Cristo vive en El Salvador.
| Luis Van de Velde
“Cristo insiste en sus apariciones: ¡Tocadme, ved, soy yo! Soy el mismo Cristo histórico que, pasando por la pascua de la muerte y de la resurrección, vivo encarnado en la tierra. Soy el Cristo salvadoreño. Cristo vive en El Salvador. Cristo vive en Guatemala. Cristo vive en África. El Cristo histórico, Dios hecho hombre, vive en todos los años de la historia y en todos los pueblos de la geografía. Esta es la característica de este Cristo vivo y presente.” (2 de abril de 1978)
Creemos que pocos obispos o teólogos se atreven a profundizar en la fe en la resurrección de Jesús. Por ejemplo, decirle «Soy el Cristo salvadoreño» y mencionar que «Cristo vive en El Salvador» (como vive en otros países y continentes). Jesús es «Dios hecho hombre». Con la mirada puesta en la fe y bajo la fuerza del Espíritu Santo, podemos tocar y ver que ese mismo Cristo se hace presente en El Salvador y en cada pueblo. Aunque en esta cita Monseñor no lo menciona, es importante recordar que Jesús les mostraba las heridas de sus manos y su costado para que lo reconocieran. «Miren mis manos y mis pies, soy yo; tóquenme y fíjense bien» (Lc 24, 39). El evangelio de Juan nos relata la experiencia que vivió el discípulo Tomás. Jesús lo llama y le dice: «Ven aquí, mira mis manos; extiende tu mano y palpa mi costado» (Jn 20, 27).
Lamentablemente, a lo largo de los siglos y hasta hoy se nos ha predicado que Tomás era un incrédulo y que el reto es «creer sin haber visto». Nos parece que esa experiencia, incluida en el evangelio escrito en la comunidad de Juan, es fundamental para poder reconocer a Cristo presente en El Salvador (y en otros pueblos). No se trata de una fe ciega, sino de ir a ver y a tocar las heridas abiertas de «los Cristo carne sufriente», como nos recordó monseñor en una cita que hemos mencionado anteriormente. Tomás nos enseña el único camino para reconocer de verdad a Cristo presente en la historia y en la vida actual.
Nuestros pueblos sufren con frecuencia desastres naturales como inundaciones, desbordamientos, terremotos y temblores fuertes, que destruyen las cosechas, viviendas, carreteras, …. Pero también sufren la impotencia o falta de voluntad de los gobiernos de turno para llevar a cabo las transformaciones económicas y sociales necesarias: salarios (y jubilaciones) bajos, epidemias y una atención sanitaria precaria. Todos esos acontecimientos provocan más heridas en nuestros pueblos. Cada acontecimiento fuerte (en la naturaleza, en la sociedad, etc.) desnuda la realidad y aparece esa palabra de Jesús: «Ven acá, mira mis manos; extiende tu mano y palpa mi costado; soy yo».
También en Europa nos encontramos con familias de migrantes y refugiados que tocan nuestras puertas en busca de una vivienda. Personas que han estado detenidas buscan trabajo y un lugar donde vivir. Miles de personas viven en las calles de las ciudades sin hogar. Hay tantas personas que luchan contra el cáncer u otras enfermedades degenerativas... En cada una de ellas, Cristo está presente...
¿Estamos hoy dispuestos a responder al Espíritu que nos guía hacia las heridas de nuestro pueblo? Seguir a Jesús significa dar respuesta a esa presencia animadora del Espíritu, dar respuesta solidaria a ese Cristo con sus heridas abiertas en nuestras colonias, en nuestras calles y pasajes. La manera en que nos relacionamos con las heridas de los demás es lo que nos convierte en testigos del Evangelio. Ese compromiso es condición necesaria para encontrarnos con Cristo también en la eucaristía.
Cita 6 del capítulo II (Jesús de Nazaret ) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”