Más de un millón de jóvenes desafían a la lluvia para recibir al Papa en el parque Blonia Francisco: "Un corazón misericordioso sabe ir al encuentro de los demás, logra abrazar a todos"

(Jesús Bastante).- "¿Queréis una vida plena? Pues comienza en este momento a dejarte conmover, porque la felicidad germina y aflora en la misericordia, ésa es su respuesta, ésa es su invitación, su desafío, su aventura. La misericordia". El Papa Francisco lanzó varios desafíos al millón de jóvenes que lo recibieron en el parque Blonia de Cracovia, y les pidió lanzarse a "la aventura de la misericordia", una aventura que permite "construir puentes y destruir muros, socorrer al pobre, al que se siente solo y abandonado, al que no encuentra un sentido a su vida".

En Cracovia no deja de llover. Agua fina, constante, que cala. Nada que no solucionen los chubasqueros de mil colores que más de un millón de jóvenes llevan en el campo de la Misericordia, donde el Papa Francisco llegó para dar comienzo a los actos oficiales de la Jornada Mundial de la Juventud. Jóvenes procedentes de más de un centenar de países esperaban pacientes al pontífice.

El Papa quiso entrar como un joven más, y lo hizo en un tranvía ecológico, decorado con los colores del Vaticano. No había el más mínimo recuerdo de la caída que esta mañana se hizo viral y que hizo temer que Francisco podría tener algún tipo de lesión. Al salir del palacio arzobispal el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, y entró en el vagón, donde bendijo a una quincena de jóvenes discapacitados y a sus acompañantes.

El trayecto entre el Arzobispado y el parque Blonia estaba repleto de gente. El Papa, ya sentado en el vagón, no dejó de saludar desde la ventana. Francisco se crece al contacto con la gente, es más él, más feliz. No deja de sonreir durante todo el viaje, se levanta y saluda a un lado y otro de las vías: los jóvenes han vuelto a demostrar su fuerza, y no le han dejado solo.

El espectáculo resulta impresionante: una marea de banderas que simbolizan, mejor que ninguna otra imagen, la universalidad de la Iglesia. Bailes, cantos, alegría que se desbordó con la llegada de Francisco, en su jeep descubierto, con menos miedo que el demostrado por los servicios de seguridad. Al llegar al altar, presidido por una impresionante imagen de Jesucristo, el Papa se detuvo a charlar animadamente con el cardenal Blázquez, bajo la atenta mirada de Cañizares, pero Bergoglio quería encontrarse cuanto antes con la verdadera razón de su visita: los jóvenes.

Tras una introducción musical, los gritos se fusionaron con la lluvia. Se llevó la palma el ya famoso "Esta es la juventud del Papa". El cardenal Dziwisz dio la bienvenida al Papa entre los jóvenes, y volvió a recordar a "san Juan Pablo II", el iniciador de estas jornadas de la juventud. "Hoy saludamos al Pedro de nuestra época", apuntó el ex secretario de Wojtyla.

"Vivimos en un mundo lleno de violencia, y queremos ser testigos de paz, ser misericordiosos como el Padre, construir un mundo más justo", terminó Dziwisz.

Tras Dzwisz, tomaron la palabra jóvenes de los cinco continentes, que dieron la bienvenida al Papa a esta fiesta de la fe, y le entregaron el kit del peregrino. "Es Jesús quien nos reúne a todos", dijeron los chicos. Después se sucedieron una serie de bailes típicos de la zona, que se mezclaban con otros de distintos rincones del mundo sin demasiado acierto (no resulta de recibo mezclar la polka con el tango o el baile hindú), pero es que este tipo de actos se alargan en demasía sin demasiada razón de ser: ya lo vimos en Madrid y en Río de Janeiro. Mucha alegría, pero una actuación demasiado larga.

Tras esto, arrancó una procesión de banderas, por continentes, que se prolongó durante casi una hora, con los retratos de algunos de los patronos de la JMJ: santa Josefina Bakitha, por África; la beata Hermana Dulce, por América del Sur; Damián de Molokai, por Norteamérica; Mary Mac Killon, por Oceanía; madre Teresa de Calcuta, por Asia; y San Vicente de Paúl, por Europa.

