Todos sabemos que los niños cuando empiezan a darse cuenta un poco de las cosas solo saben preguntar por qué. Por qué esto, por qué lo otro, por qué lo de más allá…
Pero ¿no nos pasa a nosotros algo parecido? ¿No nos gusta razonarlo todo? Siempre buscamos un por qué. Esto también significa que estamos vivos, que no nos conformamos, que no cesamos de hacernos preguntas, muchas de ellas existenciales que nos adsorben demasiado y por otra parte, cuanto más nos preguntamos, menos entendemos.
Y es que el ser humano es así… pero hay cosas que por mucho que nos preguntemos no tienen, no podemos encontrar una explicación y ahí es donde, si somos capaces, tenemos que saber dejar paso a la fe, empezara confiar, a sentir.
¿Alguien sería capaz de explicar un sentimiento de amor, de cariño? No puedes ponerle palabras, pues lo mismo pasa con la fe, la muerte o la vida ¿Cómo explicarla? ¿Cómo razonarlo? Quizá los científicos, pero creo que ni ellos podrían porque hay cosas que no es cuestión de ciencia sino de demás hondura.
Hacernos preguntas es importante porque tenemos que saber vivir desde una coherencia, pero nuestra vida no puede ser un interrogante constante, porque no todo tiene explicación y sino qué mejor ejemplo que el de Jesús de Nazaret. Él no preguntó. Solo AMÓ.