Sentir que uno es pobre

“La verdadera pobreza es preocuparse preferencialmente por los pobres como si fuera nuestra propia causa. Y por eso, también sentir que uno es pobre y que necesita de Dios la fuerza en todas las situaciones.”  (16 de diciembre de 1979)

Muchas personas con un ministerio (responsabilidad) en las iglesias no son pobres, a pesar de que muchos sacerdotes proceden de familias pobres.  El estilo de vida clerical está muchas veces lejos de la realidad de las personas pobres de nuestro pueblo.  Monseñor Romero es consciente de ello.  De ahí que hiciera un llamamiento para que la causa de las y los pobres fuera asumida tanto a nivel personal como institucional.  No basta con realizar una buena obra cada día. No basta dar limosna.  No basta promover ayudas de caritas.  Todo esto es importante, pero lo principal es entrar en la trinchera de las y los pobres, asumir solidariamente su causa: la exclusión, la explotación y la humillación.

En la época de monseñor Romero, la Iglesia salvadoreña arquidiocesana (como otras experiencias en Guatemala, Ecuador, México, Brasil, Argentina, etc.) asumió el dolor de las personas pobres. Monseñor se hizo voz de los sin voz, abrió refugios, proporcionó asistencia legal, denunció los atropellos en las fincas y en las fábricas, y denunció la represión, los asesinatos y las desapariciones. Muchos sacerdotes, catequistas, religiosas y animadores y animadoras de comunidades asumieron la causa de las y los pobres, y también su destino: expulsión, robo, destrucción, captura, tortura, desaparición y asesinato.

Por eso, hoy la Iglesia, a todos los niveles, tendrá que implicarse en la causa de las y los pobres en la lucha por salarios dignos, un nuevo sistema (justo) de pensiones, una nueva ley de agua basada en el derecho humano al agua, la vivienda segura, la educación y la salud (con calidad), la protección del medio ambiente (sin minería metálica), etc.  Desde la Iglesia invertimos mucha energía en tradiciones religiosas, procesiones, «bajadas[1]», cohetes, peregrinajes, celebraciones y cultos, y en discursos sobre Jesús y Dios. Si no encontramos a Cristo en la dura realidad (la cruz) de las y los pobres de nuestro pueblo (asumiendo su causa), no lo encontraremos en los sacramentos, en la liturgia, en el culto. ¿No será que en la Iglesia hemos puesto las cosas al revés?   La pregunta por la autenticidad de nuestra fe y nuestra vida surge de nuestra respuesta a Jesús, que sigue diciendo: tenía hambre, tenía sed, estaba desnudo, estaba enfermo, estaba en la cárcel, era migrante o desplazado, y ¿qué hicieron?

Luego, monseñor añade otro elemento, quizá como condición para poder asumir la causa de los pobres: reconocerse y sentirse «pobre», necesitando «la fuerza de Dios en todas las situaciones».  Ser consciente de que se necesita la fuerza de Dios es ser consciente de que se necesita la fuerza solidaria y fraterna de las personas pobres.  Dios nos habla a todos desde el grito de quienes tienen hambre y sed, y esperan justicia.  En Jesús, Dios se hizo cercano, humano y, sobre todo, pobre. Ahí nos enseña el camino a seguir, el verdadero camino de la Iglesia. ¿Cuánto tiempo dedicamos a escuchar el grito de las y los pobres que resuena como la voz de Dios en nuestra conciencia?  No basta con rezar los textos oficiales de la liturgia de las horas o de otros libros de oración.  Sentir la pobreza y la necesidad de la fuerza de Dios se alimenta a través del contacto vivo con familias y comunidades pobres, y luego en el silencio de la oración.  Monseñor nos pide que rompamos con las imágenes de nuestro ego y de nuestra posición social y eclesial, y que caminemos humildemente con el Dios de la vida.

Cita 6 del capítulo IV (Los pobres) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”

[1] La bajada: el nombre popular  que en El Salvador se ha dado a la procesión con la Imagen del Cristo Salvador del Mundo, que camina de la Iglesia El Calvario hacia la Catedral.

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