El Papa, visiblemente cansado, de nuevo se vino arriba cuando tuvo la oportunidad, hora y media después, de dirigirse a los jóvenes. Antes, tuvo lugar una performance con las imágenes animadas de algunos jóvenes santos a lo largo de la historia de la Iglesia, y que "volvieron a la vida" en el escenario.

El Evangelio giró en torno a la acogida de marta y María a Jesús, y las palabras del Papa comenzaron con un sentido recuerdo a Juan Pablo II, quien "soñó y dio impulso a estos encuentros". En una alocución en la que improvisó constantemente, Francisco formuló varias preguntas a los jóvenes, para subrayarles que la mejor oportunidad "para renovar la amistad con Jesús es afianzando la amistad entre nosotros", que la mejor manera de vivir "la alegría del Evangelio es queriendo contagiar su buena noticia en tantas situaciones dolorosas y difíciles".

"Felices los que saben perdonar, que saben tener un corazón compasivo, que saben dar lo mejor de sí a los demás", proclamó el Papa, quien asumió que "todos juntos, haremos de esta jornada una auténtica fiesta jubilar en este Jubileo de la Misericordia".

"En los años que llevo como obispo, he aprendido algo", subrayó Bergoglio. "No hay nada más hermoso que contemplar las ganas, la entrega, la pasión y la energía con que muchos jóvenes viven la vida. Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos".

"Es un regalo del cielo poder verlos a muchos de ustedes que, con sus cuestionamientos, buscan hacer que las cosas sean diferentes. Es lindo, y me conforta el corazón, verlos tan revoltosos. La Iglesia hoy los mira y quiere aprender de ustedes, para renovar su confianza en que la Misericordia del Padre tiene rostro siempre joven y no deja de invitarnos a ser parte de su Reino".

Y es que "un corazón misericordioso se anima a salir de su comodidad; un corazón misericordioso sabe ir al encuentro de los demás, logra abrazar a todos. Un corazón misericordioso sabe ser refugio para los que nunca tuvieron casa o la han perdido, sabe construir hogar y familia para aquellos que han tenido que emigrar, sabe de ternura y compasión. Un corazón misericordioso, sabe compartir el pan con el que tiene hambre, un corazón misericordioso se abre para recibir al prófugo y al migrante. Decir misericordia junto a ustedes, es decir oportunidad, decir mañana, compromiso, confianza, apertura, hospitalidad, compasión, sueños".

"Las cosas, ¿se pueden cambiar?", y los jóvenes respondieron un "Sí". "La misericordia tiene siempre el rostro joven, porque un corazón misericordioso se anima a salir de su comodidad, sabe ir al encuentro de los demás, logra abrazar a todos, un corazón misericordioso sabe ser un refugio para los que nunca tuvieron casa, o la han perdido".

Porque un corazón así, añadió el Papa, "sabe construir hogar y familia para los que han tenido que emigrar, sabe de ternura y de compasión, sabe compartir el pan con el que tiene hambre, se abre para recibir al prófugo y al emigrante" Y porque "decir misericordia es decir oportunidad, mañana, compromiso, fe, apertura, hospitalidad, compasión, sueños... Ustedes son capaces de soñar ese lugar para la misericordia, para acariciar a los que sufren, para ponerse al lado de quienes no tienen paz en el corazón, o les falta lo necesario para vivir".

Por contra, el Papa también confesó haber aprendido, con dolor, cómo "muchos jóvenes parecen haberse jubilado antes de tiempo, jóvenes que parece que se jubilaron a los 23, 24 años, que tiraron la toalla antes de empezar a jugar el partido. Me genera dolor ver a los jóvenes que caminan con los rostros tristes, como si su vida no valiera". Se trata de "jóvenes esencialmente aburridos y aburridores", que "dejan la vida buscando el vértigo por caminos oscuros, que al final terminan pagando caro".

Jóvenes que, en palabras del Papa, "perdieron la vida corriendo detrás de vendedores de falsas ilusiones. En mi tierra natal diríamos vendedores de humo, que les roban lo mejor de ustedes mismos, y esto me genera dolor".

