuasión por intereses que quedan fuera de nuestras apreciaciones.
Lo ideal es que después de este discurso, ambos liderazgos de los partidos dominantes trazaran agenda común para el diálogo y movilizar las decisiones legislativas indicadas por el Papa. Sin embargo, el entusiasmo puede dar lugar al olvido y sólo ser recuerdo de que alguna vez el Papa latinoamericano apuntó un notable discurso al Congreso polarizado. Mientras otras voces reclaman a Francisco por qué no habló directamente del fin del bloqueo a Cuba, lo mejor sería que esas mismas exigieran el fin del bloqueo de la política norteamericana.