"Que no nos roben la alegría, los sueños, con falsas ilusiones", señaló el Papa, apuntando que la respuesta "no se vende, no se compra, no es un objeto, es una persona. Se llama Jesucristo". Y pidió un aplauso para él a los jóvenes, a quienes preguntó: "Jesucristo, ¿se puede comprar o vender? no. Es un regalo del padre, el don de nuestro Padre. ¿Quién es Jesucristo? Jesucristo es un don, es un regalo del Padre".

Volviendo al Evangelio, Francisco apuntó cómo Marta, María y Lázaro acogieron a Jesús, de muy distintas maneras, mediatizados por las obligaciones o a la escucha. "Jesús quiere entrar en tu casa, en mi casa, en la de cada uno de nosotros. Jesús esperará que lo escuchemos, que en medio del trajín nos entreguemos a él", porque "quien acoge a Jesús aprende a amar como Jesús".

Texto de las palabras del Papa:

Queridos jóvenes, muy buenas tardes.
Finalmente nos encontramos. Gracias por esta calurosa bienvenida. Gracias al Cardenal Dziwisz, a los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y a todos aquellos que los acompañan. Gracias a los que han hecho posible que hoy estemos aquí, que se la «han jugado» para que pudiéramos celebrar la fe.
En esta, su tierra natal, quisiera agradecer especialmente a san Juan Pablo II, que soñó e impulsó estos encuentros. Desde el cielo nos está acompañando viendo a tantos jóvenes pertenecientes a pueblos, culturas, lenguas tan diferentes con un solo motivo: celebrar que Jesús está vivo en medio nuestro. Y decir que está vivo, es querer renovar nuestras ganas de seguirlo, nuestras ganas de vivir con pasión su seguimiento. ¡Qué mejor oportunidad para renovar la amistad con Jesús que afianzando la amistad entre ustedes! ¡Qué mejor manera de afianzar nuestra amistad con Jesús que compartirla con los demás! ¡Qué mejor manera de vivir la alegría del Evangelio que queriendo «contagiar» su Buena Noticia en tantas situaciones dolorosas y difíciles!
Jesús es quien nos ha convocado a esta 31 Jornada Mundial de la Juventud; es Jesús quien nos dice: «Felices los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7). Felices aquellos que saben perdonar, que saben tener un corazón compasivo, que saben dar lo mejor de sí a los demás.
Queridos jóvenes, en estos días Polonia se viste de fiesta; en estos días Polonia quiere ser el rostro siempre joven de la Misericordia. Desde esta tierras con ustedes y también unidos a tantos jóvenes que hoy no pueden estar aquí, pero que nos acompañan a través de los diversos medios de comunicación, todos juntos vamos a hacer de esta jornada una auténtica fiesta Jubilar.
En los años que llevo como Obispo he aprendido algo: no hay nada más hermoso que contemplar las ganas, la entrega, la pasión y la energía con que muchos jóvenes viven la vida. Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos. Es estimulante escucharlos, compartir sus sueños, sus interrogantes y sus ganas de rebelarse contra todos aquellos que dicen que las cosas no pueden cambiar. Es un regalo del cielo poder verlos a muchos de ustedes que, con sus cuestionamientos, buscan hacer que las cosas sean diferentes. Es lindo, y me conforta el corazón, verlos tan revoltosos. La Iglesia hoy los mira y quiere aprender de ustedes, para renovar su confianza en que la Misericordia del Padre tiene rostro siempre joven y no deja de invitarnos a ser parte de su Reino.
Conociendo la pasión que ustedes le ponen a la misión, me animo a repetir: la misericordia siempre tiene rostro joven. Porque un corazón misericordioso se anima a salir de su comodidad; un corazón misericordioso sabe ir al encuentro de los demás, logra abrazar a todos. Un corazón misericordioso sabe ser refugio para los que nunca tuvieron casa o la han perdido, sabe construir hogar y familia para aquellos que han tenido que emigrar, sabe de ternura y compasión. Un corazón misericordioso, sabe compartir el pan con el que tiene hambre, un corazón misericordioso se abre para recibir al prófugo y al migrante. Decir misericordia junto a ustedes, es decir oportunidad, decir mañana, compromiso, confianza, apertura, hospitalidad, compasión, sueños.
También quiero confesarles otra cosa que aprendí en estos años. Me genera dolor encontrar a jóvenes que parecen haberse «jubilado» antes de tiempo. Me preocupa ver a jóvenes que «tiraron la toalla» antes de empezar el partido. Que están «entregados» sin haber comenzado a jugar. Que caminan con rostros tristes, como si su vida no valiera. Son jóvenes esencialmentes aburridos... y aburridores. Es difícil, y a su vez cuestionador, por otro lado, ver a jóvenes que dejan la vida buscando el «vértigo», o esa sensación de sentirse vivos por caminos oscuros, que al final terminan «pagando»...y pagando caro. Cuestiona ver cómo hay jóvenes que pierden hermosos años de su vida y sus energías corriendo detrás de vendedores de falsas ilusiones (en mi tierra natal diríamos «vendedores de humo»), que les roban lo mejor de ustedes mismos.
Por eso, queridos amigos, nos hemos reunidos para ayudarnos unos a otros porque no queremos dejarnos robar lo mejor de nosotros mismos, no queremos permitir que nos roben las energías, la alegría, los sueños, con falsas ilusiones.
Queridos amigos, les pregunto: ¿Quieren para sus vidas ese vértigo alienante o quieren sentir esa fuerza que los haga sentirse vivos, plenos? ¿Vértigo alienante o fuerza de la gracia? Para ser plenos, para tener fuerza renovada, hay una respuesta; no es una cosa, no es un objeto, es una persona y está viva, se llama Jesucristo.
Jesucristo es quien sabe darle verdadera pasión a la vida, Jesucristo es quien nos mueve a no conformarnos con poco y a dar lo mejor de nosotros mismos; es Jesucristo quien nos cuestiona, nos invita y nos ayuda a levantarnos cada vez que nos damos por vencidos. Es Jesucristo quien nos impulsa a levantar la mirada y a soñar alto.
En el Evangelio hemos escuchado que Jesús, mientras se dirige a Jerusalén, se detiene en una casa -la de Marta, María y Lázaro- que lo acoge. De camino, entra en su casa para estar con ellos; las dos mujeres reciben al que saben que es capaz de conmoverse. Las múltiples ocupaciones nos hacen ser como Marta: activos, dispersos, constantemente yendo de acá para allá...; pero también solemos ser como María: ante un buen paisaje, o un video que nos manda un amigo al móvil, nos quedamos pensativos, en escucha. En estos días de la Jornada, Jesús quiere entrar en nuestra casa; nos mirará en nuestras preocupaciones, en nuestro andar acelerado, como lo hizo con Marta... y esperará que lo escuchemos como María; que, en medio del trajinar, nos animemos a entregarnos a él. Que sean días para Jesús, dedicados a escucharnos, a recibirlo en aquellos con quienes comparto la casa, la calle, el club o el colegio.
Y quien acoge a Jesús, aprende a amar como Jesús. Entonces él nos pregunta si queremos una vida plena: ¿Quieres una vida plena? Empieza por dejarte conmover. Porque la felicidad germina y aflora en la misericordia: esa es su respuesta, esa es su invitación, su desafío, su aventura: la misericordia. La misericordia tiene siempre rostro joven; como el de María de Betania sentada a los pies de Jesús como discípula, que se complace en escucharlo porque sabe que ahí está la paz. Como el de María de Nazareth, lanzada con su «sí» a la aventura de la misericordia, y que será llamada feliz por todas las generaciones, llamada por todos nosotros «la Madre de la Misericordia».
Entonces, todos juntos, ahora le pedimos al Señor: Lánzanos a la aventura de la misericordia. Lánzanos a la aventura de construir puentes y derribar muros (cercos y alambres), lánzanos a la aventura de socorrer al pobre, al que se siente solo y abandonado, al que ya no le encuentra sentido a su vida. Impúlsanos a la escucha, como María de Betania, de quienes no comprendemos, de los que vienen de otras culturas, otros pueblos, incluso de aquellos a los que tememos porque creemos que pueden hacernos daño. Haznos volver nuestro rostro, como María de Nazareth con Isabel, sobre nuestros ancianos para aprender de su sabiduría.
Aquí estamos, Señor. Envíanos a compartir tu Amor Misericordioso. Queremos recibirte en esta Jornada Mundial de la Juventud, queremos confirmar que la vida es plena cuando se la vive desde la misericordia, que esa es la mejor parte, y que nunca nos será quitada.

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